Read Campos de fresas Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Juvenil, Relato

Campos de fresas (3 page)

BOOK: Campos de fresas
8.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Dejó de hablar. Los tres le habían escuchado con atención. Pero el resultado era el mismo. Cerca de allí una chica de dieciocho años se debatía entre la vida y la muerte, al filo de ambos mundos, perdida, tal vez eternamente, en una dimensión desconocida. Quizá por ello esperaba la última pregunta.

La formuló Cinta.

—Se pondrá bien, ¿verdad, doctor?

Y no tenía ninguna respuesta para ella. Ni siquiera un mínimo de optimismo en que basarse.

Capítulo 10
Blancas: h4

Al salir del despacho del doctor Pons se quedaron unos segundos sin saber qué hacer o adónde ir. Luego, de común acuerdo aunque sin mediar palabra alguna, encaminaron sus pasos en dirección a la salita en la que habían esperado las noticias acerca del estado de Luciana.

No sabían a ciencia cierta por qué seguían allí, pero lo cierto es que no se les pasó por la cabeza marcharse. Era como si ya formaran parte del hospital, o del destino de su amiga.

Vacilaron al ver que en la sala había otras dos personas, esperando también noticias de otros enfermos. Entonces fue cuando vieron aparecer a Eloy; venía corriendo, congestionado aún por la prisa que se había dado en llegar desde su casa a aquella hora.

Máximo llenó sus pulmones de aire. Santi se quedó quieto. Cinta fue la única en reaccionar yendo, directamente, al encuentro del recién llegado para abrazarse a él.

Volvió a llorar.

—¿Qué… ha pasado? —preguntó Eloy alarmado.

Cinta no podía hablar. Fue Santi quien lo hizo.

—Está en coma.

—¿Qué? —Eloy se puso pálido.

—Ha sido una putada, tío —manifestó Máximo.

—Pero… ¿cuánto tiempo…?

—Está en coma —repitió Santi—. ¡Jo, tú, ya sabes!, ¿no?

La idea penetró muy despacio en su mente. Fue como si se diera cuenta de que Cinta estaba allí, entre sus brazos. La apretó con fuerza, para no sentirse solo, ni tan impotente como se sentía en ese instante.

—¿Qué dicen los médicos? —logró romper el nudo albergado en su garganta.

—Que hay que esperar. Las cuarenta y ocho horas siguientes son decisivas —le respondió Santi.

Eloy apretó las mandíbulas.

—¿Qué mierdas habéis tomado? —alzó la voz de pronto.

No hubo una respuesta inmediata. Fueron los ojos de Eloy los que actuaron de sacacorchos.

—Nada, tío, sólo un estimulante —pareció defenderse Máximo.

—¿Para qué? ¡Mierda! ¿Para qué?

—Oye, si hubieras estado allí, tú también lo habrías hecho, ¿vale?

—¿Yo? ¡Si ni siquiera fumo!

—¿Qué tiene que ver esto con el tabaco? Lo tomamos para ver qué pasaba y estar en forma y no cansarnos y…

—¡Y para ver qué pasaba, coño! —acabó Santi la frase de Máximo.

—Por favor… no os peleéis… por favor —suplicó Cinta.

—Yo no habría tomado nada —insistió mirándola—. Ni la habría dejado a ella. ¿Lo habéis hecho por eso, porque no estaba yo?

—Ha sido una casualidad —Santi dejó caer la cabeza abatido.

—¡Y una mierda! —gritó Eloy.

—Estábamos con Ana y Paco, bailando, y entonces… —Cinta volvió a verse dominada por la emoción. Las lágrimas le impidieron continuar hablando. Se abrazó de nuevo con fuerza a Eloy y balbuceó un desesperado—: Lo siento… Lo siento… Lo siento…

Ya no encontró ninguna simpatía ni consuelo en él. La apartó bruscamente de su lado.

—¡Iros a la mierda! —exclamó el muchacho—. ¡Parecéis críos de…!

No terminó la frase. Giró sobre sus talones y los dejó allí, quietos, inmóviles, tan perdidos como lo estaban ya antes de su llegada, pero ahora mucho más vulnerables por la condición de culpables ante sus ojos.

Capítulo 11
Negras: h6

Se tropezó con Norma inesperadamente, mientras se sentía como un león enjaulado en mitad del laberinto de pasillos y salas, sin saber qué más hacer para conseguir abrir una brecha en el sistema. Los dos se reconocieron en mitad de la nada, envueltos en su soledad.

—¡Eloy!

La hermana de Luciana se le echó a los brazos. Por primera vez desde que la conocía, y pronto haría dos años, él no la rehuyó, al contrario: la abrazó y le dio un beso en la cabeza, por entre la espesa mata de su pelo. Norma temblaba.

Y él esperó, cauteloso, aunque en aquel momento sabía que se necesitaban.

Ya no tenía nada que ver el hecho de que ella, como muchas hermanas menores, estuviera enamorada de él.

—Me han dicho que está… en coma —murmuró casi un minuto después.

Norma no se separó de su abrazo.

—Tengo miedo —reconoció.

—No me han dejado verla —dijo Eloy—. Llevo la tira pidiendo…

Esta vez sí. La chica se apartó de él para mirarle a los ojos. Luego lo cogió de la mano.

—Ven —se limitó a decir.

La siguió. Era un contacto dulce y, en el fondo, una mano amiga. La primera en aquel mundo inhóspito. ¡Norma y Luciana se parecían tanto! De hecho, viendo a Norma, recordaba cómo y cuándo se había enamorado de Luciana. En aquel tiempo, sin embargo, Luciana se acababa de convertir en una mujer.

El trayecto apenas duró veinte segundos. Norma se detuvo en una puerta. Sin soltarle a él de la mano la traspuso, empleando la otra para abrirla. Los dos se encontraron dentro con los padres de las dos hermanas.

Pero Eloy apenas si reparó en ellos.

La imagen de Luciana, inmóvil, con los ojos cerrados, la boca abierta y las agujas, y los tubos entrando y saliendo de ella, le atravesó la mente.

—Hijo… —suspiró con emoción la mujer levantándose.

—Me quedé a estudiar… Lo siento, ¡lo siento! —apenas si logró articular palabra aunque sin poder dejar de mirar a la persona que más amaba en el mundo.

Capítulo 12
Blancas: Caballo f3 - Negras: Caballo d7

¿Eloy?

¡Oh!, Dios… ¿Eres tú, Eloy?

¿Estoy soñando? No, no es un sueño. Eres tú.

Reconozco tu voz, y huelo tu perfume y… sí, también puedo verte, al lado de Norma. Y ahora mamá que te da un beso mientras papá sigue abatido ahí, junto a la ventana.

Has llegado. Sabía que lo harías, pero como aquí el tiempo no existe, no sabía cuándo sería posible verte. ¡Ahora, sin embargo, me alegra tanto tenerte a mi lado!

Aunque lamento mi aspecto.

Estoy horrible, ¿verdad?

Y pensar que lo último que te dije fue…

Te quiero. No hablaba en serio, ¿sabes? ¡Qué estúpida fui! En realidad… no sé, estaba jugando, ya sabes tú. Creo que me asustaba atarme. Se dicen tantas tonterías acerca del primer amor: que si se empieza pronto luego se estropea enseguida, que es mejor vivir primero y después…

No quiero perderte, Eloy.

Ni
quiero
perderme yo.

¿Por qué no me coges de la mano?

Por favor…

¿Has estudiado mucho? Supongo que sí, toda la noche. Menudo eres. Y terco. Y ahora esto, ¡menudo palo! Si el lunes suspendes el examen, encima será culpa mía. Me sabe mal, cariño, pero te juro que yo no quería acabar así. Lo único que deseaba era pasar una noche loca, emborracharme de música, olvidar, volar. Lo deseaba más que nunca.

Aunque te echaba de menos.

Me crees, ¿verdad?

Claro. Estás aquí. De lo contrario no habrías venido.

Cógeme de la mano.

Vamos, cógeme de la mano.

Así…

Gracias.

Ahora ya no me importan el silencio ni la oscuridad.

Ahora…

Capítulo 13
Blancas: h5

—¿Sois los que estabais con Luciana Salas?

Lo miraron los tres, sorprendidos. Era como si hubiera aparecido allí de improviso, materializándose en su presencia.

—Sí —reconoció Máximo.

—Inspector Espinós —se presentó el hombre—. Vicente Espinós.

—¿Policía? —se extrañó Santi.

—¿Qué creéis? —hizo un gesto explícito—. Se trata de un delito, ¿no os parece?

Cinta estaba pálida.

—Nosotros no hemos hecho nada —se defendió. El hombre no respondió a su aseveración.

—¿Quién os dio esa pastilla? —preguntó sin ambages.

Los tres se miraron, inseguros, acobardados, indecisos. El policía no les dejó reaccionar. Su voz se hizo un poco más ruda. Sólo un poco. Nada más. Suficiente.

—Oídme: cuanto antes me lo contéis, antes podré hacer algo. Puede que os vendieran cualquier cosa adulterada, ¿entendéis? Para que esta noche no acabe nadie más como vuestra amiga, depende de lo que ahora hagamos. Es más: si conseguimos una pastilla igual a la que se tomó ella, es probable que la ayudemos a recuperarse.

—No lo conocíamos —dijo Cinta.

—¿Qué aspecto tenía?

—Pues… no sé —miró a Santi y a Máximo en busca de ayuda.

—Era un hombre de unos treinta años, puede que menos, no tengo buen ojo para eso —se adelantó Máximo—. Me pareció normal, vulgar. Todo fue muy rápido, y estaba oscuro.

—Era la primera vez… —trató de intercalar Santi.

—¿Alguna seña, color de ojos, de cabello, un tatuaje?

—Bajo, cabello negro y corto, vestía traje oscuro. Me chocó porque hacía calor.

—Nariz aguileña —recordó Santi.

—¿Algún nombre?

—No.

—¿Cuánto os costó lo que comprasteis?

—Dos mil cada uno. Pedía dos mil quinientas, pero al comprar varias…

—¿Tomasteis todos?

—Oiga… —se incomodó Máximo.

—¿Se lo pregunto a vuestros padres?

—Tomamos todos —dijo Cinta.

—¿Cómo eran las pastillas?

—Blancas, redondas, tipo aspirina y más pequeñas, ¿cómo quiere que…?

—Tenían una media luna grabada —manifestó Santi sabiendo a qué se refería el inspector.

El hombre puso cara de fastidio.

—¿Una media luna?

—Sí.

Chasqueó la lengua con mal contenida furia.

—¿Qué pasa? —quiso saber Máximo.

—Nada que os importe —se apartó de ellos pensativo antes de agregar—: ¿Dónde fue?

—En el Pandora's.

—Muy bien —suspiró—. Dejadme vuestros teléfonos y direcciones, y si recordáis algo más, llamadme —les tendió una tarjeta a cada uno—. A cualquier hora, ¿de acuerdo?

No esperó su respuesta y se alejó de ellos caminando con el paso muy vivo.

Capítulo 14
Negras: Alfil h7

Volvieron a tropezarse con Eloy frente a la puerta de acceso a urgencias. Salía de la zona de las habitaciones, allá donde ellos no habían conseguido entrar, y pudieron percibir claramente las huellas del llanto en sus ojos. Tenía las mandíbulas apretadas.

—¿La has visto? —se interesó Cinta.

—Sí.

Iba a preguntar algo más, pero no lo hizo al ver la cara de su amigo. Por el contrario, fue él quien formuló la siguiente pregunta.

—¿Habéis llamado a Loreto?

—Sí.

—¿Qué ha dicho?

—Hemos hablado con su madre. No ha querido despertarla. Sólo le faltaba esto tal y como está ella.

—¿Tenéis alguna píldora más de esas? —preguntó de pronto Eloy.

—No.

—Los médicos no saben qué había en ella, cuál era su composición. Si pudiéramos conseguir una, tal vez…

—Sí, ya lo sabemos —asintió Santi.

—¿De veras crees que una pastilla ayudaría a…? —apuntó Cinta.

—¡No lo sé, pero se podría intentar!, ¿no?

No ocultó su impotencia llena de rabia. Frente al abatimiento y la desesperanza de Cinta, Santi y Máximo, todo en él era puro nervio, una ansiedad mal medida y peor controlada.

—¿Adónde ibais? —les preguntó de nuevo.

—A casa, a dormir un poco —suspiró Cinta.

Eloy no la miró a ella, sino a Máximo.

—¿Os vais a dormir? —espetó.

—¿Qué quieres que hagamos?

—¿Ella está muriéndose y vosotros os vais a dormir tan tranquilos? —insistió él.

—¡Estamos agotados, tío! —protestó Máximo.

Parecía no podérselo creer.

—¿Te pasas los fines de semana enteros bailando, de viernes a domingo, sin parar, y ahora me vienes con que estás agotado un sábado por la mañana? —levantó la voz preso de su furia.

—Ya vale, Eloy —trató de calmarlo Santi.

—Todos estamos…

Nadie hizo caso ahora a Cinta. Eloy seguía dirigiéndose a Máximo.

—Fuiste tú quien compró esa mierda, ¿verdad?

—Oye, ¿de qué vas?

—¡Fuiste tú!

—¿Y qué si fui yo, eh? —acabó disparándose Máximo—.

¿Qué pasa contigo, tío?

—¡Maldito cabrón!

Se le echó encima, pero Santi estaba alerta, y era más fuerte que él. Lo detuvo y lo obligó a retroceder, mientras Cinta se ponía también en medio, de nuevo llorosa y al borde de un ataque de nervios.

—¡Por favor, no os peleéis, por favor! —gritó la muchacha.

—Vamos, Eloy, cálmate —pidió Santi—. No ha sido culpa de nadie. Y tampoco ha sido culpa suya. Fue Raúl el que trajo al tipo y el que…

—¿Estaba ahí ese imbécil? —abrió los ojos Eloy.

—Sí —reconoció Santi.

La presión cedió, los músculos de Eloy dejaron de empujar y Santi relajó los suyos. Máximo también respiró con fuerza, apretando los puños, dándoles la espalda mientras daba unos pasos nerviosos en torno a sí mismo. Cinta quedó en medio, abrazándose con desvalida tristeza.

Fue en ese momento cuando las puertas de urgencias se abrieron de par en par y, corriendo, entraron varias personas llevando a un niño lleno de sangre en los brazos.

El lugar se convirtió en un caos de gritos, voces y carreras.

Capítulo 15
Blancas: Alfil d3

El doctor Pons le tendió el pliego de hojas.

—Desde luego, no es Metilendioximetaanfetamina, sino Metilendioxietanfetamina.

El inspector Espinós alzó la vista del análisis de sangre.

—No es éxtasis —aclaró el médico—, sino eva.

—Bueno, eso ya me lo imaginaba —reconoció el policía—. La gente sigue llamándolo éxtasis pero…

—Lo malo es que ahora que teníamos el éxtasis bastante estudiado… —hizo un gesto de desesperanza el doctor Pons antes de empezar a hablar, casi como si lo hiciera para sí mismo—. Quizá no debía haberse prohibido, ya ves tú. Cuando vamos descubriendo una cosa, la prohíben, y entonces sale otra más difícil y compleja de detectar. A comienzos de siglo se empleaban dosis controladas de éxtasis en psiquiatría para mejorar la comunicación con los pacientes. Ahora, desde que la DEA lo catalogó en 1985 dentro del grupo de sustancias sin utilidad médica reconocida, y con riesgos de adicción… En fin, que prefería vérmelas con el éxtasis, amigo. Está claro que siendo el eva un veinticinco por ciento menos potente que el éxtasis, su mayor cantidad de principio activo lo hace más peligroso, porque actúa más rápido. Es todo lo que sabemos y poco más, muy poco más.

BOOK: Campos de fresas
8.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Stripper: The Fringe, Book 4 by Anitra Lynn McLeod
Freakn' Cougar by Eve Langlais
Revelation by C J Sansom
The Secret Sentry by Matthew M. Aid
The Soul of Baseball by Joe Posnanski
Moonlight Dancer by Mona Ingram
Jovah's Angel by Sharon Shinn