El laberinto del mal (22 page)

Read El laberinto del mal Online

Authors: James Luceno

BOOK: El laberinto del mal
2.83Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los desalentados humanoides que colonizaron aquella luna nunca se habían molestado en dar un nombre a su principal centro de población, así que también era conocido como Naos MI. Los visitantes que esperaban un espaciopuerto típico se encontraban con un conjunto de colinas fortificadas, conectadas mediante puentes, que se extendían por un amplio delta lleno de canales. En justa correspondencia a un lugar tan escasamente creativo, la luna había atraído a nómadas y viajeros espaciales de dudosa catadura, ansiosos por perderse en ella o emprender una nueva vida. Aunque la mayoría eran rodianos y twi'lekos lethanos, había una buena representación de humanos y otros seres humanoides. Cada año llegaban unos cuantos pescadores ricos, deseosos de poner a prueba sus habilidades frente a los dientes afilados, pero Naos III estaba tan alejado de las rutas habituales y tan desprovisto de infraestructura que no podía sostener un turismo importante.

Aunque la luna parecía el lugar ideal para que se escondiera un twi'leko de color rojizo. Obi-Wan dudaba que pudieran encontrar a Fa 'ale Leh. Para empezar, era prácticamente seguro que habría cambiado de nombre, incluso de color de piel. Y, lo más importante, Naos 111 no ofrecía muchas oportunidades de trabajo para una ex transportista de especia..., a menos que Leh estuviera entre los pocos que se atrevían a desafiar la muerte transportando cargamentos de clientes afilados congelados a Tion o al Núcleo, pasando por Perlemian.

Según K'sar, cuando Sienar la contrató para que entregase la nave espacial experimental en la que el bith instaló un transmisor idéntico al de la mecano-silla de Gunray, Leh ya llevaba un tiempo transportando especia de Ryloth a los mundos del Espacio Hutt.

Para Obi-Wan, aquella nave en cuestión sólo podía ser el correo estelar modificado del Sith que mató en Naboo, y que la República confiscó después de la batalla. Cuando los agentes de Inteligencia de la República intentaron entrar en la nave, los sistemas de vuelo, armamento y comunicaciones se autodestruyeron; pero, aunque muchos no lo sabían, la calcinada carcasa seguía en un hangar clandestino de Theed. Habían dado por hecho que las modificaciones eran obra del zabrak Sith, pero la información proporcionada por K'sar sugería que el Laboratorio de Proyectos Avanzados de Raith Sienar no sólo fue el responsable de la construcción de la nave, sino también de las mejoras realizadas en los diseños de Darth Sidious.

Obi-Wan y Anakin podían haber ido directamente hasta la fuente, Raith Sienar, pero temían que el Canciller Supremo Palpatine vetase la idea. Sienar era demasiado importante.

Se sabía que el otro gran proveedor de armas de la República. Astilleros Kuat, suministraba material a ambos bandos. A través de su subsidiaria. Ingeniería Pesada Rothana, que construía las naves de asalto clase Acclamator y los BT-TT (Blindados Tácticos Todo Terreno), Astilleros Kuat también había proporcionado a la Confederación su Flota de la Tormenta, que había sido "el terror de los perlemianos" hasta que fue retirada del servicio activo gracias a la ayuda de Obi-Wan y Anakin.

La nieve seguía cayendo con fuerza en Naos 111 cuando los dos Jedi se detuvieron. Obi-Wan señaló hacia un bar cercano.

—Ese que hemos pasado debe de ser el decimoquinto.

—Sólo en esta calle —añadió Anakin—. Si entramos en todos para preguntar y nos tomamos una copa en cada uno, acabaremos borrachos antes de llegar al puente.

—Con suerte. Aun así, siguen siendo la mejor fuente de información.

—Ya que buscar su nombre en el directorio local de comunicaciones no nos ha servido de nada.

—Además, es mucho más divertido.

Anakin sonrió abiertamente.

—Por mí, de acuerdo. ¿Por cuál quieres empezar?

Obi-Wan completó un círculo y señaló el bar que se encontraba frente a ellos: El Piloto Desesperado.

Cuatro horas más tarde, medio borrachos y casi congelados, entraron en el último bar anterior al puente. Tras sacudirse la nieve de los hombros de sus capas y bajarse las capuchas, examinaron a los clientes que se apiñaban en la barra y ocupaban casi todas las mesas.

—O pescas o no tienes mucho que hacer en Naos III —comentó Anakin.

—Tengo la impresión de que la mayoría bebe incluso mientras trabaja. Dos rodianos se alejaron de la barra y ellos ocuparon su lugar. Pidieron sus bebidas.

Anakin dio un sorbo a su vaso.

—Diez bares, otras tantas hembras lethanas, y todas y cada una de ellas asegura haber nacido en este mundo. Yo diría que pasaremos aquí mucho, mucho tiempo.

—¿No te dio K'sar ningún dato más personal: cicatrices, lekku tatuado, lo que sea?

Anakin meneó la cabeza.

—Nada. —Cuando Obi-Wan le hizo señas al camarero humano para que se acercara, agregó—: Pide otro aperitivo twi'leko y te juro que te corto el brazo.

Obi-Wan rió.

—Pues el moho izzy del último bar estaba delicioso.

Anakin probó otro sorbo.

—Hablando de brazos...

—¿Hablábamos de brazos?

—Hablábamos de brazos. Al menos creo que hablábamos de brazos. De todas formas, ¿te acuerdas del Club Outlander, cuando me dejaste para pedir las bebidas? ¿Supiste que Zam Wessel te seguiría?

—Al contrario. Sabía que te seguiría a ti.

—¿Implicas que las multiformes sienten una atracción especial por mí?

—¿Qué hembra podría evitarlo, con la forma en que te pavoneas al andar? "Asuntos de los Jedi" —añadió, imitando la voz de Anakin.

—Entonces... admites que me has estado utilizando de cebo.

—Algún privilegio tengo que tener por ser un Maestro. En todo caso, siempre puedes pagarme con mi misma moneda.

Anakin levantó su vaso.

—Brindo por eso.

Viendo que el camarero se acercaba, Obi-Wan dejó una moneda debajo de su vaso vacío y lo empujó hacia delante—. Otra ronda. Y quédate el cambio.

Atlético, con un pelo rojizo que casi le llegaba hasta la cintura, el camarero miró la moneda.

—Mucha remuneración para una libación tan escasa. Quizá me permita ofrecerle algo un poco menos insípido.

—En realidad preferiría un poco de información.

—¿Por qué lo suponía?

—Estamos buscando a una hembra lethana —dijo Anakin.

—¿Y quién no?

Obi-Wan agitó la cabeza.

—Sólo negocios.

—Sí, suele ser habitual. Les sugiero que prueben en el hotel Palacio. —No lo entiende.

—Oh, creo que sí.

—Mire, la hembra que buscamos seguramente no es... bueno, masajista.

—Ni bailarina —agregó rápidamente Obi-Wan.

—Entonces, ¿qué hace aquí, en Naos 111?

—Era piloto... con cierta preferencia por las especias.

Obi-Wan miró al camarero fijamente.

—Quizás haya llegado a Naos 111 en los últimos diez años.

Los ojos del camarero se entrecerraron.

—¿Por qué no empezaron por ahí? Están hablando de Genne. —Nosotros la conocemos como Fa'ale Leh.

—Amigos míos, en Naos III un nombre es una simple convención.

—Pero ¿la conoces? —dijo Obi-Wan.

—Sí.

—¿Y sabes dónde podemos encontrarla?

El camarero levantó un pulgar.

—Arriba, habitación siete. Dijo que podían subir.

Anakin y Obi-Wan intercambiaron una mirada desconcertada.

—¿Está esperándonos? —preguntó Obi-Wan.

El camarero encogió sus macizos hombros.

—No me dijo a quién esperaba. Simplemente que si alguien preguntaba por ella lo enviase arriba.

Anularon su petición de bebidas y se dirigieron hacia un largo tramo de escaleras.

—¿Has hecho algún truco Jedi? —se interesó Anakin.

—Si lo he hecho, no ha sido conscientemente.

—Diez tragos despiertan mucha inconsciencia.

—Sí, o quizás ha sido el hongo twi'leko. Pero me parece infinitamente más probable que nos estemos metiendo en una trampa.

—Así que deberíamos estar en guardia.

—Sí, Anakin, deberíamos estar en guardia.

Obi-Wan subió las escaleras y golpeó con los nudillos en la puerta de plastoide verde de la habitación número siete.

—Está abierto —dijo una voz en Básico desde el interior.

Se aseguraron de que sus sables láser estuvieran a mano, pero los dejaron en sus cinturones, bien ocultos bajo la capa. Obi-Wan abrió la puerta de un puntapié y se metió dentro del frío cuarto, tras Anakin.

Genne, quizá Fa'ale Leh, estaba tumbada en una cama estrecha, con la espalda y el lekku apoyados en la cabecera. Vestía unos pantalones desgastados, botas y una chaqueta aislante. Extendió las largas piernas y las cruzó a la altura del tobillo. Junto a ella, en una pequeña mesita, había una botella medio vacía de lo que Obi-Wan supuso era el combustible de cohetes que pasaba por licor casero local.

Cogió dos vasos ostensiblemente sucios y preguntó:

—¿Una copa?

—Ya estamos en el límite legal —respondió Anakin.

El comentario la hizo sonreír.

—Naos III no tiene límite legal, chico —dio un largo trago de su propio vaso, sin dejar de mirarlos por encima del borde—. No sois lo que esperaba.

—¿Es una sorpresa o una desilusión? —preguntó Anakin.

—¿A quién esperaba? —le interrumpió Obi-Wan.

—Los clásicos tipos duros, lacayos de Sol Negro, cazarrecompensas... No sé. Vosotros tenéis el aspecto de dos Jedi perdidos —hizo una pausa—. Quizá sois eso. Los Jedi son conocidos por ser peores que los asesinos.

—Sólo si es necesario —dijo Anakin.

Ella se encogió de hombros.

—¿Queréis hacerlo ya o tengo derecho a una última cena?

—¿Hacer qué? —se extrañó Obi-Wan.

—Matarme, claro.

Anakin dio un paso adelante.

—Siempre tenemos esa posibilidad.

Ella paseó la mirada de él a Obi-Wan.

—Jedi malo-Jedi bueno, el viejo truco.

—Sólo queremos hablar contigo de un correo estelar que entregaste en Proyectos Avanzados Sienar.

—Claro. Primero, una ronda de preguntas y respuestas; y después, un rayo láser... No, un sable láser que me corta el cuello.

—Entonces, eres Fa'ale Leh.

—¿Quién os dijo dónde encontrarme? Ha tenido que ser Thal K'sar, ¿verdad? Es el único que sigue con vida. Ese pequeño bith traidor...

—Háblanos de tu entrega —la interrumpió Anakin.

La mujer sonrió al recordar.

—Una nave extraordinaria, el trabajo de un genio. Pero supe al instante que aquél sería un trabajo que me perseguiría toda la vida. Y así ha sido. Obi-Wan echó una mirada general a todo el cuarto.

—¿Te has escondido aquí durante más de diez años?

—No, vine a disfrutar de las playas —hizo un gesto despectivo—. ¿Sabéis? Mataron a los ingenieros, a los mecánicos, a casi todo el mundo que trabajó en esa nave. Y yo lo sabía. Hice la entrega, cobré lo que me debían y me largué. Aunque parece que no lo bastante lejos. Me encontraron en Ryloth, en Nar Shaddaa y en los mundos perdidos del Brazo de Tingel. Escapé por los pelos, puedo mostraros las cicatrices.

—No es necesario —dijo Obi-Wan mientras Fa'ale le pasaba la punta de su cola por encima del hombro.

Ella volvió a vaciar el vaso.

—Bien, ¿quién os envía...? ¿Sienar? ¿O el hombre para el que se construyó la nave?

—¿Para quién se construyó? —dijo Anakin.

La mujer lo contempló un segundo antes de responder.

—Eso es lo divertido. Sienar, el propio Raith Sienar, me dijo que era para un Jedi, pero el tipo al que se lo entregué... no era un Jedi. ¡Oh!, llevaba un sable láser y todo eso, pero... No sé, tenía algo extraño. Obi-Wan asintió con la cabeza.

—Hemos tenido tratos con él.

—¿Dónde lo entregaste? —presionó Anakin.

—En Coruscant, claro.

Obi-Wan miró hacia el techo.

Un instante después, el techo explotaba hacia dentro y llovieron vigas de plastoide, paneles cubiertos de hielo, azulejos... y dos trandoshanos armados hasta los dientes. Pero el Jedi ya había llegado hasta la cama, la había volcado y había tirado a Fa'ale Leh al frío suelo, junto a los colchones de espuma y la colcha.

El sable láser de Anakin, empuñado y activado, ya era un borrón de luz azul que desviaba rayos láser y paraba los golpes de una vibrohacha manejada por las carnosas manos de un falleen de piel roja que acababa de entrar por la puerta. Detrás del falleen irrumpieron dos humanos que, en su ansiedad por entrar en el cuarto, terminaron encajados en el marco de la entrada.

Girando sobre sí mismo, Obi-Wan sacó el sable láser de su cinturón y se lanzó hacia la puerta. La hoja del sable rebanó las dos manos de uno de los humanos. Un agónico aullido rasgó el aire helado mientras el hombre caía de rodillas. Ya libre, el segundo cayó hacia delante, directamente sobre la hoja de Obi-Wan. El olor a carne quemada inundó el cuarto, mezclándose con el humo del explosivo que había arrancado tres metros cuadrados de tejado. Enormes copos de nieve caían a través de la abertura.

A la izquierda de Obi-Wan, en el centro del cuarto, Anakin resistía contra los dos alienígenas reptilescos y el portador de la vibrohacha. Los láseres desviados atravesaban las delgadas paredes, despertando gritos entre los vecinos de Fa'ale. Se abrieron y cerraron puertas, y en el pasillo resonó un retumbar de pisadas apresuradas.

Pivotando sobre el pie izquierdo, el falleen intentó enterrar la vibrohacha en la cabeza de Obi-Wan. Este esquivó el arma agachándose y hundió la hoja del sable en su muslo izquierdo.

El golpe sólo consiguió alimentar la rabia del humanoide. El falleen se abalanzó hacia delante, alzando el hacha por encima de su cabeza, intentando partir a Obi-Wan por la mitad. El Jedi dio un paso lateral, apartándose del camino del arma, pero la mesita de Fa'ale no tuvo tanta suerte y se partió en dos, lanzando la botella de la twi'leko por los aires hasta que terminó estrellándose contra la cara del más grande de los dos trandoshanos. Gritando de rabia, el alienígena se llevó una garra hasta su sangrante ceja, mientras con la otra seguía disparando su pistola contra Anakin. Este, mientras desviaba los rayos con el sable láser, levantó la mano izquierda y envió un empujón de la Fuerza contra el trandoshano, haciéndolo volar hacia atrás, a través del cuarto, hasta impactar contra la única ventana de la habitación.

El segundo reptiloide se arriesgó a atacar, intentando aprovechar que Anakin estaba centrado en su compañero.

Obi-Wan siguió el vuelo de la cabeza del alienígena por toda la habitación, el hueco de la puerta y el pasillo hasta caer en el vestíbulo, donde alguien dejó escapar un chillido espeluznante. El falleen, al encontrarse solo frente a los dos Jedi, extendió la vibrohacha frente a él y empezó a girar sobre sí mismo para tratar de impedir que alguien se le acercara.

Other books

The Shroud of Heaven by Sean Ellis
The Pearl Locket by Kathleen McGurl
L. A. Candy by Lauren Conrad
Wicked: Devils Point Wolves #2 (Mating Season Collection) by Gayle, Eliza, Collection, Mating Season
Styx by Bavo Dhooge
The Chariots Slave by Lynn, R.
Always by Timmothy B. Mccann