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Authors: Michael Ende

El espejo en el espejo (13 page)

BOOK: El espejo en el espejo
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—Por lo visto, ésos dos —dice al volver señalando por encima del hombro con el pulgar a los dos centinelas— también querían saberlo exactamente.

—Es posible —murmura la muchacha, pero el que quiera saberlo exactamente tiene que pasar por la puerta.

El hombre joven se sienta a su lado. Coloca el brazo alrededor de su hombro, pero ella lo rechaza con un movimiento breve e impaciente. El hombre joven ríe silenciosamente.

—Usted se burla de mí, ¿verdad?

La muchacha vuelve la cara y él se asusta como si le hubiese mirado su muerte. Ella sacude la cabeza imperceptiblemente, luego mira otra vez de frente y pregunta dirigiéndose hacia la blanca llanura:

—¿Es usted héroe de profesión?

El joven torero hace un esfuerzo y prorrumpe de nuevo en una pequeña risa.

—Bueno, según se mire. Yo sólo intento superar mi miedo.

—¿Miedo? —pregunta la muchacha en un tono como si la palabra le fuese completamente desconocida.

—A morir —contesta el hombre joven—, soy cobarde por naturaleza, como la mayoría de los seres humanos. Tengo miedo a morir. Por eso me ejercito en ello.

—¿Se ha muerto ya alguna vez? —pregunta la muchacha— ¿Cuántas veces?

El hombre joven estudia su perfil para averiguar si se está burlando de él, pero no lo logra. Suspira resignado y dice más bien para sí:

—La verdad es que no he pensado aún seriamente en ello.

La muchacha asiente y dice con dureza:

—Sí, usted puede lograrlo.

—¿Opina que lo venceré?

—¿Vencer? —repite ella asombrada—. Nadie puede vencerlo. Será mucho si lo encuentra en este laberinto.

—¿Y por qué cree, princesa, que lo lograré?

—Porque es usted un niño —dice la muchacha y no hay nada ofensivo en su manera de decirlo—, un niño cruel, insensato, quizás, pero un niño al fin y al cabo. Eso ejerce una atracción irresistible sobre él. Creo que se dejará encontrar por usted.

—¿Y qué fuerza —pregunta él— ejerce eso sobre usted?

Ella se queda pensativa, como escuchando, antes de contestar:

—Ninguna.

El hombre joven permanece callado y también pensativo. Finalmente, respira profundo y asiente con gesto grave.

—Usted me considera estúpido, ¿verdad? Tal vez tenga razón. Pero me parece que de alguna manera hay que ser estúpido si se quiere hacer algo. Y a mí, princesa, me interesa más hacer algo que justificarme por ello.

La muchacha le contempla atentamente y con cierta simpatía.

—¿Cuántos años tiene realmente? —pregunta ella.

—Veintiuno. Así que soy mayor de edad. ¿Y usted?

—Tres mil —dice sin sonreír—. ¿Me encuentra bonita?

Él se queda un poco perplejo, traga.

—Escuche, quisiera pedirle algo. Cuando entre allí, quiero decir, después de todo podría ser que yo…

—Oh, sí —dice la muchacha con frialdad—, eso podría ser. Hasta ahora no ha vuelto nadie.

El joven torero parece de pronto turbado, casi torpe.

—No me entienda mal, princesa, o más bien… El caso es que no tengo nada que me una al mundo de aquí fuera, ni familia, ni amada. Y pienso que podría haber situaciones en las que la sensación de ser esperado le dé a uno fuerzas y valor.

La muchacha sacude la cabeza.

—Mi pobre muchacho dice ella—, ¿cree en serio que el mundo de aquí fuera no pertenece ya al laberinto? La existencia de esta puerta hace que ya no haya ni delante ni detrás. Este mundo es sólo uno de los muchos sueños que usted ha soñado o soñará todavía.

El joven torero la mira desconcertado y balbucea:

—¡Y sin embargo! La mayoría de los héroes que conozco llevaban consigo algún recuerdo, un objeto de afecto, de amor, un talismán…

La muchacha no hace ademán de ayudarle a salir de su apuro. Lo mira asombrada, como desde muy lejos.

—¿Se ha parado a pensar —pregunta despacio— que es mi hermanastro a quien quiere degollar?

Al hombre joven le sube la sangre al rostro.

—No, en eso no había pensado realmente. Nadie de su entorno habla de ello y creía que… Perdone, mi ruego era desconsiderado y brutal.

—¿Pensaba —sigue preguntando la muchacha— que era tan sencillo ser un héroe? ¿Pensaba que bastaba con no reflexionar para acertar y evitar el error? Si sólo se tratase de matar, el mundo estaría lleno de héroes.

—¡Pero después de todo —opina confuso el hombre joven—, después de todo él es un cabeza de toro, un monstruo, un engendro de la naturaleza, alguien que exige sacrificios humanos!

—¿De dónde sabe todo eso? —pregunta la muchacha dulcemente.

—Se cuenta. Todos lo dicen. También su padre. Hasta su madre, que lo puso en el mundo.

—Ah, sí, siempre las viejas historias —contesta ella cansada con las que se intenta distinguir el bien del mal. Pero en el recuerdo del mundo todo es uno y necesario.

Y tras un corto silencio añade:

—¿Y a donde irá todo el recuerdo del mundo, cuando nosotros los seres humanos ya lo hayamos olvidado desde hace tiempo?

—Pero aquellos que pasaron antes que yo por esa puerta —exclama el hombre joven, desconcertado— fueron devorados por él.

—No nos acordamos de nadie, ¿cómo vamos a saber lo que sucedió con ellos?

El joven torero se pone de pie, está pálido debajo de su piel morena, sus ojos brillan febriles.

—Ya averiguaré yo lo que sucedió con ellos.

Pero la muchacha vuelve a sacudir la cabeza.

—Tampoco tú serás un héroe, pobre muchacho. Un héroe es alguien de quien se pueden contar cosas, por eso tiene que quedarse en el mismo sueño, en la mima historia que aquellos que cuentan cosas de él. Pero nuestro recuerdo llega solo hasta este umbral. Quien lo atraviesa, abandona nuestro sueño.

—Yo, en cambio —dice el joven con decisión—, hablaré de ti a tu hermanastro cuando lo encuentre. Yo no te olvidaré.

Sube los tres escalones desgastados y coloca la mano sobre el picaporte. Pero aún titubea y se vuelve.

—¿De verdad —dice en voz baja— que no me quieres dar nada?

Por primera vez sonríe la muchacha y por primera vez parece precisamente por eso triste.

—¿Te refieres a un ovillo de hilo que te servirá para volver a tientas después de llevar a cabo la hazaña? No te servirá de nada, amigo, pues en cuanto se cierre esa puerta detrás de ti no sabrás nada de mí, ni yo de ti. No sabrías siquiera lo que significa el ovillo inútil en la mano y lo tirarías. Sufrirás muchas transformaciones, pasarás de una imagen a otra. Y cada vez creerás despertar y no te acordarás de tu sueño anterior. Caerás del interior al interior del interior y seguirás hasta el más profundo interior, sin acordarte, a través de vidas y muertes y siempre serás otro y

siempre el mimo, allí donde no hay diferencias. Pero no alcanzarás nunca a aquel a quien quieres matar, pues cuando lo hayas encontrado te habrás convertido en él. Tú serás él, la primera letra, el silencio que precede a todo. Entonces sabrás lo que es soledad.

Se calla como si hubiese hablado demasiado, pero al cabo de unos instantes añade en voz baja:

—No, no puedo darte nada, ni siquiera este beso.

Sube hacia él y le besa. Él lo acepta con los brazos colgados y tiene ya la sensación de no ser nada más que un nombre olvidado hace mucho tiempo.

—¿Y tú? —pregunta él—, ¿recordarás al menos este beso que nadie ha recibido de ti?

—No —dice ella—, ¡vete!

Entonces él se vuelve rápidamente, aprieta el picaporte hacia abajo, la puerta se abre con facilidad y pasa. La muchacha se queda parada sin moverse hasta que vuelve a cerrarse.

Uno de los centinelas da al otro con el codo.

—¿Qué está haciendo? La puerta se ha abierto y cerrado.

—Ni idea —dice el otro.

Ven que la muchacha les hace una seña con la mano, corren hacia ella y presentan armas.

—Me da pena —dice la muchacha en voz baja.

Los soldados se miran desconcertados.

—¿Quién le da pena, alteza? —pregunta el primero.

—Nadie —contesta ella—, pensaba en mi hermano allí detrás de la puerta, mi pobre hermano Hor.

Y mientras se aparta y se aleja murmura una vez más:

—Pobre, pobre Hor.

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