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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (23 page)

BOOK: El simbolo
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—¿Y no te cansa ver tanta agua? —le preguntó Thomas.

—No hombre, a mí me encanta el agua. Podría pasarme toda una vida mirándola. Además, donde estoy ahora tengo unas maravillosas vistas de Abu Simbel.

—¿Cómo dices? —preguntaron al mismo tiempo Thomas y Natalie.

—Pues eso, que desde donde estoy trabajando veo Abu Simbel perfectamente, estoy justo enfrente —les respondió Peter.

—¿Podrías enseñarnos algún día cómo trabajáis? Nos interesa mucho todo lo que nos has contado, ¿verdad, Thomas? —preguntó mientras le daba una patada por debajo de la mesa.

—Sí, sí, verdad, verdad —contestó Thomas dolorido.

—Muy bien, pues si os va bien mañana, podemos quedar —les propuso Peter.

—Vale, te tomo la palabra —dijo Natalie.

Peter miró su reloj y dijo:

—Bueno, me tengo que ir, mañana a las ocho pasará un coche a recogeros a la puerta de vuestro hotel, yo os esperaré en el campamento que tenemos frente al río. Os espero —añadió mientras se levantaba.

Tras despedirse de ellos y volverles a recordar la hora a la que los pasarían a recoger, Thomas y Natalie, eufóricos y sin poderse creer la suerte que habían tenido, se abrazaron.

Ya en la habitación del hotel y metidos en la cama, Natalie le decía a Thomas que quizás deberían contarle a Peter lo que estaba ocurriendo, que seguramente les ayudaría, pues disponía de todo lo que necesitaban para ello, pero Thomas, al escucharla, se negó rotundamente, pues era demasiado peligroso y no quería cargar con la muerte de nadie más. Natalie le dijo que por ahora nadie más había intentado hacerles nada, que quizás aquellos hombres que le intentaron matar creían que lo habían conseguido. Thomas se negó otra vez y le pidió que no se lo contara, que ya se le ocurriría alguna cosa. Natalie, que no lo veía muy claro, le besó y se despidió de él. Tras esto, Thomas apagó la luz y se echó a dormir, sabiendo que ella tenía toda la razón, que sin la ayuda de Peter no lograrían llegar hasta aquella plancha.

Por la mañana, bajaron a la puerta del hotel para esperar el coche que les llevaría junto a Peter. Thomas continuaba repitiéndole a Natalie que ni se le ocurriera contarle nada, pues ella le había vuelto a insistir, diciendo que era la opción más adecuada para poder llegar a descubrir algo.

Mientras discutían, el coche, que llegaba puntual, dobló la esquina de la calle y se detuvo frente a ellos. Un hombre se bajó y les preguntó si eran los amigos de Peter, a lo que ellos respondieron que sí. Tras esto, les indicó dónde debían sentarse y, cuando estuvieron acomodados en el interior, reinició la marcha y se dirigió hacia el campamento.

Con la mirada perdida en el desierto, Thomas continuaba dándole vueltas a las palabras de Natalie. Sabía que tenía razón, sabía que posiblemente era la única forma de llegar, sabía que ellos solos jamás conseguirían lo necesario para poder hacerlo.

De repente, la voz del conductor interrumpió los pensamientos de Thomas.

—Ya hemos llegado, aquellas tiendas que están cerca de la orilla del río son nuestro campamento —las señaló con el dedo.

Seguidamente, el coche se detuvo frente a una de las tiendas y de ella salió Peter.

—Buenos días, bienvenidos a mi campamento —dijo Peter mientras les ayudaba a bajar del coche.

Thomas y Natalie, tras saludarle, miraron el río en busca de aquellos barcos que habían visto desde el autobús de la excursión, pero ya no estaban. Quizás se habían precipitado y no eran de él.

—¿No teníais unos barcos? —preguntó Thomas.

—Sí que los tenemos, ahora mismo iban a salir, pero les he dicho que se esperaran a que vosotros llegarais, así podríais ir conmigo en uno de ellos y ver más de cerca cómo trabajamos y la vista tan magnífica que tenemos de Abu Simbel. Pero primero, venid conmigo —respondió Peter.

Comenzó enseñándoles todo el campamento y los experimentos y pruebas que se hacían en él, pero ellos, no muy atentos a lo que les estaba enseñando, no dejaban de mostrar interés en subir al barco.

Como le insistían tanto, Peter decidió que ya era hora de subirse y mostrarles el trabajo que se realizaba desde ellos.

Ya en el barco, comenzó a explicarles cómo usaban el radar para sondear el suelo y cómo los buzos se sumergían para coger muestras, pero Thomas y Natalie, que únicamente pensaban en una cosa, continuaban sin hacerle caso.

—Oye Natalie, llevo un buen rato explicándoos cosas y la verdad es que no os veo demasiado atentos. ¿Qué os pasa?, ¿os aburro? —preguntó Peter al ver la falta de atención que estaban mostrando.

Natalie, al escucharlo y con un enorme peso de conciencia por estar engañándole, se disculpó un momento, cogió a Thomas del brazo y se apartaron de él.

—Mira Thomas, él es el único que nos puede ayudar. Sé que no quieres, pero es que no ves lo difícil que nos resultaría a nosotros solos. Aunque lográramos todo el equipamiento y permisos necesarios, yo no sé hacer funcionar un radar y creo que tú tampoco. Además, tendríamos que bucear, y quién mejor que él para hacerlo, que es un experto buceador. Tengo mucha confianza en él y sé que no nos defraudará.

—Lo sé, me doy cuenta de ello, pero sabes que sería meterlo en problemas —le dijo Thomas apoyándose en la barandilla del barco y mirando al agua.

—Como te dije anoche, hace tiempo que no pasa nada.

—Ya, pero a veces tengo la sensación de que nos vigilan… No sé, déjame pensar.

Natalie pasó su mano por la espalda de Thomas y se marchó junto a Peter, dejándolo solo para que pensara en lo que habían hablado.

Thomas, que miraba el agua que golpeaba el casco del barco, metió su mano en uno de los bolsillos de su chaleco, sacó el colgante y, en ese instante, comprendió que tenía razón. Aquel hombre era una puerta para llegar a donde querían, y posiblemente era la única.

Dentro de un camarote, Natalie y Peter estaban riendo y conversando, cuando de repente un golpe en la mesa los interrumpió. Cuando se giraron para ver qué lo había causado, vieron que sobre la mesa había un colgante. Peter se quedó extrañado, pero Natalie que sabía lo que era, levantó la mirada y vio a Thomas apoyado en la puerta mientras decía:

—Me has convencido. Contémosle la verdad.

—Gracias por comprenderlo, verás como no te arrepientes —le dijo Natalie muy contenta.

—Eso espero, no quiero tener sobre mí ninguna carga más —le recordó mientras se sentaba junto a ellos.

Natalie comenzó a explicarle a Peter, que sostenía el colgante en sus manos y que no entendía nada, todo lo que les había sucedido y la ayuda que les podría brindar.

Al acabar tan fascinante y extraño relato, Peter se levantó y preguntó:

—Si eso es cierto, estamos hablando de algo muy importante y peligroso. ¿Por qué no contactáis con el gobierno para que os ayude?

—Si no lo hemos hecho es porque no tenemos las pruebas para demostrarlo, sólo tenemos este colgante y unos papeles copiados de los originales. ¿Piensas que nos creerían? —le preguntó Thomas.

—No, la verdad es que no, me cuesta hasta a mí creérmelo —respondió Peter.

—Sé que suena a locura todo esto, pero te aseguro que es cierto. Por favor, ¿nos ayudarás? —le suplicó Natalie.

Peter salió del camarote, observó Abu Simbel y seguidamente el colgante, después entró nuevamente y dijo:

—Muy bien, os ayudaré, aunque soy biólogo, guardo en un rincón de mi corazón el alma aventurera —comenzó a reír.

Tras estas palabras, se sentó junto a Thomas y Natalie y comenzaron a diseñar el plan, un plan que a medida que tomaba forma parecía sencillo.

Primeramente y como era muy temprano, les daría unas pequeñas pero intensas clases de buceo. Luego esperarían a que anocheciera para estar completamente solos y cogerían uno de los barcos para intentar buscar la plancha de hormigón con el radar. Si la conseguían localizar, bajarían hasta ella Thomas y Peter para inspeccionarla y, si fuera necesario, poner unas pequeñas cargas de explosivo para que quedara al descubierto la grieta de la que habían hablado. Tras la explosión y habiendo comprobado que aquella grieta existía, volverían a bajar para introducirse por ella, pero esta vez acompañados de Natalie.

EN LAS PROFUNDIDADES

A
l caer la noche, el campamento quedó completamente vacío. Amparados por la oscuridad y con la tenue luz que reflejaba la Luna, se podían distinguir las siluetas de unas personas, que como unos ladrones, se movían por el campamento con mucho sigilo. Aquellas personas eran Thomas, Natalie y Peter, que se preparaban para subir a uno de los barcos. Todo estaba a punto para que comenzara la búsqueda.

Peter encendió los motores del barco y preguntó si sabían hacia dónde debía dirigirse. Thomas, que había leído dónde estuvo emplazada la antigua construcción, le dijo que debía encontrarse, más o menos, a unos doscientos o trescientos metros de su actual emplazamiento. Al escucharle, accionó una palanca y el barco comenzó a moverse.

—Allá vamos —le dijo Natalie a Thomas al oído mientras le cogía la mano.

Tras dos largas y desesperantes horas de búsqueda, no habían logrado encontrar el sitio. Peter les comentaba que quizás, por el paso del tiempo, podría haber quedado tapado por fango o por otra cosa, o que, en el peor de los casos, podía ser que no existiera, y que quizás aquel anciano sólo les hubiera contado una historia para turistas.

—No puede ser —dijo Thomas desilusionado.

—Llevamos un par de horas dando vueltas y nada de nada. Quizás éste no sea el sitio —dijo Peter buscando alguna otra justificación.

—Tiene que estar. Aquel anciano no nos ha engañado, seguro que está —afirmó Thomas.

Tras una hora más de búsqueda, el ánimo de aquellas tres personas ya no era el mismo; estaban muy desilusionados, cansados. En la mente de cada uno de ellos, ganaba fuerza el comentario sobre el anciano, quizás fuera verdad, quizás fuera un engaño.

Thomas, que estaba sentado junto a Natalie y Peter alrededor de la pantalla del radar, se levantó y salió fuera del camarote.

—Tranquilo Thomas, ya verás como la encontramos —le dijo Natalie, que había ido tras él para consolarlo.

—¿Tú crees? Creo que tiene razón, lo que nos contó el anciano es mentira —dijo Thomas.

—Puede ser, ¿pero qué me dices del acertijo?

—Ya no sé qué pensar. Quizás todo en sí sea una mentira, quizás aquella sala fuera única, quizás el acertijo sea como la historia que nos contó el anciano, sólo una mentira.

—¡Venid, corred! —gritó Peter desde el camarote interrumpiéndoles.

Thomas y Natalie corrieron hacia donde estaba Peter, que miraba con cara de felicidad la pantalla.

—¡Está aquí! ¡Mirad, mirad! ¡No es mentira! —les decía señalándoles con el dedo una zona de la pantalla.

—¿Pero el qué? No veo nada —dijo Natalie.

—Eso es porque no estáis acostumbrados a ver este tipo de imágenes, pero te aseguro que está ahí. Esperad, que ahora os la enseño.

Peter, tras detener los motores del barco, se volvió a sentar y comenzó a explicarles cómo debían mirar la imagen para distinguir lo que les estaba enseñando.

—Para distinguir la plancha de lo demás, debéis mirar la imagen completa, entonces veréis una pequeña irregularidad en ella. Si miráis bien, veréis que en esta zona hay como un pequeño desnivel cuadrado. Es como cuando hacen una foto desde un satélite al desierto, para buscar alguna construcción enterrada bajo la arena. A primera vista no se distingue nada, pero si miras el conjunto de la imagen, se aprecia que en algunos lugares hay como unos pequeños desniveles, y esos desniveles son las construcciones enterradas. ¿Lo veis ahora? —les preguntó Peter tras la explicación.

—Sí, sí, es verdad, ahí está —dijo Thomas eufórico.

—¿Ves, Thomas? Ni el anciano ni el acertijo nos han engañado. Ya estamos muy cerca —le dijo Natalie mientras lo abrazaba.

Siguiendo las pautas del plan, Thomas y Peter se prepararon para la inmersión. Repasaron una y otra vez el equipo, pues todo debía estar en orden y en perfectas condiciones, ya que si surgiera algún contratiempo, la inmersión podría tener un final catastrófico. Peter les recordó que si estaba a muchos metros de profundidad, deberían tener cuidado al volver a subir a la superficie, pues debían seguir el método de descompresión.

Tenían todo a punto: las pequeñas cargas de explosivo, los trajes de neopreno, las bombonas de oxígeno, las máscaras especiales que les cubrían la cara y que, además de llevar un transmisor que les mantendrían en contacto en todo momento, tenían la posibilidad de visión nocturna y unos potentes focos para poder iluminar el lecho del río.

Completamente preparados y situados en posición para zambullirse en el agua, Natalie hizo una última prueba con el sistema de comunicación y les deseó suerte. Por su parte, ellos le indicaron con el dedo pulgar que todo estaba
ok
y se tiraron al agua, sumergiéndose rápidamente y adentrándose en sus profundidades.

Tras varios minutos de silencio, Natalie, que se encontraba en el barco muy nerviosa y preocupada, preguntó:

—¿Cómo os va, chicos? ¿Todo bien?

—Sí, perfecto, la visibilidad es muy mala, casi nula, pero ya casi hemos llegado al fondo —contestó Peter.

Dentro del agua, inmersos en la oscuridad y el silencio, Thomas y Peter enfocaban con sus potentes luces el lecho del río, intentando encontrar aquella plancha. La búsqueda se les complicaba, pues sólo veían fango y alguna que otra planta acuática.

—¿Ves algo, Peter? —le preguntó Thomas.

—Nada, con tanto fango nos va a resultar más difícil de lo que creía —le respondió.

—Debéis buscar algún punto de referencia. Aquí en la pantalla veo como si hubiera una pequeña pared al lado del desnivel. Mirad a ver si la encontráis —les aconsejó Natalie desde el barco.

Tras un buen rato buscando aquel punto, Peter exclamó:

—¡Aquí! ¡Acércate, Thomas, la encontré!

Thomas, que estaba a unos metros de él, se acercó y vio como Peter apartaba con su mano el fango del lecho.

—¡Mira, mira, ya se ve! —exclamó Peter al dejar al descubierto lo que parecía ser un trozo de la plancha.

Thomas lo ayudó a limpiar aquella superficie para estar seguros de que era realmente lo que estaban buscando.

—Natalie, parece mentira pero está aquí, tal y como nos contó el anciano —dijo Thomas al acabar de limpiarla por completo.

Lo habían encontrado al fin, su búsqueda dio sus frutos, pues las luces de los focos que iluminaban el lecho del río ponían al descubierto una plancha de hormigón de unos tres metros cuadrados.

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