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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (18 page)

BOOK: El olor de la magia
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—Dos segundos —dijo Heiki.

Raquel tiró de Heiki hacia sí… y abrió los ojos de par en par.

Una luz plateada y cegadora salió de ellos. Apenas por un momento, Heiki se vio sorprendida y desarmada. Raquel le arrancó la serpiente del cuello y la arrojó al mar. Mientras Heiki se zambullía en su búsqueda, Raquel salió disparada.

Unos segundos preciosos.

Una percepción dolorosa le decía que Morpet estaba ya muy cerca.
Pero ¿dónde?

De repente, un sonido solitario… el chillido de una gaviota… seguido del rugir de las olas rompiendo contra la costa.

Tierra.

Raquel se precipitó sobre la superficie del océano. Ante ella se extendía una estrecha playa de piedras. Tras las rompientes se elevaban los acantilados de hielo. Raquel los sobrevoló en toda su inconmensurabilidad y descubrió la existencia de nieve, el principio de un vasto continente que se extendía hacia el norte. Al principio no pudo ver nada más que una inclemente blancura. Pero luego distinguió puntos verdes. A medida que Raquel se acercaba, los puntos verdes se hacían más grandes, hasta convertirse en brazos y piernas, los de decenas de niños que caían del cielo, atacando a otros dos que se encontraban en el suelo.

—¡Morpet! ¡Eric! —gritó.

Precipitándose sobre ellos, Raquel atravesó una fina nube. Heiki venía ya tras ella, acercándose con rapidez y repitiendo los movimientos de Raquel. Cayeron ambas juntas en picado, con tal rapidez que ningún ojo humano habría sido capaz de seguirlas.

Raquel se abrió paso entre la multitud de niños.

Pero fue Heiki la que aterrizó primero.

14
La víctima

Una niña de aspecto familiar, con el pelo negro y largo, caminaba con decisión hacia Morpet.

—¡Raquel!

Lleno de alborozo, se dirigió hacia ella tambaleante.

Otra niña aterrizó a poca distancia tras él. Esta era delgada y tenía el pelo blanco, idéntico a la fantasmal descripción de Marshall acerca de Heiki. Morpet gritó:

—¡Raquel! ¿Es que no ves que la tienes detrás?

Sin hacerle caso, la muchacha de pelo negro se dirigió al grupo:

—¡Atacadla! ¡Yo ya os enseñé cómo!

Los niños no se decidían, mirándose unos a otros dubitativos. Entonces saltaron sobre la propia chica del pelo negro.

—Pero ¿cómo? —jadeó ella, tratando de huir. Marshall fue uno de los primeros en alcanzarla. Se lanzó contra sus piernas, derribándola contra el suelo. En cuanto cayó sobre la nieve, el grupo entero se abalanzó desde todos los ángulos, agarrándola de los brazos.

—¡No! —gritó Morpet—. ¡Dejadla en paz!

Incapaz casi de seguir andando, tropezó y cayó cuando intentaba apartarlos.

—¡Eric! —suplicó—. ¡Ayúdame!

Eric se levantó de la nieve. Una vez en pie, consiguió dar unos pasos… alejándose de la pelea.

—¿Qué estás haciendo? —rugió Morpet—. ¡Ven aquí!

Eric no le hizo caso. Apartando con energía la nieve con los pies, encontró a los prapsis. Yacían juntos convertidos en un amasijo de plumas y nieve, atónitos e inmóviles… aunque no lastimados gravemente.

—¡No te preocupes por los pájaros! —le gritó Morpet—. ¡Haz algo! ¡Es tu hermana!

Eric prosiguió con su minuciosa inspección de los pájaros-niño. Juntó algunas plumas desplazadas de su lugar, comprobó los daños sufridos en los músculos, pellizcó sus sonrosadas mejillas.

—¡Eric! ¿Qué estás…?

—No es Raquel —le susurró Eric—. Estáte tranquilo, ¿quieres?

A Morpet la chica le parecía enteramente Raquel, incluso poseía aquel particular olor mágico suyo.

—¿Seguro que…?

—Confía en mí —le dijo Eric en un murmullo.

La chica del pelo blanco permanecía sentada en la nieve con las piernas cruzadas, al margen de la pelea.

Morpet la observó con atención por vez primera. Ella le devolvió la mirada, con una media sonrisa forzada. La cara no se correspondía, pero Morpet conocía aquella sonrisa. Se volvió atónito hacia la chica de pelo negro. No es Raquel, cayó en la cuenta… Heiki.

Un cambio de aspecto.

El grupo había caído en el engaño por completo. Tenían a Heiki rodeada. Morpet vio cómo, durante un extraordinario momento, ella conseguía mantenerlos a raya. Debatiéndose por mantenerse en pie, propinando patadas a las manos que se aferraban a ella, Heiki se abrió paso a través de la nieve e intentó escapar. Pero antes de que su mente confusa pudiera concretar un hechizo, o incluso antes de que pudiera comprender lo que Raquel había hecho, el grupo saltó de nuevo sobre ella y la derribó contra el suelo. No se detuvieron a pensar en el daño que estaban haciendo. El terror los impulsaba. En algún lugar cercano, en el cielo por encima de ellos, Calen observaba, preparada para castigar cualquier titubeo. Y Heiki también observaba.

Podían verla no lejos de ellos, esperando con tranquilidad sus órdenes para ser cumplidas. ¿No les había pedido que no tuvieran piedad? Los niños cumplían sus órdenes con exactitud, usando puños, pies y hechizos. En medio de la nieve que se convertía en un fango gris, proseguían con una incesante batería de golpes mecánicos, a la espera de que Heiki o Calen les dijeran que pararan.

Morpet le suplicaba a la chica del pelo blanco:

—¡Ya es suficiente, Raquel!

De sus claros y azules ojos se escapaban las lágrimas, y aquellas lágrimas en medio de aquel rostro duro pero quebradizo resultaban un extraño espectáculo.

—No tengo alternativa —susurró ella—. No tienes idea de lo fuerte que es Heiki.

Al cabo de varios segundos durante los que no se oyó otra cosa más que la lluvia de puñetazos, Raquel deshizo el hechizo de intercambio y gritó:

—¡Ya basta!

La verdadera Raquel, con su negra cabellera ondeando al viento, apareció sentada en la nieve. Al principio el grupo no podía entender lo que veía. Sus mentes se negaban a creerlo. Finalmente, la verdad caló en ellos y sus brazos dejaron de subir y bajar contra la chica que estaba en el suelo. Tambaleándose, arrastrándose, desesperados por escapar, se apartaron de Heiki.

Raquel bajó la cara, sin querer presenciar lo que habían hecho.

Los niños formaron un amplio círculo, rodeando a Heiki. Ella no necesitaba todo el espacio que le ofrecían. Convertida en un pequeño amasijo sobre la nieve enrojecida, yacía sobre el suelo ofreciendo un aspecto lastimoso.

—¿Está… viva? —preguntó Paul.

—¡Sí! —gimió Heiki, con voz estrangulada. Sacó fuerzas sin saber de dónde para hundir un codo en el barro e incorporarse parcialmente. Todos los niños se retiraron más aún… A pesar de las terribles heridas de Heiki, aún le tenían miedo.

—Levantadme —exigió.

Los niños no sabían qué hacer, mirando muchos de ellos hacia Raquel buscando su aprobación.

—Si… no… lo hacéis… —dijo Heiki con la respiración entrecortada—, haré que… las brujas… os maten… a todos… —Cayó de bruces sobre la nieve—. Ayudadme —suplicó, con una voz que sonaba de pronto lastimera. Algunos niños, liderados por Paul, se pusieron a caminar en dirección a Raquel.

Tan pronto se apercibió de ello, Calen se precipitó desde el cielo. De un solo golpe asió a Marshall y a otros dos niños del cuello y los izó en el aire.

—¡Gusanos cobardes! —les gritó a los niños—. ¡Seguidme! —Señaló a Heiki—. Excepto ella. Dejadla ahí.

Los miembros más mayores del grupo, muchos de ellos mirando con desesperación hacia Raquel, levantaron los brazos y salieron volando. Poco a poco fueron alineándose detrás de Calen, a la que siguieron en dirección hacia el norte.

—¿No podemos hacer nada por evitar que se los lleve? —le gritó Eric a Raquel.

—Dejad que se vayan —contestó ella con desánimo—. Ahora estoy demasiado débil como para intentar nada. Y vosotros también.

—Yo no me siento demasiado débil.

—Apenas puedes sostenerte en pie, Eric.

Él intentó levantarse… y cayó al suelo cuando sus rodillas congeladas se negaron a aguantar su peso. Los prapsis cubrieron sus manos, tratando de calentárselas con sus vellosas plumas suaves.

Por pequeños grupos, los niños que quedaban fueron levantándose de la nieve. Reunieron a los cuatro niños cuyos hechizos de vuelo había destruido Eric y formaron una triste y desaliñada línea en el cielo. Los más pequeños eran los más reacios a marcharse. Apretujándose unos contra otros, se arremolinaron al lado de Raquel, sin soltarse de entre sus piernas. Pero al final, incluso aquellos desistieron de su empeño. Cogiéndose de las manos, partieron juntos, con sus tristes ojos señalando hacia el Polo.

—¿Y por qué no has hecho que se queden? —musitó Eric frustrado—. ¡Seguro que hasta ellos se dan cuenta de que no les espera nada bueno!

—Desde luego que se dan cuenta —dijo Raquel—. Pero también saben que yo no soy lo suficientemente fuerte como para desafiar cara a cara a todas las brujas a la vez. ¿Qué otra cosa pueden hacer, más que seguir a Calen y esperar que no les castigue con demasiada severidad?

Ninguno de los niños se había quedado para atender a Heiki. Con gestos espasmódicos, como un pájaro que tratara de volver al nido con una única y lastimada ala, consiguió volar de forma penosa con su brazo izquierdo. El brazo derecho estaba dislocado, y le colgaba por completo del costado.

«Una víctima fácil», pensó Raquel. «Un simple hechizo bastaría para acabar con su vuelo para siempre».

—¿Y bien? —preguntó Eric—. ¿Vas a dejar que Heiki escape también, después de lo que ha hecho?

Raquel contestó con voz temblorosa por la emoción:

—Siempre habrá otra Heiki en alguna otra parte —dijo en un susurro—. ¿Tengo que matar a todo aquel que me persiga? ¿Y todos los niños que han entrado ya en contacto con las brujas? Ellos también suponen un peligro. ¿O no? ¿No es eso lo que haría Heiki, cazarlos por si acaso pudieran suponer una amenaza?

Eric no replicó.

Morpet se acercó hasta Raquel y la abrazó con fuerza. Juntos vieron pasar a Heiki sobre ellos como una sombra rota.

—¡Te ayudaré! —le gritó Raquel—. ¡Déjame que te ayude!

—¡No! —repuso Heiki con voz ronca—. No quiero tu ayuda. Volveré por mis propios medios.

—Aunque lo consigas, ¿qué tipo de recibimiento crees que va a darte Calen?

Heiki no dijo nada, mientras trataba de conseguir que su cuerpo siguiera elevándose hacia el cielo. El grupo le sacaba ya un buen trecho, dejándola cada vez más rezagada mientras se les veía cada vez más pequeños en la lejanía, hasta diluirse entre el brillo de la mañana ártica.

—No puedo creer que Heiki quiera volver con el grupo —dijo Eric—. Después de que Calen no hiciera nada por ayudarla…

—Nunca ha tenido que enfrentarse a un castigo de las brujas —dijo Morpet con tranquilidad—. No tiene ni idea de lo que Calen va a hacerle.

Y entonces, por encima de su cabeza, oyó un batir de alas.

—¡Un bebé giratorio! —se maravilló un prapsi.

Era Yemi, agarrado a sus mariposas. Había esperado pacientemente a Calen durante todo aquel tiempo. ¿Adónde iba ahora, con todos aquellos niños que gritaban tanto? A él le asustaban, y estaba preocupado por que pudieran hacerle daño a Calen. Mientras Calen huía, él permanecía quietecito y callado, como había prometido, pero estaba asustado. Hasta que notó en el suelo a sus pies una magia que le resultaba familiar y que le llenaba con el más feliz de los sentimientos. Bajó flotando para saludarla.

Raquel permanecía en medio de la nieve, rodeada por las Bellezas de Camberwell de Yemi. Volaron en círculos en torno a ella hasta que se le posaron en la cabeza, haciendo que los prapsis se pusieran nerviosos. Dos de las más grandes, cuyas alas giraban como las aspas de un helicóptero, depositaron a Yemi con suavidad en el suelo.

Raquel extendió los brazos.

Pero antes de que Yemi llegara hasta ella, un grito de alarma hizo que las mariposas se taparan los ojos. Era Calen. Tras dejar al resto de los niños, se precipitaba a través del cielo, pronunciando en voz alta una y otra vez el nombre de Yemi. Algunas de las mariposas movieron las antenas con excitación al resonar la voz de Calen. La mayoría se acercaron más a Raquel.

—¡Ven aquí, Yemi! —gritaba Calen—. No me hagas enfadar.

Él se mantenía con dificultad pendido justo fuera del alcance de las manos de Raquel. Algunas de sus Bellezas de Camberwell tiraban de los dedos de sus pies hacia ella, mientras que otras trataban de arrastrarle hacia Calen. Yemi miraba con ansiedad a las dos.

—No luches por él —advirtió Morpet a Raquel—. Estás demasiado débil para enfrentarte a Calen.

—Ya lo sé —susurró Raquel, pero no podía reprimirse. Abrió más los brazos, invitando a Yemi a que se cobijara en ellos. Él descendió un poco más, con mayor seguridad, dirigiendo risitas a sus mariposas.

Al tocar los dedos extendidos de Raquel, el viento trajo un olor procedente de Calen. Era un olor femenino, dulzón, ligeramente picante, y palpablemente humano: el olor de su madre.

Profundamente confuso, Yemi miró primero a Raquel y luego a Calen, mientras sus mariposas aleteaban inseguras en el cielo.

—Ven, Yemi. —Era la firme voz de su madre la que surgía de las cuatro mandíbulas de Calen.

—Ella no es tu madre —le dijo Raquel.

Calen se marchó. Reapareció como un punto lejano al frente del grupo de niños, dejando el poderoso olor a madre tras ella.

—¡Sígueme! —gritó.

—¡Mamá! —chilló Yemi—. ¡Mamá!

—¡No! —gritó Raquel. Proyectó un nuevo olor, el de Fola, mezclado con otros aromas que ella recordaba del hogar de Yemi—. Ven con tu hermana —insistió—. ¡Recuérdalo, Yemi! ¡Vuelve a tu hogar de verdad! ¡Vuelve a casa!

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