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Authors: Pat Frank

Tags: #Ciencia Ficción

Ay, Babilonia (5 page)

BOOK: Ay, Babilonia
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Marchó por Base de Operaciones y estacionó cerca de la valla que separaba la línea de vuelo. El año pasado vio B 47, cisternas y grandes transportes extendiendo sus alas, de punta a punta, hasta cubrir toda la línea... varios kilómetros. Ahora, el número había disminuido. Contó menos de veinte B 47 y dedujo que el ala estaba en Africa, o España, o Inglaterra o con servicio por el extranjero por tres meses. Pero esto no podía ser así, porque Paul Hart, ganador de trofeos de bombardeo y navegación, un selecto comandante de aeronave, había dirigido el vuelo.

Hart, un hombre recio, zanquilargo, de nariz respingona, barbilla de luchador y una sonrisa fácil, le salió al encuentro a la puerta de Operaciones.

—Hola, Randy —dijo—. Anúnciese en la oficina. Mark bajará dentro de ocho minutos. ¿Qué tal va la pesca?

—Bastante mala —alzó la vista y miró la manga de aire—. Pero mejorará si esta alta presión aguanta y el viento se mantiene del este. ¿Qué es lo que está volando?

—No vuela nada. Cabalga suave y cómodamente en un C-135... es una versión de transporte de nuestro nuevo cisterna a reacción... con una buena cantidad de jefazos. De otros jefazos, es decir. Tengo entendido que pronto recibirá una estrella. El único ascenso que yo conseguiré es que me destinen a un B-58.

—La probabilidad para un piloto acalorado —comentó Randy—. ¿Qué pasa por aquí? Esto parece una ciudad fantasma. ¿Están ustedes cerrando la tienda?

—¿Es que no ha oído lo de la dispersión interina de S.A.C.?

—Vagamente, sí, en alguno de los comentarios.

—Bueno, no lo voceamos a gritos. Tratamos de mantener la mitad del ala fuera de esta base, porque donde estamos ahora es uno de los primeros blancos. Hemos sacado nuestros aviones de los campos de combate y de la marina y hasta de los aeropuertos comerciales. Y tratamos de mantener el diez por ciento del ala volando todo el tiempo y si usted mira hacia el hangar de delante verá cuatro 48 plantados, cargados de bombas y preparados para despegar. Un modo condenadamente caro de dirigir la fuerza aérea.

Randy miró. Allí estaban, las alas caídas por tener llenos los tanques, unidos al suelo por esbeltos cordones umbilicales, los cables de salida.

—No me refería tanto a los aviones como a la gente —dijo Randy—. ¿Dónde está todo el mundo?

—Oh, eso —Hart frunció el ceño como si decidiese cuánto podría decir y qué palabras utilizar—. Los periódicos lo saben, pero no lo publican —dijo por último—. La gente en torno a Orlando debe conocerlo ya ahora, así que no puede ser ningún secreto. Hemos estado en una especie de alerta modificada durante cuatro o cinco semanas. Quizá debiera llamarlo evacuación silenciosa. Hemos despejado la zona de todo personal civil y no esencial y estamos animando a todo el mundo para que saque a su familia de la zona de explosión. Mira, Randy, no podemos esperar que hayan tres divisoras de aviso en ningún momento. Si tenemos suerte, podremos conseguir quince minutos.

Randy asintió. Advirtió los largos proyectiles dirigidos rojos colocados bajo las alas.de los posados B47. Los reconoció por las fotografías vistas en los periódicos como del tipo rascal, un proyectil portador de bombas H aire-tierra.

—¿Sirve de mucha ayuda ese cohetito rojo? —preguntó.

—Ese cohetito rojo —contestó Hart—, es lo que llamamos salvador de tripulaciones. Los rusos no son tontos. Tratan de contenernos con proyectiles aire de aire y sólo a aire, con rayos, con buscadores de calor,: con localizadores de sonido y, por cuanto sean olfateadores. No ha habido nada suave excepto con el Rascal... y algunos otros chismecitos... que nosotros no hayamos escrito como si fuesen un cuerpo de camicaces. No tendremos que penetrar en sus zonas de defensa interior. Podemos localizar el blanco lejos de él y ver que ese cohetito rojo vuele. Ya sabe donde ir. ¿Sabe usted una cosa?

—¿Qué?

La sonrisa de Paul Hart había desaparecido y parecía más viejo y cuando habló lo hizo muy serio:

—Cuando suene el silbato, tendré posibilidades de sobrevivir si estoy en mi avión, derecho hacia el blanco, más que si me encuentro en casa sentado con, los pies en alto, bebiendo un whisky y con Martha espantándome los mosquitos... y nuestra casita en el lago queda a ocho kilómetros de aquí. Así que soy un hombre pacífico. Desearía que Martha y los chicos viviesen en Fort Repose.

Randy oyó el bajo chirrido de motores a reacción a potencia mínima y vio cómo un C-135 de forma de un cigarro marchaba en línea por la autopista girando hacia abajo. Al poco vio una brusca curva entrando en una zona de parada de taxis y frenó ante Operaciones. Una bandera, tres estrellas blancas en un campo azul, asomaba por la cabina, indicando que el teniente general iba a bordo y avisando a McCoy que preparase los honores propios de su rango.

El general de tres estrellas fue el primero en bajar por la rampa, su sonrosado ayudante pisándole los talones, como un perrito cariñoso. Mark fue el último en bajar. Randy agitó la mano y lo miró y Mark le devolvió el saludo, pero no la sonrisa. Al bajar por la rampa y cruzar el cemento, las rodillas al descubierto en un uniforme tropical, Mark parecía como una edición ligeramente mayor de Randy, dos centímetros y medio más alto, y un poquitín más corpulento. A diez metros parecían gemelos, con el mismo mechón de cabello, blancos dientes detrás de labios móviles, ojos hundidos e interrogadores, la misma forma de caminar e idéntico oscilar de hombros, hoyo en la barbilla y una nariz simpática con un puente huesudo saliente. A un metro, unas profundas arrugas aparecieron en torno a los ojos de Mark y su boca, en la cabellera había notas de gris, su mandíbula salía casi un centímetro extra, su rostro estaba más delgado. A un metro eran del todo diferentes y pareció como si Mark fuese mayor, más duro y probablemente más sabio.

Mark colocó una mano sobre el hombro de Hart y la otra en el de Randy y caminó con ellos hacia el edificio.

—Paul —dijo Hart—, será mejor que te pongas en contacto con el general Heycock. Tiene hambre y cuando está hambriento se pone furioso. ¿Qué te parece si ayudas a su asistente a preparar el transporte y llevarle al club 0?

—Aquí sólo tenemos pocas cosas. El despegue dentro de cincuenta minutos.

Hart alzó la vista y vio tres jóvenes de la Fuerza Aérea acercándose por el sendero.

—Ahí está el transporte del general —dijo y entonces, dándose cuenta de que Mark con tacto manifestaba que quería estar a solas con su hermano, añadió—. De todas maneras, iré hasta el Club 0 y pondré en danza al oficial encargado de la cantina —le estrechó la mano y dijo—: Te veré, Mark, la próxima vez.

—Seguro —dijo Mark. Se volvió a Randy—. ¿Dónde está tu coche? Tengo mucho que decir y muy poco tiempo para hacerlo. Podemos hablar en el coche. Pero primero beberemos algo dulce o por el estilo dentro de Operaciones. No pudimos cargar muchos almuerzos de vuelo en Ramey.

El asiento delantero del Bonneville era como un despacho particular cómodo y soleado. Randy formuló la pregunta esencial primero:

—¿A qué hora tienen que entrar Helen y los niños?

Mark sacó una agenda del bolsillo del pantalón.

—A las tres y media de mañana por la mañana, hora local en Orlando Municipal. Carmody... es comandante de Ala en Ramey... y un amigo en la oficina del Este en San Juan. Lo preparó todo para mí. El avión parte de Omaha esta noche a las siete y diez. Hay un transbordo, en Chicago.

—¿No sois un poco duros para Helen y los chicos?

—Podrán dormir durante el camino de Chicago a Orlando. Será tan duro como para ti salirles al encuentro. Lo importante es que obtuve la reserva. En esta época del año, me costó bastante trabajo.

—¿A qué tanta prisa? —preguntó Randy—. ¿Qué diablos ocurre?

—Contente, hijo —dijo Mark—. Voy a darte una instrucción completa.

—¿Se lo has dicho ya a Helen?

—También cableé desde San Juan, sólo diciéndole que tenía hechas reservas para esta noche. Ella comprenderá. —Miró parpadeante a los diales y mandos del salpicadero—. Tienes aquí algo muy cuco, Randy. No debe importarte nada. En cuanto a Helen, ella y yo hablamos de esto hace tiempo, pero no le gustó.

No le gustó en absoluto y menos le gustará ahora que ha llegado el momento. Pero la veré subir en ese avión aunque tenga que volverla del revés o enviarla encerrada en un cajón como carga aérea.

Randy no dijo nada. Simplemente tamborileó en el reloj del coche, recordando a su hermano la hora que era.

—Está bien —asintió Mark—. Te lo contaré. Primero, estrategia; luego, práctica. —Se metió en la boca una galletita salada con mantequilla, buscó su pluma y comenzó a dibujar en su bloc de notas. Trazó un mapa tosco, el de la zona mediterránea.

Mark no piensa bien hasta que tiene la pluma en la mano, pensó Randy, y puede ver un mapa. Probablemente se siente más cómodo, como si tuviese un tintero en la sala de estrategia de CAS.

—La clave es el Mediterráneo —dijo Mark—. Durante trescientos años los rusos han tratado de asomarse a los estrechos y desembocar en el Mediterráneo. Pedro el Grande, Catalina la Grande, el Zar Alejandro, todos lo intentaron. Ahora, más que nunca, el control del Mediterráneo significa el control del mundo.

Randy asintió. Los conquistadores siempre supieron esto o lo presintieron. César lo hizo; Jerjes, Napoleón y Hitler, fracasaron.

—Si Jerjes hubiese ganado en Salamina —dijo—, todos hablaríamos persa... pero eso pasó mucho antes de la época de los Sputniks y de los ICBM. Creo que luchar ahora, en estos momentos, sería para controlar el espacio. Quien controla el espacio controla el mundo.

Mark sonrió.

—Lo mismo puede suceder de la oirá forma. Nosotros... con nosotros me refiero a la coacción de la NATO... no vamos a permitir que el tiempo nos alcance con ellos operando y mucho menos controlando el espacio. Ahora no me discutas. Tenemos su Plan de Guerra.

Randy aspiró profundamente y se sentó rígido.

—Por primera vez Rusia tiene cabeza de puente en el Mediterráneo... aquí, aquí y aquí... —Mark trazó óvalos en el mapa—. Tiene una flota en el Mediterráneo tan potente como la nuestra cuando uno opone su fuerza submarina contra nuestros transportes. Tienen cercada a Turquía por tres lados y pueden derrotar al gobierno turco y obligar a la cancelación del Bosforo y de los Dardanelos. Entonces habrían ganado la guerra, sin luchar. El Mediterráneo sería suyo, Africa quedaría cortada de Europa, la NATO desbordada por el Sur y uno a uno todos nuestros aliados —excepto Inglaterra, quedarían en su regazo o se declararían neutrales. Las bases del SAC en Africa y España serían insostenibles y se fundirían. La NATO se replegaría y los emplazamientos de hierro que planeamos nunca podrían terminarse.

—Ese fue su juego en el año cincuenta y siete, ¿verdad? —preguntó Randy.

—Tienes buena memoria, Randy, y eso es un símil bueno también. Los rusos son grandes jugadores de ajedrez. Raramente cometen dos veces el mismo error. Ahora, hoy, están haciendo movimiento. Es el mismo gambito..., pero con una diferencia tremenda. El año cincuenta y siete, parecía como si fuesen a hacer de Turquía otra Corea, advertimos al Kremlin de que no habría santuario dentro de Rusia. Echaron un vistazo al tablero y abandonaron la partida. Luego, en el cincuenta y ocho, después de que el rey del Irak fue asesinado, tomamos la iniciativa y desembarcamos marines en el Líbano. Llegamos allí de prisa. Vieroh que estábamos preparados y que no podía haber sorpresa. Se les pilló fuera de equilibrio y no se atrevieron a moverse. Esta vez es distintó. Están preparados para seguir adelante con ello, porque las probabilidades han cambiando.

—¿Cómo pueden saberlo?

—¿Recuerdas lo que leíste sobre el general ruso que se pasó en Berlín? Un general del aire, un tipo agudo, un ser humano. Nos trajo su Plan de Guerra, en la cabeza. Esta vez, no abandonarán la partida. Seguirán hasta ganar la guerra sin guerra, pero si efectuamos nosotros cualquier contramovimiento militar, vamos a recibirla.

Durante un momento ambos guardaron un silencio. En el otro lado de la cerca que separaba la línea de vuelo, tres tripulaciones de guerra estaban practicando que lo parase. Dos lanzaban —dijo el sargento, de construcción parecida a Yogi Berra, recogía: La base era un paquete amarillo de paracaídas. La bola chirrió y golpeó vivamente en aguante.

—Ese tipo alto lo hace bien —dijo Randy. Luego, de nuevo se sintió moverse entre miasmas de pesadilla. Pensó: «Algo va mal. O Mark no debería estar hablando así, o aquellos aviadores no debieran practicar que lo parase allí, bajo la calle del sol». Cuando fumó un cigarrillo, sus dedos volvieron a temblar.

—¿Pasaste mala noche, Randy?

—Particularmente, no. Estoy pasando un mal día.

—Me temo que empeore, pues. Aquí está la parte práctica. Saben que el único modo que tienen de hacerlo es derribar nuestra capacidad nuclear de un solo golpe... o al menos mutilarnos tan malamente que puedan aceptar cualquier poder de represalia que a nosotros nos quede. No les importa perder diez o veinte millones de personas, mientras barren el tablero, porque la gente, de por sí, son sólo peones de los que se puede prescindir. Así que su Plan... no fue sorpresa para nosotros... requiere un T.E.B. A escala mundial. ¿Lo entiendes?

—Seguro. Tiempo en el blanco. Uno lo dispara todo en el mismo instante. Y se dispara para que llegue sobre el blanco en el mismo momento.

Mark miró su reloj, luego alzó la vista hacia el gran reactor de transporte, aún cargando el combustible a través de cuatro mangueras de los tanques subterráneos.

—Correcto. No habrá Hora Cero, será Minuto Cero. No utilizarán aviones en la primera oleada, sólo proyectiles dirigidos. También intentarán matar cada base y cada emplazamiento de proyectiles en Europa y Africa y en el Reino Unido con sus T-2 y T-3 IR. Planean matar cada base de este continente y en el Pacifico con sus IC, más los proyectiles dirigidos lanzados desde el submarino. No utilizarán SUSAC... es lo que nosotros llamados su fuerza aérea estratégica... sino para terminar con la limpieza.

—¿Podrán salirse con bien?

—Hace tres años, no. Desde tres años a partir de ahora cuando teníamos nuestras propias baterías ICBM emplazadas, una giran flota de submarinos portadores de proyectiles dirigidos y Nike-Zeus y algún otro material perfeccionado, no hubieran podido. Pero ahora estamos en lo que podemos llamar la «Brecha». Tercamente se confían de que pueden hacerlo. Estoy seguro de que no... quizá tengamos alguna sorpresa para ellos..., pero no es esa la cuestión. La cosa estriba en que si creen que pueden salirse con bien, entonces hemos perdido.

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