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Authors: Jens Lapidus

Dinero fácil

BOOK: Dinero fácil
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Los bajos fondos de Estocolmo son un sumidero al que han ido a parar todos los desechos de la sociedad sueca: drogadictos, camellos, putas, mafiosos, ladrones, bandas... Todos quieren defender su territorio y lucrarse a cualquier precio. Campan a sus anchas por las páginas de esta incisiva novela y la policía sólo aparece en las actas judiciales. Una novela policial sin policías donde el objetivo es obtener Dinero de la forma más Fácil posible.

Jorge, JW y Mrado forman parte de la fisonomía de estos bajos fondos. Jorge está entre rejas, aunque en poco tiempo se fuga para cargarse al chivato que lo enchironó. Mrado se ve incapaz de compatibilizar su papel de matón yugoslavo con el de padre que lucha por la custodia de su hijita. Y JW conduce un taxi mientras se viste con ropa de Marc Jacobs de segunda mano e intenta aparentar ser de una clase social a la que no pertenece. La enigmática desaparición de Camilla, la hermana mayor de JW, será el nexo de unión de sus tres vidas y el desencadenante de un deseo de venganza con un denominador común: el gran capo Radovan.

Jens Lapidus, con la precisión de un neurocirujano, hace una incisión en la sociedad sueca y nos la muestra cruda, indiferente y escindida.

Autor

Dinero fácil

Trilogía negra de Estocolmo I

ePUB v1.0

Mezki
01.09.11

© Jens Lapidus, 2006

Título original: Snabba Cash

Publicado por acuerdo con Salomonsson Agency

© De la traducción: 2009, María Sierra

© De esta edición: 2009, Santillana Ediciones Generales, S. L.

Sello Suma de Letras

Primera edición: marzo de 2009

ISBN: 978-84-8365-127-8

Depósito legal: M-684-2009

Impreso en España - Printed in Spain

Le miré y asentí. «Un día duro», dije.

Él se encogió de hombros. « Yo también»,

dijo y se incorporó a la autopista.

DENNIS LEHANE

Funcionó. Sucedió. Se aglutinó.

Lo consiguió, había fabricado caballo.

JAMES ELLROY

PRÓLOGO

Se la llevaron con vida porque se negaba a morir. Quizá por eso la quisieron aún más. Porque estuvo ahí todo el tiempo, porque se notaba que era auténtica.

Pero también fue lo que ellos no entendieron, lo que se convertiría en su error. Que ella estaba viva, que pensaba, que estaba presente. Que planeaba derrotarlos.

Se le cayó un auricular de la oreja. Se le resbaló por el sudor. Se lo volvió a poner torcido, pensó que así se quedaría encajado, en su sitio, y podría seguir poniendo música.

El mini-iPod se bamboleaba en el bolsillo. Esperaba que estuviera seguro. No podía caérsele, era su pertenencia favorita y no quería ni pensar en los arañazos que le haría la gravilla del camino.

Lo tocó con la mano. No había peligro, los bolsillos eran lo suficientemente profundos, el iPod estaba en una posición segura.

Se había podido permitir regalarse el reproductor por su cumpleaños y le metió todos los mp3 que le cupieron. El diseño minimalista en verde metalizado mate la había decidido a comprarlo. Pero ahora tenía otro significado para ella, más grande. Le daba paz. Cada vez que cogía el iPod le recordaba estos momentos de soledad, las ocasiones en las que el mundo se quedaba al margen, cuando podía estar consigo misma.

Estaba sonando Madonna. Era su manera de olvidar, correr con música y sentir cómo la tensión aflojaba. Por supuesto, que al mismo tiempo además quemara grasa lo convertía en la combinación perfecta.

Flotaba con el ritmo. Corría casi al ritmo de la música. Levantó el brazo izquierdo un poco más y comprobó sus tiempos en el reloj. Cada vez que corría hacía nuevos intentos por batir su propio récord. Con la tenacidad de los que compiten, tomaba los tiempos, los memorizaba y luego escribía los resultados. El recorrido en total era de siete kilómetros. Su mejor tiempo estaba en treinta y tres minutos. En los meses fríos del año sólo entrenaba en interiores, en el gimnasio de SATS. Máquinas de musculación, cinta de correr y máquinas de
step.
En los meses cálidos seguía yendo al gimnasio pero cambiaba la cinta de correr por caminos pequeños y senderos de grava.

Se dirigió hacia el puente de Lilla Sjötull, al final de Djurgården
{1}
. El agua despedía frío. Eran las ocho, y la tarde primaveral se disolvía en el ocaso. Las farolas del sendero aún no se habían encendido. El sol le daba en la espalada sin proporcionar ya ningún calor. Perseguía su propia sombra alargada ante ella y pensó que pronto ya no sería visible. Pero en un rato, cuando las farolas empezaran a iluminar el sendero, su sombra empezaría a cambiar de dirección según fuera dejando atrás los focos bajo los que había corrido.

En los árboles empezaban a brotar las hojas. Las anémonas de bosque, con los capullos cerrados, se alineaban junto al sendero en la hierba. A lo largo del canal había carrizo seco y viejo que había sobrevivido al invierno. Las hermosas villas se elevaban a la izquierda. La embajada turca con las ventanas enrejadas. La embajada china, un poco más arriba en la colina, rodeada de altas vallas de acero, cámaras de vigilancia y carteles de advertencia. Junto al club de remo había un pequeño palacete, rodeado por una cerca de madera amarilla. Cincuenta metros más allá había una villa alargada con un cenador al lado y un garaje que parecía estar construido justamente en el interior de la montaña.

A lo largo de todo el recorrido de la carrera se extendían lujosas viviendas sin vigilancia. Cada vez que corría las observaba, gigantescas villas ocultas, protegidas por setos y vallas. Se preguntaba por qué intentaban parecer sencillos cuando todo el mundo sabía que en Djurgården no vivía nadie que no fuera importante.

Adelantó a dos chicas que caminaban a ritmo rápido. En Kungliga Djurgården
{2}
hacían ejercicio con el típico estilo de
power walk
de Östermalm
{3}
. Chaleco de plumas sobre un jersey de manga larga, pantalones de gimnasia y sobre todo una gorra bien calada. La ropa que llevaba ella era más seria. Cortavientos negro de Nike Clima-Fit y mallas. Ropa que respiraba. Sonaba a cliché, pero funcionaba.

Los recuerdos de hacía tres fines de semana volvieron otra vez. Intentó reprimirlos, y en su lugar pensar en la música o concentrarse en la carrera. Si se centraba en el tiempo que hacía para la mitad del recorrido alrededor del canal y en los gansos canadienses que tenía que esquivar, quizá podría olvidar.

En los auriculares sonaba Madonna.

En el camino de gravilla había heces de caballo.

Se creían que la podían usar de cualquier manera. Pero era ella la que los utilizaba. Esa postura era lo que la protegía. Era ella la que elegía lo que hacía y lo que sentía. En el mundo oficial eran hombres de éxito, ricos, poderosos. Sus nombres estaban en las portadas de los suplementos de economía, en los titulares de las noticias bursátiles y en los primeros lugares de la lista de Hacienda de contribuyentes por patrimonio. En realidad eran una panda de perdedores patéticos y lamentables, personas a las que les faltaba algo, personas que evidentemente la necesitaban. El futuro de ella estaba decidido. Representaría su papel en la función hasta que le conviniera dejar de hacerlo y desenmascararlos. Y si no querían ser desenmascarados tendrían que pagar. Se había preparado, había acumulado información durante meses. Había conseguido confesiones, había escondido grabadoras debajo de las camas, incluso había filmado a algunos de ellos. Se sentía como una auténtica agente del FBI pero con una diferencia. Tenía mucho más miedo.

Era jugar a lo grande. Conocía las reglas, si salía mal significaría su final. Pero funcionaría. Su plan era dejarlo cuando cumpliera veintitrés. Largarse de Estocolmo a un sitio mejor, más grande. Mejor.

Dos chicas jóvenes, las espaldas bien rectas, se acercaban a caballo por el primer puente, junto a la hostería de Djurgårdsbrunn. Aún no habían sido expuestas al lado marginal de la vida. Como había sido ella misma antes de marcharse de casa. Se corrigió, porque aún era su objetivo. Ir con la cabeza bien alta en la vida. Lo iba a conseguir.

Junto al puente había un hombre con un perro. Hablaba por el móvil mientras la seguía con la mirada. Estaba acostumbrada a ser el centro de atención desde el principio de la pubertad y después del aumento de pecho a los veinte años fue la invasión total de miradas masculinas. Le gustaba y le daba asco al mismo tiempo.

El hombre era de constitución fuerte. Llevaba una chaqueta de cuero y vaqueros y en la cabeza una gorra redondeada. Pero había algo raro en él. Sus ojos no mostraban la típica mirada babosa. Al contrario, se le notaba equilibrado, concentrado, centrado. Como si hablara de ella por el móvil.

Se acabó la gravilla. Hasta el último puente, Lilla Sjötullsbron, el camino estaba asfaltado pero con largas grietas en varios lugares. Se planteó correr por el sendero abierto en la hierba a base de pisadas. Pero ahí había demasiados gansos. Sus enemigos.

Apenas veía el puente más adelante. ¿Por qué no encendían las farolas? ¿No se solían encender automáticamente cuando oscurecía? Aparentemente, no esa noche.

Había un furgón aparcado con la parte trasera hacia el puente.

No se veía a nadie.

Veinte metros más adelante había una lujosa villa que daba al lago. Conocía al dueño que, había construido la casa sin licencia de obra dentro de un enorme y viejo granero que ya había en el lugar. Un hombre poderoso.

Antes de llegar a girar hacia el puente notó que el furgón estaba extrañamente cerca del camino de grava, a dos metros de ella cuando torció hacia la derecha.

Se abrieron las puertas del furgón. Salieron dos hombres. No llegó a darse cuenta de lo que pasaba. Un tercer hombre llegó corriendo hacia ella desde atrás. ¿De dónde había salido? ¿Era el del perro que la había observado? Los hombres del furgón la agarraron. Le pusieron algo sobre la boca. Intentó gritar, arañar, pegar. Cogió una bocanada de aire con fuerza y se mareó. Había algo en el trapo que sujetaban contra su boca. Se revolvió, les dio tirones en los brazos. No sirvió de nada. Eran demasiado grandes, rápidos, fuertes.

Los hombres la metieron a empujones en el furgón.

Lo último que pensó es que se arrepentía de haberse mudado a Estocolmo.

Una mierda de ciudad.

* * *

Causa: B 4537-04

Cinta 1237. Cara A: 0,0. Cara B: 9,2

TRANSCRIPCIÓN

Ésta es la causa B 4537-04 contra Jorge Salinas Barrio, punto número uno de los cargos, y éste es el interrogatorio al acusado, Jorge Salinas Barrio:

JUEZ: ¿Nos puede contar con sus palabras lo sucedido?

ACUSADO: No hay mucho que decir. El almacén en realidad no lo uso yo. Mi nombre sólo está en el contrato por hacerle un favor a un amigo. Ya saben, a veces uno tiene que echar una mano. En realidad sí he guardado cosas ahí en algunas ocasiones, pero está a mi nombre sólo en los papeles. El almacén no es mío. La verdad es que esto es más o menos todo lo que tengo que decir.

JUEZ: Bien, si es todo, el fiscal puede hacer sus preguntas.

FISCAL: ¿Con almacén se refiere al trastero de Shurgard Self-Storage de Kungens kurva?

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