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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Policíaco

El redentor (9 page)

BOOK: El redentor
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—¿En serio? Vale. Bueno.

—Ah, ¿sí? Entonces, ¿a qué viene esa cara de decepción?

Harry se agachó para recoger el abrigo del suelo, pero en lugar de colgarlo en el pechero, se lo puso.

—¿Sabes qué,
junior
? Tengo que salir otra vez.

—Pero el comisario…

—… tendrá que esperar.

La verja del puerto de contenedores estaba abierta, pero había un cartel que anunciaba claramente que la entrada de vehículos estaba prohibida y remitía al aparcamiento que quedaba fuera. Harry se rascó la pantorrilla; le dolía. Echó una mirada al enorme pasillo que se abría entre los contenedores y entró con el coche. La oficina del guarda estaba situada en una casa baja que se parecía a uno de los módulos de Moelven que habían ido ampliando regularmente durante los últimos treinta años. Lo cual no se alejaba demasiado de la verdad. Harry aparcó frente a la entrada y recorrió los metros restantes a paso ligero.

El guarda se repantigó en la silla, sin mediar palabra, con las manos detrás de la cabeza y masticando una cerilla mientras Harry le explicaba el motivo de su visita. Y lo que había ocurrido la noche anterior.

La cerilla era lo único que se movía en la cara del guarda, pero Harry creyó ver el amago de una sonrisa cuando le contó su lucha con el perro.

—Un metzner negro —dijo el guarda—. Primo del rhodesian ridgeback. Casi se niegan a enviármelo. Es un perro guardián cojonudo. Y muy silencioso.

—Ya me di cuenta.

La cerilla se balanceaba alegremente.

—El metzner es un cazador, así que se acerca a hurtadillas. No quiere asustar a su presa.

—¿Dices que el animal tenía planeado… comerme?

—Bueno, lo que se dice comer…

El guarda no dio más explicaciones, sino que se limitó a lanzar una mirada inexpresiva a Harry. Las manos, entrelazadas por detrás, le enmarcaban la cabeza, y Harry pensó que o tenía unas manos inusitadamente grandes o la cabeza inusitadamente pequeña.

—¿De modo que no visteis ni oísteis nada cuando se supone que dispararon a Per Holmen?

—¿Le dispararon?

—Bueno, se pegó un tiro él solito. ¿Nada?

—El guarda permanece dentro durante el invierno. Y como ya te he dicho, el metzner es silencioso.

—¿No es eso poco práctico? Me refiero a que no avise.

El guarda se encogió de hombros.

—Hace su trabajo. Y nosotros no tenemos que salir.

—No descubrió a Per Holmen cuando entró.

—Es una zona bastante grande.

—¿Y más tarde?

—¿Te refieres al cadáver? Bueno. Estaba congelado. Y al metzner no le interesan las cosas muertas; coge a sus presas vivas.

Harry se estremeció.

—El informe policial dice que aseguraste que nunca habías visto a Per Holmen por aquí.

—Eso es correcto.

—Acabo de hablar con su madre y me ha dejado una fotografía familiar.

Harry dejó la foto en la mesa del guarda.

—¿Puedes mirarla y afirmar con seguridad que no has visto antes a esta persona?

El guarda bajó la mirada. Se apartó la cerilla hasta la comisura de los labios para contestar, pero guardó silencio. Quitó las manos de detrás de la cabeza para coger la fotografía. La miró un buen rato.

—Al parecer, estaba equivocado. Sí que lo he visto. Pasó por aquí este verano. No era tan fácil reconocerlo… tal y como lo encontraron en el contenedor.

—Lo entiendo perfectamente.

Un par de minutos más tarde, cuando Harry se encontraba en la puerta dispuesto a marcharse, la entreabrió primero y asomó la cabeza. El guarda sonrió.

—De día lo tenemos encerrado. Además, los dientes de un metzner son muy finos. Las heridas se curan rápidamente. Pensé en comprar un terrier de Kentucky. Ese tiene los dientes como sierras. Arranca trozos enteros. Tuviste suerte, comisario.

—Bueno —dijo Harry—. Más vale que vayas preparando a nuestro amigo
Cancerbero
, pronto vendrá una señora que le dará a morder otra cosa.

—¿El qué? —preguntó Halvorsen maniobrando con cuidado mientras lo adelantaba una máquina quitanieves.

—Algo suave —repuso Harry—. Una especie de arcilla. Beate y su gente la meten después en un molde, la dejan solidificar y… ¡Tachán! Ya tienes un modelo de mandíbula canina.

—Ya. ¿Y eso bastará para demostrar que alguien mató a Per Holmen?

—No.

—Pero ¿no decías…?

—He dicho que es lo que necesito para demostrar que fue asesinato.
The missing link
en la cadena de pruebas.

—Ya. ¿Y cuáles son los otros eslabones?

—Los de siempre. Móvil, arma y oportunidad. Es aquí, a la derecha.

—No lo entiendo. Has dicho que tus sospechas se basan en que Per Holmen utilizó un cincel para entrar en la zona de los contenedores.

—He dicho que eso fue lo que me hizo dudar. Y no solo eso, hablamos de un heroinómano que está tan mal que tiene que buscar refugio en un contenedor, pero que al mismo tiempo está tan lúcido que ha pensado en hacerse con unos alicates para entrar por la puerta. Así que investigué un poquito. Puedes aparcar aquí.

—Lo que no entiendo es cómo puedes afirmar que sabes quién es el culpable.

—Piensa un poco, Halvorsen. No es difícil, y dispones de todos los datos.

—Te odio cuando haces eso.

—Solo quiero que te conviertas en un buen detective.

Halvorsen miró a su colega veterano para asegurarse de que no le estaba tomando el pelo. Salieron del coche.

—¿No vas a cerrar? —preguntó Harry.

—La cerradura se congeló anoche. Partí la llave esta mañana. ¿Cuánto hace que sabes quién es el culpable?

—Un tiempo.

Cruzaron la calle.

—Dar con el autor es la parte más fácil. Siempre es el candidato obvio. El marido. El mejor amigo. El tío con antecedentes. Y nunca es el mayordomo. Ese no es el problema, el problema consiste en demostrar lo que tu cabeza y tu estómago ya te dijeron hace mucho. —Harry pulsó el timbre que quedaba junto al nombre de «Holmen»—. Y eso es lo que vamos a hacer ahora. Procurar que ese pequeño trozo transforme una información que aparentemente no encaja con nada en una cadena completa de pruebas.

—¿Sí? —crepitó una voz por el altavoz.

—Harry Hole, de la policía. ¿Podemos…?

La cerradura zumbó.

—Se trata de actuar con rapidez —explicó Harry—. La mayoría de los casos de asesinato se resuelven durante las primeras veinticuatro horas o no se resuelven nunca.

—Gracias, pero eso ya lo había oído —dijo Halvorsen.

Birger Holmen los estaba esperando al final de la escalera.

—Pasen —dijo, mientras los guiaba hasta el salón. Junto a la puerta del balcón francés se alzaba un árbol de Navidad desnudo, listo para que lo adornasen—. Mi mujer está descansando —añadió antes de que Harry pudiera preguntar.

—Hablaremos bajito —le aseguró Harry.

Birger Holmen sonrió con tristeza.

—No se despertará.

Halvorsen lanzó una mirada rápida a Harry.

—Ya —contestó el comisario—. ¿Ha tomado algún tranquilizante, quizá?Birger Holmen asintió con la cabeza.

—El entierro es mañana.

—Sí, debe de ser muy duro. Bueno, gracias por prestármela. —Harry dejó la fotografía en la mesa. Per Holmen aparecía sentado, con la madre y el padre de pie a cada lado. Arropado. O rodeado, según se mire. Se quedaron callados y el silencio se adueñó de la habitación. Birger Holmen se rascó el antebrazo que le tapaba la camisa. Halvorsen se inclinó hacia delante en la silla, y luego hacia atrás.

—¿Sabes mucho sobre drogodependencia, Holmen? —preguntó Harry sin levantar la vista.

Birger Holmen frunció el ceño.

—Mi mujer solo ha tomado un somnífero. Eso no significa que…

—No estoy hablando de tu mujer. Puede que a ella logres salvarla. Hablo de tu hijo.

—Saber, lo que se dice saber… Bueno… Él estaba enganchado a la heroína. Eso fue lo que lo hizo tan desgraciado. —Iba a añadir algo más, pero guardó silencio. Miró fijamente la foto que había sobre la mesa—. Lo que nos hizo desgraciados a todos.

—No lo dudo. Pero si hubieses estado familiarizado con la drogodependencia, habrías sabido que la droga es lo primero.

De repente, la voz de Birger Holmen adoptó un tono colérico.

—¿Insinúas que no lo sé, comisario? Insinúas… mi mujer fue… él… —Pero las lágrimas le acallaron la voz—. Su propia madre…

—Lo sé —dijo Harry en voz baja—. Pero el colocón está por encima de las madres. Por encima de los padres. Por encima de la vida. —Harry tomó aire—. Y por encima de la muerte.

—Estoy cansado, comisario. ¿Adónde quieres llegar con todo esto?

—Los análisis de sangre demuestran que tu hijo estaba limpio cuando murió. Así que se encontraba mal. Cuando un heroinómano se encuentra mal, la necesidad de salvación es tan poderosa que puede llegar a amenazar a su propia madre con una pistola con tal de conseguirla. Y la salvación no la da un tiro en la cabeza, sino un chute en el brazo, el cuello, la ingle o en cualquier otro sitio donde uno pueda dar con una vena sana. Cuando encontraron a tu hijo llevaba todos los artilugios necesarios y una bolsa de heroína en el bolsillo, Holmen. No se pudo pegar un tiro. Como ya te he dicho, el colocón está por encima de todo. Por encima de…

—La muerte. —Birger Holmen seguía con la cabeza entre las manos, pero la voz era totalmente nítida—. ¿Así que, en tu opinión, murió asesinado? ¿Por qué?

—Esperaba que tú pudieses respondernos.

Birger Holmen no contestó.

—¿Lo hiciste porque la amenazaba? —preguntó Harry—. ¿Lo hiciste para darle paz a tu mujer?

Holmen levantó la cabeza.

—¿De qué estás hablando?

—Apuesto a que estuviste merodeando por los alrededores de Plata, esperándolo. Y cuando llegó, aguardaste a que hubiese comprado su dosis para seguirlo. Lo llevaste hasta el puerto de contenedores, porque a veces iba allí cuando no tenía otro sitio.

—¡Cómo iba a saber yo eso! Esto es inaudito, yo…

—Por supuesto que lo sabías. Le enseñé esta foto al guarda, que reconoció a la persona que yo le indiqué.

—¿A Per?

—No, a ti. Tú estuviste allí este verano, fuiste a pedir permiso para buscar a tu hijo en los contenedores vacíos. —Holmen lo miró fijamente, y Harry prosiguió—: Lo habías planeado minuciosamente. Unos alicates para entrar, un contenedor vacío, es decir, un lugar que un drogadicto podría haber elegido para terminar con su vida, donde nadie pudiera oírte ni verte cuando disparases. Con una pistola que sabías que la madre de Per identificaría como la de su hijo.

Halvorsen se mantenía alerta sin dejar de observar a Birger Holmen, que no parecía dispuesto a hacer nada. Respiraba pesadamente por la nariz y se rascaba el antebrazo con la mirada perdida.

—No puedes demostrarlo —dijo con un tono de resignación, como si lo lamentara.

Harry hizo un gesto de duda. En el silencio que se hizo a continuación pudieron distinguir un alegre tintineo procedente de la calle.

—No deja de picarte, ¿verdad? —preguntó Harry.

Holmen dejó de rascarse al instante.

—¿Se puede saber por qué te pica tanto?

—No es nada.

—Podemos hacerlo aquí o en comisaría. Tú eliges, Holmen.

El tintineo cobraba intensidad. ¿Un trineo? ¿Allí, en medio de la ciudad?

Halvorsen tenía la sensación de que algo estaba a punto de explotar.

—Está bien —masculló Holmen, que se desabrochó el botón del puño y subió la manga de la camisa.

El antebrazo blanco y peludo lucía dos pequeñas heridas con costra. La piel de alrededor tenía un color rojo intenso.

—Gira el brazo —le rogó Harry.

Holmen tenía una herida igual en la parte inferior del brazo.

—Esas mordeduras de perro deben de picar mucho, ¿verdad? —preguntó Harry—. Sobre todo, al cabo de diez a catorce días, cuando empiezan a cicatrizar. Me lo contó un médico de Urgencias que insistió en que debía procurar no rascarme. Tú también deberías haberlo hecho, Holmen.

Holmen se miró las heridas con semblante inexpresivo.

—¿Debería?

—Tres agujeros en la piel. Con el modelo de la mandíbula podemos demostrar que el perro que te ha mordido es el del puerto de contenedores, Holmen. Espero que pudieras defenderte un poco.

Holmen negó con la cabeza.

—Yo no quería… Solo quería liberarla.

El tintineo de la calle cesó de repente.

—¿Quieres confesar? —preguntó Harry, haciendo una señal a Halvorsen, que se apresuró a meter la mano en el bolsillo interior, pero no encontró bolígrafo ni papel. Harry puso los ojos en blanco y sacó su propio bloc de notas.

—Dijo que estaba muy cansado —empezó Holmen—. Que no podía aguantarlo más. Que quería dejarlo de verdad. Yo le conseguí una habitación en Heimen
2
, el centro de desintoxicación del Ejército de Salvación. Una cama y tres comidas al día por mil doscientas coronas al mes. Y le tenían prometida una plaza en el proyecto de metadona; solo había que esperar un par de meses. Pero no tuve más noticias suyas, y cuando llamé a Heimen me dijeron que había desaparecido sin pagar el alquiler, y… entonces, se presentó aquí otra vez. Con la pistola.

—¿Y tomaste la decisión en ese momento?

—Estaba perdido. Ya había perdido a mi hijo. Y no podía permitir que también se la llevara a ella.

—¿Cómo lograste dar con él?

—No fue en Plata. Lo encontré en el Eika, y le dije que le quería comprar la pistola. La llevaba encima y me la enseñó, pero quería que le diese el dinero allí mismo. Yo insistí en que no llevaba nada encima, que mejor nos veíamos la noche siguiente cerca de la puerta trasera del puerto de contenedores. Sabéis, en realidad me alegra que hayáis… Yo…

—¿Cuánto? —interrumpió Harry.

—¿Cómo?

—¿Cuánto ibas a pagar?

—Quince mil coronas.

—Y…

—Se presentó. Resultó que no tenía munición para el arma, dijo que nunca había tenido.

—Pero, obviamente, ya lo habías imaginado y, como era un calibre estándar, te lo agenciaste tú mismo.

—Sí.

—¿Le pagaste primero?

—¿Cómo?

—Olvídalo.

—Lo que tenéis que entender es que no éramos solo Pernille y yo los que sufríamos. Para Per, cada día era una prolongación de su sufrimiento. Mi hijo era una persona muerta que solo esperaba que… que alguien parase ese corazón que se negaba a dejar de latir. Un… un…

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