Read Diario de un Hada Online

Authors: Clara Tahoces

Tags: #Fantástico, Infantil y Juvenil

Diario de un Hada (4 page)

BOOK: Diario de un Hada
10.95Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No entiendo nada, Estrella. ¿Cuidar yo de los Toros de Guisando? ¿Y cómo hacerlo? Aquello, si no tengo mal entendido, es un centro turístico frecuentado por muchas personas...

—¡Humanos, querida, humanos!, que van allí sin saber qué son esas moles de piedra, para llevarse algunas fotografías de algo que debería ser respetado y no lo es. Hace años, incluso llegaron a romper uno de esos toros, sólo para ver si en su interior había un tesoro. ¡No respetan nada! Tú debes cargar de energía día a día a los toros, porque por cada instante que transcurre, van decayendo... Y si se apagan, muchas de nosotras moriremos... Sucede igual en otras partes de estas tierras llamadass españolas, como en Galicia, Asturias, el País Vasco, León y en tantos lugares en los que están repartidas compañeras nuestras, por no hablar de las hadas extranjeras de Stonehenge, Avebury Carnac, Chassey o Barkjer, pero bueno, no quiero aburrirte con más ejemplos.

A mí, todos aquellos nombres, excepto el de Stonehenge (que conocía porque siendo humana había tenido un novio inglés que se empeñó en llevarme), me sonaban a chino. Pero me callé por respeto.

En el día del roble

¡Q
ué ignorante era! ¡Cuántas cosas me quedaban por aprender! Quizás ése sea el motivo por el que algunas personas se convierten en témpanos de hielo. Olvidan que somos esponjas y que su misión en la vida es conocer y experimentar. Es complicado de asimilar, pero cuando os vais haciendo mayores y más conocimientos guardáis en vuestro interior, sois apartados, relegados y desechados como si fueseis trastos viejos que se deben esconder en un baúl.

¡Y los niños! ¿Qué decir de los niños? Son más sabios que cualquier catedrático, porque aún no han olvidado los recuerdos prenatales. Sin embargo, muchos padres, sin saberlo, se encargan de que pierdan esas vivencias.

Los únicos sistemas que tenéis para recordar son los sueños y los estados alterados de conciencia. Estos últimos no son empleados casi nunca del modo oportuno: utilizáis los paraísos artificiales, tales como las drogas, a modo de «divertimento», sin daros cuenta de que ése no es el camino a seguir. Otras veces, sujetos que, se autocalifican a sí mismos como «hipnólogos» realizan espectáculos bochornosos en lugares públicos haciendo que todo el potencial de esta técnica quede abocado a un espectáculo circense. En fin, vosotros sabréis...

El caso es que en aquellos primeros momentos de mi vida
feérica
yo quería acaparar todos los conocimientos de golpe, descubrir los secretos del mundo de los elementales en unas pocas horas... Y eso no era posible. Estrella intentaba calmarme, pero lo cierto es que tenía dudas que me corroían. Había una en concreto que me inquietaba mucho... ¿Qué iba a ser de mí? Me aterraba la idea de quedarme sola en aquella cueva, teniendo que cuidar de unos toros de piedra, sin poder hablar con nadie, sin tener contacto con los humanos jamás. Necesitaba saber, quería descubrir en qué modo había cambiado mi vida.

Con esas preocupaciones me acosté. Eso es algo que todavía no he logrado entender. Al dormir, las hadas tenemos la sensación de no haberlo hecho. El tiempo de sueño es largo, puesto que nos acostamos pronto y nos levantamos con el alba, pero la experiencia es de haber descansado tan sólo unos segundos. Esto, al parecer, no les ocurre a los elementales puros (aquellos nacidos de esa forma) y tan sólo es propio de las encantadas. No me acostumbro, pero contra ello no se puede luchar.

Con el alba, Estrella me despertó. Eran numerosas las cosas que debía enseñarme...

—¡Vamos! —dijo—. ¡No hay tiempo que perder! Tienes que aprender a alimentarte o durarás menos que un pajarillo en una jaula.

Y cuánta razón tenía... Porque vuestra comida, según me instruyó, no sólo no es asimilable por nuestro organismo, sino que puede, en casos extremos, conducirnos a una muerte segura...

Por si acaso a alguien pudiera servirle, voy a confeccionar una pequeña lista de los alimentos que más nos gustan:

  • Por supuesto, deben ser alimentos puros, sanos y naturales.
  • Miel de abejas.
  • Fresas silvestres.
  • El néctar de las flores. Con este jugo elaboramos elixires deliciosos para el paladar.
  • En general los productos de nuestras propias huertas.
  • La leche, ya sea de vaca u oveja, y otros derivados como la cuajada o la mantequilla, que hacemos tras batir con ahínco la nata que contiene la leche.
  • El pan, integral en su mayoría
  • La sidra.
  • Los cereales como la avena, la cebada, el trigo que robamos de los graneros o de los propios campos.
  • Las hierbas; algunas hojas de árboles, los tallos de brezo.
  • El pudín de Bejín, que es un hongo blanco en forma de bola que se rompe cuando está maduro.
  • La médula del junco azucarada.
  • El rocío recién caído sobre recipientes especiales que tenemos las hadas.

Alimentos prohibidos

  • Todo lo que provenga de los humanos, pues, como he dicho antes, podría sentarnos fatal.
  • Carne.
  • Huevos.
  • Pescado.

Para conseguir mi propia huerta, Estrella y yo trabajamos muy duro... Desde luego tuvimos que arar la tierra y plantar unas semillas que nunca antes había visto. Eran doradas, muy finas, como polvo de oro... Y la huerta brotó al día siguiente.

Os he comentado que a veces entramos en los graneros a robar... Y sí, el verbo apropiado es ése: «robar», aunque con el paso del tiempo solemos recompensar a los granjeros dejándoles pequeñas muestras de gratitud, como pastelillos cocidos por nosotras mismas, o devolvemos el doble de la cantidad que hemos cogido. Sin embargo, ya Estrella me advirtió del peligro que entraña la incursión en una propiedad de los humanos, porque aunque lo usual es que no puedan vernos, a veces es posible contemplarnos entre dos parpadeos y existen casos en los que el granjero se hartó de alguna de nosotras, la capturó y como es de suponer nuestra compañera se fue consumiendo hasta morir
[14]
...

El tema de la muerte es algo que me intrigaba. Pero Estrella parecía evitarlo. Afirmaba que ya tendría ocasión de vivirlo, que pronto habría un fallecimiento en la comunidad... Y claro que lo hubo. Pero todo a su debido tiempo.

En el día del zorro

M
i verdadero nombre solo yo puedo conocerlo. Aura tan sólo es un protocolo. Veréis, tal vez pueda resultaros un tanto supersticioso el razonamiento que voy a exponer, pero aquí, en el mundo
feérico
, las leyes que rigen son de estricto cumplimiento. Se trata de una creencia muy arraigada que tenemos. Nuestro nombre auténtico es un salvoconducto, una protección. Aquel que descubra nuestros nombres secretos podrá obtener un cierto dominio sobre nosotras, que en algunos casos degenerará en la esclavitud. Eso es lo que creemos, por eso no me está permitido revelar el mío, ni siquiera en este diario. Pero al mismo tiempo, al poseer un espíritu contradictorio, nos vemos en la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos, cada vez que pensamos que nadie nos observa.

La verdad es que cuando Estrella —que obviamente no se llama así— me explicó este tabú, recordé algo que había desterrado de mi memoria. Yo había tenido la oportunidad de viajar (siendo humana) a tierras bereberes, y me sorprendió que aquellas gentes no se dejasen fotografiar de buen grado. Tras preguntar, descubrí que creían que al llevarse un retrato suyo, les estaban robando el alma. Es más, si tengo que poner un ejemplo más cercano para que lo asimiléis, me centraré en el mundo tecnificado que, de alguna forma, alberga esa misma creencia; es un universo tan cercano a vosotros, que posiblemente no hayáis reparado en él: Internet. Cuando un humano entra en los
chats
—canales en los que se habla con personas de diversos lugares que no se conocen entre sí—, generalmente utiliza algo que llamáis
nick
. El
nick
es un alias. Raros son los casos de personas que entran en esos canales con su nombre y apellidos. Lo que Internet proporciona al usuario es precisamente el anonimato, la impunidad (para bien y para mal).

Yo misma, antes de la transformación, era una internauta. Cuando le expliqué todo esto a Estrella, quedó hartamente sorprendida, no sólo por el hecho de que ella desconocía la existencia de Internet, sino porque la consideraba carente de sentido. Claro que los elementales tenemos la capacidad de transportarnos a sitios remotos para hablar directamente con quien nos plazca.

Aun así, las hadas no estamos protegidas de forma absoluta, ya que existen algunas fórmulas para obtener cierto poder sobre nosotras, aunque afortunadamente pocas personas saben de ellas
[15]
. Otra cosa que nos repele es el hierro. Este método de «protección» contra las hadas sí es más conocido, porque hubo un tiempo en el que a los humanos se os metió una idea extrañísima en la cabeza: estabais persuadidos de que nos dedicábamos a robaros a vuestros bebés, y que en su reposición os dejábamos un trozo de madera, o un hijo nuestro enfermizo, aunque, siguiendo en vuestros trece, afirmabais que a razón de algún tejemaneje nuestro no erais capaces de apreciar la diferencia ¡entre un tronco de madera y vuestro propio hijo!

Ello es la causa de que algunas madres humanas colocasen, sobre la cuna de sus bebés, unas tijeras abiertas —con el consiguiente peligro de que éstas se descolgasen—. De esta forma, pensabais que protegíais doblemente a los niños: por una parte esgrimíais una cruz —cosa que sí nos espanta, aunque por otros motivos que ahora no expondré— y el citado metal. Otras colocaban en el interior de la cuna del niño la hierba de San Juan
[16]
, que tampoco es de nuestro agrado.

Pues dejadme que aproveche esta ocasión para deciros que estáis equivocados: jamás un hada ha secuestrado a un niño humano, dejando el suyo o un trozo de madera a cambio. Puedo ofrecer mi condición de elemental si ello no fuera cierto. No entendía este proceder de los humanos hacia nosotras, ¿por qué nos odiaban tanto para creer una infamia semejante?

—Mira, Aura —me explicó Estrella mientras comía un sabroso tomate recién extraído de la nueva huerta—, ¡a los humanos no hay quien los entienda! En tiempos pasados, había una excesiva mortandad infantil, y ellos prefirieron buscar explicaciones a sus males en seres que ellos consideran «imaginarios», afirmando que nos dedicamos a secuestrar a sus hijos. Si el niño moría, preferían creer que tal vez siguiera vivo en un mundo paralelo, antes que aceptar la cruda realidad. ¡Ridículo! —masculló.

—Pero... ¿nunca un hada ha hecho algo semejante? —pregunté mirándola fijamente a los ojos.

—Los secuestros son propios de los humanos. Ellos sí se dedican a raptar niños para luego pedir riquezas a cambio de su devolución..., aunque —dijo como si dudara— sólo conozco a un personaje no humano capaz de hacer algo semejante: ¡Mari! Pero yo no afirmo que lo haya hecho, que conste —añadió rápidamente curándose en salud, como si temiera alguna represalia.

—¿Mari? —inquirí intrigada—. ¿Quién es Mari?

—Mira, hija, mejor olvida este comentario... —añadió herméticamente.

Ya no hubo forma de sacarle una sola palabra sobre la tal Mari. Pero sabía que, fuera quien fuese, ejercía una poderosa influencia sobre Estrella, porque al día siguiente, la pobre se levantó con una mano paralizada, y permaneció en este estado varios días. Decía que era a causa del reumatismo, pero yo empezaba a desarrollar lentamente mi sentido de la clarividencia y sabía que aquello estaba relacionado con ese enigmático personaje llamado Mari. Sin embargo, me callé, temí que a mí me aconteciese algo parecido.

En el día del grillo

E
strella se pasaba la mayor parte del día comiendo, así que, a causa de esta afición, dábamos largos paseos en busca de fresas, grosellas y frambuesas. Le encantaban sobre todo éstas últimas y las comía con deleite.

Por aquellos días, el tiempo era espléndido. La luz se filtraba a través de las copas de los árboles configurando una atmósfera encantadora, deliciosa. Las flores estaban en su apogeo, y los animales del bosque se mostraban más despreocupados que de costumbre por los alimentos, algo relajados... Aquello se percibía en el ambiente.

Pese a lo agradable del tiempo yo estaba triste... Ansiaba regresar a mi anterior vida, y en el fondo esperaba que Estrella, al final de la instrucción, me dijera cómo hacerlo. Claro, esto no sucede, y el hada informadora ha de enfrentarse a las rabietas propias de quien tuvo una condición que ya jamás podrá recuperar. Los casos de encantadas que consiguen deshacer el encantamiento se pueden contar con los dedos de una mano.

De hecho, para poder desencantarnos, antes debemos ser capaces de hacernos visibles ante los ojos de algún humano, y salvo con los niños, y las personas que poseen un corazón puro —cada vez sois menos—, ello nos supone un gran desgaste energético. Debe existir una concentración muy especial e intensa por parte del hada y no siempre podemos presentarnos en la forma que deseamos... Es decir, recobrar el aspecto que teníamos cuando éramos humanas es prácticamente imposible.

Usualmente, aparecemos transformadas en seres extremadamente pequeños (porque nos supone un ahorro de energía). Pero la propia Estrella me hizo una demostración de que si realmente queremos podemos adoptar otras formas: animales, nubes, viento o incluso a veces nos resulta muy práctico transformarnos en algo que lleve deliberadamente a equívoco para el observador: una entidad fantasmal, por ejemplo.

La visión que de nosotras tengáis dependerá, en gran medida, de vuestra moralidad y de la idea preconcebida que sobre las hadas hayáis desarrollado. De este modo, sé de casos de personas que nos han visto como seres horripilantes o seudo-angelicales.

Dentro de nuestros poderes está el de ser capaces de atravesar paredes, no ser heridas por esas inutilidades que llamáis armas —pero que tanto daño causan—, nos podemos descomponer y unir como si de un rompecabezas se tratase (debido a la escasa densidad de nuestra alma), brillar con luz propia (lo que nos permite viajar en la noche sin problemas), y tener además la facultad de imitar a los humanos (aunque ello no nos salga siempre perfecto y alguien que conociera bien a la persona suplantada podría descubrir el engaño). Por supuesto, no me he olvidado de la clarividencia
[17]
, la he dejado deliberadamente para el final, porque junto con la capacidad de volar es uno de los talentos que más utilizamos y que, en ocasiones, ha sido malinterpretado. Se nos acusa de estar soltando constantemente maldiciones contra vosotros cuando hacéis cosas que nos disgustan, como robarnos, por ejemplo. Sí, aunque parezca raro, hay quien ha querido introducirse en nuestro mundo para hacerse con las riquezas que muchas de nosotras tenemos por misión custodiar: oro y joyas. ¡Siempre la avaricia humana! Esos tesoros, en caso de lograr conseguirlos, no pueden serviros de mucho, pues automáticamente se transforman en piedras u otros elementos sin valor, cuando no desaparecen directamente.

BOOK: Diario de un Hada
10.95Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fire & Desire (Hero Series) by Monique Lamont, Yvette Hines
Eyes in the Mirror by Julia Mayer
Always Upbeat / All That by Stephanie Perry Moore
Wild Fyre by Ike Hamill
Blood Men by Paul Cleave
Wretched Earth by James Axler
The Disappearances by Malley, Gemma
The Dinosaur Feather by S. J. Gazan
Marooned in Manhattan by Sheila Agnew