El año que trafiqué con mujeres (19 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
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El Riviera, como el New Aribau o el showgírls de Bailén 22, que utiliza como reclamo publicitario la imagen de la excepcional stripper Chiqui Marti, son locales históricos en las noches de lujuria catalanas. Y en buena medida han contribuido a convertir Barcelona en la capital internacional del sexo profesional. Al menos, eso es lo que opinan muchos expertos en prostitución, pornografía y sexo de pago.

En 1994, por ejemplo, el semanario londinense Time Out, una auténtica «Biblia» del ocio y el esparcimiento para los lectores británicos, publicaba una estadística sobre el mundo de la prostitución en la que señalaba a Barcelona como la ciudad del mundo con mayor número de meretrices en proporción a la población, por encima de New York, Tokio, Ámsterdam o Londres. Según Time Out, Barcelona aventajaba en su porcentaje de prostitutas con respecto a la población total, incluso a Bombay, uno de los mercados sexuales más activos de Asia, con una población de unas 100.000 furcias. Con tal número de rameras por metro cuadrado, no debería extrañamos que empresas como Private, la multinacional pornográfica más importante del planeta, haya establecido su sede internacional en Barcelona. Tampoco debería sorprendernos que uno de los festivales de cine erótico —en realidad, pornográfico— más importantes de Europa se celebre en la Ciudad Condal. E incluso, no tendríamos que asombramos del hecho de que, desde 1999 —año en que se regularizó la prostitución en Holanda, endureciéndose las leyes y expulsando del país a miles de meretrices ¡legales—, los empresarios de los burdeles y locales de alterne holandeses viajen aquí en busca de mesalinas para sus famosos escaparates. Muchos de ellos viajaron por todo el mundo en busca de mujeres dispuestas a emigrar a los burdeles más famosos de Europa, ofreciendo unas condiciones laborales reguladas, pero Barcelona fue la ciudad escogida para iniciar ese viaje, por su fama internacional en el mundo del sexo profesional.

Nada más franquear la entrada del Riviera entendí la razón. El local estaba completamente atestado. Iba a resultar difícil desplazarse por entre aquella masa humana sin que nadie notase el bulto de mi cámara oculta, que me empeñaba en mantener escondida bajo la chaqueta. Y para colmo, nada más entrar, una negraza enorme me abrazó por la espalda, intentando convencerme para que subiese con ella. Ni siquiera había tenido tiempo de llegar a la barra para canjear el ticket de la entrada por una copa, y aquella chica ya había estado a punto de encontrar mi grabadora. Le dije que yo era cliente habitual de Ruth, la chica de la que me habían hablado en Murcia y que afirmaba haber trabajado en un burdel propiedad de alguien de Gran Hermano, y la negra se apartó de mí rápidamente. Está muy mal visto que una meretriz se haga con el cliente fijo de una compañera. Señaló hacia el fondo del local y desapareció entre la masa de cortesanas y clientes.

Aproveché el momento de pedir mi copa para preguntar al camarero por Ruth. «Un amigo mío me ha dicho que es la que mejor la chupa aquí» —le dije para sortear su desconfianza. Sonrió con complicidad y me la señaló. Las raíces de su cabellera rizada mostraban que su rubio era de bote. Pequeña, pero especialmente agraciada, soportaba con una estoicidad franciscana el magreo que le estaba propinando un señor de edad avanzada y aspecto de adinerado empresario: reloj de oro a juego con los gemelos de su camisa, llavero de BMW y abultada billetera. No hacía falta ser un gran psicólogo para darse cuenta de que la sonrisa que lucía Ruth era completamente forzada. Se dejaba manosear por el potentado, permitiéndole creer que estaba seduciéndola. Los hombres resultamos babosos ridículos cuando intentamos justificar nuestra lujuria, actuando en un burdel como si estuviésemos en una discoteca. Mil veces observé el mismo denigrante espectáculo, sintiendo vergüenza de mi sexo. En lugar de cerrar el trato y dejar a la profesional que ejerza su labor sin más pérdida de tiempo, el macho —las más de las veces bien cargado de alcohol— se contonea ante la ramera como si intentase excitarla con su predisposición a las danzas eróticas; le ofrece fuego frunciendo el entrecejo y arqueando una ceja intentando adoptar una mirada seductora o la invita a una copa mientras le susurra al oído las maravillas que puede hacerle en la cama. Y mientras, ella, con la resignación del santo Job, aguanta todas sus estupideces con una paciente sonrisa, riéndole sus chistes groseros y dejándose querer... Deseando en el fondo que el pringado se decida de una vez a subir, pague el servicio y se corra lo antes posible.

He observado este ritual, consumido por la vergüenza ajena, un millón de veces en mil burdeles distintos. Y he sido testigo también de cómo en infinidad de ocasiones, tras el encuentro sexual, el pringado baja de la habitación para reunirse con sus amigotes, describiéndoles con todo detalle el pedazo de polvo que le había echado a la zorra, que gritaba como una perra en celo. Si es que los machos somos muy machos.

Observando aquellas patéticas, ridículas y vergonzosas actitudes de los puteros, en muchas ocasiones deseé tener el poder milagroso de Cristo en las bodas de Caná. Me habría encantado poder convertir el whisky de los cubalibres en bromuro. De esa forma, los clientes de aquellas Marías Magdalenas sentirían el mismo deseo, abonarían el servicio por adelantado, pero serían incapaces de obtener la erección para llevar adelante sus humillantes coitos de pago. Fantaseé con aquella idea en muchas ocasiones, llegando a considerar seriamente un postulado en pro de la inmediata beatificación del «santo Bromuro», como protector y valedor de las cortesanas de todo el mundo. Pero el milagro de Caná nunca se produjo en aquellas Gomorras y Sodomas contemporáneas. Y todas las Magdalenas tenían que dejarse profanar, una y otra vez, por los arietes ardientes de aquellos lamentables aprendices de Tenorio.

Ruth no fue una excepción. Al cabo de unos minutos de resignada negociación, la colombiana se llevó al potentado entre la masa. Los seguí hasta que entraron en una habitación situada a la derecha de la menor de las barras. Allí pude ver, sorprendido, que es tal la afluencia de servicios en el Riviera que se llegan a formar auténticas colas, de ramera y diente, que deberán aguardar pacientemente a que las habitaciones vayan quedando libres para completar el servicio. Así que me armé de paciencia y esperé.

Afortunadamente, el tipo con pinta de millonario era un rácano, como la mayoría, y sólo había pagado un completo básico. Veinte minutos después, Ruth volvía a sumergirse en la avalancha humana, en busca de un nuevo cliente. Y allí la esperaba yo.

Fue mucho más fácil de lo que esperaba. No necesité inventar ninguna historia rocambolesca para conseguir su testimonio, que por otro lado tampoco resultaba concluyente. Me bastó con presentarme como un amigo de su ex compañera murciana, la chica del Pipos, y con transmitirle un cariñoso saludo de su parte. Aceptó una copa —en realidad, el importe de la misma— y mis preguntas con la misma paciencia con la que había soportado los manoseos obscenos del viejo del BMW y me acercó un poco más a mi objetivo.

—No, yo no sé si alguien de Gran Hermano tiene puticlubs. Yo trabajé en uno de Galicia que se Rama La Paloma, pero no recuerdo cómo se llama el pueblo donde está, que era de un señor que salía en Gran Hermano, pero no era concursante, era el padre de una concursante.

—¿Pero cómo sabes eso?

—Pues porque un día, viendo la tele con esta chica de Murcia, vimos que salía él hablando de que su hija era muy buena, y no sé qué. Y ese tío es el dueño de La Paloma. Nosotros le conocíamos por el suizo, pero no sé cómo se llamaba. Creo que Humberto, o Alberto, o algo así...

Y nada más. Ruth no pudo ofrecerme ninguna otra información, pero al menos era ya una pista que podía seguir. Debería volver a Galicia una vez más, para seguir la pista del tal suizo en el burdel La Paloma. Pero eso debería esperar, porque tenía mucho que hacer en Barcelona todavía. Y Ruth me ayudó a elegir la dirección más apropiada para continuar mi viaje.

El dinero del sexo en España

Muy cerca del Riviera, en la misma carretera C-31 —antigua C-246 de Castefidefels, se erige otro gran macrocentro del sexo: el Saratoga. Este local ha sido objeto de polémica y controversia en numerosas ocasiones. A finales del año 2001, por ejemplo, fue implicado en una trama internacional de trata de blancas, que concluyó con la detención de 66 personas. El Saratoga de Castelldefels fue señalado por la Policía, junto con el Queens de Bilbao, el Mississippi de San Agustín de Guadalix en Madrid y el Yuma de Oviedo, como los puntos de destino de las chicas traficadas por una mafia de la prostitución, captadas anteriormente en Colombia, Brasil y Hungría; países estos en los que, según fuentes policiales, la citada red poseía una sólida infraestructura.

El mecanismo de esta mafia era el habitual. No aburriré al lector repitiendo el proceso de captación, transporte y coacción habituales en el tráfico de mujeres. Sin embargo, la investigación sobre la trastienda económica de estos burdeles arroja datos muy interesantes que nos ilustrarán sobre la incalculable implicación social, económica y hasta política del negocio del sexo.

Para hacemos una composición de lugar me gustaría aclarar al lector que, después del tráfico de armas y el narcotráfico, las mafias de la prostitución son el aspecto más lucrativo del crimen organizado. Un negocio ¡legal que mueve miles de millones de euros al día en todo el planeta. Según los cálculos aportados por Alvaro Colomer, autor de Se alquila una mujer, para la Comisión Especial del Senado sobre la Prostitución, cada día se solicitan en España un millón de servicios sexuales en alguno de los 2000 locales de alterne que existen en nuestro país —aunque yo opino que hay muchos más—, y anualmente en España se mueven unos 18.000 millones de euros —3 billones de pesetas—, en el negocio del sexo profesional. El doble de lo que se gasta el Estado en la cobertura del desempleo... todo un dato para reflexionar. Como muestra, un botón.

En el mes de octubre del año 2003, el Cuerpo Nacional de Policía desarrolló una redada en el conocido Hotel Flower's Park, situado en la A-VI, a pocos kilómetros de Madrid, que cuenta entre su clientela con algunos de los famosos «yupis», empresarios, deportistas y políticos más conocidos de Madrid. Además de las 37 prostitutas extranjeras detenidas por carecer de documentación, la Policía se llevó a los tres responsables del local: Antonio Herrera, Engracia Corcobado y José Vera, acusados de cuatro delitos: prostitución, inmigración ¡legal, asociación ¡lícita y actuaciones contra los derechos de los trabajadores, quedándose José Antonio Pérez como encargado eventual.

Según las fuentes consultadas por José Luís Álvarez, un compañero periodista, la facturación mensual del Flower's Park no bajaba de los 300.000 euros, lo que supone 12 millones de euros desde su inauguración hace tres años. Eso, sin contar otros ingresos como el alquiler de las sábanas a las rameras, los porcentajes en el pago de los servicios sexuales con Visa, etc. A los ingresos del Flower's Park hay que añadir una cantidad similar o mayor de los otros macro centros del placer que poseen los mismos propietarios del conocido «hotel»: el Pipos, el Lovely o el Riviera, a los que ya me he referido anteriormente. El número de millones de euros de beneficios calculados entre esos cuatro burdeles produce vértigo.

Esos imperios de serraflos, clubes y prostíbulos de lujo, pertenecientes a los mismos propietarios, pero parapetados en complejos entramados de asociaciones mercantiles, son muy habituales. Y con frecuencia, sirven para ocultar negocios mucho más crueles y turbios, como la red interceptada en el Saratoga, prostíbulo vecino al Riviera, que es uno de los mejores ejemplos.

La banda estaba dirigida, según divulgó la prensa, por los españoles Raúl Pascual Salceda y Juan Carlos Haza Pérez, quienes disponían de cuatro colaboradoras en Brasil, dos en Colombia y un delegado en Hungría, cuya misión era conseguir a las chicas, jóvenes y guapas, que después satisfarían los antojos sexuales de los honrados ciudadanos catalanes. Según las estimaciones policiales, la red ingresaba no menos de 500 millones de pesetas anuales, a costa de sus esclavas sexuales, y todo en dinero negro. Para evadir los impuestos, la mafia había tejido un complejo entramado de empresas destinadas a diluir las responsabilidades fiscales. Por ejemplo, la compañía Pérez & Señas, creada el día 2 de febrero de 1995 por los citados Pascual Salceda y Haza Pérez, para gestionar los citados clubes. Sólo declaraba unas ventas anuales de 50.694.343 pesetas. Pascual figuraba como gerente, mientras que Juan Carlos Haza era el encargado de mantener las relaciones internacionales.

Como ocurre en el 99 por ciento de los burdeles españoles, las licencias municipales se habían obtenido bajo epígrafes que nada tienen que ver con la prostitución: hoteles, cafeterías, sala de espectáculos, gimnasios, etc. En este caso, el objeto social de Pérez & Señas era, supuestamente, la promoción y explotación de negocios y empresas industriales de la rama de hostelería. Pero lo interesante es seguir el rastro del dinero que salía de los encuentros sexuales que se adquirían en el Saratoga y los demás clubes mencionados. Eso hizo el periodista Antonio Femández, y para su sorpresa, Raúl Pascual resultó ser el controlador de diferentes sociedades ubicadas en Vizcaya, dedicadas a todo tipo de negocios, especialmente los relacionados con el sector inmobiliario. Poco tardaría yo en averiguar que ése suele ser uno de los cauces más habituales para blanquear el dinero del sexo. Prueba de ello es que durante la feria inmobiliaria de Barcelona, resulta muy difícil encontrar una sola prostituta en la Ciudad Condal. Todas están ocupadas.

Además de Pérez & Señas, Pascual controlaba otras sociedades como Andarika, Perezmendi, Benazmendi, Plantas y Vida o Pacusa2000. Tanto Andarika como Perezmendi, esta última fundada el día 14 de febrero de 1997, comparten su sede en la calle de Pedro Martínez, N. 10 bis, con Benazmendi, fundada tres días después, y dedicada a la compraventa de terrenos rústicos y urbanos. Pascual, además, administraba Plantas y Vida, empresa dedicada a la compraventa de artículos relacionados con la medicina natural, con sede en la calle de Hurtas de la Villa, N. 10, donde imagino que se amortizaban los «polvos curativos» de sus fulanas.

Esta sociedad dedicada a una actividad tan encomiable como la medicina natural fue creada en el mes de marzo de igg8, y figuraban como apoderados, según publicó la revista Tiempo, Jesús Gil que no tiene nada que ver con el ex alcalde marbellí— y José Antonio Basteguieta, alcalde por el PNV de Kortezubi, en Vizcaya, que además era presidente de una sociedad municipal dedicada a la construcción y rehabilitación. Tengo razones de peso para suponer que no se trata del único alcalde español relacionado con este tipo de negocios.

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