El número de la traición (34 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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—Voy a estirar las piernas.

Salió del despacho sin esperar a que nadie dijera nada.

Caroline, la secretaria de Amanda, estaba en su mesa. Will la saludó haciendo un gesto con la cabeza y ella le susurró:

—Está en el baño.

El agente salió al pasillo con las manos en los bolsillos. Se detuvo frente a la puerta del lavabo de señoras y la abrió con el pie. Se asomó al interior. Joelyn estaba delante del espejo. Tenía un cigarrillo encendido en la mano y dio un respingo al ver a Will.

—No puede entrar aquí —le dijo, levantando el puño como si estuviera buscando pelea.

—No está permitido fumar en el edificio —dijo Will, entrando en el lavabo y apoyando la espalda contra la puerta cerrada sin sacar las manos de los bolsillos.

—¿Qué está haciendo?

—Quería asegurarme de que estaba usted bien.

Joelyn dio una profunda calada al cigarrillo.

—¿Colándose por la fuerza en el lavabo de señoras? Esto está fuera de su jurisdicción, ¿vale? No puede estar aquí.

Will echó un vistazo alrededor. Nunca había entrado en un lavabo de señoras. Había un sofá que parecía bastante cómodo y una mesita al lado con un jarrón lleno de flores. El aire olía a perfume, había papel en los dispensadores y el lavabo no estaba lleno de salpicaduras como en el de caballeros, de modo que te podías lavar las manos sin empaparte los pantalones. Ahora entendía por qué las mujeres pasaban tanto tiempo en los baños.

—Tú, pirado, sal del lavabo de señoras.

—¿Qué es lo que no me está contando?

—Les he contado todo lo que sé.

Will meneó la cabeza.

—Aquí no hay cámaras, ni abogados, ni público. Cuénteme lo que no está contando.

—Que le den.

Will notó que alguien empujaba la puerta con suavidad y volvía a cerrarla de inmediato.

—Su hermana no le caía demasiado bien —le dijo.

—Como el culo, Sherlock. —Se llevó el cigarrillo a la boca con mano temblorosa.

—¿Qué le hizo para que la odiase tanto?

—Era una zorra.

Lo mismo podría decirse de Joelyn, pero Will se guardó para sí el comentario.

—¿Se manifestaba eso de alguna manera en concreto en relación con usted, o habla en general?

Joelyn se le quedó mirando fijamente.

—¿Qué coño quiere decir eso?

—Quiere decir que no me importa adónde vaya usted cuando salga de aquí. Que le ponga una demanda al estado o no se la ponga. Que me demande a mí a título personal. Me da igual. El tipo que ha matado a su hermana probablemente ya tiene a otra víctima en su poder. En este preciso instante, mientras usted y yo hablamos, otra mujer está siendo torturada y violada, y ocultarme algo en este momento es como decir que lo que le está pasando a esa otra mujer está perfectamente bien.

—No ponga en mi boca palabras que no he dicho.

—Entonces dígame qué es lo que me está ocultando.

—No estoy ocultando nada —dijo, y se dio media vuelta para limpiarse los ojos sin que se le corriera el maquillaje—. Era Jackie la que ocultaba cosas.

Will se quedó callado.

—Siempre andaba con secretitos, comportándose como si fuera mejor que yo.

Will asintió, indicándole que lo había entendido.

—Era ella la que llamaba la atención de todo el mundo, de todos los hombres. —Joelyn meneó la cabeza, se volvió hacia Will y apoyó una mano en el lavabo—. De niña mi peso subía y bajaba continuamente. Jackie se burlaba de mí cada vez que íbamos a la playa.

—Es obvio que ha superado ya ese problema.

Ella rechazó el cumplido, incrédula.

—Siempre conseguía lo que quería sin el menor esfuerzo: dinero, hombres, éxito. Le gustaba a todo el mundo.

—No se crea —le dijo Will—. Ninguno de sus vecinos la echó de menos cuando desapareció. No se enteraron hasta que la policía llamó a su puerta. Me dio la sensación de que se alegraban de perderla de vista.

—No le creo.

—La vecina de su madre, Candy, tampoco me pareció lo que se dice desolada.

Joelyn seguía sin estar muy convencida.

—No, Jackie decía que Candy era como un caniche: siempre pegada a sus faldas, siempre queriendo estar con ella.

—Pues no es cierto —le dijo Will—. No la tenía en gran estima. De hecho, yo diría que le caía aún peor que a usted.

Joelyn remató el cigarrillo y entró en una de las cabinas para tirarlo por el retrete. Will se dio cuenta de que se estaba tomando su tiempo para procesar toda esa nueva información sobre su hermana, y le gustaba.

—Siempre fue una mentirosa. Mentía en cosas tontas, cosas que ni siquiera importaban.

—¿Como qué?

—Pues, por ejemplo, decía que iba a la tienda cuando en realidad iba a la biblioteca. O decía que estaba saliendo con un chico cuando en realidad estaba saliendo con otro.

—Debía de ser bastante retorcida.

—Y tanto. Es la palabra que mejor la describe: retorcida. A mi madre la volvía loca.

—¿Se metía en muchos líos?

Joelyn soltó una carcajada seca.

—Jackie era siempre la favorita del profesor, siempre sabía a quién había que hacerle la pelota. Los tenía a todos completamente engañados.

—A todos, no —le hizo notar Will—. Acaba de decir que volvía loca a su madre. Ella debía de saber cómo era en realidad.

—Lo sabía. Se gastó un montón de dinero en ayudar a Jackie. Me arruinó toda mi puta infancia. Todo giraba siempre alrededor de Jackie: cómo se sentía, lo que hacía, si era feliz o no. A nadie le importaba si yo era feliz.

—Hábleme de ese asunto de la adopción. ¿Qué agencia le llevaba el papeleo?

Joelyn bajó la mirada para que Will no pudiera ver que se sentía culpable.

Will continuó hablando como si nada.

—Le voy a explicar por qué le pregunto esto: si Jackie estaba intentando adoptar un niño tendremos que ir hasta Florida y encontrar la agencia que llevaba su caso. Si se trataba de una adopción internacional, quizá tengamos que ir a Rusia o a China para comprobar si los trámites eran conforme a la ley. Si su hermana estaba buscando un vientre de alquiler en Estados Unidos, tendremos que hablar con todas las mujeres que hayan podido ponerse en contacto con ella. Deberemos ir de agencia en agencia hasta que encontremos algo, cualquier cosa, que tenga relación con Jackie, porque en algún momento conoció a una persona que la estuvo torturando y violando durante al menos una semana, y si podemos descubrir cómo conoció su hermana al secuestrador quizá podamos averiguar quién es. —Hizo una pausa para dejar que reflexionara—. ¿Encontraremos alguna conexión a través de una agencia de adopciones, Joelyn?

La mujer se miró las manos, pero no respondió. Will se puso a contar los azulejos de la pared que tenía detrás. Iba por el treinta y seis cuando Joelyn se decidió a hablar.

—Solo hablaba por hablar. Sí es verdad que Jackie lo había comentado, pero no iba a hacerlo. Le gustaba la idea de ser madre, pero sabía que no sería capaz.

—¿Está usted segura?

—Es como cuando la gente ve un perro bien adiestrado, ¿entiende? Dicen que quieren tener un perro, pero lo que en realidad quieren es tener a ese animalito tan bien adiestrado, no uno cualquiera que van a tener que adiestrar ellos.

—¿Le gustaban sus hijos?

Joelyn se aclaró la garganta.

—Ni siquiera los conocía.

Will le dio algo de tiempo para sobreponerse.

—La detuvieron por conducir en estado de ebriedad poco antes de su muerte.

—¿En serio?

—¿Bebía mucho?

Joelyn meneó la cabeza con vehemencia.

—No le gustaba perder el control.

—La vecina, Candy, dice que compartieron algún canuto.

Joelyn se quedó con la boca abierta y volvió a menear la cabeza.

—No me lo creo. Jackie no le daba a ese tipo de cosas; le gustaba que otra gente bebiera y perdiera los papeles, pero ella nunca lo hacía. Estamos hablando de una mujer que mantuvo el mismo peso desde los dieciséis años. Tenía el culo tan prieto que le chirriaba al andar. —Se quedó pensándolo un momento, y volvió a decir que no con la cabeza—. No, Jackie no.

—¿Por qué prefirió limpiar personalmente la casa de su madre? ¿Por qué no contrató a alguien para que se encargara del trabajo sucio?

—No confiaba en nadie más. Siempre sabía cuál era la mejor manera de hacer cualquier cosa, y nadie más que ella lo sabía, todos los demás lo hacíamos mal.

Eso, al menos, concordaba con lo que les había dicho Candy. Todo lo demás daba una imagen de ella muy diferente, aunque tenía sentido: Joelyn no tenía demasiado trato con su hermana.

—¿El número once tiene algún significado especial para usted? —le preguntó.

—Absolutamente ninguno —replicó con el ceño arrugado.

—¿Y qué me dice de la frase «No voy a sacrificarme»?

Ella dijo que no con la cabeza.

—Pero es curioso… Con todo lo rica que era, Jackie se pasaba la vida sacrificándose.

—¿En qué sentido?

—Se privaba de la comida, del alcohol, de divertirse. —Rio con tristeza—. Amigos, familia, amor.

Los ojos de Joelyn se llenaron de lágrimas, y por primera vez fueron auténticas. Will se marchó y se encontró a Faith esperándolo en el pasillo.

—¿Te ha dicho algo? —le preguntó.

—Nos mintió en lo de la adopción. Al menos eso dice.

—Podemos preguntarle también a Candy, a ver qué nos cuenta. —Faith sacó el móvil y continuó hablando con Will mientras marcaba el número—. Se supone que habíamos quedado con Rick Sigler en el hospital hace diez minutos. Le he llamado para decirle que nos íbamos a retrasar, pero no me coge el teléfono.

—¿Y qué hay de su amigo, Jake Berman?

—Es lo primero que he hecho esta mañana, encargar a varios agentes que lo localicen.

—¿No te parece raro que no hayamos podido encontrarle aún?

—Ahora mismo no, pero si al acabar la jornada seguimos sin localizarlo vuelve a preguntarme.

Faith se llevó el móvil a la oreja y Will la oyó dejar un mensaje en el contestador de Candy Smith para que la llamara en cuanto pudiera. Cerró el teléfono pero no lo guardó. Will empezó a sentir miedo, preguntándose qué iría a decir su compañera a continuación: ¿algo sobre Amanda, una diatriba contra Sara Linton o contra él? Por suerte, era algo relacionado con el caso.

—Creo que la desaparición de Pauline McGhee está relacionada con todo esto.

—¿Por qué?

—No sé, es una corazonada. No puedo explicarlo, pero me parecen demasiadas coincidencias.

—El caso sigue siendo de Leo. No tenemos jurisdicción ni un motivo para pedirle que nos lo ceda. —Will tenía que preguntarlo—. ¿Crees que podrías sugerírselo de algún modo?

Faith negó con la cabeza.

—No quiero causarle ningún problema a Leo.

—Pero quedó en llamarte, ¿no? Cuando localizara a algún pariente de Pauline en Michigan.

—Eso es lo que dijo, sí.

Esperaron en silencio a que llegara el ascensor.

—Creo que deberíamos ir al estudio donde trabaja Pauline —dijo Will.

—Tienes razón.

Capítulo catorce

Faith atravesó el vestíbulo de Xac Homage, el estudio de diseño donde trabajaba Pauline McGhee. Las oficinas ocupaban toda la planta decimotercera de la torre Symphony, el extravagante rascacielos que se erigía en la esquina de Peachtree con la calle Catorce como un gigantesco espéculo. Faith se estremeció ante este último pensamiento, recordando lo que había leído en el informe de la autopsia de Jacquelyn Zabel.

En consonancia con su pretencioso nombre, el acristalado vestíbulo de Xac Homage estaba amueblado con sofás a ras del suelo en los que resultaba imposible sentarse a menos que uno tuviera los glúteos de acero o se dejara caer sin más, en cuyo caso necesitaría que alguien le ayudara para poder levantarse. Faith se habría inclinado por la segunda opción de no haber llevado puesta una falda que tendía a subirse con facilidad, incluso cuando no estaba sentada, como a la fulana de un gánster en un vídeo de rap.

Tenía hambre, pero no sabía qué comer. Se le estaba acabando la insulina y seguía sin estar muy segura de si estaba calculando bien las dosis. No había pedido cita con la médica que le había recomendado Sara. Tenía los pies hinchados, la espalda la estaba matando y quería darse de cabezazos contra las paredes porque era incapaz de dejar de pensar en Sam Lawson por más que lo intentara.

Además, por las insistentes miraditas de reojo de Will tenía la sensación de que se estaba comportando como una auténtica pirada.

—Dios —murmuró Faith, apoyando la frente contra el límpido cristal que circundaba el vestíbulo. ¿Por qué no dejaba de meter la pata? No era ninguna idiota. O a lo mejor sí. A lo mejor se había estado engañando a sí misma todo el tiempo y al final resultaba que, de hecho, era una de las idiotas más profundas del mundo.

Miró los coches que circulaban por la calle Peachtree, como hormiguitas correteando sobre el negro asfalto. El mes anterior, en la consulta del dentista, Faith había leído en un artículo de una revista que las mujeres estaban genéticamente condicionadas para permanecer ligadas a los hombres con los que habían mantenido relaciones sexuales durante al menos las tres semanas posteriores al encuentro sexual porque ése es el tiempo que tarda el cuerpo en descubrir si habían quedado embarazadas o no. En aquel momento se había reído, porque Faith nunca se había sentido ligada a un hombre. Al menos no después de separarse del padre de Jeremy que, literalmente, abandonó el estado cuando Faith le comunicó que estaba embarazada.

Y sin embargo, ahí estaba ella, comprobando sus llamadas y su correo electrónico cada diez minutos, deseando hablar con Sam, saber lo que estaba haciendo y si estaba enfadado con ella, como si lo sucedido hubiera sido culpa suya. Como si hubiera sido un amante tan maravilloso que Faith nunca tuviera suficiente. Ella ya estaba embarazada; no podía ser un condicionamiento genético lo que hacía que se comportara como una colegiala tonta. O a lo mejor sí. Quizá simplemente estaba siendo víctima de sus hormonas.

O tal vez lo que pasaba era que no debería confiar su formación científica al
Ladies’ Home Journal
.

Faith volvió la cabeza y se puso a mirar a Will, que estaba en el hueco del ascensor. Hablaba por el móvil, sujetándolo con las dos manos para que no se le descuajeringara. No podía seguir enfadada con él. Había estado muy bien con Joelyn Zabel, tenía que admitirlo. Su enfoque del trabajo policial era distinto del suyo, y a veces eso jugaba a su favor y a veces en su contra. Meneó la cabeza. No podía empecinarse ahora en esas diferencias; no cuando toda su vida estaba al borde de un gigantesco precipicio y el suelo temblaba bajo sus pies.

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