Read El simbolo Online

Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (7 page)

BOOK: El simbolo
6.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Quién me llama?

—¿Pues quién te va a llamar? ¡Ayúdame a salir! —le gritó Thomas desde el interior de la grieta.

Se asomó para ver a su jefe, que creía muerto, y muy contento exclamó con los ojos llenos de lágrimas:

—¡Está vivo!


Je, je
, no te vas a librar de mí tan fácilmente —comenzó a reír.

Pancho se puso de rodillas y pudo ver cómo Thomas estaba colgado con una sola mano de una roca.

—Déme la mano; le ayudaré a subir.

La sala se estaba convirtiendo en un infierno. El temblor ganaba intensidad con cada minuto que pasaba, las grietas del suelo cada vez eran más grandes y multitud de nuevas y enormes grietas comenzaron a salir por el techo y las paredes.

Pancho, que había conseguido sacar a Thomas, recibió un abrazo en señal de agradecimiento por el valor que había demostrado acercándose, sin saber si seguía vivo.

Tras acabar de abrazarlo efusivamente, le dijo:

—Debemos salir de aquí como sea, porque no creo que este lugar continúe en pie mucho más.

—¿Pero cómo? Hemos estado buscando en todos los rincones y no hemos encontrado nada.

—No lo sé aún, pero alguna cosa se me ocurrirá. Por el momento, lo que debemos hacer es poner la momia a salvo en aquella pared —le señalaba donde anteriormente se habían refugiado.

Tras decir esto, recogieron la momia del suelo, que desgraciadamente había sufrido algunos desperfectos, y se encaminaron hacia la pared, sorteando con dificultad las grietas del suelo.

Extrañamente el temblor cesó, las grietas se detuvieron y todo volvió a quedar en una calma efímera. Thomas y Pancho se detuvieron un instante, agotados y sorprendidos por el repentino e inexplicable cese del temblor.

—¿Qué va a suceder ahora? —le preguntó Pancho muy asustado.

—Si te soy sincero, no lo sé. Podemos esperar que ocurra cualquier cosa. Lo mejor será que sigamos.

Al llegar a la pared, dejaron con suma delicadeza la malograda momia. Seguidamente Thomas puso su mano sobre el hombro de Pancho.

—No sé si saldremos con vida de este lugar, pero quiero que sepas que ha sido un placer trabajar contigo —le dijo con voz temblorosa y con los ojos humedecidos.

—Para mí también, jefe, pero no diga eso, parece como si lo diera todo por perdido.

Thomas agachó la cabeza, colocó su otra mano en sus ojos y le dijo con voz entrecortada:

—Pancho, por más que pienso e intento, ya no sé qué más hacer.

—No pierda la esperanza, acuérdese de todo lo que me dijo cuando me encontraba bajo de moral. Además, creo que esta sala aún nos depara muchas sorpresas.

Thomas comenzó a reír al escuchar sus palabras y le dijo:

—¿Te das cuenta de cómo se han intercambiado los papeles? Antes era yo el que te daba ánimos para continuar y ahora eres tú el que me los da a mí.

—Para eso estamos, para lo bueno y lo malo —le dijo Pancho poniendo las manos sobre sus hombros—. Yo confío plenamente en usted, por ese motivo debe pensar en lo que hemos encontrado y en la manera de salir de este lugar, para que nuestra hazaña no quede en el olvido.

Tras estas palabras de ánimo, Thomas levantó su cabeza, lo miró fijamente a los ojos y vio en ellos a un hombre lleno de esperanza, que no estaba dispuesto a morir en aquel lugar y que lucharía por ello.

—Tienes razón, querido amigo. Te agradezco tu gran gesto, pues tu fuerza de voluntad y de esperanza son las que han hecho que yo recobrara las mías. Te lo agradezco de todo…

En ese mismo instante y sin que se lo esperaran, la sala volvió a estremecerse, el suelo que tenían bajo sus pies comenzó a temblar y seguidamente a abrirse. Al ver esto, Pancho empujó con fuerza a Thomas, haciéndole retroceder y caer al suelo, donde quedó a salvo. En cambio, él y la momia no corrieron la misma suerte, pues quedaron atrapados junto a la pared rodeados de la nada. Thomas, sorprendido por el acto heroico de Pancho, le gritó mientras se levantaba y buscaba la manera de sacarlo:

—¡No te muevas! ¡Ahora voy en tu ayuda!

Las paredes y el techo, que se hallaban agrietados por los sucesivos temblores, comenzaron a derrumbarse, provocando que su situación se agravara más.

—¡Jefe! —gritó Pancho desesperado—, busque la manera de salir de aquí y sálvese, se le acaba el tiempo.

—No pienso dejarte, saldremos juntos de ésta.

La sala comenzó a llenarse de polvo, lo que les dificultaba la respiración y la visión. El ruido del temblor, sumado a las piedras que caían, también les dificultaba que se entendieran entre sí. Pese a todas estas condiciones adversas, Thomas continuaba buscando la manera de ayudar a Pancho.

—No le veo. ¿Dónde está? —preguntaba Pancho.

—Estoy aquí, en una de las paredes.

Cegado por el polvo, Thomas se agachó y comenzó a palpar el suelo y la pared, con la intención de localizar a su compañero, sin correr el peligro de caer en una de las grietas o que la pared se derrumbara a su paso. De repente escuchó a Pancho gritar:

—¡Jefe!, se me acaba el tiempo. El suelo se derrumba. ¡Voy a caer!

En ese mismo instante Thomas se detuvo; algo llamó su atención. Una ráfaga de aire comenzó acariciar suavemente su rostro. Abrió sus ojos para ver la procedencia y sorprendido gritó:

—¡Pancho, estamos salvados! ¡He encontrado una salida!

—¿Cómo dice? ¿No le entiendo? ¿Dónde está? Tengo mucho miedo, Thomas, no me queda sitio donde poner los pies. Desgraciadamente la momia ha caído al abismo y si tarda mucho yo correré la misma suerte.

Thomas, que con muchas dificultades escuchó lo que le había dicho su compañero, y viendo que le era imposible hacer nada por él, se encontró en un dilema.

Comenzó a pensar en lo que debía hacer, quedarse allí y morir junto a Pancho, a quien no podía ayudar, o salvarse por la salida que había encontrado.

El tiempo se le agotaba, las paredes comenzaron a desmoronarse y el techo empezaba a caer.

Thomas estaba en una grieta que se había formado bajo la abertura de respiración recién encontrada. Por fortuna para él, tras esa abertura había un pasadizo. Entró y se sentó, a salvo del derrumbe de la sala, mientras continuaba pensando qué hacer con su compañero, al que escuchaba gritar asustado.

Asomó la cabeza por la grieta y le gritó:

—¡Pancho, no encuentro ninguna salida!

Al escucharlo, le contestó:

—¡Siga buscando! Confío en usted.

Al oír la respuesta de su compañero, las lágrimas le comenzaron a recorrer el rostro a Thomas. Veía como aquel hombre, que se encontraba en las puertas de la muerte, no perdía la esperanza. Pensaba que su jefe aún podría hacer algo por ayudarlo, pero él sabía que no podía ayudarlo.

Thomas, al ver la fe que Pancho tenía depositada en él, comprendió que no podía dejarlo solo y que debía quedarse junto a él hasta el último momento.

Pancho, que sabía que ésos eran sus últimos instantes de vida, y con la cara repleta de lágrimas, no cesaba de gritar.

Volvió a asomarse y escuchó que Pancho gritaba con tono triste, como si se estuviera despidiendo de él:

—¡Thomas McGrady! ¡Ha sido un orgullo estar a su lado! ¡Acuérdese de mí!

En ese mismo instante se escuchó un grito de horror, y seguidamente… silencio. Thomas, acongojado por la terrible situación que estaba ocurriendo, gritó:

—¡Nooooo!

Volvió a introducir su cuerpo en la grieta, cogió su linterna y, envuelto en lágrimas de dolor y desconsuelo, comenzó a correr por el pasadizo, repitiendo continuamente la misma frase:

—¡Gracias Pancho! ¡No te olvidaré en la vida!

Llevaba más de una hora recorriendo el pasadizo y, aunque se encontraba más tranquilo, su rostro, todavía lleno de lágrimas al no poder dejar de pensar en Pancho, reflejaba un estado anímico bajo, al que se le sumaba el agotamiento, que a cada paso que daba aumentaba.

La tenue luz de su linterna buscaba en la oscuridad la salida, pero aquel pasadizo, húmedo y estrecho, le parecía interminable. Aún así, dentro de él le decía que el final se encontraba cerca, pues el rumor que anteriormente había escuchado salir por la abertura, cuando se encontraba en el interior de la sala, se hacía más fuerte, y la ráfaga de aire cada vez era más intensa. De repente, vio algo extraño en la pared. Primero creyó que era una fisura o una grieta de la roca, ya que aquel pasadizo no tenía las paredes lisas como los anteriores, pero no muy convencido se acercó para comprobarlo y pudo ver que se había equivocado. Lo que tenía frente a él era un dibujo grabado en la pared, de unos dos metros de largo, que se componía de dos escenas. Sorprendido ante aquel hallazgo y extrañado por el lugar donde lo había encontrado, recordó las palabras de ánimo que le dio su querido compañero: «No pierda la esperanza, acuérdese de todo lo que me dijo cuando me encontraba bajo de moral. Además, creo que esta sala aún nos depara muchas sorpresas».

Comenzó a reír al recordarlas y pensó en voz alta:

—Qué razón tenías, amigo mío; qué razón tenías.

Comenzó a mirar las diferentes escenas del dibujo, con la esperanza que le arrojaran algo de luz sobre el enigma de aquella momia y lo que la rodeaba.

La primera escena se componía de lo que parecían ser dos barcas, en la primera de ellas había un hombre sentado, con sus manos orientadas hacia el cielo y vestido igual que la momia que habían hallado. En la segunda barca había cuatro hombres con el mismo atuendo, que era muy extraño, y pudo distinguir una especie de espada que sujetaba cada uno de ellos. De la misma forma que las manos del primer hombre, las llevaban orientadas al cielo.

Más confundido que antes, prosiguió mirando para ver si la otra escena conseguía desvelarle el secreto.

En esta, el hombre que iba sobre la barca estaba sentado en el suelo frente a otro hombre que, por el atuendo que llevaba, parecía ser un indígena del lugar. Aquel hombre volvía a señalar al cielo, donde ahora aparecían dibujadas unas estrellas que mostraban una constelación. Detrás de aquellos dos hombres, que estaban sentados, se hallaban los otros cuatro, señalando con sus espadas lo que parecía ser una multitud de personas arrodilladas.

Sin salir de su asombro, Thomas quedó perplejo ante las escenas que había visto. No entendía nada de nada. A las preguntas sin respuesta que anteriormente le habían surgido se les sumaban ahora otras: ¿de dónde procedían aquellos hombres que venían sobre barcas?, ¿a quién y qué hablaban cuando estaban sentados?, ¿por qué señalaban con sus manos a lo que parecía ser una constelación?, ¿vinieron en son de paz o vinieron a sembrar el pánico? ¿y qué hacían esos grabados en el pasadizo y quién los hizo?

—¡Dios mío! —volvió a pensar en voz alta.

Thomas estaba hecho un lío, tenía demasiada información y pocas pistas que indicaran a quién había pertenecido todo aquello. Nunca antes había escuchado, ni leído, sobre un encuentro entre civilizaciones similar. Tras mirar el grabado nuevamente, sacó su libreta y comenzó a dibujar lo que había encontrado y a tomar apuntes, con la esperanza de que si salía con vida de allí podría estudiarlo todo con más detenimiento y quizás encontrar respuesta a todas sus preguntas.

Cuando terminó de copiar todo lo que pudo, continuó avanzando por el pasadizo, pero le hizo falta una hora más hasta que consiguió llegar al final. Una vez allí se encontró con una desagradable sorpresa: volvía a estar atrapado, se hallaba sin salida nuevamente.

Se asomó al borde del pasadizo, que daba a una cueva interior, y en el fondo de ella, a unos cuantos metros, descubrió lo que producía el murmullo, era un río subterráneo.

Sentado al filo del pasadizo, con la mirada perdida y sabiendo que correría la misma suerte que Pancho, pensaba en todo lo que había sucedido, el hallazgo de la losa, los túneles, la pared y el enigmático grabado que tenía. Tras esa pared, la sala, el altar que luego resultó ser un sarcófago, las misteriosas inscripciones, las hojas y la momia de su interior, la desafortunada pérdida de todo ello y, por último, el dibujo que había hallado. Pero a lo que no dejaba de darle vueltas a la cabeza era a la muerte de Pancho y a lo que hubiera ocurrido si él no hubiera aceptado seguirle. En ese mismo instante, absorto en sus pensamientos y en su melancolía, recordó cómo había aceptado excavar en aquel lugar, ahora maldito para él.

RECUERDOS DEL PASADO

Clase de Historia,

Universidad Lebo (Estados Unidos). Seis meses antes.

T
homas estaba dando su clase de Historia, situado frente la pizarra de espaldas a sus alumnos, escribiendo los nombres de los más grandes faraones del Antiguo Egipto, cuando de repente alguien interrumpió la clase dando tres golpes en la puerta. Thomas se giró y se disculpó ante sus alumnos por la interrupción, y seguidamente se dirigió hacia la puerta para ver quién era. Al abrirla, pudo comprobar que era el director de la universidad, que le susurró:

—Perdóneme por la interrupción, ¿podría salir un momento?

Thomas accedió a su petición, no sin antes decirles a sus alumnos que repasaran el tema que estaban tocando. Cuando hubo cerrado la puerta, Thomas le preguntó preocupado:

—¿Ha pasado algo?

—No se preocupe, no ha pasado nada. Solamente le quería entregar este sobre —le contestó mientras se lo daba.

—¿Quién se lo ha dado? —le volvió a preguntar extrañado, mientras observaba el sobre, que estaba completamente en blanco.

—Eran dos hombres vestidos con traje, pero ninguno de ellos se ha identificado. Lo único que me han dicho era que se lo entregara lo antes posible, pues su contenido le podría interesar mucho.

Tras decir esto y habiéndose despedido los dos, Thomas volvió a entrar en la clase, se disculpó nuevamente por la tardanza y, después de dejar el sobre en el interior de su maletín, reanudó la clase.

Mientras proseguía con su explicación, miraba continuamente el maletín, extrañado y ansioso a la vez por averiguar lo que contenía el sobre que había guardado en su interior.

Al acabar su clase, media hora después, Thomas esperó a que salieran todos los alumnos, sacó de su maletín el sobre y se dispuso abrirlo. Cogió el abrecartas de uno de los cajones de su mesa, pero cuando lo acercó al sobre, un alumno despistado entró en clase y lo sobresaltó. Tras coger los libros que se había dejado en su pupitre y disculparse, con una sonrisa en su cara por el susto que le había dado, Thomas volvió a quedarse solo. Cuando se hubo tranquilizado, pensó que sería mejor abrirlo en su despacho, sin que nadie lo volviera a sobresaltar.

BOOK: El simbolo
6.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Slide by Jill Hathaway
Racing Home by Adele Dueck
The Girl in the Road by Monica Byrne
Devil in a Kilt by Devil in a Kilt
Stripped by Lauren Dane
The Midnight Mayor by Kate Griffin
Dillon's Claim by Croix, Callie
SOS the Rope by Piers Anthony
The Cowboy Poet by Claire Thompson