Read El castillo de Llyr Online
Authors: Lloyd Alexander
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
—¡En seguida! —dijo Rhun, que no llevaba puesto nada aparte de su camisa—. Voy a recoger mis cosas.
Mientras tanto Gurgi había bajado del árbol. Su curiosidad natural logró imponerse a su sentido de la prudencia: cruzó el claro, metió la cabeza por el umbral y, finalmente, acabó entrando en la choza. Flewddur y un impaciente Taran le siguieron unos instantes después.
Taran comprobó que el príncipe estaba en lo cierto. Las mesas y bancos de madera estaban cubiertos por una gruesa capa de polvo. Una araña había tejido una enorme red en una de las esquinas del techo, pero incluso la telaraña estaba desierta. Los restos calcinados de un fuego que llevaba mucho tiempo muerto yacían sobre las agrietadas piedras de una chimenea y junto a ella, esparcido por el suelo, había un montón de cacharros y utensilios de cocina vacíos. El lugar estaba lleno de cuencos de barro y recipientes rotos. Los agujeros del techo habían dejado entrar las hojas de más de un otoño, y éstas casi habían acabado enterrando a un escabel cuyas patas estaban convertidas en astillas. En el interior de la choza reinaba el silencio; los ruidos del bosque no lograban penetrar sus paredes. Taran, bastante nervioso, esperó a que el príncipe Rhun acabara de recoger sus cosas.
Gurgi, fascinado por tal cantidad de objetos extraños, no perdió el tiempo y empezó a hurgar por entre ellos.
—¡Mirad, mirad! —exclamó de repente, muy sorprendido, sosteniendo en sus manos un rollo de pergaminos medio rotos. Taran se arrodilló junto a Gurgi y examinó su hallazgo. No necesitó mucho tiempo para darse cuenta de que los ratones lo habían descubierto antes que ellos. Un gran número de las hojas presentaban señales de haber sido mordidas; algunas otras se habían mojado por culpa de la lluvia y resultaban ilegibles. Las pocas páginas más o menos enteras estaban cubiertas de una letra pequeña y apretada. Las únicas hojas totalmente intactas estaban al final del rollo: las habían encuadernado con unas tapas de cuero hasta formar un pequeño volumen, y el pergamino de aquellas páginas estaba limpio y no había sufrido daño alguno.
El príncipe Rhun, que aún no había acabado de ponerse el cinturón con la espada, fue hacia Taran y miró por encima de su hombro.
—¡Vaya! —exclamó—. ¿Qué tenemos aquí? No tengo ni idea de qué puede ser, pero parece interesante. Oh, qué libro tan bonito, ¿verdad? No me importaría nada tener uno parecido para ir anotando todas esas cosas de las que se supone debo acordarme.
—Príncipe Rhun —dijo Taran, entregándole el volumen al príncipe de Mona, quien se apresuró a meterlo dentro de su jubón—, creedme, si hay algo que pueda ayudaros en lo más mínimo… Bien, podéis quedároslo. —Volvió a concentrarse en el resto de los pergaminos—. La verdad es que entre los ratones y la lluvia no han dejado gran cosa que pueda leerse —siguió diciendo—. Da la impresión de que esto no tiene ni principio ni final, pero por lo que puedo comprobar creo que se trata de recetas para preparar pociones.
—¡Pociones! —exclamó Fflewddur—, ¡Gran Belin, no creo que las pociones vayan a sernos demasiado útiles ahora!
Pero Taran siguió examinando las hojas de pergamino, intentando colocarlas por orden.
—Esperad, creo que he encontrado el nombre de quien escribió todo esto. Parece ser algo así como Glew. Y, como dice aquí, las pociones son para… —le falló la voz y se volvió hacia Fflewddur, contemplándole con expresión preocupada—, para hacerse más grande. ¿Qué puede significar eso? —¿Qué? —preguntó el bardo—. ¿Hacerse más grande? ¿Estás seguro de que no lo has entendido mal? —Cogió las páginas y empezó a examinarlas con gran atención. Cuando hubo terminado dejó escapar un leve silbido—. Durante mis viajes —dijo Fflewddur—, he aprendido bastantes cosas, y una de las más importantes es no meterse donde no te llaman. Me temo que eso es exactamente lo que hizo el tal Glew. Buscaba una poción que le permitiera volverse más grande y fuerte. Y si eso de allí son las botas de Glew —añadió, señalando hacia un rincón de la choza—, podéis estar seguro de que lo necesitaba, pues debía de ser bastante pequeño.
En el rincón, medio tapadas por las hojas, había un par de botas muy gastadas. Eran tan pequeñas que hasta un niño habría tenido dificultades para usarlas, y su diminuto tamaño y el que estuvieran vacías hizo que a Taran le parecieran casi dignas de compasión.
—Desde luego, el tal Glew debía de ser un tipo concienzudo —siguió diciendo Fflewddur—. Las hojas explican cuanto hizo, y Glew se dedicó a consignar por escrito todas sus pociones de una forma cuidadosa y metódica. En cuanto a los ingredientes que utilizaba… —dijo el bardo, torciendo el gesto—. Bueno, prefiero no pensar en ellos.
—Quizá deberíamos probar suene con esas pociones —se apresuró a decir el príncipe Rhun—. Sería muy interesante ver qué pasa, ¿no?
—¡No, no! —gritó Gurgi—. ¡Gurgi no quiere probar pociones ni lociones!
—Y yo tampoco —dijo Fflewddur—. Y, si a eso vamos, Glew tampoco tenía muchas ganas de probarlas. No pensaba tomar sus brebajes hasta no tener cierta seguridad de que funcionarían…, y no puedo culparle por ello. Obró de una forma muy inteligente.
»Por lo que deduzco de cuanto hay escrito aquí —prosiguió el bardo—, lo que hizo fue capturar a una hembra de gato montes… Supongo que debía de ser bastante pequeña, ya que Glew no era lo que se dice ningún hombretón. La trajo hasta aquí, la metió en una jaula y le fue dando a probar sus pociones tan aprisa como podía prepararlas.
—Pobre animal —dijo Taran.
—Desde luego —repuso el bardo—. No me habría gustado estar en su sitio. Sin embargo, Glew debió de encariñarse un poco con ella porque hasta llegó a darle un nombre. Aquí está: Llyan. No creo que la tratara demasiado mal, dejando aparte el que la obligaba a tomar esos horribles brebajes, claro… Quizá incluso llegara a hacerle cierta compañía, teniendo en cuenta que vivía solo.
»Y por fin lo consiguió —siguió diciendo Fflewddur—. Si os fijáis en su letra podréis daros cuenta de lo nervioso y emocionado que debía de estar Glew. Llyan empezó a crecer. Glew habla de que necesitó hacerle una jaula nueva. Y después tuvo que hacerle otra más… Qué complacido debía de sentirse. No me cuesta nada imaginarme a ese hombrecillo riéndose y fabricando pociones a toda velocidad. Fflewddur pasó a la última página.
—Y éste es el final —dijo—. Los ratones se han comido el resto del pergamino y han hecho desaparecer la última poción de Glew. En cuanto a Glew y Llyan… Bueno, se han esfumado igual que la poción.
Taran contempló las botas vacías y los cacharros de cocina esparcidos por el suelo.
—Sí, está claro que Glew ha desaparecido —dijo con voz pensativa—, pero tengo la sensación de que no se fue demasiado lejos.
—¿Por qué? —le preguntó el bardo—. Oh, ya te entiendo —dijo, estremeciéndose—. Sí, la verdad es que por el aspecto de este sitio parece que su marcha fue algo… ¿Cómo podría decirlo? Repentina, eso es. Creo que Glew debía de ser una persona muy ordenada y amante de la limpieza. No creo que se marchara dejando su choza tal y como se encuentra ahora. Y, además, sin sus botas… Pobre hombrecillo —suspiró—. Bien, eso demuestra lo peligroso que es meterse donde no te llaman. Después de haber trabajado tanto lo único que consiguió es acabar sirviéndole de comida a su hembra de gato montes. ¡Y si queréis mi opinión, creo que lo más inteligente es que nos marchemos de aquí sin perder ni un instante!
Taran asintió y se puso en pie. Nada más hacerlo oyeron relinchos de terror y el estruendo de unos cascos de caballo lanzados al galope.
—¡Los caballos! —gritó Taran, corriendo hacia la puerta.
Antes de que pudiera llegar a ella, la puerta fue arrancada de sus goznes. Taran buscó frenéticamente su espada y retrocedió hacia el interior de la choza. Algo enorme saltó sobre él.
Taran sintió como se le escapaba el arma de entre los dedos y tuvo que tirarse al suelo para esquivar el ataque. La criatura pasó sobre su cabeza dando un salto tremendo. Los compañeros se dispersaron por la choza, aterrados, mientras que la gran bestia gritaba enfurecida.
La choza se llenó de hojas secas que giraban en un torbellino, y por entre la confusión de bancos y escabeles que caían al suelo Taran vio a Fflewddur subiéndose de un salto a la mesa: al hacerlo se enredó con la telaraña y consiguió que ésta le cubriera de la cabeza a los pies. El príncipe Rhun, que había intentado vanamente trepar por la chimenea, se agazapó entre las cenizas del suelo. Gurgi se había encogido hasta hacerse lo más pequeño posible y tenía la espalda pegada a un rincón.
—¡Socorro, oh, socorro! —estaba gritando—, ¡Salvad la pobre y tierna cabeza de Gurgi de los arañazos y los golpes!
—¡Es Llyan! —exclamó Taran.
—¡Puedes estar seguro de que es ella! —chilló Fflewddur—. Y ahora que la veo, no me cuesta nada creer que Glew lleva mucho tiempo digerido.
Un tembloroso y ronco gruñido brotó de la garganta de la criatura y ésta se quedó inmóvil durante unos segundos, como si no supiera en qué dirección lanzarse al ataque. Taran, sentado en el suelo, pudo ver por primera vez qué aspecto tenía aquella bestia feroz.
Aunque Glew había dejado escrito que Llyan iba creciendo, Taran jamás habría podido imaginarse a una hembra de gato montes tan grande. Llyan tenía la altura de un caballo pero era más esbelta y larga; su cola, más gruesa que el brazo de Taran, parecía ocupar por sí sola la mayor parte del espacio de la choza. Su cuerpo estaba cubierto de un espeso pelaje dorado en el que se veían manchas negras y anaranjadas. Tenía el vientre blanco con manchones negros. Mechones de vello brotaban de sus orejas y unos mechones todavía más espesos se curvaban junto a sus poderosas fauces. Sus largos bigotes no paraban de moverse; sus brillantes ojos amarillos iban velozmente de un compañero a otro. Llyan tensó los labios, dejando ver unos afilados dientes blancos, y Taran tuvo la seguridad de que la gata montesa era capaz de engullir todo lo que le viniera en gana.
La gata gigante volvió su gran cabeza hacia Taran y avanzó sinuosamente hacia él. Fflewddur desenvainó su espada y saltó de la mesa, arrastrando consigo la telaraña, gritando a pleno pulmón y enarbolando su arma. Llyan giró sobre sí misma en una fracción de segundo. Su cola golpeó a Taran, haciéndole caer nuevamente al suelo; la enorme pata de Llyan cruzó el aire igual que un rayo antes de que Fflewddur hubiera tenido tiempo de lanzar un mandoble. El movimiento fue tan rápido que los ojos de Taran no lograron seguirlo; lo único que pudo ver claramente fue cómo el arma del atónito bardo salía volando por los aires y acababa yendo a parar al umbral, mientras que Fflewddur caía de espaldas.
Llyan se volvió nuevamente hacia Taran soltando un bufido y con lo que parecía un suave encogimiento de sus poderosos flancos. Se agazapó, alargando el cuello, y sus bigotes temblaron con cada paso que daba acercándose a él. Taran contuvo el aliento; no osaba mover ni un solo músculo. Llyan empezó a dar vueltas a su alrededor, olisqueándole ruidosamente. Por el rabillo del ojo Taran pudo ver al bardo, que intentaba ponerse en pie, y le hizo una seña indicándole que se estuviera quieto.
—Creo que siente curiosidad. No parece muy enfadada —susurró Taran—. De lo contrario ya nos habría hecho pedazos a todos. No os mováis. Quizá acabe marchándose.
—Me alegra mucho oírte decir eso —replicó Fflewddur con un hilo de voz— Lo recordaré cuando me esté comiendo. Será un gran consuelo.
—No creo que tenga hambre —dijo Taran—. Si se ha pasado la noche cazando, debe de tener la barriga bien llena.
—Tanto peor para nosotros —dijo Fflewddur—. Nos mantendrá aquí dentro hasta que vuelva a tener apetito. Estoy seguro de que ésta es la primera vez que consigue tener cuatro cenas completas listas y esperándole dentro de su mismo cubil… —Suspiró, meneando la cabeza—. Cuando estaba en mi reino me pasaba el día dando migas a los pájaros, pero jamás creí que yo mismo acabaría siendo una especie de miga, si comprendes lo que quiero decir…
Llyan acabó tumbándose en el umbral. Humedeció una de sus enormes garras con la lengua y empezó a pasársela por encima de la oreja. Estaba tan absorta en aquella labor que daba la impresión de haber olvidado la presencia de los compañeros y Taran no pudo evitar contemplarla, fascinado, pese al miedo que sentía. Cada gesto de Llyan, incluso el más leve, estaba cargado de un terrible poder; Taran vio brillar su vello dorado, iluminado por los rayos de sol que entraban por el hueco de la puerta, y comprendió la potencia de los músculos que se ocultaban bajo él. Estaba seguro de que Llyan podía ser tan rápida como Melynlas. Pero sabía que también podía ser mortífera, y aunque en aquellos momentos no parecía tener ganas de hacerles daño a los compañeros, su estado de ánimo podía alterarse en cuestión de segundos. Taran miró a su alrededor, buscando desesperadamente una forma de recobrar la libertad o, al menos, de recuperar sus armas.
—Fflewddur —murmuró—, haz algo de ruido, no mucho pero sí el suficiente para que Llyan te mire.
—¿Cómo? —le preguntó el bardo, perplejo—, ¿Quieres que me mire? No te preocupes, no tardará en hacerlo. Me alegra que todavía no se le haya ocurrido…
Pero, pese a sus palabras, movió los pies, rascando el suelo con las botas. Llyan irguió las orejas y clavó sus ojos en el bardo.
Taran, agazapado, avanzó tan silenciosamente como pudo hacia Llyan, alargando la mano. Sus dedos buscaron cautelosamente su espada, que había caído casi junto a las patas de Llyan. La gata le golpeó, rápida como el rayo, haciéndole caer de espaldas. Taran, aterrado, comprendió que si hubiera tenido las garras fuera Llyan no sólo habría conseguido quedarse con su arma, sino también con su cabeza.
—No hay esperanza, amigo mío —dijo Fflewddur—. Es más rápida que cualquiera de nosotros.
—¡No podemos seguir perdiendo el tiempo! —exclamó Taran—, ¡Cada segundo es precioso!
—Oh, desde luego —replicó el bardo—, y los segundos se van haciendo más y más preciosos porque cada vez tenemos menos. Estoy empezando a envidiar a la princesa Eilonwy. Puede que Magg sea una sucia araña repugnante y todo eso, pero si la alternativa es enfrentarse a un montón de garras y dientes… Bueno, preferiría luchar contra él que contra Llyan. No, no —suspiró—, creo que me contentaré con sacarles el máximo provecho posible a mis últimos momentos.
Taran, desesperado, se llevó las manos a la frente.
—Príncipe Rhun —dijo en voz baja unos instantes después, mientras que Llyan empezaba a pasarse nuevamente la zarpa por los bigotes—, poneos en pie sin hacer ruido. Intentad llegar hasta esa esquina de la choza en la que hay un agujero. Si podéis hacerlo, salid por él y corred tan de prisa como os sea posible.