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Authors: Lope de Vega

Tags: #Drama, #Teatro

El caballero de Olmedo (4 page)

BOOK: El caballero de Olmedo
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Fui con ella, que no fuera,

a sacar de un ahorcado

una muela; puse a un lado,

como Arlequín, la escalera.

Subió Fabia, quedé al pie,

y díjome el salteador;

"Sube, Tello, sin temor,

o si no, yo bajaré."

¡San Pablo! Allí me caí.

Tan sin alma vine al suelo,

que fue milagro del cielo

el poder volver en mí.

Bajó, desperté turbado

y de mirarme afligido,

porque, sin haber llovido

estaba todo mojado.

ALONSO: Tello, un verdadero amor

en ningún peligro advierte.

Quiso mi contraria suerte

que hubiese competidor,

y que trate, enamorado,

casarse con doña Inés;

pues, ¿qué he de hacer, si me ves

celoso y desesperado?

No creo en hechicerías,

que todas son vanidades;

quien concierta voluntades

son méritos y porfías.

Inés me quiere, yo adoro

a Inés, yo vivo en Inés;

todo lo que Inés no es

desprecio, aborrezco, ignoro.

Inés es mi bien; yo soy

esclavo de Inés; no puedo

vivir sin Inés; de Olmedo

a Medina vengo y voy.

porque Inés mi dueña es

para vivir o morir.

TELLO: Sólo te falta decir,

"Un poco te quiero Inés."

¡Plega a Dios que por bien sea!

ALONSO: Llama, que es hora.

TELLO: Ya voy.

(Llama en casa de don PEDRO. ANA y doña INÉS, dentro de la casa)

ALONSO: ¿Quién es?

TELLO: ¡Tan presto! Yo soy.

¿Está en casa Melibea?

Que viene Calisto aquí.

ANA: Aguarda un poco Sempronio.

TELLO: ¿Si haré falso testimonio?

INÉS: ¿Él mismo?

ANA: Señora, sí.

(Abrase la puerta y entran don ALONSO y TELLO en casa de don PEDRO)

INÉS: ¡Señor mío!

ALONSO: Bella Inés,

esto es venir a vivir.

TELLO: Agora no hay que decir,

"Yo te lo diré después."

INÉS: ¡Tello, amigo!

TELLO: ¡Reina mía!

INÉS: Nunca, Alonso de mis ojos,

por haberme dado enojos

esta ignorante porfía

de don Rodrigo esta tarde

he estimado que me vieses.

[… … … … …]

ALONSO: Aunque fuerza de obediencia

te hiciese tomar estado

no he de estar desengañado

hasta escuchar la sentencia.

Bien el alma me decía,

y a Tello se lo contaba

cuando el caballo sacaba,

y el sol los que aguarda el día,

que de alguna novedad

procedía mi tristeza,

viniendo a ver tu belleza,

pues me dices que es verdad.

¡Ay de mí si ha sido ansí!

INÉS: No lo creas, porque yo

diré a todo el mundo no,

después que te dije sí.

Tú solo dueño has de ser

de mi libertad y vida;

no hay fuerza que el ser impida,

don Alonso, tu mujer.

Bajaba al jardín ayer,

y como por don Fernando

me voy de Leonor guardando,

a las fuentes, a las flores

estuve diciendo amores,

y estuve también llorando.

"Flores y aguas, les decía,

dichosa vida gozáis,

pues aunque noche pasáis,

veis vuestro sol cada día."

Pensé que me respondía

la lengua de una azucena

—¡qué engaños amor ordena!—

"Si el sol que adorando estás

viene de noche, que es más,

Inés, ¿de qué tienes pena?"

TELLO: Así dijo a un ciego un griego

que le contó mil disgustos,

"Pues tiene la noche gustos,

para qué te quejas, ciego?"

INÉS: Como mariposa llego

a estas horas, deseosa

de tu luz… no mariposa,

fénix ya, pues de una suerte

me da vida y me da muerte

llama tan dulce y hermosa.

ALONSO: ¡Bien haya el coral, amén,

de cuyas hojas de rosas,

palabras tan amorosas

salen a buscar mi bien!

Y advierte que yo también,

cuando con Tello no puedo,

mis celos, mi amor, mi miedo

digo en tu ausencia a la flores.

TELLO: Yo le vi decir amores

a los rábanos de Olmedo;

que un amante suele hablar

con las piedras, con el viento.

ALONSO: No puede mi pensamiento

ni estar solo ni callar;

contigo, Inés, ha de estar,

contigo hablar y sentir.

¡Oh, quién supiera decir

lo que te digo en ausencia!

Pero estando en tu presencia

aun se me olvida el vivir.

Por el camino le cuento

tus gracias a Tello, Inés,

y celebramos después

tu divino entendimiento.

Tal gloria en tu nombre siento,

que una mujer recibí

de tu nombre, porque ansí,

llamándola todo el día,

pienso, Inés, señora mía,

que te estoy llamando a ti.

TELLO: Pues advierte, Inés discreta,

de los dos tan nuevo efeto,

que a él le has hecho discreto,

y a mí me has hecho poeta.

Oye una glosa a un estribo

que compuso don Alonso

a manera de responso,

si los hay en muerto vivo.

"En el valle a Inés

le dejé riendo.

Si la ves, Andrés,

dile cuál me ves

por ella muriendo."

INÉS: ¿Don Alonso la compuso?

TELLO: Que es buena, jurarte puedo,

para poeta de Olmedo.

Escucha.

ALONSO: Amor lo dispuso.

TELLO: Andrés, después que las bellas

plantas de Inés goza el valle,

tanto florece con ellas

que quiso el cielo trocalle

por sus flores sus estrellas.

Ya el valle es cielo, después

que su primavera es,

pues verá el cielo en el suelo

quien vio, pues, Inés es cielo,

"en el valle a Inés."

Con miedo y respeto estampo

el pie donde el suyo huella.

Que ya Medina del Campo

no quiere aurora más bella

para florecer su campo.

Yo la vi de amor huyendo,

cuanto miraba matando,

su mismo desdén venciendo

y aunque me partí llorando,

"la dejé riendo."

Dile, Andrés, que ya me veo

muerto por volverla a ver,

aunque cuando llegues, creo

que no será menester;

que me habrá muerto el deseo.

No tendrás que hacer después

que a sus manos vengativas

llegues, si una vez la ves,

ni aun es posible que vivas

"si la ves, Andrés."

Pero si matarte olvida

por no hacer caso de ti,

dile a mi hermosa homicida

que por qué se mata en mí,

pues que sabe que es mi vida.

Dile, «Crüel, no le des

muerte si vengada estás,

y te ha de pesar después».

Y pues no me has de ver más,

"dile cuál me ves."

Verdad es que se dilata

el morir, pues con mirar

vuelve a dar vida la ingrata,

y así se cansa en matar,

pues da vida a cuantos mata;

pero muriendo o viviendo,

no me pienso arrepentir

de estarla amando y sirviendo;

que no hay bien como vivir

"por ella muriendo."

INÉS: Si es tuya, notablemente

te has alargado en mentir

por don Alonso.

ALONSO: Es decir,

que mi amor en versos miente.

Pues, señora, ¿qué poesía

llegará a significar

mi amor?

INÉS: ¡Mi padre!

ALONSO: ¿Ha de entrar?

INÉS: Escondéos.

ALONSO: ¿Dónde?

(Ellos se entran, y sale don PEDRO)

PEDRO: Inés mía,

¡agora por recoger!

¿Cómo no te has acostado?

INÉS: Rezando, señor, he estado,

por lo que dijiste ayer,

rogando a Dios que me incline

a lo que fuere mejor.

PEDRO: Cuando para ti mi amor

imposible imagine,

no pudiera hallar un hombre

como don Rodrigo, Inés.

INÉS: Ansí dicen todos que es

de su buena fama el nombre;

y habiéndome de casar,

ninguno en Medina hubiera,

ni en Castilla, que pudiera

sus méritos igualar.

PEDRO: ¿Cómo habiendo de casarte?

INÉS: Señor, hasta ser forzoso

decir que ya tengo esposo,

no he querido disgustarte.

PEDRO: ¡Esposo! ¿Qué novedad

es ésta, Inés?

INÉS: Para ti

será novedad; que en mí

siempre fue mi voluntad.

Y ya, que estoy declarada,

hazme mañana cortar

un hábito, para dar

fin a esta gala excusada;

que así quiero andar, señor,

mientras me enseñan latín.

Leonor te queda, que al fin

te dará nieto Leonor.

Y por mi madre te ruego

que en esto no me repliques,

sino que medios apliques

e mi elección y sosiego.

Haz buscar una mujer

de buena y santa opinión,

que me dé alguna lición

de lo que tengo de ser,

y un maestro de cantar,

que de latín sea también.

PEDRO: ¿Eres tú quien habla, o quién?

INÉS: Esto es hacer, no es hablar.

PEDRO: Por una parte, mi pecho

se enternece de escucharte,

Inés, y por otra parte,

de duro mármol le has hecho.

En tu verdad edad mi vida

esperaba sucesión;

pero si esto es vocación,

no quiera Dios que lo impida.

Haz tu gusto, aunque tu celo

en esto no intenta el mío;

que ya sé que el albedrío

no presta obediencia al cielo.

Pero porque suele ser

nuestro pensamiento humano

tan vez inconstante y vano,

y en condición de mujer,

que es fácil de persuadir,

tan poca firmeza alcanza,

que hay de mujer a mudanza

lo que de hacer a decir,

mudar las galas no es justo,

pues no pueden estorbar

a leer latín o cantar,

ni a cuanto fuere tu gusto.

Viste alegre y cortesana;

que no quiero que Medina,

si hoy te admirare divina,

mañana te burle humana.

Yo haré buscar la mujer

y quien te enseñe latín,

pues a mejor padre, en fin,

es más justo obedecer.

Y con esto, adiós te queda;

que para no darte enojos,

van a esconderse mis ojos

adonde llorarte pueda.

(Vase, y salgan don ALONSO y TELLO)

REY: No me traigáis al partir

negocios que despachar.

CONDESTABLE: Contienen sólo firmar;

no has de ocuparte en oír.

REY: Decid con mucha presteza.

CONDESTABLE: ¿Han de entrar?

REY: Agora no.

CONDESTABLE: Su santidad concedió

lo que pidió vuestra alteza

por Alcántara, señor.

REY: Que mudase le pedí

el hábito porque ansí

pienso que estará mejor.

CONDESTABLE: Era aquel traje muy feo.

REY: Cruz verde pueden traer.

Mucho debo agradecer

al pontífice el deseo

que de nuestro aumento muestra,

con que irán siempre adelante

estas cosas del infante

en cuanto es de parte nuestra.

CONDESTABLE: Éstas son dos provisiones,

y entrambas notables son.

REY: ¿Qué contienen?

CONDESTABLE: La razón

de diferencia que pones

entre los moros y hebreos

que en Castilla han de vivir.

REY: Quiero con esto cumplir,

Condestable, los deseos

de fray Vicente Ferrer,

que lo ha deseado tanto.

CONDESTABLE: Es un hombre docto y santo.

REY: Resolví con él ayer

que en cualquiera reino mío

donde mezclados están,

a manera de gabán

traiga un tabardo el judío

con una señal en él,

y un verde capuz el moro.

Tenga el cristiano el decoro

que es justo; apártese dél;

que con esto tendrán miedo

los que su nobleza infaman.

CONDESTABLE: A don Alonso, que llaman

"el caballero de Olmedo."

hace vuestra alteza aquí

merced de un hábito.

REY: Es hombre

de notable fama y nombre.

En esta villa le vi

cuando se casó mi hermana.

CONDESTABLE: Pues pienso que determina,

por servirte, ir a Medina

a las fiestas de mañana.

REY: Decidle que fama emprenda

en el arte militar,

porque yo le pienso honrar

con la primera encomienda.

(Vanse. Sale don ALONSO)

ALONSO: ¡Ay, riguroso estado,

ausencia mi enemiga,

que dividiendo el alma,

puedes dejar la vida!

¡Cuán bien por tus efetos

te llaman muerte viva,

pues das vida al deseo,

y matas a la vista!

¡Oh, cuán piadosa fueras,

si al partir de Medina

la vida me quitaras

como el alma me quitas!

En ti, Medina, vive

aquella Inés divina,

que es honra de la corte

y gloria de la villa.

Sus alabanzas cantan

las aguas fugitivas,

las aves que la escuchan,

las flores que la imitan.

Es tan bella, que tiene

envidia de sí misma,

pudiendo estar segura

que el mismo sol la envidia,

pues no la ve más vella

por su dorada cinta,

ni cuando viene a España,

ni cuando va a las Indias.

Yo merecí quererla.

¡Dichosa mi osadía!

Que es merecer sus penas

calificar mis dichas.

Cuando pudiera verla,

adorarla y servirla,

la fuerza del secreto

de tanto bien me priva.

Cuando mi amor no fuera

de fe tan pura y limpia,

las perlas de sus ojos

mi muerte solicitan.

Llorando por mi ausencia

Inés quedó aquel día,

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