El papiro de Saqqara (47 page)

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Authors: Pauline Gedge

Tags: #Intriga, #Histórico

BOOK: El papiro de Saqqara
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Cuando la barcaza golpeó contra la tierra y tendieron la rampa, los peldaños del embarcadero de su padre le parecieron enormes y nuevos. Los postes de amarre se hundían en el Nilo, haciendo flamear unas impecables banderas con los colores imperiales azul y blanco. Los escalones, purgados diariamente de cualquier mancha, parecían trepar sin fin, deslumbrantes. Sheritra los encaró con una especie de horror. En lo alto, los guardias de la casa la saludaron uno a uno y varios sirvientes, impecablemente ataviados y tan pulcros como los escalones, acudieron deprisa para hacerle una reverencia. Uno de ellos, el heraldo, corrió hacia la casa para anunciarla y rápidamente se desplegó una sornbrilla y se formó la escolta.

Sheritra echó a andar por la senda pavimentada, que parecía tan ancha como una calle de la ciudad. A cada lado pasaban ante su vista, lentamente, los arbustos pulcramente cuidados y los parterres llenos de exóticas flores, sin hierbas. Tres jardineros trabajaban entre ellos, volviendo la espalda desnuda al cielo. Las columnas multicolores de la entrada principal surgieron a su vista, albergando cada una a un vigilante soldado. Más allá, ante las puertas dobles, permanecían sentados un escriba, un heraldo y un mayordomo, por si se presentaban visitantes. Sheritra agradeció la reverencia que le hicieron al verla pasar hacia la parte trasera.

De repente, asaltó sus oídos el sonido de la fuente, y la risa cultivada de las criadas personales. «¿Siempre fue así?", se preguntó, aturdida. "¿Como un palacio en miniatura, siempre lleno de vida y rumores, siempre tan opulento? ¿Me demostraban antes tanto respeto y yo lo tomaba por una cosa natural?»

Pero no tuvo tiempo de analizar su desconcierto, pues Ib se aproximó casi corriendo, con una solemne expresión. Ella se detuvo a esperarle. El sirviente aminoró la marcha y dobló la cintura con los brazos extendidos, expresando aprensión con todo el cuerpo.

—¿Ib? —pronunció ella.

El hombre se irguió. «Caramba, no es tan viejo, después de todo", se dijo la princesa, asombrada, contemplando aquel rostro cuadrado, pintado con habilidad y enmarcado por la breve peluca negra. "Y tiene un buen cuerpo, compacto y musculoso. Es un hombre atractivo.»

—Alteza, es significativo que decidieras volver a casa justamente hoy —replicó él—. Tu padre, el príncipe, estaba dando instrucciones para que regresaras.

—¿Por qué? —preguntó ella, con aspereza—. ¿Qué ocurre?

—Me parece mejor que te lo diga él mismo —adujo el mayordomo, con aire de pedir disculpas—. Está con tu madre, te acompañaré.

El cortejo se diseminó ante la brusca orden de Ib y Sheritra, Bakmut y el portador de la sombrilla continuaron la marcha por el amplio jardín, dejando atrás la fuente, y el estanque de los peces y los apretados sicomoros, hasta llegar a la entrada trasera. Desde allí había poca distancia hasta las habitaciones de Nubnofret. Sheritra, cuya ansiedad iba en aumento, luchó contra la sensación de enajenamiento que amenazaba detener su paso vacilante.

Ib indicó por señas a Bakmut que se instalara en uno de los banquillos del corredor y empujó las puertas. Sheritra oyó su voz anunciándola y entró, pasando por su lado. Las puertas se cerraron tras ella con firmeza. Khaemuast le ofreció una mano y ella se la estrechó. Su madre no se levantó del diván, apenas dio muestras de enterarse de la llegada de Sheritra. La muchacha se volvió hacia su padre, que le dio un beso de compromiso.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, consciente del leve eco que levantaba su voz en el techo alto y oscuro, del brillo de los mosaicos azules y blancos bajo sus pies y de la presencia de las criadas destinadas a atender a Nubnofret, que estaban en un rincón. «Caramba, esta habitación es enorme", pensó. "Aquí parecemos enanos.»

—Esta mañana llegó el jefe de heraldos de Ramsés —dijo Khaemuast—. Tu abuela murió hace cinco días. —No mencionó las otras cartas, furiosas, que también había traído el heraldo de Ramsés—. Estamos de duelo, Pequeño Sol.

«¡No me llames así!", pensó ella, con indignación. Pero inmediatamente asaltó su mente un segundo pensamiento que la colmó de pánico. Duelo. Setenta días aprisionada allí, lejos de Harmin, lejos de Tbubui, "sin crepúsculos en el desierto, ni dar dátiles con miel al perro amarillo, ni tableros desplegados para jugar perezosamente bajo las palmeras, ni Harmin en mi lecho. Volver a las regañinas de mamá, a la constante sensación de incorrección que solía perseguirme».

Luego tuvo la decencia de sentirse avergonzada por sus pensamientos. «La abuela ha muerto. Siempre fue paciente y bondadosa conmigo, pero mi primera reacción al conocer su muerte ha sido de fastidio. Soy una egoísta.»

—¡Oh, papá!, qué terrible —murmuró—, pero también es algo bueno. Astnofert sufría mucho desde hacia tiempo, ¿verdad? Ahora está con los dioses y en paz. ¿Iremos a Tebas para asistir a los funerales?

—Por supuesto. —La voz desenvuelta era de Nubnofret—. Y debo confesarte, Sheritra, que la perspectiva de hacer un viaje a cualquier sitio, por cualquier motivo, me llena de placer. ¿Disfrutas de tu estancia en casa de Tbubui?

Los comentarios de su madre eran tan débiles que Sheritra se volvió hacia ella con alarma.

—Sí, más de lo que puedo decir —respondió, y Nubnofret alzó hacia ella una pálida cara.

—Bien —dijo, con indiferencia—. Iré a ordenar que preparen tus habitaciones.

Se levantó para salir y una vez más se cerraron las puertas.

—¿Está enferma mamá? —preguntó Sheritra.

Khaemuast encorvó los hombros ante su pregunta y suspiró.

—No creo, pero está profundamente indignada. La verdad es, Sheritra… —vacilaba— que he decidido tomar una segunda esposa y eso no complace a tu madre, aunque está dentro de mis derechos, por supuesto. He firmado un contrato con Tbubui. —Estudió sus ojos, con ansiedad—. No quería decirtelo tan bruscamente, lo siento. ¿Te sorprende?

—No —respondió ella. De pronto sentía una gran necesidad de sentarse—. Desde el momento en que la viste por primera vez, cuando estábamos juntos en las literas, ¿recuerdas, papá?, sospeché que la cosa terminaría así. —Decidió no decirle que ya sabía lo del contrato firmado. De cualquier modo, no importaba—. Da tiempo a mamá de acostumbrarse a la idea y aceptará a Tbubui —agregó—. Después de todo, mamá es una princesa y cumplirá con su deber.

—Yo esperaba de ella algo más que eso —replicó Khaemuast, acaloradamente—. Esperaba que se hiciera amiga de Tbubui y que le dispensara una cordial bienvenida en la familia. No puedo soportar la fría y correcta actitud que mantiene desde que le di la noticia. Bueno, tendrá tiempo de sobra para habituarse a la idea.

—¿Por qué? —Sheritra se permitió hundirse en el diván.

Khaemuast se cruzó de brazos y empezó a pasear por la habitación.

—Envié a Penbuy a Coptos para reunir información sobre la familia de Tbubui. Ello en relación con una cláusula del contrato que no necesito explicar. Hoy he recibido dos golpes, Pequeño Sol. No sólo ha muerto mi madre, sino también mi amigo Penbuy.

—¿Qué? —La princesa se esforzaba por asimilar acontecimientos tan repentinos tras varias semanas de profunda placidez—. ¿El viejo Penbuy? ¿Cómo ha muerto?

—No era tan viejo —corrigió su padre, con sombría jovialidad—. Penbuy tenía mi edad. No quería ir a Coptos en esta época del año, pero yo le envié a pesar de todo, estaba obligado a ir.

La muchacha abrió la boca, pero él levantó una mano para acallaría.

—El heraldo que trajo la noticia al norte dice que Penbuy enfermó poco después de llegar a la ciudad. Se quejaba de dolores de cabeza y dificultades para respirar, pero continuó trabajando en la biblioteca adj unta al templo de Coptos. Un día, al salir, dio cuatro pasos bajo el sol y se derrumbó. Cuando su asistente le alcanzó ya estaba muerto.

Un sombrío presentimiento recorrió la espalda de Sheritra, como si su padre hubiera pronunciado un edicto grave y portentoso que cambiaría para siempre su destino, en vez de relatar serenamente los hechos que habían conducido a la muerte de su sirviente y amigo.

—No fue culpa tuya, padre —observó con suavidad, percibiendo sus remordimientos—. Como dices, Penbuy estaba allí para cumplir con su deber y le llegó la hora. La muerte le hubiera encontrado en cualquier sitio, allí o en casa. —«Pero ¿es así?", se preguntó, todavía pronunciando aquellas palabras. "Oh, ¿es así?» Y aquella cosa fría y sin nombre seguía paseándose por su espalda, con unos pies blandos y repelentes.

—Supongo que si —dijo Khaemuast, lentamente—. Le voy a echar de menos. Le están embelleciendo en Coptos, desde luego, y después enviarán su cuerpo a Menfis para que sea sepultado aquí. Estamos de luto por dos personas, Sheritra.

«Ojalá no hubiera venido", pensó Sheritra, apasionadamente. "Tal vez si me hubieran llevado la noticia a casa de Sisenet, hubiera podido insistir en pasar el duelo allí. Me habría abstenido de hacer el amor, habría orado y hecho sacrificios por los kas de mi abuela y del pobre Penbuy… »

—¿Dónde está Hori, padre? —preguntó—. Quiero verle antes de ir a mis habitaciones para asimilar todo esto.

Khaemuast esbozó una sonrisa torcida y dolorosa.

—Para ti ha sido un golpe, ¿no? Y creo que lo de Hori será un golpe más. Ha cambiado mucho, Sheritra. Nadie sabe por qué. Nos evita tanto como puede, hasta a Antef.

Pero tal vez hable contigo.

«Conmigo hablará, ya lo creo", pensó Sheritra, ceñuda, "aunque sea necesario llamar a los guardias para que le sujeten hasta que lo haga. ¡Qué modo de darme la bienvenida a casa!»

—¿Sabe lo del contrato matrimonial? —preguntó, levantándose. Por el rostro de Khaemuast cruzó una expresión de culpabilidad.

—Todavía no. He estado cien veces a punto de decírselo, pero cien veces he cambiado de idea. Se ha vuelto inabordable.

Ella le sonrió débilmente.

—¿Quieres que se lo diga yo?

Había tenido que hacer un esfuerzo para no teñir sus palabras con el súbito desdén que sentía. «¿Qué te ocurre, padre?", se preguntaba. "Esta expresión de vergüenza, de vacilación, puede ser adecuada en un sirviente, pero no en el hijo de un faraón, que ha dado órdenes y tomado decisiones casi desde su nacimiento." Era como si algo vital en su padre, algo fuerte y noble, se hubiera ablandado como una fruta demasiado madura. "¿Qué temes?", habría querido gritarle. "¿Dónde está tu coraje?» Se dice que el sirviente obsequioso es cruel como amo; al ver el rostro avergonzado de su padre sintió el ciego impulso de abofetearle. Nunca se había sentido tan sola.

—Gracias —replicó él, con alivio—. Tú tienes con él más intimidad que yo, y su temperamento es tan inseguro que temo abordar el asunto con él. Si me allanas el camino, tal vez pueda sentarme a su lado y tratar de explicárselo.

—No creo que la explicación sea necesaria —observó ella, rígida—. Existen pocos príncipes con una sola esposa, padre. Eres una excepción, una curiosidad. Aquí, en Menfis, hemos llevado un vida anormal, bastándonos solos. Tal vez mamá, Hori y yo nos hayamos vuelto arrogantes.

Él parpadeó y la examinó con atención.

—Has cambiado —observó, lentamente—. No sólo en aspecto, tienes los ojos más seguros, más fríos.

«Pero no soy fría", pensó ella, inclinando la cabeza para caminar hacia la puerta. "Soy ardiente, querido padre, ¡oh, qué ardiente! Y nada, ni la muerte de la abuela, ni nuestra antigua intimidad hecha astillas, puede empezar a someter estas llamas invisibles. Todos vosotros sois superficiales e insustanciales ante la sedosa piel de Harmin cuando la recorro con los dedos, ante la mirada lánguida de sus ojos oscuros cuando se inclina hacia mí.»

Apretó las manos mientras recorría el pasillo rumbo a las habitaciones de Hori, sin prestar atención a la curiosa mirada de los pacientes soldados. Estaba furiosa.

CAPITULO 14

Cuídate de la mujer de lugares extraños,

cuya ciudad no se conoce…

Es como el remolino en aguas hondas,

cuya profundidad se ignora.

A la mañana siguiente, Khaemuast entró en su despacho para iniciar la correspondencia del día y se encontró cara a cara con Ptah-Seankh, el hijo de Penbuy. Las facciones del joven eran tan parecidas a las de su padre que el corazón del príncipe dio un vuelco al verle, pero luego reconoció las diferencias entre los dos: el joven era más delgado y más alto; tenía los ojos más juntos, aunque con la misma claridad vigilante y casi crítica y la boca era más inflexible Ptah-Seankh tenía los párpados hinchados y la piel amarillenta. Era obvio que había estado llorando por su padre, pero Khaemuast admiró la fuerza de voluntad que le había llevado allí, sujetando la paleta y los lienzos recién almidonados, para continuar con la tradición de deber y lealtad iniciada muchas generaciones antes. Al acercarse el príncipe, Ptah-Seankh se arrodilló para prosternarse.

—Levántate —indicó Khaemust, con amabilidad.

El joven se puso de pie con gracia y se instaló en el suelo, ya en la posición de trabajo del escriba. Su amo ocupó una silla, sintiendo una profunda comprensión hacia él.

—Ptah-Seankh, yo amaba a tu padre y lamento su pérdida tanto como tú —dijo, con dificultad—. No tienes por qué sentirte obligado a trabajar si tienes quebrado el ¡corazón. Ve a tu casa y vuelve cuando estés en condiciones de hacerlo.

El muchacho levantó la cara con una expresión empecinada.

—Mi padre te sirvió larga y fielmente —dijo—. Según la costumbre de mi familia, se me adiestró desde los primeros años para ocupar su sitio a tu lado cuando él muriera. Ahora él se prepara para su último viaje y pensaría mal de mí, incluso en estos momentos, si yo no antepusiera mi obligación para contigo a cualquier consideración personal. ¿Estás dispuesto a trabajar, Alteza?

—No —replicó Khaemuast, lentamente—, creo que no. De momento, me basta con el sustituto temporal, Ptah-Seankh. Quiero que vayas a buscar el cuerpo de tu padre y lo traigas a Menfis al terminar los setenta días. Yo dotaré su tumba de oro, para que los sacerdotes oren por él y hagan ofrendas en su nombre. También dispondré los funerales con tu madre, para que tu mente esté descansada y libre para otras tareas, pues tengo una misión que encargarte.

Se inclinó hacia delante y sus ojos se encontraron con los del joven, que sostuvo su mirada sin vacilar.

—Tu padre estaba investigando el linaje de una mujer con la que pienso casarme —explicó—. Su familia procede de Coptos. Penbuy apenas pudo iniciar la tarea y no ha dejado anotaciones. Quiero que vuelvas a Coptos y completes la investigación antes de escoltar a tu padre a casa.

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