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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (2 page)

BOOK: El simbolo
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Se levantó lentamente y pensativo, sin apartar su mirada de ella. Pancho se le acercó y le preguntó:

—¿Qué hacemos, jefe? ¿La sacamos?

—Sí Pancho, pero hoy ya no. Debemos extraerla con sumo cuidado, pues parece estar muy enterrada, y con esta oscuridad podríamos dañarla.

—Pero si es una simple losa, ¿qué más da?

—Eso parece, pero algo me dice que si estaba tan escondida era por algo.

Thomas agradeció a sus hombres el trabajo tan formidable que estaban realizando y les dijo que por ese día ya era suficiente. Seguidamente, le pidió a Pancho que lo acompañara hasta la tienda para comentarle el plan de trabajo del día siguiente, pues había sufrido un cambio inesperado.

Mientras caminaban, los dos hombres comentaban cómo extraerían aquella losa. Pancho, que era de un pueblecito de México, y no muy delicado en sus métodos, le daba la idea de hacerla volar con dinamita, o a golpes con una maza. Thomas, al escucharlo, le puso la mano en el hombro mientras se reía, y le dijo:

—No Pancho, así no —continuaba riéndose—. Ya te dije que había que extraerla con mucho cuidado, debemos usar las poleas. Debes pensar que quizás tiene algún escrito o tallado en el otro lado, y con los métodos que tú propones lo destruiríamos.

—Tiene razón jefe, mis métodos son demasiado bruscos.

Tras estar unos minutos más hablando delante de la tienda, se despidieron y se fueron los dos a dormir.

Aquella noche Thomas no consiguió conciliar el sueño, no dejaba de dar vueltas en el pequeño colchón que tenía por cama, con una única imagen en su cabeza, la de aquella extraña losa y el lugar tan extraño en el que la habían hallado. Se preguntaba una y otra vez si debajo encontrarían algo, alguna cosa que arrojara un poco de luz sobre la vida de aquella civilización, o quién sabe si algo más extraño y sorprendente.

Al amanecer, con los primeros rayos del Sol, Pancho salió de su tienda, todavía con las legañas en los ojos, y vio a Thomas sentado delante de la hoguera haciendo café. Sorprendido, y preguntándose qué hacía levantado tan temprano, se volvió a meter dentro para asearse un poco. Al salir, le preguntó:

—¿Qué hace despierto tan pronto, jefe? Todavía no se ha levantado el día.

—Ya lo sé Pancho, pero me he pasado toda la noche en vela sin poder dormir.

Pancho se acercó, todavía medio dormido, y comenzó a llenar su taza de café, mientras Thomas no dejaba de repetirle las ganas que tenía de comenzar a investigar lo que habían encontrado.

Poco a poco el día fue levantándose y con él, todos los trabajadores que estaban durmiendo.

Ese día el cielo estaba completamente descubierto, exento de nubes, dejando que el Sol, que ya había salido por completo, bañara con sus rayos aquella zona y evaporara las últimas gotas de rocío que quedaban en las hojas de los árboles y las plantas. Los animales nocturnos, que durante la noche habían rondado por la selva, buscaban un refugio para pasar el día, dando paso a los diurnos, que comenzaban a despertar.

Thomas y Pancho se acercaron hasta el lugar de la excavación, donde varios hombres ya se encontraban trabajando en el montaje de las poleas con las que moverían la pesada losa.

Thomas levantó la mirada al cielo y exclamó:

—¡Vamos chicos! Hoy va a ser un gran día para todos.

Tras decir esto, Pancho se acercó para supervisar el trabajo, mientras Thomas, muy impaciente, se agachaba para observar la losa nuevamente. En ese mismo instante comenzó a sentir una extraña sensación de intranquilidad que le recorría todo el cuerpo. Se incorporó y comenzó a mirar a un lado y a otro, como si buscara algo. Pancho, que lo estaba observando, le preguntó extrañado:

—¿Qué le pasa, jefe? ¿Qué busca?

—No lo sé Pancho, es como si nos estuvieran observando, como si hubiera alguien o algo escondido y vigilara todos nuestros movimientos.

—Me parece, jefe, que no haber dormido le está afectando. Ahí no hay nadie, sólo árboles, plantas y animales. Estamos completamente solos. Es muy normal tener esa sensación en la selva, a mí me ha sucedido centenares de veces.

—Debe ser eso. No me hagas caso.

Volvió a agacharse, mientras miraba los alrededores no muy convencido con la explicación que le había dado Pancho.

Cuando los hombres acabaron de montar las poleas, Thomas les indicó cuatro puntos en la losa donde debían anclar las cuerdas para alzarla sin que sufriera daño alguno.

Ya con todo preparado, los hombres, las poleas y las cuerdas, Thomas reculó unos metros, y se preparó para dar las indicaciones necesarias para que todo saliera bien. Cuando ya lo estuvo, con voz decidida, gritó:

—¡Vamos! ¡Tirad con fuerza todos a la vez! ¡Arriba!

Los hombres comenzaron a tirar de las cuerdas, mientras Thomas continuaba gritando «¡arriba, arriba!», pero la losa permanecía inmóvil, como si pesara millones de toneladas, o como si no quisiera que se descubriera lo que escondía.

Pancho, que continuaba tirando, dijo:

—Me parece jefe que al final tendrá que hacerlo como yo dije, es más pesada de lo que nos creíamos.

—Vamos Pancho, tenemos que lograrlo, sería una lástima que por las prisas destruyéramos algo importante, continuad así.

Dicho esto, siguieron tirando aun con más fuerza. De repente, la losa hizo un pequeño ruido.

—¡Quietos! —gritó Thomas al ver que se comenzaba a mover.

Se acercó a sus hombres, y cogiendo la cuerda, les dijo:

—Esto ya se mueve, lo vamos a conseguir. Todos a la vez, ¡arriba, arriba!

Nuevamente comenzaron a tirar, provocando que la losa se volviera a mover. Poco a poco, y bajo la atenta mirada de Thomas, comenzó a levantarse.

—Vamos ya falta poco. Un esfuerzo más —les decía ilusionado a sus hombres.

La losa, que probablemente había estado escondida durante miles de años, comenzó a levantarse unos centímetros del suelo, dejando ver su grosor, de unos veinticinco centímetros.

Ya casi fuera de su asentamiento, Thomas soltó la cuerda y se acercó para ver lo que les deparaba la otra cara. Mientras se agachaba, sacó de su chaleco una pequeña linterna, y la introdujo con cuidado por debajo de la losa para iluminarla. Cuál fue su desagradable sorpresa al ver que no había nada, ni una sola escritura o pintura, nada de nada.

Apagó la linterna y levantándose muy desilusionado les dijo a sus hombres:

—Soltad la cuerda, es simplemente una losa, no hay nada aquí abajo.

Al escuchar esto, los hombres, que durante unos largos minutos habían soportado el peso de la losa, abrieron sus manos, dejando ir las cuerdas de golpe y provocando que la losa cayera y se golpeara con fuerza contra el suelo, rompiéndose por la mitad. Agotados por el esfuerzo que habían realizado, algunos se sentaron en el suelo, mientras otros, intrigados, miraban la losa, intentando comprender por qué estaba tan escondida si simplemente era un trozo de piedra.

Pancho se acercó a Thomas, que se hallaba sentado solo, y le dijo:

—No pasa nada jefe, ya verá como descubriremos alguna otra cosa.

—Gracias Pancho por darme ánimos, pero me había hecho muchas ilusiones. Creí haber encontrado algo increíble, algo que nunca antes se había visto, pero en vez de eso he encontrado un trozo de piedra liso.

Pancho se comenzó a reír y le dijo:

—Sí jefe, pero no me negará que el lugar donde la hallamos no era extraño.

—Eso es verdad —se comenzó a reír también—, pero lo que no entiendo es por qué estaba ahí, debajo de aquella cabeza. Y si…

Antes de poder acabar la frase, uno de los hombres comenzó a gritar:

—¡Venid, corred! Mirad esto.

Thomas y Pancho volvieron la cabeza para saber qué ocurría, y vieron como los hombres miraban sorprendidos la losa rota. Se levantaron rápidamente y comenzaron a correr para averiguar qué causaba aquella expectación entre sus hombres. Al llegar y ver lo que había producido tal revuelo, Thomas, mientras se echaba las manos a la cabeza, exclamó:

—¡Dios mío!

—Mire jefe, ¿cómo no lo hemos visto?

—¿Cómo no nos dimos cuenta antes Pancho? Estaba delante de nosotros y se nos había pasado. Estábamos cegados con la dichosa losa, y no veíamos nada más.

Al partirse la losa por la mitad, se había abierto una enorme grieta, por la que parecía verse un agujero en el suelo. Rápidamente comenzaron a sacar los pedazos de losa, dejando al descubierto en su totalidad un agujero de unos 60 por 60 centímetros.

—Mira Pancho, esto es lo que escondía la losa —le dijo al capataz mientras lo abrazaba.

—¿Qué debe ser, jefe? Parece un pozo o algo así.

—No lo sé, Pancho, no lo sé —le contestó pensativo—, pero ahora mismo saldremos de dudas. Ve a por las bengalas, que lanzaremos una al interior. ¡Corre! —le dijo a Pancho mientras miraba el oscuro agujero.

Pancho comenzó a correr hacia la tienda donde guardaban todas las herramientas de la excavación, cuando comenzó a sentir la misma sensación que le había comentado con anterioridad Thomas. Se detuvo un instante y comenzó a mirar hacia todos los lados, pero no conseguía ver nada, sólo árboles y hojas. Comenzó a pensar que su jefe le había contagiado aquella sensación de malestar, de miedo, una intranquilidad que nunca antes había sentido. Le parecía tener unos ojos clavados en su espalda, observándolo, vigilándolo. La angustia comenzó a recorrerle todo el cuerpo, cuando escuchó:

—Pancho, ¿qué haces ahí parado? ¡Vamos, corre!

Volvió a mirar para todos lados, pensó que sería mejor no preocupar a Thomas diciéndoselo y prosiguió su camino. Al llegar a la tienda, cogió las bengalas de una vieja caja de madera, las introdujo en una mochila y se apresuró a llegar donde se encontraban los demás.

Mientras tanto, Thomas intentaba distinguir algo con su pequeña linterna, pero lo único que veía eran unas paredes lisas, sin ningún dibujo, ni escrito. Impaciente por descubrir lo que se ocultaba en el interior, le cogió una bengala a Pancho de la mochila, la encendió rápidamente y la lanzó al interior.

Aquel oscuro agujero, que parecía ser un pozo, y que se encontraba oculto bajo la losa, que a su vez estaba oculta por la enorme cabeza, volvía nuevamente a iluminarse, desvelando un secreto que con tanto tesón se había intentado ocultar.

Después de que la bengala recorriera un par de metros de caída libre, se paró en lo que parecían ser unos escalones. Al ver eso, Thomas se levantó y dijo:

—Se ha detenido. Mira Pancho, ¿eso no son unos escalones?

—No lo veo muy bien, pero… sí que lo parecen —le contestó, mientras se asomaba para ver mejor.

—Vamos a entrar, ya no puedo esperar más —dijo Thomas muy impaciente, e ilusionado por el nuevo descubrimiento.

—Pero jefe, si no sabemos lo que nos podemos encontrar ahí abajo —le dijo un poco asustado.

—Si no entramos, seguro que nunca lo sabremos —contestó repleto de entusiasmo, mirando a sus hombres.

Al escuchar lo que decía, comenzaron a retroceder asustados, pues temían que alguna maldición o algo parecido cayera sobre ellos si entraban, porque sobre aquella zona se contaban innumerables y oscuras leyendas que les infundaban temor.

Thomas comenzó a buscar cuerdas y otros utensilios que creía que le harían falta para bajar y para lo que se pudiera encontrar después en aquel oscuro y siniestro agujero. Dándose media vuelta observó como sus hombres permanecían quietos, mirándolo. Sus rostros estaban descompuestos por el miedo y el terror a lo desconocido que les impedía moverse y, por consiguiente, obedecer las órdenes de su jefe.

Pancho, que no las tenía todas consigo, tampoco se movía. Miraba a Thomas y no comprendía cómo podía ser que no tuviera miedo a lo desconocido, pues tenía la intención de meterse sin saber lo que se encontrarían.

Thomas, extrañado por el comportamiento que estaban teniendo, les dijo:

—¿Qué os pasa?

—Jefe, creo que nadie va a querer bajar con usted. Tendrá que ir solo —le contestó mientras los hombres asentían con sus cabezas.

—¿Por qué, Pancho? ¿Qué tontería estás diciendo? ¡Vamos, ayudadme! —les decía mientras les señalaba con el dedo lo que debían coger.

—No señor, me parece que no lo entiende.

—¿Me vais a decir qué os pasa de una vez? —preguntó enojado al ver que nadie le hacía caso.

—Pues mire, desde pequeños, mis hombres y yo hemos escuchado terribles historias de este lugar, que hablaban de muertes y desapariciones, por ese motivo creemos que este lugar y todo lo que lo rodea está maldito.

—Eso son tonterías. No me digáis que todavía creéis en esas cosas de niños —le contestó riéndose.

—No se ría, porque se lo digo muy en serio. Nadie va acompañarle.

Thomas se acercó a Pancho y agarrándolo del hombro lo alejó de sus hombres, donde no pudieran escuchar lo que le iba a decir. Cuando estuvieron fuera del alcance de los oídos de los demás, le dijo:

—No me podéis hacer esto, debéis ayudarme. Sin vuestra ayuda no lo conseguiré. Además, para algo os pago.

—Ya lo sé, pero debe comprendernos.

Los hombres miraban como discutían Thomas y Pancho, sin saber cuál era el motivo. Tras unos minutos de acalorada discusión, Thomas se dirigió hacia su tienda, mientras que Pancho se acercó a sus hombres y les dijo:

—El jefe dará una prima a quien le acompañe al interior del agujero.

Al escuchar esto comenzaron a hablar entre ellos, comentando la oferta que les habían ofrecido. Pancho, se volvió a dirigir a ellos diciéndoles:

—Os doy unos minutos para que os lo penséis, el que no esté conforme con la oferta ya puede coger sus cosas, pasar por la tienda del jefe para coger su salario y marcharse.

Nuevamente se pusieron a hablar entre ellos tras el ultimátum que Pancho les había dado. Al acabar de hablar, uno de ellos se dirigió hacia él y le dijo:

—Hemos decidido que nuestras vidas no tienen precio y por tanto no hay suficiente dinero en el mundo que nos pueda hacer cambiar de opinión, por ese motivo nos marchamos todos. Esto que quiere hacer le va a costar la vida a él y a quien decida acompañarlo, la maldición caerá sobre aquellos que se adentren en su interior.

—Muy bien, si ésa es vuestra decisión, no tengo nada más que decir. Ya os podéis marchar.

—Y tú, Pancho, ¿no te vienes con nosotros? ¿Vas a quedarte?

—Sí, no puedo dejarlo solo ahora, debo estar a su lado en esto —les dijo mientras se daba la vuelta y se dirigía a la caseta donde guardaban las cosas de la excavación.

BOOK: El simbolo
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