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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey

BOOK: El Gran Rey
11.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
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El príncipe Gwydion yace moribundo, y Dyrnwyn, la espada negra encantada de poder arcano, ha sido robada. Si el arma llega a caer en manos de Arawn, el oscuro señor de Annuvin, todo estará perdido para Prydain. En su última y más peligrosa aventura, Taran y sus compañeros se preparan para el enfrentamiento final contra las huestes de Annuvin, en un intento desesperado de evitar que la marea oscura llegue a imponerse en el reino.

El Gran Rey
, apasionante conclusión de las
Crónicas de Prydain
, es el punto culminante de uno de los ciclos más populares que ha dado la fantasía moderna. La serie aúna un delicioso sentido del humor con una personalísima reelaboración del ciclo mitológico galés, alcanzando en este volumen sus momentos más dramáticos. La presente novela resultó galardonada además con la
Newbery Medal
, el premio de literatura juvenil más prestigioso que se concede en Norteamérica.

Lloyd Alexander
, escritor conocido sobre todo por sus novelas de fantasía juvenil, ha alcanzado su mayor renombre internacional con estas
Crónicas de Prydain
, que han venido seduciendo a públicos de todas las edades desde su primera aparición en los años sesenta y han sido llevadas al cine por
Walt Disney
con el título de
El Caldero Mágico
.

Lloyd Alexander

El Gran Rey

Crónicas de Prydain nº5

ePUB v1.0

Smoit
29.07.12

Título original:
The High King

Lloyd Alexander, 1968.

Traducción: Albert Solé

Diseño de portada: Llorenç Martí

Retoque portada: Tagus

Editor original: Smoit (v1.0 a v1.x)

ePub base v2.0

Para los chicos que podrían haber sido Taran

y las chicas que siempre serán Eilonwy.

Nota del autor

A pesar de sus defectos y carencias, ningún libro me ha proporcionado más placer a la hora de escribirlo que las
Crónicas de Prydain
. Ahora llego con tristeza al final de este viaje, consciente de la imposibilidad de hacer un comentario objetivo sobre una obra que me ha tenido absorbido durante tanto tiempo y de una manera tan personal.

Pero debo advertir a los lectores de esta quinta crónica que han de esperar lo inesperado. Su estructura es un poco distinta, y su alcance un poco más amplio. Hay más conflicto externo, cierto, pero también he intentado añadir más contenido interior; la forma se mantiene fiel a la del relato heroico tradicional, pero albergo la esperanza de que los individuos sean genuinamente humanos; y aunque narra una batalla a escala épica en la que Taran, la princesa Eilonwy, Fflewddur Fflam e incluso Hen Wen, la cerda oráculo, se ven llevados hasta los límites de sus fuerzas, se trata de una batalla cuyo desenlace tiene consecuencias más profundas que las del conflicto en sí. La elección final, que ni siquiera el fiel Gurgi puede evitar, es tan dura que casi resulta imposible de soportar. Por fortuna nunca se nos ofrece en el mundo real…, o por lo menos no en términos tan inconfundibles. En otro sentido, nos enfrentamos a esta clase de elección una y otra vez, porque para nosotros nunca es definitiva. En cuanto a si el Ayudante de Porquerizo escogió bien y si el final es feliz, desolador o ambas cosas a la vez, eso es algo que los lectores deberán decidir por sí mismos.

Al igual que ocurría con las historias anteriores, esta aventura puede ser leída con independencia de las demás; pero en ella se responde a ciertas preguntas que llevaban mucho tiempo en el aire. ¿Por qué se permitió que ese canalla rastrero llamado Magg escapara del Castillo de Llyr? ¿Qué fue de Glew, el gigante del corazón minúsculo? ¿Es realmente posible vivir confiado en Caer Dallben con Achren allí? Y, naturalmente, también está el secreto del linaje de Taran… Los lectores que me han estado haciendo estas preguntas descubrirán por qué no he podido responder plenamente a ellas hasta ahora sin echar a perder las sorpresas.

En cuanto a Prydain, es en parte Gales pero en una parte mucho mayor es como nunca fue: al principio me pareció un pequeño país que sólo existía en mi imaginación. Desde aquel entonces se ha ido volviendo mucho más grande. Nació y se desarrolló a partir de la leyenda galesa, pero mi intento de convertirlo en una tierra de fantasía que tuviese relevancia para un mundo de realidad lo ha ido engrandeciendo poco a poco.

Los primeros amigos de los Compañeros siguen siendo tan valientes y dignos de confianza como lo eran al comienzo; muchos que me parecían nuevos han acabado revelándose como los viejos amigos que eran desde el principio. La deuda que tengo con todos ellos es considerablemente mayor de lo que nunca podrán llegar a sospechar; y, como siempre, les ofrezco estas páginas con todo mi cariño y con la esperanza de que el resultado no les parecerá demasiado por debajo de la promesa. Si el tiempo ha puesto a prueba su paciencia para conmigo, en mi caso sólo ha conseguido fortalecer el afecto que siento hacia ellos.

1. El regreso al hogar

Dos jinetes avanzaban sobre la hierba bajo un cielo frío y gris. Taran, el más alto de los dos, había tensado el rostro contra el embate del viento y se había inclinado hacia adelante sobre su silla de montar clavando los ojos en las distantes colinas. De su cinturón colgaba una espada, y de su hombro un cuerno de batalla ribeteado de plata. Su compañero Gurgi, más peludo que el pony que montaba, se envolvió en su maltrecha capa, se frotó las orejas cubiertas de escarcha y empezó a lanzar gemidos tan quejumbrosos y abatidos que Taran acabó tirando de las riendas0 de su caballo.

—¡No, no! —gritó Gurgi—. ¡El fiel Gurgi continuará galopando! Gurgi sigue a su bondadoso amo, oh, sí, tal como siempre ha hecho. ¡No hagáis caso de sus temblores y dolores! ¡No hagáis caso de los cabeceos de su pobre y tierna cabeza!

Taran sonrió. Acababa de darse cuenta de que a pesar de sus valerosas palabras Gurgi no apartaba los ojos del refugio que ofrecía un bosquecillo de fresnos cercano.

—Tenemos tiempo de sobras —respondió—. Anhelo volver a casa, pero no quiero que tu pobre y tierna cabeza pague un precio excesivo a cambio de ello. Acamparemos aquí, y no reanudaremos el viaje hasta el amanecer.

Ataron sus monturas y encendieron una pequeña hoguera dentro de un círculo de piedras. Gurgi se hizo un ovillo y empezó a roncar casi antes de haber acabado de comer. Taran estaba tan cansado como su compañero, pero se dispuso a remendar los arneses de cuero. De repente interrumpió su tarea y se levantó de un salto. Una silueta alada caía velozmente del cielo precipitándose hacia él.

—¡Mira! —gritó Taran. Gurgi se irguió y parpadeó, aún bastante adormilado—. ¡Es Kaw! Dallben debe de haberle enviado en nuestra búsqueda.

El cuervo batió las alas, hizo chasquear su pico y empezó a lanzar estruendosos graznidos incluso antes de haberse posado sobre la muñeca que había extendido Taran.

—¡Eilonwy! —graznó Kaw con toda la potencia de sus pulmones—. ¡Eilonwy! ¡Princesa! ¡Casa!

El cansancio que encorvaba los hombros de Taran cayó de ellos como si fuese una capa. Gurgi, quien ya había despertado del todo, fue corriendo a desatar las riendas de los caballos mientras lanzaba gritos de alegría. Taran montó de un salto sobre Melynlas, hizo volver grupas al corcel gris y salió galopando del bosquecillo con Kaw posado encima de su hombro y Gurgi y el pony galopando detrás de él.

Cabalgaron día y noche, deteniéndose sólo lo imprescindible para engullir un bocado de comida o permitirse unos momentos de sueño, pidiendo el máximo a la velocidad y fortaleza de sus monturas y de ellos mismos, y avanzaron en dirección sur bajando hasta el valle de la montaña y cruzando el Gran Avren hasta que los campos de Caer Dallben volvieron a extenderse delante de ellos una soleada mañana.

Apenas Taran hubo cruzado el umbral de la casita ésta se alborotó de tal manera que Taran casi no sabía en qué dirección volverse. Kaw había empezado a chillar y aletear nada más entraron; Coll, cuya gran coronilla calva y ancho rostro irradiaban deleite, le daba palmadas en la espalda; y mientras tanto Gurgi lanzaba gritos de alegría y daba saltos envuelto en la nube de pelos que se desprendían de su cuerpo. Incluso el anciano encantador Dallben, quien rara vez permitía que algo turbara sus meditaciones, salió cojeando de su habitación para contemplar la bienvenida. La agitación que le rodeaba hizo que Taran apenas pudiera distinguir a Eilonwy, aunque oyó con toda claridad la voz de la princesa alzándose por encima del estrépito.

—¡Taran de Caer Dallben, llevo días esperando verte! —gritó Eilonwy mientras Taran intentaba abrirse paso hasta ella—. Después de todo el tiempo que he pasado lejos de aquí aprendiendo a ser una joven dama, como si no lo fuera ya antes de marcharme… ¡Y luego cuando por fin vuelvo a casa resulta que tú no estás!

Un instante después Taran estaba a su lado. La esbelta princesa seguía luciendo sobre su garganta el creciente lunar de plata, y llevaba en su dedo el anillo forjado por el Pueblo Rubio; pero ahora una banda de oro circundaba su frente, y la magnificencia de su aspecto hizo que Taran fuera súbitamente consciente de que su capa de viaje estaba manchada y de que tenía las botas cubiertas de barro.

—Y si piensas que vivir en un castillo es agradable —siguió diciendo Eilonwy sin detenerse a tomar aliento—, puedo asegurarte que no lo es. ¡Es horrible y aburridísimo! Me han obligado a dormir en camas donde había tantas almohadas de plumas de ganso que podías ahogarte en ellas. Estoy segura de que los gansos las necesitaban más que yo…, me refiero a las plumas, claro, no a las almohadas. Y además hay servidores que te traen justo lo que no quieres comer, y que te lavan el pelo tanto si necesita ser lavado como si no, y que cosen y tejen y te hacen reverencias y montones de cosas más en las que no quiero ni pensar. Ya no sé cuánto tiempo hace que no desenvaino una espada…

Eilonwy se calló de repente y contempló en silencio a Taran mientras ponía cara de curiosidad.

—Qué raro… —dijo—. Hay algo distinto en ti. No es tu pelo, aunque a juzgar por su aspecto se diría que te lo has cortado tú mismo con los ojos cerrados. Es… Bueno, no sé muy bien qué es. Quiero decir que… Bueno, si no se lo dices nadie adivinaría que eras un Ayudante de Porquerizo.

El fruncimiento de perplejidad de Eilonwy hizo que Taran dejara escapar una carcajada jovial y llena de ternura.

—Ay, ha pasado mucho tiempo desde que cuidé por última vez de Hen Wen. Cuando Gurgi y yo estuvimos viajando por los Commots Libres yendo de un lado a otro entre sus gentes hicimos todos los trabajos imaginables, salvo el de cuidar los cerdos. Esta capa cuya urdimbre tramé e hilé en el telar de Dwyvach la Tejedora; esta espada… Hevydd el Herrero me enseñó cómo forjarla. Y esto… — dijo con una sombra de tristeza en la voz mientras sacaba un cuenco de barro de su jubón—. Lo hice en el torno de Annlaw, el Moldeador de la Arcilla. —Colocó el cuenco en las manos de Eilonwy—. Si te complace es tuyo.

—Es muy hermoso —dijo Eilonwy—, Sí, lo guardaré como un tesoro. Pero también me refería a eso. No estoy diciendo que no seas un buen Ayudante de Porquerizo, porque estoy segura de que eres el mejor que existe en todo Prydain, pero hay algo más…

—Dices la verdad, princesa —intervino Coll—. Nos dejó siendo un porquerizo, y vuelve teniendo el aspecto de poder salir triunfante de cualquier empresa en la que decida embarcarse.

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