El número de la traición (17 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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—¿Conocía usted a Gwendolyn Zabel? —le preguntó Will.

—No tienes derecho a interrogarme sin que haya un abogado presente.

Faith puso los ojos en blanco, regodeándose en lo infantil del gesto. Will se comportó de forma algo más madura.

—¿Podría decirme su nombre?

La mujer se puso a la defensiva de nuevo.

—¿Por qué?

—Me gustaría saber cómo debo dirigirme a usted.

La mujer se quedó meditando sus opciones.

—Candy.

—Muy bien, Candy. Soy el agente especial Trent, del DIG, y ella es la agente especial Faith Mitchell. Siento tener que comunicarle que la hija de la señora Zabel ha sufrido un accidente.

Candy se arrebujó en el chal.

—¿Iba borracha?

—¿Conocía usted a Jacquelyn? —le preguntó Will.

—Jackie. —Candy se encogió de hombros—. Estuvo viviendo aquí un par de semanas o tres para recoger las cosas de su madre y vender la casa. Hablamos de vez en cuando.

—¿Contrató a algún agente inmobiliario, o pensaba venderla ella directamente?

—Llamó a un agente local. —La mujer cambió de postura para no ver a Faith—. ¿Está bien Jackie?

—Me temo que no. Murió a consecuencia del accidente.

Candy se llevó la mano a la boca.

—¿Ha visto a alguien merodeando por los alrededores de la casa? ¿Alguien sospechoso?

—Por supuesto que no. Habría llamado a la policía.

Faith contuvo un bufido. Los que despotricaban contra los «cerdos» eran los primeros en llamar a la policía en cuanto intuían el menor problema.

—¿Tenía Jackie algún familiar con el que podamos ponernos en contacto? —le preguntó Will.

—¿Estás ciego o qué te pasa? —replicó Candy, señalando hacia la nevera con un gesto de la cabeza.

Faith vio una lista de nombres y números de teléfono pegada en la puerta de la nevera donde estaba apoyado Will. Las palabras NÚMEROS DE EMERGENCIA encabezaban la lista impresa en negrita, a menos de quince centímetros de su cara.

—Dios, ¿es que no os enseñan a leer en la academia?

Will parecía estar pasándolo fatal, y Faith habría abofeteado a Candy si la hubiera tenido más cerca. Sin embargo, se limitó a decir:

—Señora, voy a necesitar que vaya al centro para hacer una declaración formal.

Will la miró y meneó la cabeza, pero Faith estaba tan furiosa que le costaba hablar sin que le temblara la voz.

—Un coche patrulla la llevará hasta el edificio Este del Ayuntamiento. Será cuestión de un par de horas.

—¿Por qué? —preguntó Candy—. ¿Para qué necesitáis que…?

Faith sacó su móvil y marcó el número de su antiguo compañero del departamento de policía de Atlanta. Leo Donelly le debía un favor —más bien muchos favores— y pensaba cobrárselos para hacerle la vida imposible a aquella mujer.

—Hablaré con vosotros aquí. No hace ninguna falta que me llevéis al centro.

—Su amiga Jackie está muerta —dijo Faith en tono cortante—. Usted elige: o nos ayuda con la investigación o la acuso de obstrucción.

—Vale, vale —dijo la mujer alzando las manos en señal de rendición—. ¿Qué queréis saber?

Faith miró de reojo a Will, que se miraba fijamente los pies. Pulsó el botón de colgar y se ahorró la llamada a Leo.

—¿Cuándo vio usted a Jackie por última vez? —le preguntó.

—El fin de semana pasado. Vino buscando un poco de compañía.

—¿Qué clase de compañía?

Candy respondió con evasivas y Faith empezó a marcar el número de Leo otra vez.

—Está bien —gruñó Candy—. Por dios, estuvimos fumando un poco de marihuana. Estaba hasta las narices de toda esta mierda. Llevaba bastante tiempo sin visitar a su madre; ninguno nos habíamos dado cuenta de lo mal que estaba.

—¿A quién se refiere cuando dice «ninguno de nosostros»?

—A mí y a un par de vecinos más que le echábamos un ojo a Gwen de vez en cuando. Es una mujer muy mayor. Sus dos hijas viven fuera del estado.

Muy atentos no debían de estar si no se habían dado cuenta de que estaba viviendo en un vertedero.

—¿Conoce usted a la otra hija?

—Joelyn —respondió Candy, señalando con un gesto de la cabeza hacia la lista que había en la nevera—. Ella nunca venía por aquí. Al menos yo no la he visto en los diez años que llevo viviendo en este barrio.

Faith miró de reojo a Will una vez más. Este tenía la mirada perdida en un punto indefinido por encima del hombro de Candy.

—Así que vio a Jackie por última vez la semana pasada, ¿no?

—Eso es.

—¿Y qué hay de su coche?

—Lo tenía aparcado delante de la casa hasta hace un par de días.

—¿Un par de días quiere decir dos días?

—En realidad hace más bien cuatro o cinco días. Tengo una vida. No me dedico a observar las idas y venidas de mis vecinos.

Faith pasó por alto el sarcasmo.

—¿Ha visto usted a alguien de aspecto sospechoso merodeando por aquí?

—Ya te he dicho que no.

—¿Quién era su agente inmobiliario?

Mencionó el nombre de uno de los mejores agentes inmobiliarios de la ciudad, un hombre que se anunciaba en todas las paradas de autobús.

—Jackie ni siquiera le conocía en persona; lo negociaron todo por teléfono. El tipo tenía la casa vendida antes de poner el cartel en el jardín. Hay un promotor que está comprando todas las parcelas del vecindario, y cierra el trato en diez días con dinero en efectivo.

Faith sabía que era una práctica bastante extendida. Incluso a ella le habían llegado varias ofertas por su humilde casa en los últimos años, si bien no había aceptado ninguna porque con el dinero de la venta no hubiera podido permitirse comprar una casa nueva en la misma zona.

—¿Y qué me dice de la empresa de mudanzas?

—Mire todas estas porquerías. —Golpeó con la palma de la mano un montón de periódicos viejos—. Lo último que me dijo Jackie fue que iba a pedir un contenedor de esos que se utilizan en la construcción.

Will se aclaró la voz. Ya no miraba a la pared, pero tampoco miraba directamente a la testigo.

—¿Y por qué no dejar las cosas como están, sin más? —preguntó—. Prácticamente no hay más que basura, y el constructor va a derribar la casa de todas formas.

A Candy le horrorizó la idea.

—Esta era la casa de su madre. Jackie se crio aquí; su infancia está enterrada bajo todas estas porquerías. Uno no puede deshacerse de su pasado así, sin más ni más.

Will cogió el móvil como si hubiera sonado. Faith sabía que tenía estropeado el modo vibración (Amanda había estado a punto de matarle la semana anterior porque le sonó en mitad de una reunión). Sin embargo miró la pantalla y dijo:

—Disculpadme.

Salió por la puerta de atrás, apartando con el pie un montón de revistas que le obstaculizaban el paso.

—¿Cuál es su problema? —preguntó Candy refiriéndose a Will.

—Es alérgico a las zorras —bromeó Faith, aunque de haber sido cierto esa mañana Will tendría el cuerpo invadido por un sarpullido de la cabeza a los pies—. ¿Con qué frecuencia visitaba Jackie a su madre?

—¿Me has tomado por su secretaria personal?

—Quizá recupere la memoria si la llevo a la central.

—Joder —murmuró Candy—. Vale. Puede que viniera a verla unas dos veces al año, más o menos.

—¿Y nunca ha visto a la hermana, a Joelyn, por aquí?

—No.

—¿Pasaba usted mucho tiempo con Jackie?

—No mucho. No se puede decir que fuéramos amigas ni nada parecido.

—¿Y eso de que estuvieron fumando marihuana la semana pasada? ¿Le contó algo sobre su vida?

—Me dijo que la residencia donde había ingresado a su madre costaba cincuenta de los grandes al año.

Faith tuvo que contenerse para no silbar.

—Pues se llevará todo lo que saque por la venta de la casa.

Candy no parecía compartir su opinión.

—Hace tiempo que Gwen no está bien. No creo que supere este año. Jackie me dijo que a lo mejor le llevaba algo bonito cuando fuera a visitarla.

—¿Dónde está la residencia?

—En Sarasota.

Jackie Zabel vivía en la parte noroccidental de Florida, a unas cinco horas en coche de Sarasota. Ni demasiado cerca, ni demasiado lejos.

—Las puertas no estaban cerradas con llave cuando llegamos.

Candy meneó la cabeza.

—Jackie vivía en una urbanización cerrada. Nunca cerraba las puertas con llave. Una noche se dejó las llaves en el coche; cuando vi sus llaves en el contacto no me lo podía creer. Fue un milagro que no se lo robaran. —Con cierta tristeza, añadió—: Siempre tuvo mucha suerte.

—¿Estaba saliendo con alguien?

Candy volvió a mostrarse reticente pero Faith esperó a que la mujer respondiera.

—No era tan simpática, ¿sabes? —respondió por fin—. Estaba bien para compartir un porro, pero en general se podría decir que era una arpía; y los hombres querían follársela, pero no se quedaban a charlar con ella después. No sé si me explico.

Faith no era la más indicada para juzgarla.

—¿Podría ser más específica? ¿A qué se refiere con eso de que era una arpía?

—Solo ella sabía cuál era el camino más adecuado para ir a Florida, la clase de gasolina que hay que ponerle al coche, cómo hay que tirar la maldita basura. —Candy hizo un gesto señalando la abarrotada cocina—. Por eso quería encargarse de todo esto personalmente. Está forrada; podía haberse permitido contratar a una cuadrilla y le habrían dejado la casa limpia en dos días. Pero pensaba que solo ella podía hacerlo como es debido. Esa es la única razón por la que se quedó aquí: tiene obsesión por controlarlo absolutamente todo.

Faith pensó en las bolsas alineadas con pulcritud en la acera.

—Dice que no salía con nadie. ¿Había algún hombre en su vida? ¿Algún ex marido, un antiguo novio?

—Quién sabe. A mí no me hacía demasiadas confidencias, y Gwen lleva años sin saber ni en qué día vive. Honestamente creo que Jackie solo necesitaba dar un par de caladas para relajarse y sabía que yo tenía marihuana.

—¿Y por qué la compartió con ella?

—No estaba mal cuando se relajaba.

—Ha preguntado usted si iba borracha cuando tuvo el accidente.

—Sé que tuvo un problema con eso en Florida. Le cabreaba mucho ese asunto. —Con mucha seguridad, añadió—: Esos controles son absurdos. Una triste copa de vino y te plantan las esposas como si fueras un delincuente. Lo único que quieren es cubrir su cuota.

Faith había tenido que hacer muchos controles de alcoholemia y sabía que había salvado muchas vidas. No le cabía la menor duda de que Candy, por su parte, debía de haber tenido más de un rifirrafe con la policía.

—Así que Jackie no le caía bien, pero tenía bastante trato con ella. No la conocía muy bien, pero sabe que estaba recurriendo una denuncia por conducir bajo los efectos del alcohol. ¿En qué quedamos?

—Es más fácil seguirle la corriente a la gente, ¿sabes? No soy de las que van buscando problemas.

Por lo visto, prefería buscárselos a los demás. La agente sacó su libreta.

—¿Podría decirme cuál es su apellido?

—Smith. —Faith la miró fijamente a los ojos—. En serio: me llamo Candace Courtney Smith. Vivo en esa ruina que hay al otro lado de la calle.

Miró fugazmente por la ventana y vio a Will hablando con uno de los agentes de uniforme. Por el modo en que el hombre meneaba la cabeza imaginó que no habían averiguado nada nuevo.

—Siento haberme puesto así —dijo Candy—. Es que no me gusta ver a la policía husmeando por aquí.

—¿Y eso por qué?

La mujer se encogió de hombros.

—Hace tiempo tuve algún que otro problema con la poli.

Faith ya lo había adivinado. Candy tenía la típica actitud hostil de quien ha ocupado el asiento trasero de un coche de policía en más de una ocasión.

—¿Qué clase de problemas?

Se encogió de hombros otra vez.

—Solo lo digo porque de todas maneras lo van a averiguar y no quiero que vuelvan aquí como si fuera una psicópata homicida.

—Muy bien. ¿Qué hay?

—Me detuvieron por prostitución cuando tenía veinte años.

A Faith no le sorprendió en absoluto.

—Conoció a un tipo que la inició en las drogas y la convirtió en una yonqui —aventuró.

—Romeo y Julieta —confirmó Candy—. El muy cabrón me endilgó toda su mierda. Dijo que a mí no me encerrarían por eso.

Tenía que haber una fórmula matemática que permitiera calcular con exactitud cuánto tiempo tardaba una mujer en ponerse a hacer la calle para costearse sus vicios después de que su novio la enganchara a las drogas. Faith imaginó que el resultado sería cero coma poco.

—¿Cuánto tiempo le cayó?

—Una mierda —rio Candy—. Delaté al cabrón y a su camello. No pasé entre rejas ni un solo día.

Esto tampoco sorprendió a Faith.

—Hace mucho que dejé las drogas duras —explicó la mujer—. Pero la hierba me relaja mucho.

De nuevo miró a Will de reojo. Evidentemente, había algo en él que la ponía nerviosa. Faith decidió preguntarle directamente.

—¿Qué es lo que tanto la preocupa?

—No parece un policía.

—¿Y qué parece?

Candy meneó la cabeza.

—Me recuerda a mi primer novio: muy calladito y muy educado pero con un carácter… —Estampó el puño contra la palma de su otra mano—. Me zurraba que daba gusto. Me rompió la nariz. Y un día me rompió una pierna porque no gané el suficiente dinero. Todavía me duele cuando hace frío.

Faith vio adónde quería ir a parar. Si se había puesto a hacer la calle para comprar drogas y la habían pillado más de una vez por conducir en estado de embriaguez no era por su culpa, sino por la de su malvado novio o el estúpido policía que no pensaba en otra cosa que en cumplir con su cuota. Y ahora era a Will a quien le tocaba hacer el papel de malo. Candy era una experta manipuladora que sabía perfectamente cuándo estaba perdiendo el favor de su público.

—No te estoy mintiendo.

—La verdad es que no me interesan los sórdidos detalles de su trágico pasado —dijo Faith—. Dígame qué es lo que le preocupa de verdad.

Candy vaciló unos segundos.

—Ahora solo me dedico a criar a mi hija. Estoy limpia.

—Ya.

Temía que le quitaran a su hija.

Candy señaló a Will con un gesto de la cabeza.

—Me recuerda a esos cabrones de los servicios sociales.

Que Will le pareciera un trabajador social resultaba más verosímil que lo de que le recordaba a su violento novio.

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