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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (4 page)

BOOK: El simbolo
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—Creo que tienes razón. Ya no puedo más, estoy agotado.

Thomas dejó paso a su compañero e intercambiaron la maza por la linterna. Seguidamente, Pancho escupió en sus manos, las frotó enérgicamente, agarró la maza y comenzó a golpear la pared con fuerza.

Tras unos minutos, el sudor comenzó a descender por la frente de un agotado Pancho y sus golpes enérgicos y certeros cada vez eran más débiles y aleatorios.

—¡Para, para! ¡Lo has conseguido! —exclamó Thomas de repente, zarandeándole por el hombro, mientras iluminaba una pequeña grieta que se había hecho en la dura pared, y preguntó—: ¿Se ve alguna cosa por la grieta? Intenta mirar a través de ella.

Pancho soltó la maza y cogió la linterna para ver si podía distinguir alguna cosa.

—No jefe, no se ve nada todavía, no es muy profunda, pero ahora será mucho más fácil derribarla.

Pancho comenzó a buscar por el suelo alguna cosa que le pudiera servir de palanca o de cuña para lograr abrir más la grieta. Thomas, que lo observaba intrigado por su extraño comportamiento, preguntó:

—¿Qué buscas?

—Busco algo que me sirva para abrir más la grieta, pero no consigo encontrar nada —le contestó mientras continuaba explorando el suelo—. Espere, tengo una idea mejor, si quiere esperarse aquí un momento, iré al exterior a buscar alguna cosa que me pueda servir —le propuso.

—Muy bien Pancho, aquí te espero sentado —comenzó a reírse—, pero no tardes mucho.

—No jefe, usted siga dándole golpes a ver si logra hacerla un poco más grande —le dijo mientras se reían.

Pancho devolvió la maza a Thomas y, dejándole completamente a oscuras, comenzó a hacer el camino de regreso al exterior.

Cuando llevaba unos metros recorridos a través del túnel, el miedo comenzó a adueñarse de su mente, miles de oscuros pensamientos comenzaron a brotarle en su imaginación, y entonces, sumergido en la más absoluta soledad y en el temor, se acordó de su juventud y de las palabras que le decía su santa madre para estas ocasiones: «Hijo mío, cuando estés en alguna situación peligrosa o en la que tengas mucho miedo, ponte a cantar y así ahuyentarás al miedo». Seguidamente, después de recordar el consejo de su querida madre, comenzó a cantar lo primero que se le ocurrió.

Thomas, más valiente que su compañero e inmerso en la oscuridad, continuaba golpeando la pared, mientras escuchaba a lo lejos cantar a Pancho una canción típica de su pueblo.

En el exterior, los extraños hombres continuaban situando las cargas mortales, cuando de repente el cabecilla les indicó con un gesto que se detuvieran, pues estaba escuchando como uno de los hombres que se habían introducido por el agujero estaba cada vez más cerca de ellos, y podría descubrir el triste final que les tenían reservado. Sin pensárselo dos veces, introdujo su mano por una abertura que tenía la gabardina y sacó una extraña espada plateada, repleta de extraños signos y de punta redondeada, adornada con cuatro pequeños cristales de color azul y con forma ovalada en la punta. Por su extraña forma y su ornamentación, no parecía estar realizada para atravesar la carne o para fines maquiavélicos, más bien parecía concebida para actos religiosos o ceremoniales.

El hombre la empuñó con sus manos en actitud amenazadora y se quedó completamente inmóvil, esperando que el pobre Pancho apareciera por el agujero, para darle muerte.

Mientras tanto, Pancho, que no tenía la menor idea de lo que le esperaba en el exterior, seguía arrastrándose por el estrecho túnel y cantando, hasta que llegó a la pequeña abertura que le iba a permitir pasar a la otra habitación, le conduciría a los escalones y seguidamente a la salida. Deslizó su cuerpo por ella y, al pasar, surgió un grito de alegría de su garganta cuando pudo ponerse de pie nuevamente y ver el reflejo de la luz del día al fondo de la sala.

Pancho comenzó a subir por los peldaños, mientras buscaba con la linterna el extremo de la cuerda por la que habían descendido.

Cuando encontró el extremo de la cuerda, metió la linterna en uno de los bolsillos de su pantalón y comenzó ascender por ella. La cuerda comenzó a moverse y le dio al verdugo la señal para prepararse y concentrarse en su golpe mortal, mientras que Pancho, muy contento por haber dejado aquel siniestro lugar, proseguía con su ascensión.

La mano de Pancho surgió por el agujero agarrándose a un fragmento de la losa y, al ver esto, el verdugo levantó su espada al aire con fuerza, esperando que el resto del cuerpo acabara de salir. De repente, vio como aparecía la otra mano, y en ese mismo instante lanzó con fuerza la espada hacia ellas al no poder esperar más, con la intención de cortárselas. Cuando estaba a punto de seccionarlas, se escuchó un grito desde el interior que provocó que se detuviera y que aquellas dos manos volvieran a introducirse hacia dentro rápidamente.

Pancho comenzó a descender por la cuerda, mientras llamaba desesperado a Thomas, que inexplicablemente había cesado de golpear la pared. Muy preocupado por su jefe, se escurrió por la pequeña abertura y comenzó a correr por el estrecho túnel, mientras gritaba.

—¡Thomas, Thomas! ¿Se encuentra bien? ¡Contésteme! —no cesaba de gritar sin obtener respuesta alguna.

Extrañado, el misterioso hombre se asomó por el agujero para ver lo que había sucedido con su víctima. Al no ver nada, se levantó del suelo y, guardando su espada, les indicó a sus compañeros que prosiguieran con la colocación de los artefactos.

Pancho, a duras penas, consiguió llegar al lugar donde anteriormente había dejado a Thomas, pero lo único que encontró fue una pequeña abertura en la pared y ni rastro de Thomas. Comenzó a llamarlo muy preocupado, pensando que le podía haber ocurrido alguna cosa en su ausencia, y de repente, la voz de Thomas surgió por el pequeño agujero:

—¡Estoy aquí! ¡Pasa! No te vas a creer lo que estoy viendo.

Asomó su cabeza y vio, nuevamente, un pequeño túnel que conducía a lo que parecía ser una sala que inexplicablemente estaba iluminada. Comenzó a gatear por el túnel y al incorporarse quedó atónito ante aquella visión.

TRAS LA PARED

L
o que estaba viendo era maravilloso, se encontraba en una sala grandiosa. Sus paredes, exentas de dibujos o signos, estaban alisadas hasta tal punto que se reflejaba en ellas la luz que anteriormente había visto. Surgía de un extraño cristal de color azul y con forma triangular, que se encontraba justo en el centro del techo. En la sala no había absolutamente nada de mobiliario, lo único que veía era lo que parecía ser un pequeño altar, situado en el centro.

Perplejo por lo que estaba viendo, escuchó:

—Pancho, lo hemos conseguido, aquí está nuestra recompensa —le dijo mientras se agarraba de su hombro y con un gesto de la mano se la mostraba.

—Sí jefe, nos ha costado, pero al final lo hemos conseguido —le contestó asintiendo con su cabeza y sin dejar de mirar para todos los lados—. Mire, ¿cómo puede ser que salga luz a través de eso? —le preguntó señalándole el enorme cristal.

—No lo consigo entender, yo he pensado lo mismo que tú, pero seguramente sea un mineral que nunca antes se haya visto, con la virtud de retener la luz durante mucho tiempo y luego tener la capacidad de poder reflejarla —le contestó mientras miraba el cristal no muy convencido de la explicación que le había dado.

Pancho, que no le había entendido muy bien, dejó de mirar el cristal y comenzó a explorar la sala junto a Thomas, que tomaba apuntes de todo lo que veía en una libreta que había sacado de su mochila.

Mientras Thomas continuaba tomando apuntes, Pancho recorría la sala. De repente, algo que vio en una de las esquinas de la pared llamó su atención.

—¡Thomas!, ¡venga rápido! He encontrado una cosa muy extraña.

Thomas se acercó rápidamente hacia donde se encontraba él y pudo ver, sorprendido, una pequeña abertura rectangular de unos pocos centímetros. Pancho, que todavía llevaba la linterna, la dirigió hacia el interior con la intención de descubrir lo que había al otro lado.

—¿Ves algo, Pancho? —le preguntó impaciente.

—No se ve nada, pero parece que sale una ráfaga de aire fresco por ella.

Thomas apartó a Pancho y acercó su cara para comprobar lo que le había dicho. Al arrimarse a la abertura, le dijo:

—Tienes razón, parece que debe estar conectada con el exterior. Espera… —añadió acercando su oreja hacia ella.

—¿Qué pasa? —le preguntó intrigado.


Shhh
, calla. Me parece escuchar alguna cosa, como si fuese un leve rumor.

—Un leve rumor… ¿Qué debe ser? —le volvió a preguntar.

—No tengo la más remota idea. Pero creo que se ideó con la intención de ventilar esta sala.

—¿Y cuál es el motivo por el que tiene que estar ventilada?

—No lo sé, pero seguramente las respuestas a nuestras preguntas nos las dará ese extraño altar —le contestó señalándolo.

Thomas y Pancho comenzaron a acercarse lentamente, mientras que en el exterior toda la zona de la excavación había quedado desolada; aquellos misteriosos personajes habían desaparecido. Únicamente quedaban los explosivos, unidos entre sí por una larga mecha que siguiendo su sinuoso recorrido acababa entre los pies del cabecilla, que estaba escondido entre los arbustos. En sus manos sostenía un mechero, lo encendió y lo acercó a la mecha, dándole el calor que necesitaba para comenzar su fatal recorrido.

En la sala, ingenuos al final que les habían preparado, Thomas le comentaba a Pancho la magnífica forma en la que había sido tratado aquel lugar.

—Mira Pancho, sin duda alguna las personas que realizaron estos túneles, la sala y este altar debían tener grandes conocimientos de arquitectura y de la forma de tratar la piedra.

—¿En qué se basa para decir eso?

—Observa todo lo que nos rodea. Ese misterioso cristal que ilumina toda la sala, las paredes de todo el recorrido, que están alisadas hasta tal extremo que nos reflejamos en ellas…, y fíjate bien en este altar de roca maciza, no es un bloque de piedra que hayan esculpido aparte, sino que sale del mismísimo suelo: ¡sorprendente! Debes pensar que en aquella época no tenían las herramientas ni los materiales que hay hoy en día, con los que podríamos realizar este tipo de maravillas.

Continuaban mirando con fascinación todo lo que los rodeaba cuando, de repente, la mecha llegó a su fin. Una enorme explosión se produjo en el exterior, sepultando con toneladas de tierra y piedra la excavación, mientras que una fuerte sacudida estremeció toda la sala. Asustados y sin comprender lo que estaba ocurriendo, se miraron y dijeron al unísono:

—¿Qué ocurre?

—No lo sé, Pancho, pero creo que deberíamos salir de aquí lo antes posible y ver si ha sucedido alguna cosa en el exterior.

—Eso es lo más sensato que he escuchado en todo el día.

Corrieron hacia la abertura de la sala, pero de ella surgió una gran masa de polvo que los impulsó unos metros atrás y los tiró al suelo. Más asustados que antes y acongojados por lo que estaba sucediendo, volvieron a mirarse, cuando otra sacudida volvió a estremecer la sala. Thomas se levantó del suelo y gritando le dijo a Pancho que permanecía estirado.

—¡Vamos, levántate! ¡Rápido! —le dijo ofreciéndole su mano para ayudarlo.

—Pero ¿qué pasa? —le preguntaba mientras se levantaba.

—Algo ha ocurrido, parece que hemos perturbado el delicado equilibrio que mantenía este lugar en pie.

—Se lo dije y no me hizo caso, debe ser la maldición que tantas veces le repetimos mis hombres y yo.

—Calla, no digas sandeces.

Thomas, mientras continuaba discutiendo, buscaba la forma de salir de aquel lugar. Un extraño ruido recorrió la sala y, alertados, comenzaron a buscar su procedencia, cuando vieron que el techo comenzaba a agrietarse.

—Pancho, esto no pinta bien, parece que este lugar va a desmoronarse.

—¡Vamos a morir! —gritó echándose las manos a la cara.

—No digas eso, yo te convencí para que entraras y yo te voy a sacar.

En el exterior, los misteriosos hombres se retiraban del lugar, mientras el cabecilla observaba que donde antes había una excavación, con sus herramientas, sus cuerdas, etc., ahora sólo quedaba un montón de tierra que lo había sepultado todo por completo, sin dejar indicio alguno de que en ese lugar hubiera existido antes una excavación.

Mientras tanto, en el interior, los dos hombres suspiraban tranquilos, pues las sacudidas habían cesado y el techo había dejado de agrietarse.

—¿Qué vamos hacer? ¡Estamos perdidos! —le repetía continuamente Pancho.

—No lo sé, no lo sé. Déjame pensar —le respondía mientras se agachaba y miraba por donde anteriormente habían entrado.

—¿Ve algo? ¿Cree que podremos volver a salir por ahí? —le preguntaba muy angustiado.

Thomas, que intentaba mantener la calma, le pidió la linterna para comprobar el estado en el que había quedado la entrada. Después de examinarla durante unos minutos y bajo la presión de las preguntas insistentes de Pancho, volvió a incorporarse.

—No creo que volvamos a salir por aquí, está totalmente bloqueada, solamente veo rocas y tierra —dijo mientras lo agarraba del hombro y le hacía con su rostro un gesto tranquilizador.

Al escucharlo, y como si se moviera a cámara lenta, Pancho comenzó a agacharse, apoyó sus manos en el suelo y seguidamente se sentó. Luego, alzó sus manos temblorosas, y echándoselas a la cara, le dijo:

—Jefe, esto no tendría que acabar de esta forma.

Thomas, al escuchar las palabras de un Pancho que había perdido por completo todas las esperanzas de salir con vida de aquel lugar, se sentó a su lado, lo rodeó con su brazo y con voz pausada y serena le dijo:

—No digas eso, esto no es el final. Déjame que piense con tranquilidad y te aseguro que encontraré la manera de salir de aquí.

Pancho, ante las palabras de consuelo, descubrió su rostro, y con los ojos humedecidos lo miró fijamente y le preguntó:

—¿No me miente? ¿Es verdad eso que dice?

—Nunca te mentiría y menos en esta situación.

En ese mismo instante, como si de un niño pequeño se tratase, se abrazó fuertemente a Thomas y llorando desconsolado no dejaba de repetir:

—No quiero morir así. Sáqueme de este lugar, por favor.

Thomas, preocupado y a su vez extrañado por la situación, comenzó acariciar la cabeza de Pancho con la intención de consolarlo.

Después de varios minutos llorando y ya más tranquilo, separó su cuerpo de Thomas y le preguntó:

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