32 colmillos (13 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

BOOK: 32 colmillos
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Ella aún se encontraba a seis metros de distancia, demasiado lejos para detenerlo.

Al principio, Clara pensó que iba a arrancarse con las uñas los trozos de cara que pudieran quedarle. Los medio muertos siempre lo hacían.

Pero luego se dio cuenta de que se equivocaba, de que él tenía en mente algo completamente distinto. Y entonces aceleró a la máxima velocidad de que era capaz, aun a sabiendas de que llegaría demasiado tarde.

Con una repugnante persistencia, el medio muerto se aferró la mandíbula inferior con ambas manos, y comenzó a tirar de ella y retorcerla hasta que se la arrancó.

No se podían sacar muchas respuestas de un sospechoso que no podía hablar.

1945

Al fin sola, y era glorioso
.

Sin distracciones. Sin obligaciones. Se movía constantemente, siempre por delante de sus perseguidores. Cubría bien su rastro. Justinia usaba los hechizos cuando era necesario, pero sobre todo confiaba en la estupidez humana para ocultarse de quienes querían destruirla
.

En Nottinghamshire vivía un hombre que se consideraba un gran cazador de vampiros. Esto se debía a que había tropezado con un ataúd a plena luz del día y le había arrancado el corazón a un no muerto. Se había convertido en el héroe de la zona, e incluso la Corona le había concedido un estipendio por sus buenas obras. Justinia le arrancó los brazos y le dejó morir desangrado en una plaza del pueblo, mientras unos aterrorizados granjeros contemplaban la escena. Un desperdicio de buena sangre, tal vez, pero esa noche ella visitó la mitad de las casas del pueblo y les recordó a sus moradores lo que eran: alimento para criaturas más poderosas
.

En Leeds estuvo a punto de que la atrapara una multitud armada con antorchas y cuchillos. La persiguieron hasta lo alto de una iglesia. Allí, sobre el tejado de planchas de plomo, la mantuvieron a distancia, pensando que si podían inmovilizarla sobre el tejado hasta el amanecer, podrían acabar con ella
.

Luchó como un demonio. Se lanzaban encima de ella, al parecer sin preocuparse por su propia vida. Ella los arañaba, mordía y destrozaba en pedazos, bañada en el hedor de ellos, mientras su sangre corría en regueros por el tejado de plomo de la iglesia, y se acumulaba en los canalones. Cuando todo acabó y se quedó sola, fue hasta el campanario y se puso a tocar y tocar la campana de la iglesia, riendo y gritando
:


¡Traed más, traed más! ¡Me gustaría algo dulce para acabar la cena! —No acudió nadie más. Durante el día durmió en la cripta de la iglesia, desafiándolos a que fueran a buscarla. Borracha de sangre. Cuando volvió a caer la noche, ya estaba lo bastante sobria como para hacer una salida rápida y silenciosa de la ciudad
.

Una bruja se encontró con ella en un camino de Escocia, dos años más tarde. La anciana no constituía ninguna amenaza, ni le pidió a Justinia que le perdonara la vida. Había algo raro en el aire aquella noche. Hasta los grillos parecían contener el aliento. Justinia anhelaba beber la sangre de la bruja pero, por una vez, la razón se impuso en ella
.


No eres lo que pareces, ¿verdad? —preguntó
.

La bruja no dijo nada. Pero sus ojos no se apartaron en ningún momento de la cara de Justinia, ni sus labios dejaron de moverse. Estaba susurrando algo, una salmodia o un hechizo
.

Justinia huyó al bosque. Nunca averiguaría con exactitud qué trampa había sido preparada para ella, pero a partir de ese día evitó a cualquier humano que pudiera hacer magia, y tal vez contrarrestar sus hechizos
.

El resto de la especie humana… eran presas legítimas
.

La sangre. La sangre lo era todo. Alimento y combustible. Júbilo y felicidad. Llenaba sus venas vacías, daba a su piel un brillo rosado. La hacía fuerte, la hacía invulnerable incluso a las balas de mosquete y los estoques de acero. Hacía que su cuerpo cantara, hacía que su cerebro le entrara en efervescencia dentro del cráneo
.

Al principio no se dio cuenta cuando también éste dejó de funcionar
.

Si hubiera estado prestando atención, se habría percatado de que estaba corriendo más riesgos. Cazando en más y más casas cada noche, alejándose cada vez más de su ataúd mientras buscaba viajeros por el camino y pastores que durmieran con sus rebaños. Había habido una época en que una víctima por noche bastaba para apagar su sed. Ahora tenían que ser dos o más, o se sentía hambrienta y furiosa a la noche siguiente. Al cabo de poco, tenían que morir tres hombres en sus manos cada vez que se levantaba del ataúd, sólo para sentir la fuerza que había llegado a considerar normal
.

Cuando el chorro de sangre golpeaba su lengua, cuando afluía con fuerza por dentro de su boca, las cuestiones de logística y números como aquéllas parecían bastante abstractas
.

Sin embargo, llegó un momento en que no pudo continuar negándolo
.

Su perfecto cuerpo inmortal comenzaba a fallar
.

19

La policía local llegó apenas unos minutos más tarde, con un gran despliegue de luces rojas y azules, y aullidos de sirenas. Docenas de agentes uniformados bajaron al colector de la autovía, con las armas desenfundadas y cubriendo todo lo que se movía.

Glauer agitó su identificación del cuerpo de los marshals —muy en alto para evitar que le dispararan por si alguno de los policías locales fuera de gatillo fácil—, y les gritó que todo estaba despejado. El sheriff le dijo que se fuera a la mierda y que no iba a declarar que la escena estaba despejada hasta que sus hombres estuvieran seguros de que estaba despejada.

—Lo cual significa que si ahí abajo hay aunque sea una ardilla con malas intenciones, será mejor que me lo haga saber.

—Ah —dijo Clara—. Nuestra reputación nos precede.

En los tiempos anteriores al arresto de Laura, ellos tres habían sido el núcleo duro de la USE, la Unidad de Sujetos Especiales de la policía del estado de Pensilvania. Por aquella época, los vampiros habían estado en las noticias de todos los medios de comunicación —en especial después de lo sucedido en Gettysburg—, y habían recibido todo tipo de cooperación que pudiera proporcionarles la policía local, ya fueran efectivos policiales, laboratorios forenses, o sólo un lugar donde dormir durante todo el día después de las largas noches pasadas cazando vampiros.

La cooperación había sido ofrecida por parte de hombres sonrientes que quedaban bien ante las cámaras. Daba prestigio eso de ayudar a la USE.

Luego empezaron a amontonarse los cuerpos.

A veces, la única manera de luchar contra los vampiros —y así había sido desde la Edad Media— era lanzar contra ellos gente armada hasta que ya no pudieran ponerse de pie ni defenderse. Jameson Arkeley había sabido eso, y había sido personalmente responsable de que docenas de policías acabaran muertos. Él había aceptado esas bajas porque también caían los vampiros.

Laura Caxton había sido un poco más amable con los efectivos de la policía local. Al principio. En Bellefonte, cuando había seguido la pista del propio Jameson Arkeley, había supervisado una operación que había dejado la comisaría casi sin efectivos.

Después de eso, los hombres sonrientes que quedaban bien ante las cámaras habían dejado de estrecharles la mano. La USE tenía el índice más elevado de bajas entre el personal auxiliar de todas las unidades de operaciones de la historia de la policía del estado de Pensilvania. Al cabo de poco, cuando uno oía decir que la USE iba a ir a su ciudad, hacía todo lo posible por darle el día libre a todos sus subalternos favoritos.

Incluso en esos momentos, cuando se suponía que los vampiros se habían extinguido, la policía local les tenía miedo. Así que no se mostraron muy entusiasmados con Clara y Glauer. Formaron un perímetro perfecto en torno a la furgoneta volcada y los dos federales, con los agentes cubriéndose el uno al otro a derecha e izquierda, dispuestos a disparar con o sin orden directa. El sheriff se quedó justo fuera del círculo, de pie sobre el capó de su propio vehículo, desde donde podía ver qué sucedía.

Clara y Glauer sabían qué debían hacer. Se sentaron entre las altas hierbas polvorientas del colector de la autovía y mantuvieron las manos a la vista. En una investigación de vampiros, incluso los agentes federales eran sospechosos hasta que se los declaraba oficialmente limpios. En más de una ocasión, un policía que debería haber sido el mejor amigo de alguien, o incluso la pareja de alguien, había resultado ser un medio muerto que aún tenía el aspecto del amigo. Podía suceder así de rápido que la víctima de un vampiro fuera llamada de vuelta de la muerte para servir a su señor.

Centímetro a centímetro, el círculo de policías locales fue cerrándose en torno a ellos. Los agentes uniformados se tomaron su tiempo para remover las hierbas, apuntar a las sombras sospechosas, y, en general, exhibir el tipo de paranoia que puede salvarle la vida a un poli.

Mejor para ellos.

En cualquier caso, eso les proporcionaba a Clara y Glauer una oportunidad de charlar.

—A Fetlock no le gustará. Ya lo conoces… hace ya años que disfruta del mérito de haber eliminado a los vampiros. Si presentamos una prueba real y sólida de que Justinia Malvern sigue viva y activa, él…

—Se llevará un sobresalto de padre y muy señor mío. Luego nos dirá que estamos equivocados. Que nuestros ojos nos han engañado —dijo Clara—. Que no puede haber más vampiros, porque él sabe con certeza que el último vampiro murió en aquella prisión. Y lo que Fetlock sabe con certeza tiene que ser verdad. —Se frotó la cara con ambas manos. Luego se detuvo en seco porque eso era el tipo de cosa que haría un medio muerto. Uno de los agentes de la policía local podría haber oído que a veces a los medio muertos los llamaban «los sin rostro», y se formaría una idea equivocada. Con cuidado, volvió a levantar las manos en el aire.

—Pero la tenemos.

—¿Tenemos qué? —preguntó Clara.

—Una prueba real. Una prueba sólida. Ésos eran medio muertos, de eso no hay duda. Tal vez anda por ahí un psicópata fetichista de los zombis, y puede que a veces se disfrace de medio muerto. Se pinte la cara y esas cosas. Pero nadie que sea humano puede hacerse pedazos a sí mismo de esa manera. —Con un gesto de la cabeza señaló la furgoneta que estaba llena de trozos de cuerpos—. Y aunque pudiera, el trozo no continuaría moviéndose.

—Y siempre que hay medio muertos, hay vampiros. Sí.

—Así que Malvern ha vuelto y está activa. A pesar de que no hayamos visto ni una señal suya en dos años. A pesar de que ni siquiera haya dejado una sola víctima donde pudiéramos encontrarla.

—Eso significa que ha sido cuidadosa.

Glauer asintió con la cabeza.

—Cosa que se sabe que es. Bien, con todo eso establecido, tenemos una pregunta que es muy necesario abordar.

—¿Ah, sí? —preguntó Clara. Desplazó el peso de un costado al otro porque se le estaba durmiendo el trasero. Fue un error, dado que despertó todas las contusiones de su cuerpo y abrió unos pocos cortes que habían dejado de sangrar. La adrenalina la había ayudado a llegar hasta allí, pero sabía que no tardaría en derrumbarse—. ¿De qué pregunta se trata?

—¿Qué vamos a hacer al respecto?

Clara suspiró. Inclinó la cabeza hacia el bolsillo de la camisa de Glauer. Dentro se encontraba el teléfono móvil con la batería puesta. Y mientras el teléfono tuviera energía, Fetlock podría escuchar sus conversaciones.

—Hay una sola cosa que podemos hacer al respecto —dijo—. Contárselo todo a Fetlock. Exponer todas las pruebas, contarle todo lo que sabemos, y dejar que sea él quien decida qué hacer a continuación.

Glauer gruñó a modo de respuesta. Luego sacó el teléfono del bolsillo y le quitó la batería.

—¿Cuál es la respuesta real? —preguntó.

—Encontrar a Laura. La encontraremos y la ayudaremos a acabar con esa cosa. La encontraremos y haremos todo lo que podamos para ayudarla a matar a Malvern, de una vez y para siempre.

20

En ese momento en particular, Laura Caxton necesitaba ayuda con desesperación.

Patience Polder le había preguntado por las abejas y las flores.

—Comprendo que éste no es su… campo de conocimiento —le dijo Patience—. Es decir, las costumbres de hombres y mujeres en la noche de bodas.

Detrás de ella, una de sus discípulas, una pelirroja llamada Tamar con un aparato de ortodoncia, rió tapándose la boca con una mano. Se le pusieron las mejillas del mismo color que el pelo.

—Sin embargo, debe de saber algo de lo que sucede. Tiene que haberles oído contar historias a sus amigas, y a otras mujeres de la misma edad que usted. Ya sabe, mujeres que… bueno, no quiero decir mujeres normales, cosa que sugeriría que…

—Mujeres heterosexuales. Me estás preguntando si tengo alguna amiga hetero que se haya casado. Y, sí, casi todas ellas. Casi todas mis amigas de secundaria. Un par de ellas ya tienen críos. Otro par de ellas ya están divorciadas.

—Así que tiene que saber si el novio aún lleva en brazos a su compañera para atravesar el umbral. Esa costumbre siempre me ha parecido de lo más romántica. La novia tan embelesada por el éxtasis de su nueva vida que no debe permitirse que sus pies toquen el suelo para evitar que pierda algo de esa alegría, para evitar que deje de sentirse como si caminara por el aire…

Patience había hablado casi únicamente del matrimonio desde que Simon Arkeley había ido a La Hondonada. Eso no significaba que abandonase sus deberes, pero convertía cada tarea en una oportunidad para continuar conversando sobre el gozoso estado de la unión marital.

A Caxton eso le causaba cierto malestar. No obstante, cuando Patience le había preguntado si quería dar un paseo para recoger hierbas, Caxton había accedido sin dudarlo. Cada pocos días, Patience Polder daba un largo paseo por los bosques que rodeaban La Hondonada, por ambas laderas de la cresta, y hasta el fondo del valle. Se llevaba una cesta, un par de primorosas tijeras de podar, y un increíble conocimiento de las plantas y su correcto uso.

Para Patience era una oportunidad de recoger hierbas y plantas mágicas que usaría en sus rituales, además de unas horas que dedicaría a enseñarles a sus discípulas cosas sobre la flora local. Para Caxton era una oportunidad de comprobar el perímetro con la mejor rastreadora de Pensilvania. A Patience no se le escapaba nada. Si había una rama rota o alguien había pisado un macizo de flores en algún sitio de La Hondonada, Patience lo descubriría. Era una garantía más de que nadie estaba acercándose furtivamente a la casa del risco.

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