El número de la traición (20 page)

Read El número de la traición Online

Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
4.87Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Que si no salía pronto me daría un ataque al corazón —admitió Will, y los brazos empezaron a picarle de nuevo—. No es la clase de sitio en el que apetece quedarse.

—Echaremos un vistazo a las fotos. A lo mejor Charlie y tú pasasteis algo por alto en ese primer momento.

Will sabía que era bastante probable. Posiblemente las fotos de la cueva ya estarían en su mesa cuando volvieran a la oficina. Podría examinar la escena del crimen con calma, sin la claustrofobia de estar encerrado allí abajo.

—Dos víctimas: Anna y Jackie. ¿Dos secuestradores, quizá? —Faith siguió avanzando en su razonamiento—. Si ese es su tipo, y Pauline McGhee es otra víctima, necesitará una más.

—¡Eh! —los llamó Leo, haciéndoles una seña con la mano. Estaba en una puerta con un gran letrero.

—«Sala de médicos» —leyó Faith en voz alta. Había cogido la costumbre de leer todos los letreros en voz alta, lo cual Will detestaba y apreciaba a partes iguales.

—Buena suerte —les dijo Leo dándole una palmadita en el hombro a Will.

—¿Te marchas? —le preguntó ella.

—La doctora acaba de darme una patada en el culo con mucha elegancia. —No parecía especialmente molesto—. Podéis hablar con el crío pero, a menos que se demuestre que esto tiene algo que ver con vuestro caso, quiero que os mantengáis alejados de él.

A Will le sorprendió un poco la advertencia de Leo, que normalmente estaba encantado de que otros le hicieran el trabajo.

—Confiad en mí —les dijo—, me encantaría dejar esto en vuestras manos, pero tengo a mis jefes observándome por encima del hombro. Están buscando cualquier excusa para darme la patada. Necesito una conexión sólida antes de pasar esto a los de arriba y meteros en el caso, ¿vale?

—No te preocupes, nos aseguraremos de cubrirte bien las espaldas —le prometió Faith—. ¿Puedes seguir atento a las desapariciones para avisarnos si hay otra que coincida con el perfil? Blancas, treinta y tantos años, cabello castaño oscuro, bien situadas en el terreno laboral, pero no con muchos amigos que puedan echarlas de menos.

—Morena y con malas pulgas, ¿no? —dijo Leo guiñándole un ojo—. ¿Y qué otra cosa tengo que hacer aparte de seguir vuestro caso? —preguntó sin la menor acritud—. Si hay alguna novedad estaré en el City Foods. Ya tenéis mis números.

Will se quedó mirándolo mientras se alejaba por el pasillo y le preguntó a Faith:

—¿Por qué quieren quitárselo de encima? Quiero decir, aparte de las razones más evidentes.

Faith había sido compañera de Leo durante varios años y Will percibió que seguía sintiendo el impulso de defenderle.

—Está ya en el máximo nivel salarial. Resulta más barato poner en su lugar a un policía joven, recién salido del coche patrulla, que haga su trabajo por la mitad de dinero. Además, si Leo se prejubila tendría que renunciar al veinte por ciento de su pensión. Si tenemos en cuenta también los gastos médicos, mantenerle en su puesto resulta bastante costoso. Eso es lo primero que miran los jefes cuando estiman los presupuestos.

Faith iba a abrir la puerta, pero en ese instante empezó a sonar su móvil. Miró la pantalla para ver quién era.

—Es la hermana de Jackie.

Atendió la llamada y le indicó a Will que empezara sin ella.

Tenía la mano sudorosa cuando empujó la puerta para abrirla. El corazón le hizo un ruido extraño —como un doble latido— que él achacó a la falta de sueño y al hecho de haber tomado demasiado chocolate caliente esa mañana. Entonces vio a Sara Linton, y el fenómeno se repitió.

Estaba sentada en una silla junto a la ventana, con Felix Mc-Ghee sentado en sus rodillas. El niño era demasiado grande para tenerlo sentado encima, pero Sara parecía manejarse perfectamente. Un brazo rodeaba la cintura del crío, y el otro sus hombros. Le estaba acariciando el pelo mientras le susurraba al oído palabras de consuelo. Levantó la vista cuando Will entró en la habitación, pero no dejó que su presencia perturbara la escena. Felix miraba por la ventana, con la vista perdida y los labios ligeramente separados. Sara hizo un gesto con la cabeza, señalando la silla que tenía enfrente, y al ver que estaba a menos de quince centímetros de la rodilla de ella Will dedujo que era donde había estado sentado Leo.

—Felix —dijo Sara con voz serena y controlada, el mismo tono que había usado con Anna la noche anterior—, este es el agente Trent. Es policía y ha venido para ayudarte.

Felix siguió mirando por la ventana. El ambiente en la sala era bastante fresco, pero Will se percató de que el niño tenía el pelo empapado en sudor. Una gota rodó por su mejilla y Will sacó su pañuelo para limpiarla. Cuando volvió a mirar a Sara esta le estaba mirando como si acabara de sacar un conejo del bolsillo.

—Una vieja costumbre —murmuró Will, doblando avergonzado el pañuelo.

Con los años se había dado cuenta de que solo los ancianos y los dandis llevaban pañuelo ya, pero en el orfanato obligaban a todos los niños a llevarlo, y sin él Will se sentía como si estuviera desnudo.

Sara meneó la cabeza, como queriendo decirle que no le importaba. Besó con suavidad la coronilla de Felix. El niño no se movió, pero Will se fijó en que sus ojos se movían para mirarle y ver lo que estaba haciendo.

—¿Qué es esto? —preguntó, reparando en la mochila escolar que había junto a la silla de Sara. Por los dibujos y los colores supuso que pertenecía a Felix. Se inclinó y abrió la cremallera, apartó unos papelitos de colores y examinó el contenido.

Seguramente Leo ya la habría registrado, pero Will fue sacando las cosas una por una como si estuviera buscando pistas.

—Bonitos lápices. —Sacó un estuche negro, algo poco habitual teniendo en cuenta que pertenecían a un crío—. Son de niño mayor. Debes de ser un verdadero artista.

Will no esperaba que le respondiera y Felix no lo hizo, pero ahora lo observaba atentamente, como si quisiera asegurarse de que no le quitaba nada.

A continuación Will abrió una carpeta. En la parte delantera había un escudo que debía de ser el del colegio de Felix. En un bolsillo encontró varios documentos de aspecto oficial con el membrete de la escuela y, en el otro, lo que debían de ser los deberes. Will no pudo leer las circulares del colegio, pero por el papel pautado que encontró junto a los deberes dedujo que Felix estaba aprendiendo a escribir derecho. Se los mostró a Sara.

—Tiene una caligrafía muy bonita.

—Desde luego —dijo Sara.

Lo observaba con la misma atención que Felix, y Will tuvo que apartarla de su mente para no olvidarse de hacer su trabajo. Era demasiado guapa, demasiado lista y demasiado todo lo que Will no era.

Volvió a guardar la carpeta en la mochila y sacó tres libros bastante finos. Pudo leer las tres primeras letras del abecedario que adornaban la cubierta del primer libro, pero los otros dos eran un misterio, así que se los enseñó a Felix y le dijo:

—Me pregunto de qué irán estos dos libros. —Cuando vio que Felix no se decidía a contestar volvió a mirar las cubiertas intentando orientarse por los dibujos—. Me parece que este cerdito trabaja en un restaurante, porque está sirviendo tortitas a la gente. —Felix continuó callado y Will pasó al siguiente libro—. Y este ratón está sentado dentro de una fiambrera, así que yo diría que alguien se lo va a merendar.

—No —Felix habló en voz tan baja que Will no estaba seguro de si había dicho algo.

—¿No? —le preguntó mirando el dibujo otra vez. Lo bueno de tratar con los niños era que podía ser completamente sincero y ellos pensaban que les estaba chinchando—. Esto de la lectura no se me da muy bien. ¿Qué dice aquí?

Felix se revolvió y Sara le ayudó a darse la vuelta para que pudiera mirar a Will. En lugar de contestar el niño agarró los libros y los apretó contra su pecho. Le empezó a temblar el labio superior.

—Tú mamá te lee cuentos, ¿verdad?

Felix asintió mientras dos lagrimones rodaban por sus mejillas. Will se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en sus piernas.

—Estoy intentando encontrar a tu mamá.

Felix tragó saliva, como si intentara tragar su pena.

—El hombre grande se la llevó.

Will sabía que para un niño todos los adultos eran grandes. Se enderezó, poniendo bien recta la espalda.

—¿Tan grande como yo?

Felix miró realmente a Will por primera vez desde que entrara en la habitación. Se quedó pensando unos momentos y dijo que no con la cabeza.

—¿Te acuerdas del detective que ha estado aquí antes que yo, uno que olía fatal? ¿Era tan grande como él?

Felix asintió.

Will intentó no precipitarse, mantener el tono desenfadado para que el crío siguiera contestando a sus preguntas sin que se diera cuenta de que le estaba interrogando.

—¿Tenía el pelo como yo, o era más oscuro?

—Más oscuro.

Asintió y se rascó la barbilla mientras sopesaba las distintas posibilidades. Los niños no eran unos testigos demasiado fiables, bien porque intentaban complacer a los adultos que les interrogaban o bien porque eran tan sensibles a la sugestión que era fácil sembrar cualquier idea en sus cabezas y conseguir que juraran que eso fue lo que realmente sucedió.

—¿Y qué me dices de su cara? ¿Tenía pelo en la cara o iba afeitado, como yo?

—Tenía bigote.

—¿Te dijo algo?

—Me dijo que mi mamá quería que me quedara en el coche. Will continuó con mucha cautela.

—¿Llevaba un uniforme como el de un conserje, un bombero o un oficial de policía?

Felix dijo que no con la cabeza.

—Llevaba ropa normal.

Will notó que una oleada de calor inundaba su rostro. Sabía que Sara le miraba con asombro. Había estado casada con un policía; seguramente no le había gustado aquella insinuación.

—¿De qué color era su ropa?

Felix se encogió de hombros y Will se preguntó si el niño había decidido no responder a más preguntas o si realmente no se acordaba. Este pellizcó el borde del libro.

—Llevaba un traje como el de Morgan.

—¿Morgan es un amigo de tu mamá?

Felix asintió.

—Es del trabajo, pero ella está enfadada con él porque ha dicho una mentira y quiere buscarle problemas, pero mi mamá no va a dejar que se salga con la suya por la caja fuerte.

Se preguntó si Felix habría escuchado alguna conversación telefónica o si Pauline McGhee sería la clase de mujer que se desahogaba contándole sus problemas a un niño de seis años.

—¿Recuerdas algo más del hombre que se llevó a tu mamá?

—Dijo que me haría mucho daño si le hablaba a alguien de él.

El rostro de Will tenía una expresión completamente neutra, y el de Felix también.

—Pero tú no tienes miedo de ese hombre. —No era una pregunta, sino una afirmación.

—Mi mamá dice que nunca va a dejar que nadie me haga daño.

Parecía tan seguro de sí mismo que Will no pudo evitar sentir un gran respeto por la clase de madre que era Pauline McGhee. Había entrevistado a muchos niños a lo largo de su vida profesional y, aunque la mayoría querían a sus padres, no era frecuente que exhibieran tal grado de confianza.

—Tu madre tiene razón. Nadie va a hacerte daño.

—Mi mamá me protegerá —insistió Felix, y Will empezó a cuestionarse la naturaleza de esa seguridad que el niño mostraba. Normalmente uno no tranquilizaba a un niño si previamente no existía un temor real.

—¿Le preocupaba a tu mamá que alguien pudiera hacerte daño?

Felix pellizcó la cubierta del libro otra vez y asintió de forma casi imperceptible. Will esperó un momento, no quería precipitarse con su siguiente pregunta.

—¿De quién tenía miedo, Felix?

El niño respondió en voz muy queda, casi en un susurro.

—De su hermano.

Un hermano. A lo mejor, después de todo, no se trataba más que de un problema familiar.

—¿Te dijo su nombre?

Felix dijo que no con la cabeza.

—No le he visto nunca, pero es malo.

Se quedó mirando fijamente al niño, sin saber muy bien cómo formular la siguiente pregunta.

—Malo, ¿cómo?

—Peligroso —dijo Felix—. Mamá dice que es peligroso, y que ella me va a proteger de él porque me quiere más que a nadie en el mundo. —Lo dijo de forma tajante, como si quisiera zanjar esa cuestión exactamente ahí—. ¿Ahora ya me puedo ir a casa?

Will habría preferido que le clavaran un puñal en el pecho a tener que responder a esa pregunta. Miró a Sara en busca de ayuda, y ella tomó el relevo.

—¿Te acuerdas de la mujer que te he presentado antes, la señorita Nancy? —Felix asintió con la cabeza—. Va a buscar a alguien para que te cuide hasta que vuelva tu mamá.

Los ojos del niño se llenaron de lágrimas. Will no podía reprochárselo. La señorita Nancy debía de ser una trabajadora social, y seguramente estaría a años luz de las profesoras del colegio privado en el que estudiaba Will y de las amistades pijas de su madre.

—Pero yo quiero irme a casa —protestó.

—Lo sé, cariño —le dijo Sara con suavidad—. Pero si te vas a casa estarás solo. Tenemos que asegurarnos de que estés bien hasta que vuelva tu mamá.

Felix no parecía muy convencido. Will puso una rodilla en el suelo para ponerse a su altura. Posó la mano en su hombro, tocando accidentalmente el brazo de Sara al hacerlo. Sintió un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva para poder hablar.

—Mírame, Felix. —Esperó hasta que el niño le miró a la cara—. Me voy a asegurar personalmente de que tu mamá vuelva contigo, pero necesito que seas valiente mientras trabajo para encontrarla.

La cara de Felix tenía una expresión tan inocente y confiada que dolía mirarle.

—¿Cuánto tiempo tardarás? —preguntó con voz entrecortada.

—Pues, como mucho, una semana —respondió, haciendo un esfuerzo por no apartar la mirada. Si Pauline McGhee seguía sin aparecer pasada una semana significaría que había muerto y que Felix se habría quedado huérfano—. ¿Puedes darme una semana?

El niño seguía mirando fijamente a Will como si intentara discernir si le estaba diciendo la verdad o no. Por fin asintió.

—Muy bien —dijo Will con la sensación de tener un yunque sobre su pecho.

Vio que Faith estaba sentada en una silla junto a la puerta y se preguntó cuándo habría entrado en la habitación. Se levantó y le hizo un gesto con la cabeza para que saliera con ella. Will le dio unas palmaditas en la pierna a Felix antes de salir al pasillo.

Other books

Deadly Satisfaction by Trice Hickman
Lamb by Bernard Maclaverty
Hollywood Animal by Joe Eszterhas
The Hunger Games by Suzanne Collins
7 Clues to Winning You by Walker, Kristin
Swimming Sweet Arrow by Maureen Gibbon
Lily of Love Lane by Carol Rivers
Tomy and the Planet of Lies by Erich von Daniken
Sarasota Dreams by Mayne, Debby