El día de las hormigas (20 page)

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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

BOOK: El día de las hormigas
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—¿Piensa realmente lo que está diciendo?

Ella se encogió de hombros.

—Mire el número de personas muertas por lobos y el número de personas muertas por humanos, ¿no le parece que mi miedo…, cómo decirlo…, está más justificado que el suyo?

—¿Tiene miedo de los humanos? ¡Pero si usted es un ser humano!

—Lo sé de sobra y por eso a veces me doy miedo… a mí misma.

Él contemplaba estupefacto sus rasgos marcados de pronto por el odio. De golpe, ella se relajó:

—Bueno, pensemos en otra cosa. A los dos nos gustan los enigmas. Qué oportuno, es la hora de nuestro programa nacional de enigmas. Le ofrezco el gesto de mayor sociabilidad de nuestra época, un poco de mi televisión.

—Gracias —respondió él.

Manejando su mando a distancia, Laetitia buscó «Trampa para pensar».

57. Enciclopedia

RELACIÓN DE FUERZAS:
Con las ratas se ha realizado un experimento. Para estudiar su aptitud para nadar, un investigador del laboratorio de biología del comportamiento de la facultad de Nancy, Didier Desor, juntó seis de ellas en una jaula cuya única salida daba a una piscina que tenían que atravesar para alcanzar un comedero que distribuía los alimentos. Rápidamente se pudo comprobar que las seis ratas no iban en busca de su alimento nadando todas al mismo tiempo. Surgieron diferentes papeles que las ratas se habían repartido del siguiente modo: dos nadadoras explotadas, dos no-nadadoras explotadoras, una nadadora autónoma y una no-nadadora sufridora. Las dos explotadas iban en busca del alimento nadando por debajo del agua. Cuando volvían a la jaula, las dos explotadoras las golpeaban y les metían la cabeza debajo del agua hasta que soltaban su presa. Y sólo después de haber alimentado a las dos explotadoras podían permitirse las dos explotadas sometidas consumir su propio alimento. Las explotadoras no nadaban nunca, se limitaban a golpear a las nadadoras para ser alimentadas. La autónoma era una nadadora lo bastante robusta para no ceder a las explotadoras. La sufridora, por último, era incapaz de nadar e incapaz de asustar a las nadadoras, y sólo recogía las migajas que caían durante los combates. Se encontró la misma estructura —dos explotadas, dos explotadoras, una autónoma y una sufridora— en las veinte jaulas en que se repitió el experimento.

Para comprender mejor ese mecanismo de jerarquía, se metieron juntas seis explotadoras. Estuvieron pegándose toda la noche. A la mañana siguiente, dos de ellas se hacían cargo de la tarea, una nadaba sola, otra lo sufría todo. Se realizó el mismo experimento con ratas cuyo comportamiento era el de explotadas sumisas. Al día siguiente por la mañana, dos de ellas hacían de pachás.

Pero lo que da realmente que pensar es que, cuando se abrieron los cráneos de las ratas para estudiar su cerebro, se vio que las más estresadas eran las explotadoras. Probablemente habían tenido miedo a no ser obedecidas por las explotadas.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

58. En seco

El agua les lame la espalda. 103.683 y sus compañeras excavan frenéticas en el techo. Todos los cuerpos están cubiertos de salpicaduras cuando, ¡Oh, milagro!, van a dar por fin a una pieza seca.

Salvadas.

En seguida taponan la salida. ¿Resistirá el muro de arena? Sí, el torrente lo contornea para desaguar por corredores más frágiles. Acurrucadas unas contra otras en la pequeña isla, las hormigas del grupo se sienten mejor.

Las rebeldes se cuentan: sólo ha sobrevivido una cincuentena. Un puñado de deístas sigue murmurando:

No hemos alimentado suficientemente a los Dedos. Por eso han abierto el cielo.

En efecto, en la cosmología mirmeceana el planeta Tierra es cúbico y está rematado por un techo de nubes que contiene el «océano superior». Cada vez que el peso del océano superior es excesivo, el techo se agrieta y deja caer lo que es la lluvia.

Las deístas, por su parte, sostienen que esas resquebrajaduras del techo de nubes se deben a los golpes que con sus garras dan en él los Dedos. Sea como fuere y en espera de días mejores, todas se ayudan entre sí lo mejor que pueden. Algunas se entregan, boca a boca, a trofalaxias. Otras se friccionan para conservar su reserva de calor.

103.683 aplica sus palpos bucales contra la pared y siente que la Ciudad tiembla todavía bajo los asaltos acuáticos.

Bel-o-kan no se mueve, completamente abrumada por ese enemigo polimorfo que proyecta en cualquier intersticio sus patas transparentes. Maldita sea la lluvia, más flexible, más adaptable y más humilde aún que las hormigas. Unas soldados ingenuas hieren a golpes de mandíbula sable a las gotas que resbalan hacia ellas. Matar una es enfrentarse a cuatro. Cuando se da un golpe de pata a la lluvia, la lluvia se queda con la pata enviscada. Cuando se dispara con ácido contra la lluvia, la lluvia se vuelve corrosiva. Cuando se zarandea a la lluvia, la lluvia te recoge y te retiene.

Son incontables las víctimas del aguacero.

Todos los poros de la Ciudad están abiertos.

Bel-o-kan se ahoga.

59. Televisión

El rostro alterado de la señora Ramírez aparece en la pantalla. Desde que se había atascado en su nuevo enigma, aquella serie cifrada, el índice de audiencia del programa se había duplicado. ¿Por el placer sádico de ver a alguien, hasta entonces infalible, dudando de pronto? ¿O bien porque el público, identificándose más fácilmente con ellos, prefiere a los perdedores antes que a los ganadores?

Con su buen humor habitual, el presentador preguntaba:

—Y bien, señora Ramírez, ¿ha encontrado la solución?

—No, todavía no.

—¡Concéntrese, señora Ramírez! ¿Qué le sugiere nuestra serie de cifras?

La cámara enfocó en primer lugar el encerado y luego a la señora Ramírez, que explicaba pensativa:

—Cuanto más observo la serie, más turbada me siento. Es fuerte, muy fuerte. De todos modos, he tenido la impresión de que por fin descubría algunos ritmos… El «uno», colocado, siempre al final… Grupos de «dos» en el centro…

Se acercó al encerado en el que estaban escritas las cifras y comentó, igual que una maestra de escuela:

—Podríamos creer que es una progresión exponencial.

Pero realmente no lo es. He pensado en un orden entre los «unos» y los «doses» y resulta que surge de pronto esta cifra, el «tres», que también se repite… Entonces he pensado que tal vez no había orden de ningún tipo. Tenemos que vérnoslas con un mundo de caos, con cifras dispuestas de forma aleatoria. Sin embargo, mi instinto de mujer me dice que no es así, que no han sido colocadas al azar.

—Y entonces, ¿qué le sugiere esta pizarra, señora Ramírez?

La fisonomía de la señora Ramírez se iluminó.

—Se van a reír de mí —dijo.

La sala estalló en aplausos.

—Dejen que la señora Ramírez medite —intervino el presentador—. Está pensando en algo. ¿En qué, señora Ramírez?

—En el nacimiento del Universo —contestó ella con la frente arrugada—. Pienso en el nacimiento del Universo. «Uno» es la chispa divina que se hincha y luego se divide. ¿Será posible que usted me haya propuesto como enigma la ecuación matemática que rige el Universo? ¿Lo que Einstein buscó en vano toda su vida? ¿El Grial de todos los físicos del mundo?

Por una vez, el presentador adoptó un gesto enigmático que concordaba perfectamente con el tema de su emisión.

—¡Quién sabe, señora Ramírez! «¡Trampa para…

—… pensar!» —gritó el público al unísono.

—… para pensar», sí, el pensamiento no conoce límites. Vamos, señora Ramírez, ¿respuesta o comodín?

—Comodín. Necesito más información.

—¡La pizarra! —reclamó el animador.

Y anotó la serie ya conocida:

1

11

21

1211

111221

312211

13112221

Luego, sin mirar su papel, añadió:

1113213211

—Le recuerdo las frases clave. La primera era: «Cuanto más inteligente es uno, menos posibilidades tiene de encontrarlo.» La segunda era: «Hay que olvidar lo que se sabe.» Y le ofrezco una tercera a su sagacidad: «Como el Universo, este enigma nace en la simplicidad absoluta.»

Aplausos.

—¿Puedo darle un consejo, señora Ramírez? —preguntó el presentador, de nuevo jovial.

—Se lo ruego —dijo la candidata.

—Creo, señora Ramírez, que no es usted lo bastante simple, lo bastante tonta, en suma, que no está usted suficientemente vacía. Su inteligencia le juega malas pasadas. Dé marcha atrás en sus células, vuelva a ser la niñita ingenua que todavía hay en usted. Y, en cuanto a mis queridos telespectadores y telespectadoras, les digo: ¡hasta mañana, si así lo quieren!

Laetitia Wells apagó el aparato.

—¿Ha encontrado usted la solución al enigma?

—No, ¿y usted?

—Tampoco. Debemos ser demasiado inteligentes, si quiere mi opinión. Ese presentador tiene razón.

Para Méliés era hora de irse. Metió los frascos en sus amplios bolsillos.

En el umbral, volvió a preguntar:

—¿Por qué no nos ayudamos en lugar de trabajar y cansarnos cada uno por nuestro lado?

—Porque tengo la costumbre de funcionar sola y porque Policía y Prensa nunca han hecho buena pareja.

—¿Sin excepciones?

Ella sacudió su corta cabellera de ébano.

—¡Sin excepciones! Adelante, comisario, ¡y que gane el mejor!

—Pues si así lo quiere, ¡que gane el mejor!

Y desapareció en la escalera.

60. Inicio de la cruzada

La lluvia, agotada, se retira. Retrocede en todos los frentes. También ella tiene un depredador. Se llama Sol. El antiguo aliado de la civilización mirmeceana se ha hecho esperar, pero ha llegado a tiempo. Ha cerrado rápidamente las heridas abiertas del cielo. El océano superior ya no se derrama sobre el mundo.

Las belokanianas libradas del desastre salen para secarse y calentarse. Una lluvia es como una hibernación en que el frío fuera sustituido por el remojo. Es peor. ¡El frío adormece, el remojo mata!

Fuera felicitan al astro vencedor. Algunas entonan el viejo himno de gloria:

Sol, entra en nuestros caparazones huecos, mueve nuestros músculos doloridos y une nuestros pensamientos divididos.

La Ciudad entera repite por todas partes esta canción olorosa. No por ello Bel-o-kan ha dejado de recibir una buena paliza. Lo poco que queda del domo, acribillado a impactos de granizos, vomita pequeños chorros de un agua clara salpicada de grumos negros: los cadáveres de los ahogados.

Las nuevas que llegan de las otras ciudades tampoco están radiantes. ¿Habría bastado, pues, un chaparrón para acabar con la orgullosa federación de las hormigas rojas del bosque? ¿Una simple lluvia puede acabar con un imperio?

Las ruinas del domo dejan al descubierto un solano donde los capullos no son más que granulados húmedos en una sopa de barro. ¿Y cuántas nodrizas han encontrado la muerte queriendo proteger a las cresas entre sus patas? Algunas han conseguido salvar a las suyas enarbolándolas en la punta de sus patas por encima de la cabeza.

Las escasas supervivientes que hay entre las hormigas porteras se desincrustan de las salidas de la Ciudad Prohibida. Asustadas, contemplan la amplitud de la catástrofe. La misma Chli-pu-ni está estupefacta por la magnitud de los destrozos.

En tales condiciones, ¿se puede construir algo sólido? ¿Para qué sirve la inteligencia si un poco de agua basta para devolver el mundo a los primeros días de la civilización hormiga?

103.683 y las rebeldes salen también de su refugio. La soldado se dirige inmediatamente hacia su reina.

Después de lo que ha pasado, hemos de renunciar a nuestra cruzada contra los Dedos.

Chli-pu-ni se queda inmóvil, sopesa la feromona. Luego mueve muy despacio las antenas, responde que no, que la cruzada figura entre los proyectos mayores que nada podría cuestionar. Añade que sus tropas de élite, acantonadas en el interior del tronco de la Ciudad prohibida, están intactas y que, del mismo modo, también hay en reserva escarabajos rinoceronte.

Debemos matar a los Dedos y lo haremos.

Sin embargo, hay una diferencia de tamaño: en lugar de ochenta mil soldados, 103.683 sólo dispondrá de… tres mil. Efectivos reducidos, cierto, pero muy experimentados y aguerridos. De igual modo, en vez de las cuatro escuadrillas de coleópteros volantes previstos inicialmente, sólo habrá una, de treinta unidades, lo cual es mejor que nada.

103.683 conviene en ello y echa hacia atrás las antenas en señal de asentimiento. No por ello deja de ser pesimista sobre el destino que espera a la exigua expedición.

En esto, Chli-pu-ni se retira y prosigue su inspección. Algunas presas han aguantado y han permitido salvar barrios enteros. Pero las pérdidas son enormes y han sido sobre todo los capullos y la generación siguiente los que han resultado diezmados. Chli-pu-ni decide aumentar su ritmo de puesta para repoblar cuanto antes su ciudad. Todavía dispone de millones de espermatozoides frescos en su espermateca.

Y, puesto que tiene que poner, pondrá.

Por todo Bel-o-kan las hormigas reparan, alimentan, cuidan, analizan los destrozos, buscan soluciones.

Las hormigas no se dan por vencidas tan fácilmente.

61. Zumo de roca

El profesor Maximilien MacHarious examinaba el contenido de la probeta en su cuarto del «Hotel Bellevue». La sustancia que le había entregado Caroline Nogard se había transformado en un líquido negro, semejante a zumo de roca.

Sonó el timbre. Esperaba a los dos visitantes. Se trataba de una pareja de sabios etíopes, Gilíes y Suzanne Odergin.

—¿Cómo va todo? —preguntó el hombre nada más entrar.

—Seguimos al pie de la letra el programa establecido —respondió tranquilamente el profesor MacHarious.

—¿Está usted seguro? El teléfono de los hermanos Salta no contesta.

—¡Bah! Se habrán ido de vacaciones.

—Tampoco contesta Caroline Nogard.

—¡Han trabajado tanto! Es normal que ahora deseen tomarse un pequeño descanso.

—¿Un pequeño descanso? —dijo irónica Suzanne Odergin.

Abrió su bolso y blandió varios recortes de periódicos con el relato de la muerte de los hermanos Salta y de Caroline Nogard.

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