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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (6 page)

BOOK: El simbolo
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—Mira Pancho, ¿no te parece extraño? No es una inscripción como las que hemos hallado aquí, es más bien un símbolo, seguramente tendría algún significado religioso o de poder para aquella civilización —le explicaba mientras le entregaba la hoja para que la viera.

—Sí que es raro, sí, parece cosa de extraterrestres.

Thomas, al escuchar a Pancho, comenzó a reír.

—Tú siempre tan imaginativo. ¿Cómo va a ser obra de extraterrestres? —comenzó a reírse Pancho también.

Tras un buen rato riéndose los dos, Thomas se puso serio y comenzó a explicarle que no podían tocar nada, puesto que allí no tenían los instrumentos apropiados para hacerlo. Continuó explicándole el procedimiento que debían seguir. Primero debían fotografiarlo y catalogarlo todo, seguidamente introducirlo en cajas herméticas para que el aire del exterior no deteriorara nada y por último sacarlas con sumo cuidado. Pancho, que lo escuchaba muy atentamente, lo interrumpió diciéndole:

—Todo lo que me está explicando me parece bien, pero hay un pequeño detalle que se le escapa.

—¿Ah sí? ¿Cuál es? —preguntó intrigado.

—Pues… que no podemos salir de aquí.

Al escuchar las palabras de Pancho, Thomas, que tenía la sensación de estar volando en una nube tras el descubrimiento, cayó en picado de ella para poner los pies en tierra firme nuevamente.

—Es verdad, ya no me acordaba.

Thomas introdujo la linterna en uno de los bolsillos del chaleco tras haberla apagado previamente, apoyó su mano derecha en el altar y comenzó a levantarse. Cuando aún no se había levantado por completo, un nuevo temblor sacudió la sala y provocó que Thomas y Pancho cayeran al suelo, justo al lado del altar.

—Jefe, ¿qué va a pasar ahora? —preguntó muy asustado.

El temblor, que era más intenso que los anteriores, comenzó a desquebrajar el ya malogrado altar, haciendo que se rompiera en pedazos y vaciando su contenido sobre Pancho.

—¡Dios mío, ayúdeme! Ha caído sobre mí todo lo que había en el interior.

—No te muevas Pancho, ahora voy a ayudarte.

Thomas intentó levantarse del suelo, pero el temblor no le dejaba, pues le hacia perder el equilibrio y caer nuevamente. Entonces, comenzó a gatear para acercarse a su pobre compañero, que pataleaba y gritaba entre el bulto de hojas.

—No te asustes, simplemente son hojas.

—No jefe no, ha caído un pedazo de piedra sobre mí, noto el peso.

—Espera entonces, no te muevas por favor. Aguanta, o podrías dañarte.

La sala volvió a quedar en calma, pero esta vez se podía ver que habían surgido multitud de grietas en paredes, suelo y techo.

Al llegar Thomas al lado de Pancho se incorporó, rodeó el montón de hojas y comenzó a buscar entre ellas la cabeza para descubrirla. Al encontrarla, y después de apartar las hojas de su rostro, le preguntó:

—¿Cómo te encuentras?

—Bien, pero algo me oprime el pecho.

—Tú no te muevas, te sacaré todas estas hojas de encima.

Comenzó apartar los pedazos de altar y hojas con sumo cuidado, asombrándose del buen estado en el que se encontraban. De repente, dio un paso atrás. Pancho, que lo miraba con el rabillo del ojo, vio que la cara de Thomas había cambiado por completo y le preguntó:

—¿Qué sucede?, ¿qué está viendo? ¿Me ha pasado algo? ¿Es grave?

—No, no, todo lo contrario, estás perfectamente —le respondió sin cambiar su semblante.

—Entonces, ¿qué pasa? Dígame algo de una vez.

—Está bien, levanta tu cabeza lentamente, sin hacer movimientos bruscos, y mira tu pecho.

Pancho, que se encontraba inmóvil, medio sepultado aún por las hojas y con los ojos cerrados para no ver si le había ocurrido algo, comenzó a levantarse muy lentamente, y cuál fue su horror cuando al abrirlos se encontró de frente con una cara terrorífica. En ese mismo instante, un grito aterrador salió de su garganta y, sin que Thomas pudiera reaccionar a su ataque de pánico, se levantó velozmente, dejando caer todo lo que tenía sobre él al suelo.

—¿Qué es eso? ¿De dónde ha salido? —preguntó asustado.

—Ha salido del interior —le contestó sorprendido—. Ahora sí que no entiendo nada. Me había equivocado rotundamente —dijo echándose su mano sobre la cara.

—¿Usted? ¿En qué se había equivocado?

—Pues está claro, Pancho. Fíjate bien, esto no era un altar —le decía mientras le señalaba lo poco que quedaba— sino un sarcófago, y no estamos en una sala cualquiera, se trata de una sala mortuoria.

—Entonces, eso es…

Lo que Pancho le señalaba y había tenido sobre su pecho, y por lo que Thomas había quedado sorprendido, era un cuerpo momificado, que había surgido del interior de lo que habían creído que era un altar. La momia, que parecía ser masculina, se encontraba en posición fetal, con sus brazos rodeando las piernas. Estaba en unas condiciones fantásticas. Una gran melena surgía de debajo de un gorro cilíndrico, adornado en su parte superior por unas coloridas plumas. El rostro de aquella momia no manifestaba dolor ni sufrimiento, parecía como si se hubiera quedado dormida. Sus manos y sus pies no tenían signos de haber estado castigados con los duros trabajos del campo ni con algún otro. Estaban perfectamente, como si hubieran sido tratados con sumo cuidado durante toda su vida, por lo que Thomas dedujo que se trataba de algún alto cargo de aquella civilización. Sus ropas, que también estaban en óptimas condiciones, eran de colores vivos, y se componían de dos piezas, una especie de chaquetilla abotonada de mangas cortas y un pantalón abombado que le llegaba hasta los tobillos y estaba atado a su cintura por una especie de pañuelo.

Thomas se sentó en el suelo frente a la momia y sin dejar de mirarla decía:

—No me lo puedo creer. Con cada cosa que hallamos, menos entiendo.

—¿Qué quiere decir? Es simplemente una momia. Usted ha tenido que ver cientos de ellas —le decía Pancho más tranquilo.

—Sí, pero… —quedó pensativo.

—¿Pero qué? —le insistió.

Thomas, que todavía no se creía lo que estaba viendo, dijo:

—Nunca antes había visto algo igual.

—Hombre jefe, los mayas ya hacían este tipo de entierros.

—Sí, ya lo sé, los egipcios también lo hicieron durante miles de años, pero no de esta forma. Fíjate bien en el sumo cuidado que tuvieron con el cadáver; su ropa, las plumas de su gorro, hasta las hojas que lo cubrían, se encuentra todo en magníficas condiciones, y ese sarcófago es muy raro, nunca antes había visto otro igual. Normalmente todos los que he podido ver y examinar hasta ahora estaban sumamente adornados.

—Entonces, tiene razón, lo que hemos hallado es una cámara mortuoria.

—Sí Pancho, pero es muy extraña, como hemos podido ver anteriormente no tiene ni un solo grabado. Nos será muy difícil averiguar a quién y a qué época perteneció.

—Lástima que se haya destruido el sarcófago, porque parece ser que las únicas inscripciones que había eran las del interior.

—Tienes razón —le decía mientras miraba lo poco que quedaba y los fragmentos repartidos por el suelo.

En ese mismo instante, comenzó a levantarse. Ya de pie, se quitó la mochila y la dejó en el suelo, la abrió y sacó unos papeles en blanco y el carboncillo, que dio a Pancho.

—¿Qué quiere que haga con esto? —le preguntó.

—Toma unos cuantos papeles, coge los fragmentos que puedas y comienza a calcar los grabados de esta forma —le dijo mientras le mostraba cómo debía hacerlo.

Pancho comenzó a calcar el mayor número de inscripciones posible, pues el tiempo apremiaba. Mientras, Thomas miraba la fascinante momia y tomaba apuntes en su libreta de todo, estaba convencido que no pertenecía a la civilización olmeca, ni a ninguna otra que se conociera. Aunque la manera de momificar, la construcción y multitud de detalles que habían hallado se parecían a otros ya encontrados y estudiados, Thomas continuaba pensando que no pertenecía a ninguna de ellas. ¿Sería esta civilización la madre de todas las demás?, ¿o quizás simplemente era un montaje para engañar a los saqueadores de tumbas? Y si era así, ¿por qué ese atuendo tan raro y esas inscripciones nunca antes vistas?

Multitud de nuevas dudas surgieron en su mente tras el nuevo hallazgo. Pensativo y muy concentrado en lo que estaba haciendo, una voz le interrumpió:

—Ya está jefe, he hecho los que he podido, los demás fragmentos están demasiado deteriorados para calcarlos.

—Muy bien Pancho, guárdalos y acércate.

Guardó con sumo cuidado todos los papeles y el carboncillo en el interior de la mochila y se acercó donde se encontraba Thomas de rodillas. Se puso en la misma posición que él y Thomas comenzó a decirle:

—Mira bien esta momia, fíjate con qué cuidado la momificaron.

—Perdone que le interrumpa. ¿Ha visto eso que tiene en el cuello? —le señalaba con el dedo.

—No. ¿Qué es? —le preguntó intentando ver lo que le señalaba.

—Eso. Parece una cuerda, y si la sigue, se pierde bajo su ropa.

Thomas, se acercó con mucho cuidado para ver lo que le estaba indicando y exclamó al verlo:

—¡Es verdad! No me había dado cuenta. Menos mal que estás tú aquí —le dijo mientras le daba unas palmadas en la espalda.

—Gracias jefe, pero seguro que se hubiera dado cuenta.

Thomas sacó de su chaleco un bolígrafo y lo introdujo, con sumo cuidado para no ocasionar ningún desperfecto, entre el cuello de la momia y la cuerda. Seguidamente comenzó a tirar de ella con la intención de ver si tenía algún tipo de colgante u otro ornamento en su extremo, pero antes de poder acabar, la sala comenzó a temblar nuevamente, sin que a él le afectara ni le molestara.

—Otro temblor, jefe. ¿Nos resguardamos? ¿O será como los anteriores? —le decía Pancho mientras miraba a un lado y a otro.

—Espera, espera —le contestó haciendo caso omiso al temblor, al estar tan concentrado en la operación que estaba efectuando.

Aquel temblor, que era menos intenso que los anteriores, hacía que la sala se estremeciera de una forma diferente, como si procediera del suelo. Pancho, que comenzaba a asustarse, volvió a preguntar:

—¿Qué hacemos?

—Ya casi estoy, tranquilízate.

Se encontraba manipulando algo muy delicado, con cualquier movimiento brusco de su mano podría estropearlo.

—¡Ya está! —gritó.

—Muy bien, pero ¿qué hacemos?

—¿Qué hacemos de qué? —En ese mismo instante se dio cuenta del temblor y añadió—: ¡Dios mío!, otro temblor. ¿Por qué no me has avisado?

—Pero si llevo un rato diciéndoselo y no me hacía caso —le dijo asombrado ante su pregunta.

—Perdóname, tienes razón, estaba tan concentrado que no me había dado cuenta. Vayamos a aquella pared para resguardarnos.

Corrieron los dos hasta la pared y, ya en ella, Pancho le preguntó:

—¿Ha encontrado algo?

—Sí, mira.

Thomas abrió lentamente la mano de la que colgaba la cuerda y dejó al descubierto aquello que durante tanto tiempo había permanecido oculto. Lo que sus ojos estaban viendo era un colgante de piedra cuadrado, en el cual se podía ver un grabado.

—¿Qué tiene grabado? ¿Es una inscripción?

—No me ha dado tiempo a mirarlo con las prisas, pero ahora mismo te digo lo que es.

Se acercó el colgante para verlo mejor, cuando de repente el temblor comenzó a ganar intensidad. Pancho, tan asustadizo como siempre, se abrazó fuertemente a Thomas, provocando que el colgante cayera al suelo.

—Tranquilízate un poco, Pancho, mira lo que has hecho —le decía intentando deshacerse de su abrazo para coger el colgante.

—Lo siento jefe, pero estos temblores me ponen muy nervioso.

Cuando al fin pudo deshacerse de él, se agachó para recoger el colgante muy lentamente y con cuidado, pues el temblor le hacía perder el equilibrio. Cuando lo tuvo al alcance de su mano, pudo ver aterrorizado como una enorme grieta comenzaba a abrirse debajo de sus pies. Rápidamente cogió el colgante, lo metió en uno de los bolsillos del chaleco, se levantó y, sin perder de vista la evolución de aquella grieta, cogió a Pancho del brazo y le gritó:

—¡Corramos! Este lugar ya no es seguro.

—¿Por qué dice eso ahora? ¿Qué pasa?

Pancho, sin saber aún lo que ocurría y dejándose llevar por Thomas, miró al suelo y gritó:

—¡Dios mío! ¡De ésta no salimos!

—Claro que saldremos, te lo aseguro.

Recorrieron la sala de una punta a otra, acabando en la pared que tenía la pequeña abertura. Apoyados en ella, veían con espanto como el suelo comenzaba a abrirse, provocando que cayeran por su interior multitud de fragmentos del sarcófago, y se acercaba peligrosamente a la momia.

—¡Noooo! —gritó Thomas al ver la gran pérdida que iban a sufrir.

—Jefe, se está tragando todo lo que hemos descubierto. Thomas, sin pensárselo dos veces, comenzó a correr para ver si podía salvar la momia y algún pedazo del sarcófago, pero otra grieta comenzó a abrirse justo al lado de la momia, haciéndola tambalear hacia el interior. Al ver esto, Thomas se lanzó al suelo para intentar salvar aquello que con tanto esfuerzo habían hallado. Comenzó a deslizarse hasta que llegó donde se encontraba la momia, y la cogió del pañuelo que llevaba en la cintura justo en el último momento, cuando ya iba a caer al abismo.

—¡Ya la tengo, Pancho! —le gritó enseñándosela.

—¡Muy bien, jefe! —le contestó orgulloso de él sin moverse de la pared.

Thomas miró hacia el interior de la grieta y pudo ver que todo lo que caía en ella se perdía en la oscuridad. De repente un grito lo alarmó.

—¡Cuidado!, ¡detrás de usted! —le decía Pancho muy nervioso.

Al girarse para ver el motivo de su alarma, contempló con espanto cómo se le acercaba otra grieta rápidamente. Se intentó levantar con cuidado para no estropear la momia, pero ya era demasiado tarde, la grieta los engulló a él y a la momia. Pancho, que vio toda la terrible escena, quedó inmóvil, sin palabras, sin poder reaccionar; ni siquiera parpadeaba. Tras unos instantes, sus ojos volvieron a parpadear. Muy asustado y con rabia, al ver que no había podido hacer nada por su jefe, sacó fuerzas de su interior y comenzó a correr hacia la grieta que había engullido a Thomas, con tan mala suerte que tropezó y cayó al suelo. Se arrastró hasta que llegó a ella y, cuando se disponía asomarse para ver si lo veía, la momia surgió del interior. Esto hizo que Pancho se diera un susto de muerte y se levantara rápidamente. Como todavía no se había recuperado, pudo escuchar una voz familiar que lo llamaba. Paralizado por el miedo y con la sensación de que en cualquier momento se le saldría el corazón por la boca, preguntó con voz temblorosa:

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