El número de la traición (42 page)

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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El número de la traición
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La curiosidad de Leo pudo más que el enfado.

—¿Creéis que Pauline es la persona que buscáis?

Will ni siquiera se había planteado esa posibilidad.

—No, creemos que la secuestró el mismo hombre que secuestró a las demás. Tenemos que averiguar todo lo que podamos…

—No hay mucho que contar —le interrumpió Leo—. He hablado con la policía de Michigan esta mañana. Me lo estaba guardando porque tu compañera últimamente es como un puto rayito de sol.

Faith abrió la boca, pero Will alzó la mano para detenerla.

—¿Qué has averiguado?

—Hablé con un veterano que atiende a los denunciantes. Se llama Dick Winters. Lleva treinta años en el oficio y le ponen a contestar teléfonos. ¿Te lo puedes creer?

—¿Se acordaba de Pauline?

—Sí, se acordaba. Era una chica muy guapa. Me dio la impresión de que al viejo le ponía.

A Will no le interesaban en absoluto los devaneos de un carcamal con una jovencita.

—¿Qué pasó?

—La pilló un par de veces por pequeños hurtos, bebía demasiado y se iba de la lengua. No llegó a detenerla nunca, se limitaba a llevarla de vuelta a su casa y a echarle un sermón. Era menor de edad, pero cuando cumplió los diecisiete empezó a ser difícil hacer la vista gorda. El propietario de una tienda se puso legalista y presentó cargos por hurto. Entonces el viejo policía fue a visitar a la familia para echarles una mano, y se dio cuenta de que algo no iba bien, de modo que se guardó la polla en los pantalones y se puso a hacer su trabajo. La chica tenía problemas en el colegio, y también en casa. Le dijo al policía que estaban abusando de ella.

—¿Llamó a los de servicios sociales?

—Sí, pero la pequeña Pauline desapareció antes de que pudieran hablar con ella.

—¿Recordaba los nombres de los padres? ¿Algo?

Leo negó con la cabeza.

—Nada. Solo Pauline Seward. —Chasqueó los dedos—. Sí dijo algo de un hermano que no estaba muy bien de la cabeza, ya sabéis lo que quiero decir. Un tío algo rarito, vamos.

—¿Raro en qué sentido?

—Pues eso: raro. Ya sabéis, un tío de esos que te dan mal rollo.

Will tuvo que preguntar de nuevo.

—¿Pero el policía no recuerda su nombre?

—El expediente está sellado porque la chica era menor. Y el tribunal de menores no nos va a dar facilidades. Vais a necesitar una orden judicial para que los de Michigan puedan desbloquearlo. Han pasado veinte años. El viejo me ha dicho que hubo un incendio o no sé qué en el archivo hace diez. A lo mejor ni siquiera existe ya el expediente.

—¿Hace veinte años exactamente? —le preguntó Faith.

Leo la miró de reojo.

—Hará veinte años en Pascua.

Will quería dejar esto claro.

—¿Este domingo, el Domingo de Pascua, hará exactamente veinte años que desapareció Pauline McGhee, o Seward?

—No —dijo Leo—. Hace veinte años la Pascua cayó en marzo.

—¿Lo has comprobado? —le preguntó Faith.

Leo se encogió de hombros.

—Siempre es el domingo siguiente a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera.

Will tardó unos segundos en darse cuenta de que Leo estaba hablando en su mismo idioma. Era parecido a oír ladrar a un gato.

—¿Estás seguro?

—¿De verdad creéis que soy idiota? —preguntó—. No hace falta que respondáis. El viejo estaba seguro. Pauline se largó el veintiséis de marzo, Domingo de Pascua.

Will intentó echar las cuentas pero Faith se le adelantó.

—Hace dos semanas. Eso podría encajar con las fechas en que pudieron secuestrar a Anna, según los cálculos de Sara.

Volvió a sonar su móvil.

—Dios —murmuró mientras miraba la pantalla para ver quién era. Esta vez atendió la llamada—. ¿Qué quieres?

La expresión de Faith fue cambiando paulatinamente: irritación, sorpresa y finalmente incredulidad.

—Oh, Dios mío —exclamó, llevándose la mano al pecho. Will pensó que se trataba de Jeremy, el hijo de Faith—. ¿Cuál es la dirección? —Se quedó boquiabierta— Beeston Place.

—Ahí es donde Angie… —dijo Will.

—Vamos para allá. —Faith cerró el móvil—. Era Sara. Anna se ha despertado. Está hablando.

—¿Y qué te ha dicho de Beeston Place?

—Es ahí donde vive… viven. Anna tiene un hijo de seis meses. La última vez que lo vio fue en su ático en el veintiuno de Beeston Place.

Will se puso al volante de un salto, echó bruscamente el asiento hacia atrás y arrancó sin esperar a que Faith cerrara la puerta. Iba a toda velocidad, derrapando y rebotando sobre las planchas metálicas que cubrían los tramos de asfalto en construcción. En Piedmont saltó por encima de la mediana y se metió en dirección contraria, sorteando los coches para ahorrarse el semáforo. Faith iba callada a su lado, pero Will vio que apretaba los dientes con cada salto y cada giro.

—Vuelve a contarme lo que ha dicho —le dijo Faith.

No quería pensar en Angie en ese momento, no quería ni pensar que a lo mejor sabía que había un crío de por medio, un bebé cuya madre había sido raptada, un niño que se había quedado solo en un ático que se había convertido en un punto de venta de droga.

—Drogas —le dijo a Faith—. Eso es todo lo que me dijo, que lo estaban usando como punto de venta.

Faith se quedó callada mientras Will aminoraba y doblaba por la calle Peachtree. No había mucho tráfico teniendo en cuenta la hora, lo que significaba que había un atasco de unos cuatrocientos metros. Volvió a ir en dirección contraria, pero tuvo que meterse en el estrecho arcén para no chocar con un camión de la basura. Faith clavó las manos en el salpicadero cuando dio un volantazo y frenó justo delante de los apartamentos Beeston Place.

El coche se tambaleó cuando Will se bajó. Corrió hacia la entrada. Oyó a lo lejos las sirenas de los coches patrulla y una ambulancia. El portero estaba tras un mostrador alto leyendo el periódico. Era un tipo gordo, y el uniforme era demasiado pequeño para su inmensa barriga.

Will sacó su identificación y se la puso justo delante de la cara.

—Tengo que entrar en el ático.

El portero le dedicó una de las sonrisas más antipáticas que Will había visto últimamente.

—¿Ah, sí? ¿En serio? —dijo con acento ruso o ucraniano.

Faith se reunió con ellos casi sin resuello. Echó un vistazo a la chapa con el nombre.

—Señor Simkov, esto es importante. Creemos que un niño podría estar en peligro.

El portero se encogió de hombros.

—Nadie entra si no está en la lista, y puesto que ustedes no están…

Will sintió que algo se rompía en su interior. Antes de saber qué le estaba pasando su mano se disparó, agarró a Simkov por la nuca y estampó su cara contra el mostrador de mármol.

—¡Will! —gritó Faith, sorprendida.

—Deme la llave —ordenó Will, apretando la cabeza del hombre con más fuerza aún.

—Bolsillo —logró decir Simkov, que tenía la boca tan apretada contra el mostrador que los dientes arañaban la superficie.

Will tiró de él, buscó en los bolsillos delanteros y encontró un manojo de llaves sujetas por un aro. Se las tiró a Faith y se dirigió hacia el ascensor con los puños apretados a los lados.

Ella pulsó el botón del ático.

—Dios —murmuró—. Ya lo has demostrado, ¿vale? Me ha quedado claro que puedes ser un tipo duro. Ahora haz el favor de calmarte.

—Vigila la puerta. —Will estaba tan furioso que apenas podía hablar—. Sabe todo lo que pasa en el edificio. Tiene las llaves de todos los apartamentos, incluido el de Anna.

La agente comprendió que aquello no había sido una exhibición.

—Vale. Tienes razón. Pero vamos a tomarnos las cosas con calma, ¿de acuerdo? No sabemos lo que nos vamos a encontrar ahí arriba.

Will sentía que los tendones de sus brazos temblaban. El ascensor llegó al ático y las puertas se abrieron. Salió al descansillo y esperó a que Faith encontrara la llave correspondiente para abrir la puerta. La halló, y Will colocó su mano sobre la de ella para coger la llave. No se anduvo con miramientos. Sacó la pistola y abrió la puerta de un golpe.

—¡Ah! —exclamó Faith, llevándose la mano a la nariz.

Will también podía olerlo: una desagradable mezcla de plástico quemado y algodón de azúcar.

—Crack —dijo Faith agitando la mano delante de su cara.

—Mira. —Will señaló el recibidor. En el suelo, unos confetis rizados se habían quedado secos en medio de un líquido amarillo: puntos de una Taser.

Frente a Will había un largo pasillo con dos puertas cerradas a un lado. Al fondo se veía el salón. Los sofás estaban volcados y les habían arrancado el relleno. Había basura por todas partes. Un tipo muy grande estaba tumbado bocabajo en el recibidor, con los brazos en cruz. Tenía una de las mangas de la camisa remangadas, un torniquete alrededor del bíceps y una jeringuilla clavada en el brazo.

Will avanzó apuntando al frente con su Glock. Faith sacó también su arma, pero su compañero le hizo un gesto para indicarle que esperara. Se percibía el olor putrefacto del cadáver, pero le buscó el pulso por si acaso. Había un revólver junto al pie del cadáver, un Smith & Wesson con las cachas doradas que le daban un aspecto similar a los que se pueden encontrar en la sección de juguetería de un todo a cien. Will apartó el revólver de una patada, aunque el hombre ya no estaba en condiciones de cogerlo.

Hizo pasar a Faith y, a continuación, se dirigió a la primera puerta cerrada del pasillo. Esperó a que ella estuviera en posición y echó la puerta abajo. Era un armario con un montón de abrigos amontonados en el suelo. Will apartó el montón con el pie, comprobando que no había nada debajo de los abrigos antes de pasar a la siguiente puerta. De nuevo esperó a que Faith estuviera preparada y abrió la puerta de una patada.

Ambos se taparon la boca para no respirar el fuerte hedor. El retrete estaba rebosando y había manchas de heces por las oscuras paredes de ónix. Un líquido de color marrón oscuro había atascado el lavabo. Will notó que la carne se le ponía de gallina: el olor de la habitación le recordaba la cueva en la que habían estado encerradas Anna y Jackie. Tuvieron que ir sorteando cristales, agujas, condones. Había una camiseta blanca hecha una bola y manchada de sangre por la parte exterior. Al lado se veía una zapatilla con los cordones todavía atados apoyada en la pared.

La cocina estaba al lado del salón. Will miró detrás de la isla para asegurarse de que no había nadie allí, mientras Faith se abría camino entre los muebles volcados y más cristales.

—Despejado —dijo Faith.

—Por aquí también.

Will abrió el armario de debajo del fregadero, buscando el cubo de la basura. La bolsa era blanca, como las que habían encontrado dentro de las mujeres. El cubo estaba vacío, era lo único limpio en todo el apartamento.

—Coca —aventuró Faith señalando un par de ladrillos blancos que había sobre la mesita de café. Alrededor había varias pipas desperdigadas y agujas, billetes enrollados, cuchillas de afeitar—. Qué desastre. No me puedo creer que hubiera gente viviendo aquí.

A Will no le sorprendían los extremos a los que podía llegar un yonqui, ni la destrucción que acarreaban. Había visto bonitas casas de las afueras convertidas en fumaderos de crack en cuestión de días.

—¿Dónde está todo el mundo?

Faith se encogió de hombros.

—No creo que un cadáver les asustara tanto como para dejarse aquí toda esa coca. —Echó un vistazo al cadáver del hombre—. Igual lo dejaron aquí vigilando la mercancía.

Registraron el resto del apartamento los dos juntos. Tres dormitorios, uno de ellos decorado en tonos azules y con motivos infantiles y dos baños más. Todos los lavabos y los retretes estaban atascados. Las sábanas estaban revueltas encima de las camas, los colchones estaban del revés, habían sacado la ropa de los armarios y los televisores habían desaparecido. Había un ratón y un teclado sobre un escritorio en una de las habitaciones, pero no había ordenador. Obviamente, quien hubiera estado ocupando el apartamento había arramblado con todo.

Will guardó el arma en su funda. Estaba al fondo del pasillo. Dos técnicos sanitarios y un agente de uniforme esperaban en la puerta principal. Will les hizo un gesto para que entraran.

—Muerto del todo —dictaminó uno de los sanitarios, limitándose a hacer la comprobación de rutina con el cadáver del yonqui.

—Mi compañero está hablando con el portero —dijo el policía. Se dirigió a Will con voz serena—: Parece como si se hubiera caído. Tiene un golpe en el ojo.

Faith enfundó su arma.

—Estos suelos resbalan mucho.

El policía asintió con una mirada de complicidad.

—Sí, seguro que fue un resbalón.

Will volvió a la habitación del niño. Registró el armario lleno de ropa de bebé colgada en minúsculas perchas. Fue hasta la cuna y levantó el colchón.

—Ten cuidado —le advirtió Faith—. Podría haber alguna aguja.

—Él no se lleva a los niños —dijo pensando en voz alta—. Se lleva a las mujeres, pero deja a los niños.

—A Pauline no la secuestró en su casa.

—Pauline es diferente —le recordó Will—. A Olivia la asaltó en su jardín. A Anna, en la puerta principal. Ya has visto los puntos de la Taser. Y yo diría que a Jackie Zabel la secuestró en casa de su madre.

—A lo mejor el bebé de Anna está con alguna amiga.

Will dejó de buscar, sorprendido por el tono de desesperación que percibió en la voz de Faith.

—Anna no tiene amigos. Ninguna de esas mujeres tiene amigos. Por eso las secuestra.

—Ha pasado como mínimo una semana, Will —dijo Faith, con voz temblorosa—. Mira a tu alrededor. Este sitio es un desastre.

—¿Quieres convertir el apartamento en una escena del crimen? —le preguntó, dejando que ella sobreentendiera el resto: «¿Quieres que sea otra persona la que encuentre el cadáver?».

Faith probó con otra táctica.

—Sara me dijo que el apellido de Anna es Lindsay. Es abogada mercantil. Podemos llamar a su despacho y ver si…

Con mucho cuidado Will levantó la cubierta de plástico del cubo de los pañales que había junto al cambiador. Los pañales estaban usados, pero no era la fuente del penetrante hedor que había en el apartamento.

—Will…

El agente fue al cuarto de baño contiguo y miró en la papelera.

—Quiero hablar con el portero.

—¿Por qué no dejas que…?

Will salió del cuarto de baño antes de que ella pudiera terminar la frase. Volvió al salón, miró debajo de los sofás y sacó el relleno de varias sillas para ver si había algo o alguien dentro.

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