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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico

Ámbar y Hierro (10 page)

BOOK: Ámbar y Hierro
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Chemosh observaba las olas que rompían en la costa rocosa. Debajo de esas olas Mina languidecía atrapada en la prisión de Nuitari. Chemosh ardía en un intenso deseo de descender al fondo del océano, entrar en la torre y arrebatarle a la joven, pero eludió la tentación. No le daría a Nuitari la satisfacción de mofarse de él. Haría que Nuitari lo pagara y conseguiría recuperar a Mina. Aún tenía que resolver cómo iba a hacerlo; Nuitari tenía todas las de ganar de momento.

Casi. Había una pieza en el tablero sobre la que nadie ejercía ningún control, una pieza que tal vez le daría la victoria a Chemosh.

El dios de la muerte repasaba un plan y otro plan cuando reparó en que una ola más grande que el resto se alzaba y avanzaba rápidamente hacia la costa.

-Krell -llamó al Caballero de la Muerte, que merodeaba por allí para atender obsequiosamente a su señor-. Zeboim viene a hacerme una visita.

Krell dio un salto en el aire; si el acero hubiera podido palidecer, el yelmo se habría quedado blanco.

—Mira esa ola -señaló Chemosh.

Zeboim se erguía grácilmente en lo alto de la gigantesca ola. El agua se enroscaba bajo sus pies descalzos, el cabello de la diosa ondeaba tras ella, la espuma del mar la vestía. Sostenía el viento en sus manos y lo proyectaba hacia adelante conforme se acercaba. Las ráfagas empezaron a sacudir el castillo.

—Podrías intentar esconderte en la bodega —sugirió Chemosh-, o en la cámara del tesoro o debajo de la cama, si consigues meterte. La mantendré ocupada. Será mejor que te des prisa...

No hacía falta que apremiara a Krell, porque éste ya corría hacia la escalera en medio de un escandaloso matraqueo metálico de la armadura.

La ola rompió sobre las almenas del Castillo Predilecto. El torrente de agua azul verdosa, teñida de rojo, habría empapado al dios que estaba allí de haber permitido éste que el agua lo tocara. Tal como eran las cosas, el mar formó remolinos alrededor de las botas y cayó por la escalera como una cascada. Chemosh oyó un bramido y un golpeteo metálico. La avenida de agua había arrastrado a Krell.

Zeboim bajó a las almenas con tranquilidad; con un ademán hizo retirarse al mar y lo mandó de nuevo a batir con furia interminable las rocas de la base del acantilado donde el dios se había construido su castillo.

—¿A qué debo el honor de tu visita? —preguntó suavemente Chemosh.

-¡Tienes el alma de mi hijo prisionera! -En los ojos azul-verdosos de Zeboim ardía la ira-. ¡Libéralo... ya!

-Lo haré, pero quiero algo a cambio. Entrégame a Mina -repuso fríamente Chemosh.

—¿Es que crees que llevo a tu preciada mortal en un bolsillo de aquí para allí? -increpó Zeboim-. No tengo ni idea de dónde se halla tu muchachuela. Ni me importa.

—Pues debería importarte -dijo el dios—. Tu hermano retiene a Mina contra su voluntad. Devuélveme a Mina y liberaré a tu hijo... si es que quiere marcharse.

—Se marchará —aseguró Zeboim—. Él y yo tuvimos una pequeña charla. Está preparado para seguir adelante. -Reflexionó sobre la negociación-. Entrégame a ese desgraciado de Krell —pronunció el nombre como si lo moliera entre los dientes-, y cerraremos el trato.

-Sólo si me entregas a ese incordiante monje de Majere -adujo Chemosh al tiempo que sacudía la cabeza—. Sin embargo, lo primero es lo primero. Tienes que devolverme a Mina. Tu hermano la tiene encerrada en la Torre de la Alta Hechicería, en el fondo del Mar Sangriento.

—Rhys Alarife no es un monje de Majere -gritó Zeboim, ofendida-. Es mi monje y está apasionadamente dedicado a mí. Me adora. Haría cualquier cosa por mí. De no haber sido por él y su fiel entrega a mí, mi hijo seguiría prisionero de ese... -Zeboim hizo un alto cuando lo último que había dicho Chemosh se abrió paso en su mente.

»¿Cómo que la Torre de la Alta Hechicería del Mar Sangriento? -barbotó-. ¿Desde cuándo?

-Desde que tu hermano restauró la torre que se alzaba antiguamente en Istar. Su recién construida torre está ahora en el fondo del Mar Sangriento.

-¿Una torre en el Mar Sangriento? -se mofó la diosa-. ¿En mi mar? ¿Sin mi permiso? Me tomas por una estúpida, milord.

-Lo siento, pensé que lo sabías -dijo con fingida sorpresa-. Unos hermanos tan unidos y apegados... Creía que él te lo contaba todo. Te aseguro, mi señora, que tu hermano Nuitari ha levantado la torre que otrora se erguía en Istar. Le está devolviendo su antigua gloria y planea llevar hechiceros Túnicas Negras bajo el océano para poblarla.

Zeboim estaba muda por la sorpresa. Abrió la boca pero no emitió una sola palabra. Asestó una feroz mirada a Chemosh, convencida de que le mentía, pero aun así miró con incertidumbre a su espalda, hacia el mar que parecía temblar con su indignación.

-La torre no se encuentra lejos de aquí -añadió Chemosh al tiempo que gesticulaba-. A tiro de piedra. Mira hacia el este. ¿Recuerdas donde solía estar el Remolino? A unos ochenta kilómetros de la costa. Puedes verla desde donde estamos...

Zeboim miró bajo el agua. Ahora que el dios le había señalado el lugar, constató que estaba en lo cierto. Podía ver la torre.

-¿Cómo se atreve? -estalló.

El trueno sacudió los muros del castillo; Krell, agazapado en el fondo de un pozo, tembló del yelmo a las botas. La impetuosa diosa se dispuso a saltar de cabeza desde las almenas.

—¡Ahora veremos!

—¡Espera! -gritó Chemosh para hacerse oír por encima de rugido de la ira de la diosa-. ¿Qué pasa con nuestro trato?

—Es cierto. —Zeboim reflexionó con más calma-. Tenemos un asunto que concluir antes de que le arranque los ojos a mi hermano y se los dé al gato de comida. Liberarás a mi hijo.

—Si tú liberas a Mina.

-Me entregarás a Krell.

—Si me entregas al monje.

-Y tú -agregó Zeboim con altanería- tendrás que acabar con esos a los que llamas Predilectos.

-¿Es que se me va a negar el derecho a tener discípulos? -demandó Chemosh, ofendido-. Ya puestos, podría pedirte que dejaras de abordar a los marineros.

—Yo no los abordo —estalló Zeboim—. Ellos deciden rendirme culto voluntariamente.

Los dos se miraron fijamente, ambos maquinando cómo conseguir lo que el otro quería.

«Por fin Mina estará en mi podet -reflexionó Zeboim-. Al final tendré que entregársela a Chemosh, pero puedo utilizarla para mis propósitos durante un tiempo.»

«¿Debería confiar en la Arpía del Mar en cuanto a Mina? -se preguntó Chemosh, pero a continuación pensó, más seguro de sí mismo-. Zeboim no se atrevería a hacerle daño. Tendré de rehén el alma de su hijo hasta que se cumpla el trato.»

«En cuanto a Krell, atormentarlo ha acabado siendo un aburrimiento -comprendió Zeboim-. Mi monje es mucho más valioso para mí, y no digamos divertido. Lo conservaré.»

«Majere es una clara amenaza—pensaba Chemosh-, en tanto que Zeboim es un estorbo secundario. Si, como ella afirma, el monje ha cambiado su lealtad del dios Mantis a la Arpía del Mar, entonces Rhys Alarife ya no representa una amenaza para mí. Sé cómo trata Zeboim a sus adeptos. El pobre hombre tendrá suerte si sobrevive. Y tener a Krell a mi disposición en lugar de que esté escondido constantemente debajo de la cama sería una ventaja considerable.»

«En cuanto a la torre... -Zeboim pasó al siguiente tema irritante-. No me sorprende nada de lo que haga ese hermanito mío cara de luna. Aunque pagará por su descaro, naturalmente. ¡Demoleré esa torre! Mas, ¿por qué se interesa el Señor de la Muerte en una Torre de la Alta Hechicería? ¿Por qué le iba a importar a Chemosh en uno u otro sentido? Aquí hay algo más de lo que parece a primera vista y he de descubrir qué es.»

«Así que Zeboim no sabía lo de la torre. -A Chemosh le pareció interesante eso-. Temía que los hermanos estuvieran confabulados, pero parece ser que no. ¿Qué hará Zeboim? ¿Qué puede hacer? Nuitari no es un dios a quien convenga contrariar, aunque lo haga su propia hermana.»

El mar se movía, las olas iban y venían mientras los dos dioses contemplaban su trato desde todos los ángulos. Por fin habló Zeboim.

-Prometo que Mina te será devuelta -concedió gentilmente-. Sé cómo tratat con mi hermano. Siempre y cuando, por supuesto, tú liberes el alma de mi hijo a cambio.

Chemosh se mostró igualmente gentil.

—Estoy de acuerdo en eso. Quiero a Krell para mí y, a cambio, te dejo al monje.

«Chemosh se trae algo entre manos. Está dando su brazo a torcer con demasiada facilidad», pensó Zeboim sin dejar de observarlo atentamente.

«Se está dando por vencida muy fácilmente. Zeboim trama algo», pensó Chemosh con la mirada clavada en la diosa.

«Con todo -pensaron ambos—, la mejor parte del trato es para mí.»

Zeboim le tendió la mano.

Chemosh se la estrechó y cerraron el trato.

—Tráeme a Mina y pondré al alma de tu hijo en camino a su siguiente conquista sangrienta -dijo el Señor de la Muerte.

-Volveré con ella -dijo Zeboim-, y te informaré de lo que descubra sobre esa torre. Estoy segura de que debe de haber una equivocación. Mi hermano nunca me engañaría.

«Embustera», pensó Chemosh.

-Comentártelo fue simple cuestión de cortesía -contestó despreocupadamente-. Lo que Nuitari haga o no haga con su torre no me interesa. «Embustero», pensó Zeboim.

-Hasta la vista, querido amigo -fue su efusiva despedida. —Hasta entonces —repuso él con suavidad.

«¡Puf, cómo odio a ese miserable! —se dijo para sus adentros Zeboim mientras caminaba por el fondo marino-. ¡Se lo haré pagar!»

-Bruja intrigante. Ya le ajustaré cuentas -bisbiseó Chemosh, que alzó la voz—. ¡Krell! ¡Ya puedes salir! Tendremos a Mina de vuelta muy pronto y cuando eso ocurra quiero estar preparado para actual.

5

Ignorante de que la diosa había usado su vida como moneda de cambio en una negociación, Rhys se quedó en Solace como le había prometido a Gerard. Transcurrieron varios días después de la conversación que habían tenido en su casa, y durante ese tiempo Rhys apenas vio al alguacil. Cada vez que topaba con él, Gerard siempre pasaba a toda prisa, agitaba la mano y mascullaba unas palabras apresuradas:

-No puedo hablar ahora, pero lo haré dentro de poco. De muy poco. Rhys volvió a su trabajo en la posada, donde recibió una cálida bienvenida por parte de la propietaria del establecimiento.

-Me alegra que hayas vuelto, hermano —dijo Laura mientras se secaba las manos en el delantal—. Te echábamos de menos y no sólo por la forma en que cortas las patatas, aunque nadie más de por aquí sabe cortarlas en esos cuadraditos pequeños tan bien como tú.

—Yo también me alegro de haber vuelto -contestó Rhys. -Tienes algo especial, hermano -continuó Laura, que trajinaba de un lado a otro de la cocina. Levantó una tapadera, y una bocanada de vapor con olor a especias salió de la cazuela. La mujer miró dentro del recipiente, metió una cuchara y sacudió la cabeza-. Le falta un poco de sal. ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí. Irradias una especie de tranquilidad que se contagia a todos cuantos están a tu alrededor, hermano, y que se esfuma cuando no estás.

Sacó una bola de masa de pan de un cacharro y se puso a amasarla diestramente, trabajando al tiempo que charlaba.

-El día que te fuiste, la cocineta se peleó con la moza de la antecocina, que se puso tan nerviosa que tiró una olla de judías con jamón y casi se escaldó. Además hubo dos peleas callejeras en el patio, y luego lo de ese jovenzuelo al que se le ocurrió deslizarse barandilla abajo desde la plataforma hasta el suelo y acabó rompiéndose un brazo. Cuando estabas aquí, hermano, nunca pasaban cosas así. Todo parecía ir tan suave como el trasero de una dama.

»¡Oh, vaya! -Laura se tapó la boca con la mano y enrojeció hasta la raíz del cabello-. Te pido disculpas, hermano, no era mi intención mencionar el trasero de nadie.

-Creo que sobrestimas mi influencia, señora Laura -dijo Rhys con una sonrisa-. Bien, ya que se acerca la hora de la comida, me pondré con esas patatas...

Rhys cortó patatas y cebollas en rodajas, subió agua y escuchó comprensivamente las quejas de la cocineta sobre la moza de la antecocina y después tranquilizó a la moza de la antecocina, que no sabía qué diantre podía hacer para conseguir complacer a la cocinera. Rhys disfrutaba trabajando en la cocina de la posada; le gustaban las horas de ajetreo, como la de la comida y la de la cena, en las que a menudo se encontraba haciendo tres cosas a la vez, remangadas las mangas hasta más arriba del codo mientras corría de aquí para allí sin tiempo para pensar en nada excepto en ocuparse de que las patatas no estuviesen poco hechas o que un pernil que se asaba en el espetón sobre el hogar abierto no se hiciera más por unos sitios que por otros.

Cuando la clientela se marchó y las puertas de la posada se cerraron hasta el día siguiente, Rhys se deleitó con la paz y la tranquilidad a pesar de que había montañas de cacharros que lavar y ollas y cazuelas que restregar, además de tener que barrer el suelo, acarrear agua y preparar masa de pan para que creciera a lo largo de la noche. Las sencillas tareas domésticas le hacían rememorar la vida en el monasterio. Metidos los brazos hasta los codos en agua jabonosa, se puso a lavar jarras de cerveza; se le vino a la mente Majere y se preguntó qué se traería entre manos el enigmático dios y por qué lo hacía.

Cuando se le rompió una jarra se dio cuenta de que seguía enfadado con Majere y que, en lugar de menguar su enojo, la machacona insistencia del dios en estar presente en su existencia sólo conseguía avivarlo. Igual que un niño consentido y maleducado cuyos padres se empeñan en mimarlo a pesar de que se comporte muy mal, Rhys no merecía que el dios se preocupara por él; se sentía culpable de aceptarlo cuando él no podía corresponder a esa atención.

Casi llegó a estar molesto por el emmide. El día anterior se lo había dejado en su cuarto y descubrió que se sentía raro e incómodo sin él; era casi como ir desnudo por Solace. Además, Atta se mostró tan inquieta por la ausencia del bastón (se paraba cada dos por tres para volverse a mirarlo con expresión desconcertada) que al final se dio por vencido y regresó a buscarlo.

Pasó otras pruebas de fe. A veces Laura lo mandaba al mercado a hacer la compra diaria si estaba demasiado ocupada para ir ella. De camino allí, Rhys pasaba por la calle a la que los ciudadanos llamaban en broma Ringlera de Dioses. Allí, los clérigos de varias deidades de Krynn construían los nuevos templos de culto pata dar la bienvenida a los dioses que habían estado ausentes del mundo tanto tiempo. El templo de Majere era una construcción modesta situada más o menos a mitad de la calle. Rhys veía frecuentemente a los monjes que trabajaban en los jardines o que iban de aquí para allí por el recinto, y se sentía tremendamente tentado de entrar en el templo para agradecer humildemente a Majere que cuidara de su indigno servidor y pedirle perdón.

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