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Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, #S/M

El rapto de la Bella Durmiente (34 page)

BOOK: El rapto de la Bella Durmiente
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Nunca olvidaría a los hombres y mujeres con burdos pantalones y delantales blancos, con las mangas remangadas hasta los codos, que la habían mirado boquiabiertos disfrutando de su desamparo.

No pudo dormir. Un nuevo y extraño terror la invadió.

Ya había oscurecido cuando por fin el príncipe mandó a buscarla. En cuanto Bella llegó a la puerta del comedor privado de su alteza vio que lord Stefan lo acompañaba.

Tuvo la impresión de que en aquel momento su destino ya estaba decidido. Sonrió al pensar en los alardes del príncipe ante su primo, lord Stefan, y quiso entrar a toda prisa, pero lord Gregory la retuvo en el umbral de la puerta. Los ojos de Bella se empañaron. No veía al príncipe con su túnica de terciopelo adornada con el escudo de armas, sino aquellas calles adoquinadas de los pueblos, las esposas con las escobas de mimbre, los mozos en la taberna.

Lord Gregory le estaba hablando:

—¡No penséis que yo creo que se ha producido ningún cambio en vos! —le susurró al oído de tal manera que la frase pareció formar parte de la propia imaginación de la princesa.

Bella frunció las cejas en un mohín de disgusto y luego bajó la vista.

—Estáis infectada del mismo veneno que el príncipe Alexi. Lo veo en vuestro interior cada día. No tardaréis en tomároslo todo a burla.

Se le aceleró el pulso. Lord Stefan, que estaba sentado a la mesa para cenar, mostraba el mismo aspecto abatido que antes. Y el príncipe seguía tan orgulloso como siempre.

—Lo que necesitáis es una severa lección... —lord Gregory continuaba con su susurro mordaz. —Milord, ¿no querréis decir el pueblo? —se estremeció Bella.

—No, ¡no me refiero al pueblo! —obviamente se sorprendió al oír esto—. No seáis petulante ni descarada conmigo. Sabéis que me refiero a la sala de castigos.

—Ah, vuestro territorio; allí donde vos sois el príncipe—susurró Bella, aunque él no la

oyó.

Su alteza, con aire indiferente, chasqueó los dedos ordenándole que entrara.

Bella se aproximó a cuatro patas, pero no había avanzado más que unos pasos cuando se detuvo. —¡Continuad! —le susurró lord Gregory con enfado; el príncipe todavía no se había dado cuenta. Pero cuando su alteza se volvió, observándola malhumorado, ella continuó inmóvil, con la cabeza inclinada y los ojos fijos en él. En cuanto vio la rabia y la indignación en el rostro del príncipe, Bella se dio la vuelta súbitamente y empezó a correr a cuatro patas, pasó junto a lord Gregory y a continuación siguió avanzando por el corredor.

—¡Detenedla, detenedla! —gritó el príncipe sin poder contenerse. Cuando Bella vio las botas de lord Gregory a su lado, se puso de pie y siguió corriendo más deprisa. Pero el noble la atrapó por el cabello tiró de ella hacia atrás y la arrojó sobre su hombro mientras Bella gritaba.

La princesa le golpeaba la espalda con los puños, pataleaba y lloraba histérica mientras él la sujetaba firmemente por las rodillas.

Bella alcanzaba a oír la voz enfurecida del príncipe pero no podía descifrar sus palabras. Cuando volvieron a ponerla en el suelo, echó a correr una vez más, lo que provocó que dos pajes siguieran estrepitosamente tras ella.

La princesa forcejeó mientras la amordazaban y la ligaban, sin saber adónde la llevaban. Estaba oscuro y descendían por unas escaleras. Por un momento, Bella sintió cierto arrepentimiento y un pánico horroroso.

La colgarían en la sala de castigos, y se preguntó cómo iba a soportar el pueblo si ni tan siquiera era capaz de aguantar esto.

Pero un poco antes de que sus apresadores llegaran a la sala de esclavos la invadió una extraña calma y cuando la arrojaron a una celda oscura donde tenía que permanecer tumbada sobre la fría piedra, con ligaduras que le cortaban la carne, sintió un instante de alegría. A pesar de todo, Bella continuó lloriqueando. Su sexo palpitaba rítmicamente, al parecer al compás de sus sollozos, y lo único que la rodeaba era el silencio.

Casi había amanecido cuando la obligaron a levantarse. Lord Gregory chasqueó los dedos para que los pajes le soltaran los grilletes y la incorporaran sobre sus piernas, débiles e inestables. Sintió el azote de la correa de lord Gregory.

—¡Princesa consentida y despreciable! —masculló entre dientes, pero ella estaba agotada, debilitada por el deseo y los sueños sobre el pueblo. Soltó un gritito cuando sintió los golpes furiosos del noble, pero se asombró de que los pajes la amordazaran otra vez y le ligaran las manos bruscamente detrás del cuello. ¡Iba a ir al pueblo!

—¡Oh, Bella, Bella! —le llegó la voz de lady Juliana que lloraba a su lado—. ¿Por qué os asustasteis? ¿Por qué intentasteis escapar? Habíais sido tan buena y tan fuerte, querida mía...

—Consentida, arrogante. —Lord Gregory la maldecía otra vez mientras la conducía a la entrada cuya puerta estaba abierta. Bella podía ver el cielo de la mañana por encima de las copas de los árboles—. Lo hicisteis deliberadamente —le susurró lord Gregory al oído mientras la fustigaba para que se moviera por el sendero del jardín—. Os arrepentiréis de esto, y lloraréis con amargura y nadie os escuchara.

Bella hizo un esfuerzo por no sonreír. Pero, ¿habrían podido distinguir una sonrisa debajo de la cruel embocadura de cuero que llevaba entre sus dientes? No importaba. Bella corría deprisa, levantando las rodillas, alrededor del castillo, junto a lord Gregory, que la guiaba propinándole golpes rápidos que escocían, y lady Juliana que lloraba mientras corría también a su lado.

—Oh, Bella, ¿cómo voy a soportarlo? —le decía la dama.

Las estrellas aún no habían desaparecido del ciclo, pero el aire ya era cálido y agradable. Después de pasar entre las grandes puertas y el puente levadizo del castillo, cruzaron el patio vacío de los prisioneros.

Allí estaba el enorme carro de esclavos, enganchado a las enormes yeguas blancas que tirarían de él para hacer el recorrido de bajada hasta el pueblo.

Por un momento Bella supo a ciencia cierra lo que era el terror, pero un delicioso abandono se apoderó de ella.

Los esclavos gemían mientras se apretujaban tras la baja barandilla. El carretero ya ocupaba su puesto en el carro que empezaban a rodear los soldados montados.

—¡Una más! —gritó lord Gregory al capitán de la guardia. Bella oyó cómo los gritos de los esclavos subían de volumen.

Unas manos fuertes la levantaron y sus piernas se quedaron colgadas en el aire.

—De acuerdo, princesita —rió el capitán mientras la situaba en el carro. Bella sintió la áspera madera debajo de los pies mientras forcejeaba por mantener el equilibrio. Por un instante, echó una ojeada hacia atrás y vio el rostro surcado de lágrimas de lady Juliana. Vaya, está llorando de verdad», pensó Bella llena de asombro.

Mucho más arriba, de repente, descubrió al príncipe y a lord Stefan en la única ventana del castillo que estaba iluminada por una antorcha. Le pareció que el príncipe vio cómo levantaba la vista.

Los esclavos que estaban a su alrededor, al descubrir también la ventana, alzaron un coro de vanas súplicas. El príncipe se dio la vuelta patéticamente, al igual que lord Stefan había vuelto la espalda a los cautivos poco antes.

Bella sintió que el carro empezaba a moverse. Las grandes ruedas crujieron y los cascos de los caballos repicaron en las piedras. A su alrededor, los frenéticos esclavos daban tumbos unos contra otros.

Miró ante ella y casi de inmediato vio los serenos ojos azules del príncipe Tristán, que iba hacia ella.

Bella también avanzaba hacia él, abriéndose paso entre los esclavos que se encogían y se retorcían para evitar la vigorosa paliza de los guardianes que cabalgaban junto a ellos. Bella sintió el corte profundo de una correa que la alcanzó en la pantorrilla, pero el príncipe Tristán ya había conseguido atraerla hacia sí.

La princesa apretó fuertemente sus senos contra aquel cálido pecho y apoyó la mejilla en su hombro. El grueso y rígido órgano de Tristán se movía entre sus muslos húmedos y le frotaba el sexo con brusquedad. Bella, luchando por no caerse, se montó sobre el miembro erecto y sintió cómo se introducía suavemente en ella. Pensó en el pueblo, en la subasta que pronto iba a empezar, y en todos los terrores que la esperaban. Pero cuando pensó en su querido y frustrado príncipe y en la pobre y afligida lady Juliana volvió a sonreír.

El príncipe Tristán irrumpió en su mente. Parecía que se esforzaba con todo su cuerpo por penetrarla y estrecharla hacia él.

Incluso entre los gritos de los otros, y a pesar de la mordaza, oyó su susurro:

—Bella, ¿estáis asustada?

—¡No! —sacudió la cabeza. Bella apretó su boca torturada contra la de él y, mientras la levantaba con sus embestidas, sintió el corazón de Tristán que palpitaba violentamente pegado al suyo.

FIN

A. N. Roquelaure fue el seudónimo escogido por la escritora americana Anne Rice para la publicación en los años 80 de tres novelas en las que mezcló la historia de la Bella Durmiente con fantasías de dominación y erotismo.

El verdadero nombre de Anne Rice es Howard Allen O'Brien. Ha publicado bajo diversos seudónimos como Anne Rampling o A.N. Roquelaure. Nació en Nueva Orleans y fue la segunda de cuatro hermanos. Rice estudió en la Universidad de Berkeley,donde vivió el movimiento hippie de los años setenta, pero terminó sus estudios en la Universidad Estatal de San Francisco donde se graduó en Filosofía y Letras, en la especialidad de Ciencias Políticas y Escritura Creativa. En 1965 publicó su primera obra titulada ’October 4, 1948’. Anne Rice es la autora de la exitosa saga de Las Crónicas Vampíricas, novelas que retratan una sociedad vampírica secreta y se centran en las relaciones personales de los personajes. Su primera novela de éxito fue Entrevista con el vampiro (1976), libro que fue llevado al cine posteriormente por el director Neil Jordan, Brad Pitt y Tom Cruise.

Rice consigue en todas sus obras mantener intacto el interés del lector, con tramas intrigantes y fabulosamente entrelazadas, siempre alimentadas por los instintos más oscuros.

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