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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (5 page)

BOOK: Carolina se enamora
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Noche. Noche encantada, ligera, hechizada. Noche de estrellas fugaces, de deseos absurdos y locos, casi asombrosos. Era la noche de esa semana en que cada uno expresa su deseo más íntimo siguiendo las estrellas fugaces. Todos estábamos allí, en la orilla, Stefania. Giacomo, Isafea, que se había recuperado de la mordedura de la culebra, y un montón de personas más. Pero, sobre todo, estaba Lorenzo. No habíamos vuelto a hablar desde el día en que nos habíamos besado. Casi me había evitado. De vez en cuando, intentaba captar su mirada, pero él parecía no verme. Es decir, me daba cuenta de que, a pesar de que él miraba en mi dirección, cuando trataba de encontrarme con sus ojos jamás me lo permitía, su mirada nunca se cruzaba con la mía. Era como si me rehuyese. Bah, no hay quien entienda a ciertos chicos. Aunque, a decir verdad, tampoco tenía muchos ejemplos para comparar. Lore era el primero que había besado… y, sobre todo, ¡el único! por eso no me preocupaba, al contrario, en cierta manera me hacía sentirme más segura. Sí, ya sé que no me estoy explicando muy bien, pero hay cosas que, cuando las pruebas, van así y basta. En fin, que estábamos todos alrededor de un patín, habíamos extendido algunas toallas sobre la arena y nos habíamos sentado intentando mantener el culo seco, pero la humedad era tan alta que al final acabé con los vaqueros un poco mojados.

—¡He visto una! He pedido mi deseo.

—¡He visto otra!

—¡Yo también, yo también la he visto!

—¡Pues yo no consigo ver ninguna! —Creo que me están tomando el pelo. ¿Cómo es posible que sean ellos los únicos que las ven siempre?—. Disculpad… Quiero haceros una pregunta. ¿Qué pasa si dos ven la misma estrella? ¿El deseo vale la mitad?

Todos me miran mal. Pero, sea como sea, yo les he transmitido la duda. Veo que Giacomo escruta, a Lorenzo, que Lorenzo mira a Isafea, quien, a su vez, mira a Stefania, que, tras mirar al resto del grupo, en esta ocasión se limita a encogerse de hombros.

—No lo sé —admite, derrotada.

Y para mí eso supone ya una gran victoria. Después, trato de recuperar terreno.

—No, en una ocasión leí en
Focus Junior
que, en cualquier caso, la estrella fugaz es un simple reflejo de algo que sucedió hace años luz, y que vale por completo para el que la ve…

Lorenzo exhala un suspiro.

—Menos mal…

¡A saber qué deseo habrá pedido!

Luego Corrado saca de su funda oscura, de piel, una guitarra último modelo, según asegura. Corrado Tramontieri es un tipo que viste de manera impecable. Bueno, al menos eso dice él. No hace sino vanagloriarse de sus elecciones y citar toda una serie de tiendas que yo, si he de ser sincera, no he oído mencionar en mi vida. Lleva unas camisas absurdas de rayas con un supercuello azul celeste con superdoble botón y unos puños del mismo color. Corrado Tramontieri es de Verona, dicen que él también es muy rico, pero a mí sólo me parece muy desgraciado. En estas vacaciones le ha pasado de todo. Por mencionar sólo una anécdota, el mismo día en que le robaron el coche a su padre, mientras estaba en la heladería que hay antes de llegar a Villa Borghese —donde venden unos helados que no es que sean mejores, son los mismos, pero cuestan un poco menos—, le birlaron la bicicleta. ¡De forma que el padre y el hijo se encontraron en Villa Borghese y se lo contaron el uno al otro! Se abrazaron divertidos. Quiero decir que a ninguno de los dos preocupaba lo más mínimo el robo. A ver quién es el guapo que se atreve a negar que eso es un insulto a la pobreza.

—Esta guitarra la usó Alex Britti en su primer concierto.

Luego se queda pensativo y comprende que lo que acaba de decir no hay quien se lo crea.

—Quiero decir que es el mismo modelo…

—Ah…

Y empieza con unos acordes. A continuación mira la luna como si buscase inspiración. Permanece así con los ojos cerrados, en silencio, delante de la hoguera que hemos encendido. Tengo la impresión de que no se acuerda de la letra. De ninguna canción. Sea como sea, al final se encoge de hombros y se lanza.

—«Oh, mar negro, oh, mar negro, oh, mar ne… Tú eras claro y transparente como yo…».

Lo sabía, lo sabía. Es la misma que cantó hace un año. ¡Y también el año anterior! ¡La verdad es que, con todo el dinero que tiene, en lugar de comprarse una bicicleta nueva se podría pagar algunas lecciones de guitarra!

Me acerco a Lore y se lo digo al oído:

—Creo que sólo sabe ésa…

Él se echa a reír.

—Ven.

Me coge de la mano y tira de mí y casi nos caemos al fuego y nos quemamos y saltamos con las dos piernas y nos reímos y nos alejamos corriendo hacia la oscuridad de la noche, con la respiración entrecortada a causa de la carrera, y me arrastra tras él y nos hundimos en la arena fría. Apenas puedo seguir sus pasos.

—¡Eh, ya no puedo más!

Y, de repente, se detiene delante de una barca con una vela grande que está apoyada allí, en unos caballetes, con la proa de cara al mar. Casi parece estar lista para adentrarse en el agua, hacia la oscuridad de un horizonte desconocido. Pero no es así.

Lorenzo se apoya en el casco. Me acerco a él jadeando.

—Por fin… Ya no aguantaba más.

E inesperadamente me atrae hacia sí. Y me da un beso que me envuelve, que casi me rapta, me aspira, me succiona… Bueno, no sé cómo explicarme… Todavía no tengo tanta práctica. Pero, en fin, que se apodera de mí y me deja sin aliento, sin fuerzas y sin pensamientos. Y os juro que la cabeza comienza a darme vueltas, y entonces abro los ojos y veo las estrellas. Y por un instante veo pasar una luz por encima y me gustaría decir ahí está, mi estrella fugaz, y querría expresar mil deseos, pese a que al final sólo tengo uno: él. Ha llegado el momento y no tengo necesidad de pedir nada. Mi deseo ya se ha cumplido. Soy feliz. Feliz, ¡Soy feliz! Y me encantaría poder gritárselo a todo el mundo. Pero, en cambio, permanezco en silencio y sigo besándolo. Y me pierdo en ese beso. Lore…, Lore… Pero ¿es esto el amor? ¡Y sabemos a sal, a mar y a amor! Bah, sí, quizá sea eso. Y nuestros labios son muy suaves, como cuando luchas sobre uno de esos botes neumáticos y resbalas, pierdes el equilibrio y te ríes y caes al agua. Y entonces tragas un poco, te ríes y reemprendes la lucha. Sólo que la nuestra no es una lucha. ¡No! Los nuestros son besos dulces, primero lentos y después repentinamente veloces que se mezclan con el viento de la noche, con el ruido de las olas y el sabor a mar. Y yo respiro profundamente. Y casi lo susurro entre dientes.

—Por fin…

Lore aguza el oído y también él suspira entre dientes.

—¿Por fin qué?

—Por fin has vuelto a besarme.

—Eh… —Me sonríe en la penumbra—. No sabía que te había gustado.

Esta vez la que sonríe soy yo, y no sé qué más decir. ¡Claro que me gustó! Me gustó un montón. Quizá en ciertos casos es mejor no decir nada para no parecer banales, de modo que sigo besándolo tranquila. Como cuando una está relajada, ¿sabéis? Y me gusta porque siento que me acaricia lentamente en la mejilla, luego introduce su mano en mi pelo y yo apoyo mi cabeza en ella… ¿Sabéis ese tipo de cosas que se ven en ciertas películas y que te gustan a rabiar? E incluso se oye una música a lo lejos como la de Corrado, que siempre es la misma, una música más fuerte que la de cualquier discoteca. No me lo puedo creer. Han elegido para nosotros una canción de Liga,
Quiero querer
. Y todo esto me gusta un montón y me abandono aún más. «Quiero encontrarte siempre aquí cada vez que lo necesite. Quiero querer todo y quiero lograr no crecer. Quiero llevarte a un sitio que no puedes conocer». Esas palabras parecen perfectas… Cierro los ojos y canto para mis adentros mientras lo beso tranquila, serena, segura, pero, de repente…, oigo algo. Un movimiento extraño. Dios mío, ¿qué será? No, quizá me haya confundido. ¡De eso nada! ¡Es mi cinturón! ¡Sí! ¡Socorro! Ha metido la otra mano en mi cinturón. ¿Mi cinturón? Sí, me lo está desabrochando. Y ahora ¿qué hago? Menos mal que lo resuelve todo él.

—¿Puedo? —me pregunta esbozando una sonrisa.

¿Y qué le dices en un momento similar? «Claro, por favor»… ¿Claro, por favor? ¡De eso nada! O: «Sí, sí, aprovéchate»… ¿Aprovéchate? No, ¡no puedo decirle eso! Es decir, un poco me lo imagino… Pero no sé muy bien lo que de verdad está sucediendo. Al final asiento a medias con un gesto de la cabeza. Y Lore no se hace de rogar. Acelera de repente y parece que le entra un hambre repentina y respira cada vez más de prisa, de modo que casi empieza a preocuparme. Jadea, se agita, lucha con mi cinturón. Y al final gana la batalla e introduce la mano en mis vaqueros. Pero aquí frena de improviso, lo siento… y, por suerte, su mano está caliente y se desliza por el borde de las bragas. Lore me da un beso más largo, como si tratase de tranquilizarme y, después, sin preámbulos, mete del todo la mano.

Interrumpo mi relato. Bebo un poco de tisana. Bebo lentamente mientras las miro.

—¿Y entonces? —Clod está nerviosísima.

También Alis parece inusualmente atenta.

—Sí, sí, ¿y luego?

Clod me sacude los hombros con las manos hasta el punto de que casi me hace derramar la tisana.

—¡Venga! ¡Adelante! ¡Sigue!

Y come sin cesar todos los trocitos posibles de chocolate que encuentra en el plato, unas briznas minúsculas que levanta apoyando sobre ellas sus dedos regordetes antes de llevárselas a la boca. Le sonrío.

—Y después… me tocó ahí.

—¿Ahí… ahí? —pregunta Clod abriendo asombrada los ojos, estupefacta. Apenas puede creer lo que acaba de oír.

¡La verdad es que, a veces, es absurda!

Alis ha recuperado su autocontrol y da sorbos a su granizado con parsimonia, como si nada, como si todas las mañanas escuchase un sinfín de cosas parecidas. A continuación coloca el vaso en el platito con la mayor delicadeza. Luego me mira a los ojos.

—¿Y te gustó?

Clod la secunda al instante:

—Eh, sí, sí… ¿Te gustó?

—Bah, no lo sé… Me hizo un poco de…

—¿Un poco…?

—Un poco…

—¿De daño?

—¡No, de eso nada! Fue muy dulce.

—¡En ese caso, te hizo sentir bien!

Alice y su sentido práctico: ¡si no está mal, está bien!

—No…, me hizo…

—¿Te hizo…?

—Cosquillas.

—¿Cosquillas?

—Sí, cosquillas, quiero decir que me entraron ganas de echarme a reír. ¡Claro que no me eché a reír en su cara mientras me tocaba! No obstante, dentro de mí apenas podía contenerme. No sabéis cómo estaba…

Alis cabecea.

—Oye, pero ¿dónde te tocaba?

—Ya te lo he dicho.

—Sí, lo sé, pero ¿por encima?

—¿Qué quieres decir?

La miro interesada.

—Ahora te lo explico. Perdone —Alis llama a la camarera—. ¿Me puede traer un papel y un bolígrafo?

—Sí.

La camarera resopla. Como si no fuese su trabajo. Y por descontado, no lo es. En cualquier caso, le pagan. También para ser amable, ¿no? Mientras la esperamos, Alis da un nuevo sorbo a su granizado. Acto seguido nos sonríe segura de sí misma.

—Ahora os lo enseño. En cualquier caso, está más claro que el agua: es evidente que para Lore era también la primera vez.

—¡Yo no se lo pregunte!

Alis se arremanga.

—Calma, calma, ahora os lo explico…

Justo en ese momento llegan a la mesa un papel y un bolígrafo.

—Aquí tenéis… Luego devolvedme el boli.

La camarera se aleja sacudiendo la cabeza. ¡Qué tía, no me lo puedo creer! ¡Pero si nos ha traído una especie de Bic! Sea como sea, Alis ha empezado su explicación.

—Bueno, supongo que sabéis que Laura, mi hermana mayor, es médico, ¿no? Se ha licenciado en medicina.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—¡Pues que me lo ha explicado todo! Cómo se siente placer y no cosquillas, por ejemplo…

Y hace un extraño dibujo, una especie de óvalo. Cuando por fin entiendo a qué se refiere, me quedo patidifusa.

—Alis, ¿de verdad quieres darnos una lección sobre sexo aquí?

—Claro, ¿por qué no? El sitio es lo de menos…

—Vale, como quieras.

—Vamos, prosigue. —Pero después me viene a la mente otra cosa—. Pero tu hermana ¿no es ortopedista?

—Sí, ¿y eso qué tiene que ver?

—¿Cómo que qué tiene que ver? Pues que te habrá explicado lo que se hace cuando uno se rompe un brazo o una pierna. ¡Pero yo todavía no me he roto nada en esa parte!

—¡Mira que eres imbécil!

—Hola, chicas, ¿qué hacéis?

Rosanna Celibassi. La madre más esnob, ¿qué digo esnob?, más superesnob de todo el Farnesina. Se planta delante de nosotras y nos escruta curiosa como siempre. No tiene remedio, es igual que su hija, Michela Celibassi. Son idénticas. La hija siempre quiere saberlo todo de todos, se informa, hasta nos coge las agendas para saber lo que hacemos. Yo, por suerte, conservo todas las informaciones, los pensamientos, las reflexiones, las decisiones y, sobre todo, los noviazgos, en caso de que suceda algo, en mi móvil. Mi fantástico Nokia 6500 Slide. Lo adoro. Yo lo llamo Noki-Toki. Pero ésa es otra historia, un poco más triste o quizá más bonita, no lo sé; sólo sé que hoy no tengo ganas de hablar de eso. ¡En parte porque ahora nos enfrentamos al problema Celibassi!

—Oh, hola, señora, nada… Estábamos tomando un granizado… —Alis dobla a toda velocidad el papel y lo esconde dentro de su agenda Comix—. Charlando…

—¿Recuerdas lo de mañana por la noche, Alis?

—Por supuesto, señora.

—A las nueve. Voy ahora mismo a encargarlo todo… —La señora Celibassi vuelve a meter su elegante cartera en el bolso—. A Michela le gustará, ¿verdad? Ella también me ha hablado de ese sitio, dice que hacen las tartas de sabayón y chocolate más ricas de Roma. ¿Sabes si le gusta algo más en especial? Desearía que se sintiese lo más feliz posible…

Alis sonríe y ladea un poco la cabeza.

—No, con eso será suficiente, no se me ocurre nada más.

—Bien, en ese caso nos vemos mañana.

La señora Celibassi se aleja emitiendo un ruido de colgantes, cadenas, pulseras y varios objetos de oro que se balancean por todas partes. Si alguien la desnudase, podría pasar con eso dos semanas en las Maldivas, una vez superado el susto inicial. Clod espera a que se haya marchado.

—Eh, no nos habías dicho nada.

Alis parece algo avergonzada.

—¿De qué?

—Sí, ahora finge que no me entiendes.

—¿Michela celebra una fiesta mañana por la noche?

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