El número de la traición (19 page)

Read El número de la traición Online

Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
10.51Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿El Asesino del Riñón? —preguntaron Will y Faith al unísono.

—Qué monos —dijo Leo—. Me recordáis mucho a los gemelos Bobbsey.

—¿De qué estás hablando? —Faith parecía tan descolocada como Will.

—El departamento de policía de Rockdale filtra más que mi próstata —les informó Leo, en tono confidencial pero encantado de poder divulgar la noticia—. Dicen que a vuestra primera víctima le extirparon un riñón. Supongo que será uno de esos casos de tráfico de órganos, o alguna secta. Me han dicho que por un riñón te pueden dar una pasta, unos cien de los grandes.

—Dios Santo —exclamó Faith—, es la cosa más idiota que he oído en la vida.

—¿Se lo extirparon o no? —Leo parecía decepcionado.

Faith no respondió, y Will no pensaba darle a Leo ninguna información para que tuviera algo de que hablar cuando volviera a comisaría.

—¿Ha dicho algo Felix? —preguntó Will.

Leo negó con la cabeza y mostró su placa para que les dejaran pasar a la sala de urgencias.

—Ni una sola palabra. He llamado a los de servicios sociales, pero tampoco han sido capaces de hacerle hablar. Ya sabes cómo son a esa edad. El pobre debe de ser un poquito retrasado.

Faith se enfadó.

—Probablemente está hecho polvo porque vio cómo secuestraban a su madre. ¿Qué esperabas?

—¡Y yo qué coño sé! Tú tienes un crío. Me imaginé que tú sabrías cómo hablar con él.

Will tuvo que preguntar.

—¿Tú no tienes hijos?

Leo se encogió de hombros.

—¿Te parezco la clase de hombre que mantiene una buena relación con sus hijos?

Aquella pregunta no necesitaba respuesta.

—¿Le han hecho algo al niño?

—La médica dice que está bien. —Dio un codazo a Will—. Por cierto, está para mojar pan. Qué barbaridad, qué bellezón. Pelirroja, y las piernas le llegan hasta aquí.

Faith sonrió con malicia y a Will le dieron ganas de volver a preguntarle por Víctor Martínez, pero no iba a hacerlo delante de Leo, que le estaba clavando el codo en todo el hígado.

En ese momento se oyó un pitido que provenía de una de las habitaciones, y un grupo de enfermeras y médicos pasó corriendo por delante de ellos, chocando con los carritos y con los estetoscopios. Will notó que se le hacía un nudo en el estómago al percibir esos sonidos y esas imágenes tan familiares. Siempre le habían dado miedo los médicos, especialmente los del Grady, que eran los que atendían a los niños del orfanato en el que se había criado. Cada vez que le sacaban de un hogar de acogida, la policía lo llevaba al hospital. Cada arañazo, cada corte, cada cardenal, cada quemadura: todo tenía que ser fotografiado y catalogado. Las enfermeras lo habían hecho tantas veces que sabían que había que tomar un poco de distancia, pero los médicos no tenían tanto callo. Les gritaban como locos a los de servicios sociales y te hacían pensar que, por una vez, todo iba a ser distinto, pero un año más tarde te encontrabas otra vez de vuelta en el hospital, con otro médico indignado gritando las mismas cosas.

Ahora que Will era policía entendía que tenían las manos atadas, pero seguía haciéndosele el mismo nudo en el estómago cada vez que entraba en las urgencias del Grady. Como si tuviera una especie de sexto sentido para empeorar las cosas, Leo le dio unas palmaditas en el brazo y le dijo:

—Siento que Angie y tú os hayáis separado, tío. Puede que haya sido para bien.

Faith no dijo nada, pero Will pensó que tenía mucha suerte de que no pudiera lanzar llamas con los ojos.

—Voy a ver dónde anda la doctora —dijo Leo—. Se han llevado al niño a la salita, a ver si se tranquilizaba un poco.

Se fue, y el prolongado silencio de Faith mientras miraba fijamente a Will no pudo ser más elocuente. Este hundió las manos en los bolsillos y se apoyó contra la pared. No había tanto ajetreo en la sala de urgencias como la noche anterior pero, aun así, había demasiada gente por allí como para mantener una conversación con un mínimo de privacidad. Por lo visto a Faith no le importaba.

—¿Cuánto hace que se fue Angie?

—Poco menos de un año.

Se le cortó la respiración.

—Solo habéis estado casados nueve meses.

—Sí, bueno. —Will miró a su alrededor, no quería hablar de eso ni allí ni en ninguna otra parte—. En realidad solo se casó conmigo para demostrar que estaba dispuesta a casarse conmigo. —Pese a las circunstancias no pudo reprimir una sonrisa—. Tenía más ganas de ganar la pelea que de casarse.

Faith meneó la cabeza como si lo que decía no tuviera ningún sentido, y Will no estaba muy seguro de poder ayudarla. Él mismo no había entendido nunca la relación que tenía con Angie Polaski. La conocía desde que tenía ocho años y no había logrado entender mucho más en los años siguientes, excepto que en el momento en el que se sintió demasiado cerca de él cogió la puerta y se marchó. Pero siempre volvía, y Will había llegado a apreciar esa pauta por su simplicidad.

—Se pasa la vida dejándome, Faith —le explicó—. Tampoco es que me cogiera de sorpresa.

La agente mantuvo la boca cerrada, y él no sabía muy bien si estaba cabreada o solo demasiado estupefacta para hablar.

—Quiero subir a ver a Anna antes de marcharnos —dijo Will.

Faith asintió y su compañero volvió a intentarlo.

—Amanda me preguntó anoche qué tal estabas.

De repente ella le prestó toda su atención.

—¿Y qué le dijiste?

—Qué estás perfectamente.

—Bien, porque lo estoy.

Se la quedó mirando fijamente como había hecho ella pocos minutos antes: él no era el único que se reservaba información.

—Estoy perfectamente —insistió Faith—. Al menos lo estaré pronto, ¿vale? Así que deja ya de preocuparte por mí.

Faith se quedó callada y Will apretó los hombros contra la pared. El murmullo de fondo de la sala de urgencias empezó a hacerle el mismo efecto que la nieve del televisor: al cabo de un par de minutos tenía que esforzarse mucho para mantener los ojos abiertos. Se había acostado alrededor de las seis de la mañana, pensando que podría dormir un par de horas antes de pasar a recoger a su compañera. Había ido repasando mentalmente y reduciendo, a medida que pasaban las horas, sus actividades matutinas, pensando primero que podía ahorrarse el sacar a pasear al perro, sacando luego el desayuno de la lista y, finalmente, su habitual café. Las horas fueron pasando con desesperante lentitud, cosa que pudo comprobar cada veinte minutos, al despertarse con el corazón en la garganta y pensando que seguía atrapado en aquella cueva.

Will notó que el brazo volvía a picarle, pero no se rascó por miedo a que Faith reparara en el gesto. Cada vez que pensaba en la cueva, en aquellas ratas usando la carne de sus brazos como escalera, se le ponía la carne de gallina. Teniendo en cuenta todas las cicatrices que tenía en su cuerpo, era absurdo obsesionarse con un par de arañazos que se curarían sin dejar siquiera marcas, pero no podía evitar preocuparse y, cuanto más lo hacía, más le picaba.

—¿Crees que los informativos habrán difundido ya esa historia del Asesino del Riñón? —le preguntó a Faith.

—Y si no, espero que haya salido a la luz cuando se conozca la verdadera historia. Así esos cretinos de la policía de Rockdale quedarán como lo que son: una panda de gilipollas.

—¿Te conté lo que Fierro le dijo a Amanda?

Faith negó con la cabeza y Will le explicó lo de la inoportuna alusión al arma del jefe Peterson. Se quedó tan perpleja que apenas logró susurrar:

—¿Y qué le hizo Amanda?

—Ni idea, pero Fierro se volatilizó —respondió Will sacando su móvil—. No sé adónde se fue, pero no he vuelto a verle desde entonces. —Miró la hora en la pantalla del móvil—. La autopsia empieza dentro de una hora. Si no le sacamos nada al niño será mejor que nos vayamos al anatómico a ver si podemos meterle prisa a Pete para que empiece cuanto antes.

—Se supone que hemos quedado con los Coldfield a las dos. Puedo llamarles e intentar adelantarlo a las doce.

Will sabía que Faith odiaba estar presente en las autopsias.

—¿Quieres que nos dividamos?

Estaba claro que a ella no le hacía mucha gracia la idea.

—Vamos a ver si podemos cambiar la hora de la cita. De todos modos, nuestra participación en el postmórtem no debería llevarnos mucho tiempo.

Eso mismo esperaba Will. No le seducía demasiado la idea de profundizar en los detalles más morbosos de la tortura que había tenido que soportar Jacquelyn Zabel antes de huir para acabar rompiéndose el cuello mientras esperaba a que alguien viniera a socorrerla.

—A lo mejor para entonces tenemos alguna pista más. Una conexión.

—¿Quieres decir aparte de que las dos víctimas eran mujeres de éxito, solteras, atractivas y no despertaban precisamente las simpatías de la gente de su entorno?

—Eso es algo frecuente en las mujeres así —dijo Will. En cuanto se oyó pronunciar esa frase se dio cuenta de que parecía un machista asqueroso—. Quiero decir que hay muchos hombres que se sienten amenazados por…

—Ya lo pillo, Will. A la gente no le gustan las mujeres triunfadoras. —Con cierta tristeza, añadió—: A veces las mujeres se lo toman incluso peor que los hombres.

Will sabía que probablemente estaba pensando en Amanda.

—Quizá sea ese el móvil de nuestro asesino. Puede que le moleste que esas mujeres hayan triunfado por sus propios méritos y no necesiten tener un hombre a su lado.

Faith se cruzó de brazos y consideró todas las perspectivas.

—Ahí está el truco: escogió a dos mujeres a las que nadie echaría de menos, Anna y Jackie Zabel. Bueno, en realidad tres si tenemos en cuenta a Pauline McGhee.

—Es morena y tiene los ojos castaños, como las otras dos víctimas. Por lo general estos tipos siguen una pauta, tienen un patrón específico.

—Jackie Zabel era una mujer de éxito. Según me dijiste, a Anna también le iba muy bien. McGhee conduce un Lexus y está criando a su hijo ella sola, cosa que, te puedo asegurar, no resulta nada fácil. —Faith se quedó callada un momento y Will se preguntó si estaría pensando en Jeremy, pero no tuvo tiempo para preguntar—. Otra cosa es asesinar a prostitutas: nadie se da cuenta hasta que has matado a cuatro o cinco. Pero él está escogiendo mujeres que tienen una posición de poder en el mundo, por lo que podemos suponer que, previamente, las ha estado vigilando durante un tiempo.

Will no lo había considerado bajo ese punto de vista, pero probablemente tenía razón.

—A lo mejor se lo plantea como parte de la cacería —continuó Faith—. Primero lleva a cabo una labor de reconocimiento para hacerse una idea de cómo es su vida, luego las sigue y, por fin, las secuestra.

—Entonces, ¿de qué clase de hombre estamos hablando? ¿De un tipo que trabaja para una mujer por la que no siente mayor aprecio? ¿De un solitario que se sintió abandonado por su madre? ¿De un cornudo? —elucubró él.

No quiso continuar profundizando en el perfil del sospechoso, pues de repente todo aquello le resultaba demasiado familiar.

—Podría ser cualquiera —dijo Faith—. Ese es el problema, que podría ser cualquiera.

Will sentía la misma frustración que percibía en la voz de Faith. Ambos sabían que el caso estaba llegando a un punto crítico. Los secuestros llevados a cabo por un extraño eran los más difíciles de resolver. Normalmente escogían sus víctimas al azar, y el secuestrador era un cazador experto que sabía cómo cubrir su rastro. Fue un golpe de suerte que hubiera descubierto la cueva la noche anterior, pero Will tenía que agarrarse a la esperanza de que el secuestrador se estuviera volviendo descuidado; dos de sus víctimas habían logrado escapar. Puede que estuviera empezando a desesperarse, que sintiera que había perdido el control de su propio juego. Tendrían que tener la suerte de su lado para poder atraparle.

Se guardó el móvil en el bolsillo. Llevaban ya doce horas en marcha y estaban a punto de meterse en un callejón sin salida. A menos que Anna recobrara la conciencia, a menos que Felix pudiera ofrecerles alguna pista sólida o que de entre las pruebas encontradas en el lugar de los hechos surgiera alguna pista que les permitiera avanzar, seguirían estando en la casilla de salida y sin nada que hacer más que cruzarse de brazos y esperar a que apareciera el cadáver de otra mujer.

Era obvio que Faith se estaba haciendo los mismos planteamientos.

—Necesitará un sitio nuevo para su siguiente víctima.

—Dudo que sea otra cueva —dijo Will—. Debe de haberle resultado bastante duro excavarla. Casi me muero cavando un hoyo en mi jardín para el estanque que puse el verano pasado.

—¿Tienes un estanque en el jardín?

—Con carpas doradas —le dijo—. Tardé dos fines de semana.

Faith se quedó callada unos segundos, como si estuviera intentando imaginarse el estanque de Will.

—Puede que alguien ayudara a nuestro sospechoso a excavar la cueva.

—Los asesinos en serie suelen trabajar en solitario.

—¿Y qué me dices de aquellos dos tipos de California?

—Charles Ng y Leonard Lake.

Will conocía el caso, más que nada porque fue una de las investigaciones más largas y más caras de la historia de California. Lake y Ng construyeron un búnker de cemento en las colinas y llevaron hasta allí diversos instrumentos de tortura para hacer realidad sus perversas fantasías. Se turnaron para filmar lo que hacían con sus víctimas, entre las que había tanto hombres como mujeres y niños, algunos de los cuales no pudieron llegar a identificarse nunca.

—Los estranguladores de Hillside también trabajaban juntos —continuó Faith.

Buono y Bianchi eran primos y habían asesinado a mujeres marginadas, prostitutas y fugitivas.

—Tenían una placa de policía falsa. Así era cómo lograban que sus víctimas confiaran en ellos.

—No quiero ni considerar esa posibilidad.

Will sentía lo mismo, pero era algo que había que tener en cuenta. El BMW de Jackie Zabel estaba en paradero desconocido. A la mujer del City Foods la habían secuestrado esa mañana justo al lado de su coche. Alguien que se hiciera pasar por policía podría haber inventado cualquier excusa para acercarse a los vehículos.

—Charlie no encontró en la cueva nada que apuntara a la existencia de dos secuestradores. —Pero tuvo que añadir—: Aunque tampoco estaba dispuesto a permanecer allí dentro más tiempo del estrictamente necesario.

—¿Qué sentiste cuando estabas allí abajo?

Other books

Catherine's Letters by Aubourg, Jean-Philippe
Dodge the Bullet by Christy Hayes
Coal to Diamonds by Li, Augusta
Kitchen Chinese by Ann Mah
Don't Tempt Me by Loretta Chase
Red Grow the Roses by Janine Ashbless
Emerald Germs of Ireland by Patrick McCabe
More Than Chains To Bind by Stevie Woods