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Authors: Clara Tahoces

Tags: #Fantástico, Infantil y Juvenil

Diario de un Hada (5 page)

BOOK: Diario de un Hada
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Entonces es cuando nos sentimos vulneradas en nuestra intimidad y ciertamente nos enfadamos... Pero no lanzamos «maldiciones» por ser malas, entre otras cosas porque los conceptos de maldad-bondad no existen en nuestro mundo. Las hadas lo que en verdad hacemos al tener esos arrebatos es vislumbrar, de forma absolutamente incontrolable, lo que esa persona tiene en su vida, y lo que sucederá. Al igual que no podemos frenarnos en chillar nuestro nombre secreto cuando nadie nos ve..., pues tampoco podemos callarnos lo que va a ocurrir con esa persona que nos enojó. Por supuesto, con el tiempo sucede, pero no provocado por una maldición nuestra. Nosotras lo que hacemos es manifestar lo que acontecerá
[18]
.

Ahora llega la hora de volar... Eso es algo que me tenía torturada. Estrella se dirigía a todas partes volando, flotando en el aire, y yo no era capaz de conseguirlo. Recordé mi niñez, y descubrí que el arquetipo del hada que los cuentos y el cine nos habían mostrado era el de un elemental que poseía alas. Sobre ello pregunté.

—¿Alas? ¿Quién te metió esa idea en la cabeza? —dijo Estrella mientras se calentaba en el fuego y se alisaba su vestido multicolor— ¿Tú ves que yo tenga alas? —dijo tocándose la espalda, al tiempo que hacía un gran aspaviento.

—¡No! —repuse—. Pero... ¿y Campanilla? ¿Y las hadas Fauna, Flora y Primavera d ela Bella Durmiente? —manifesté dudando.

—¡Imaginaciones de los humanos! Aunque lo cierto es que sí hay hadas con alas, pero son las extranjeras... En este país donde vivimos, raro será el caso de que veas a un hada con alas. Si la contemplas..., será inglesa o francesa, extranjera en cualquier caso, o descendiente de extranjeros. Que yo sepa, sólo existen algunas comunidades de
dones d'aigua
[19]
en Cataluña que sí tienen alas y de anjanas
[20]
en Cantabria. Pero es raro verlas.

—Pues ¿cómo se supone que voy a aprender a volar? —dije casi desesperada.

—Si quieres podrás, sólo es cuestión de tiempo. No te inquietes. Mañana harás la prueba —afirmó convencida.

—¡Ya lo he intentado! ¡No puedo, tú misma lo has visto! —grité irritada.

—No me refiero a ese tipo de prueba. A todas os ocurre igual y todas acabáis volando. Te subiré a un árbol y te tirarás desde la copa —sentenció dando por finalizada la conversación.

—¡Ni hablar! ¡No haré semejante cosa! —protesté nuevamente.

—¡Claro que lo harás! Y ahora déjame dormir. Estoy cansada.

¡Y tuve que hacerlo!... Al llegar la mañana siguiente, después de un suculento desayuno a base de queso, leche y miel, Estrella buscó el árbol más grande de los contornos, llamado Copalta, y le pidió su permiso y colaboración, a lo que el árbol no se negó.

Yo me sentía aterrada... Empezaba a pensar que Estrella se había vuelto loca, o quizás lo había estado siempre. Nadie garantizaba que las hadas no lo estuvieran. Pretendía que me tirara desde Copalta con fe ciega; no estaba preparada..., o eso pensaba. En realidad sí lo estaba, pero no creía en mí misma.

No hubo tiempo para protestas. Estrella me cogió por los brazos y me subió hasta lo más alto de la copa. Después descendió flotando lentamente hasta colocarse, eso sí, a una distancia lo bastante prudencial como para hacer sospechar que no tenía excesiva confianza en el éxito de aquella empresa.

—¡Salta! ¡Salta! —dijo a voz en grito.

—¡Tengo miedo, Estrella! ¡Mucho miedo! ¡No quiero hacerlo! —exclamé con la voz en un hilo.

—¡Debes hacerlo! —insistió.

De pronto, me paré a analizar la situación y me pareció del todo ridícula... Sin embargo, salté... y en mala hora, por cierto, ya que al no tener la fe que se necesita para que un hada vuele, caí en picado y se escuchó un ruido atronador que asustó a los animales del bosque, los cuales corrieron a refugiarse en sus guaridas.

Me dolía el pie derecho y mientras me quejaba intentando levantarme vanamente del suelo, Estrella se acercó y arrodillándose me habló del siguiente modo:

—¿Lo ves?... Si no tienes fe en ti misma no podrás volar... Y volar es tan necesario para un hada como respirar.

—¿Tú sabías que esto iba a pasar? —mascullé un tanto indignada.

—Claro que sí, Aura. Pero es parte de tu aprendizaje. Hay encantadas que tardan más en asimilar su nueva condición y tú, para tu desgracia, eres una de ellas. Sólo volarás cuando te salga del interior del corazón. Y ahora ven, que te lleve a la cueva para curar ese tobillo —dijo con amabilidad y una sombra de pena en los ojos.

En el día de la cebada

Y
es en este punto cuando descubrí que otra de las cualidades que tenemos las hadas es conocer al dedillo toda la extensa farmacia natural que es el bosque.

Las plantas y hierbas cumplen una función en el ciclo de la naturaleza: nacen, crecen, florecen (aquellas que deban hacerlo) y mueren en pro de ayudar al equilibrio del ecosistema.

De este modo, cuando una de nosotras toma una planta, no la está matando, sino que está ayudando al desarrollo de ese ciclo vital. No hay seres más preocupados por la naturaleza que los animales y los elementales, y no necesariamente en este orden...

Así pues, Estrella preparó un emplasto a base de caléndula (que es conocida por sus propiedades antiinflamatorias). El tratamiento que exige esta planta, que suele alcanzar entre los 25 y 70 centímetros de altura, consiste en usar las flores, separar las cabezuelas, dejarlas secar a la sombra y separar las lígulas
[21]
. Además usó meliloto
[22]
(del que utilizó las hojas secas), y el
Oxalis acetosella
[23]
(del que machacó las hojas frescas). Con todo ello me aplicó un emplasto que me sirvió para bajar la hinchazón y disminuir el dolor.

Ahora entiendo que Estrella me proporcionó aquel día una doble lección que yo no supe aprehender en ese momento: por una parte quería hacerme ver que la magia reside en nuestro interior, y por otra que el primer paso para realizar algo es visualizarlo, desearlo con intensidad y ser capaces de sacarlo del corazón.

Es tan extensa la variedad natural que las hadas tenemos que preguntar a las plantas sus utilidades. Claro está, muchas de ellas las conocemos, sobre todo las que se utilizan para dolencias más comunes como catarros, alergias, dolores de cabeza, malas digestiones, y un largo etcétera. Pero en ocasiones, antes de usar una planta le preguntamos para cerciorarnos de si es ella la que debe cumplir su ciclo o no. Si no fuese ella, nos lo dice y nos suele indicar quién está a la espera, en disposición de asimilarlo, y en qué lugar se halla dicho ser vivo. Así de simple para un elemental y de complicado para un humano, que estará haciendo extraños gestos sin comprender casi nada.

Aunque no todos, algunos humanos consiguieron desarrollar esta forma de comunicación con las flores, y en su momento resultaron incomprendidos. Uno de ellos, Edward Bach, se hizo muy conocido tras elaborar un sistema a base de treinta y ocho remedios florales, que en la actualidad emplean numerosos terapeutas con cierto porcentaje de éxito. Este galés era de la opinión de que la enfermedad es tan sólo un aviso del alma tendente a hacernos notar los errores cometidos. Él sabía algo de ello, pues trabajaba en exceso y cuando cumplió treinta y un años, en 1917, sufrió una hemorragia. Tuvo que ser operado de urgencia y se le diagnosticó un tumor. La medicina ortodoxa sólo le dio tres meses de vida. Ello le hizo replantearse su universo, cambiando su trayectoria profesional y personal. Para sorpresa de todos, no murió cuando los médicos señalaban, y en 1929, a raíz de unas vacaciones en Gales y del cambio sufrido en sus planteamientos, tuvo una apertura de conciencia, que le sirvió para contactar con el mundo de los elementales. Nosotros le ayudamos a descubrir los secretos de los seres vivos que nos rodean. Florita, un elemental puro, le indujo a través de los estados alterados de conciencia a coger las flores con una mano y a apoyarlas sobre su lengua para sentir las vibraciones que emanan. Ése fue el inicio de la terapia floral de Bach. Es más, podía vernos tras la ingesta de algunas flores como el serpol o la prímula.

A continuación incluyo, por si pudieran ser de utilidad, algunas recetas para las dolencias más comunes de las personas.

Algunas plantas de utilidad:

  • Enfermedades reumáticas
    : árnica y ortiga urticante seca.
  • Gripe, resfriados e infecciones branquiales
    : hierba de San Lorenzo y flores de saúco.
  • Insomnio
    : camomila.
  • Estreñimiento
    : diente de león.
  • Apatía pasajera
    : hierba de San Juan.
  • Endurecimiento de las arterias
    : centaura.
  • Heridas sangrantes
    : salicaria.
  • Picaduras de insectos
    : ledum.
  • Para la fiebre y las lombrices
    : centaura (recomiendo la preparación de un litro de agua, al que se le ha de añadir de ocho a dieciséis gramos de hojas y flores).
  • Obstrucción intestinal
    : globularia (de ella se emplean principalmente las hojas y las flores en un cocimiento de una dosis de veinte a treinta gramos por litro de agua. Conviene endulzarlo con miel).
  • Infecciones de las vías urinarias
    : grama (en este caso, la parte utilizada es la raíz. También en cocimiento junto con una pizca de cebada perlada).
  • Debilidad
    : hierba de los gatos (hay que machacar sus hojas transformadas en polvo fino que será consumido en infusiones. Unos ocho o diez gramos por litro de agua aproximadamente).
  • Úlceras y contusiones
    : menta (puede ser aplicada en las partes afectadas, empapando unas compresas en la cocción de esta planta).
En el día de la lluvia

C
omo ya dije en alguna de las anotaciones de este diario, había algo que me inquietaba mucho: necesitaba saber qué iba a ser de mi. Se me había depositado, por obra y gracia de quién sabe quién, en un mundo ajeno y absolutamente diferente al que conocía... Mi ansiedad y preocupación eran lógicas. Muchas noches, mientras Estrella dormía, yo no era capaz de hacerlo. Daba fútiles paseos por el bosque intentando encontrar una solución a un problema que, aunque en aquel momento escapaba a mi entendimiento, estaba fuera del alcance de mi mano.

Llegué a la conclusión de que no quería quedarme allí sola. Deseaba marcharme con Estrella adondequiera que tuviese destinado ir y convertirme en su ayudante... ¡Valiente ayuda hubiese resultado! O en su defecto, si es que ella no me aceptaba, que me guiase a un lugar en el que hubiera otros seres elementales con los que pudiera conversar. Se me antojaba que eso de estar sola debía ser un auténtico tedio, aunque es cierto que en mi vida como humana, pese a estar rodeada de gente a diario, eran pocas las personas con las que compartía algo. Yo había probado la mordida de la soledad y me negaba a admitirlo...

Con estos pensamientos me acerqué a Estrella un día, mientras devoraba con avidez unas fresas silvestres que crecían cerca del río. Necesitaba saber...

—Estrella —le dije—, cuando tú te marches ¿podré irme contigo? —casi supliqué.

—¿Qué dices? —Sus palabras sonaban como si ya supiese que esta conversación iba a desencadenarse de un momento a otro—. ¡Eso no puede ser! Ya te dije cuál es tu misión y no voy a discutir más sobre ello —señaló enfurruñada.

—¿Por qué? No entiendo por qué. ¿Quién decide eso? ¿Quién tiene la potestad para elegir mi trayectoria? ¿Por qué debo yo permanecer aquí sola y prisionera? —Mis preguntas sonaban a recriminaciones.

—No estarás sola y no eres una prisionera. Nunca fuiste más libre como humana de lo que lo eres ahora —explicó mientras sacaba brillo con delicadeza a una fresa.

Me exasperaba la tranquilidad con la que se lo tomaba todo, especialmente cuando estábamos hablando de cosas tan trascendentales como mi propio futuro.

—Eso es lo que tú dices, pero la realidad es que te marcharás y yo me quedaré aquí tirada cuidando de unos toros de piedra, que, para colmo, no entiendo siquiera por qué motivo debo proteger, porque esas explicaciones que me diste sobre la energía universal y todo eso, sinceramente, no las comprendo —sentencié apenada.

—¡Claro que no lo entiendes! Pretendes aprender todo de golpe, y eso, Aura, no es posible. Si hay una lección que debes asimilar, incluso antes que la de volar, es la de tener paciencia. Tú no la tienes, y mientras no aprendas a tomar los acontecimientos tal como vienen, en su justa medida, lo vas a pasar muy mal en el mundo
feérico
. Aquí el tiempo no cuenta. ¡Destierra esa idea de tu cabeza! ¡Aprende a mirarlo todo bajo otro prisma! Sólo así conseguirás sobrevivir, y hablo muy en serio. —Estas últimas palabras sonaron en un tono muy grave.

Las hadas, me preguntaba, ¿podrían volverse locas? Empezaba a creer que sí y que yo acabaría por estarlo, si es que no lo estaba ya.

Estrella hablaba con tal contundencia que me hacía dudar de los argumentos que momentos antes me resultaban tan lógicos. Sin embargo, seguía sin comprender nada. Era obvio que estaba metida de lleno en un mundo desconocido para mí, complicado o muy simple, peligroso o seguro, extraño o atrayente, anárquico o subyugado a unas reglas invisibles, no escritas, solitario o repleto de vida, maravilloso u horripilante, en el que no pasaba nada u ocurría de todo y yo no era capaz de verlo... O era todo eso y nada al mismo tiempo. Allí, en medio del bosque, rodeada por la naturaleza, me sentí llena y vacía a la vez.

Estrella, que parecía ajena a mis pensamientos, en realidad estaba muy atenta, porque me dijo que conocía esa sensación, que la había vivido a través de todas las encantadas que había conocido y que imaginaba cómo debía sentirme. Afirmaba que era cuestión de tiempo, que algún día terminaría por integrarme casi del todo.

Entonces me habló de
Tujú
. Decía que aunque yo no podía verle, de momento, él estaba ahí, entre las ramas de los árboles.
Tujú
era un búho. Estrella dijo que a partir del instante en el que ella se marchase, no sólo podría verle, sino que no sería capaz de despegarme de él. Sería como un guardián, como un espía, como una presencia silenciosa que estaría siempre conmigo, día y noche. Su misión era vigilarme, ver qué hacía, seguirme; a veces, aconsejarme...; otras, recriminarme. Toda encantada está sometida a un vigilante, que dependiendo de la región cambiará de forma. Son muy conocidas, por ejemplo, las tradiciones asturianas que hacen referencia al cuélebre
[24]
, una enorme serpiente con alas y escamas impenetrables, que hace resonar los bosques con su silbo, que no se separa de las encantadas y que tan sólo es vencido por el sueño en la noche de San Juan.

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