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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (9 page)

BOOK: El simbolo
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Thomas lo interrumpió preguntándole:

—¿Y no sabe qué contenía?

—Espérese, que no he acabado aún. Como le iba diciendo antes de su interrupción, hace unos meses mandé hacer unas reformas en la bodega y al picar el viejo cemento de una de las paredes descubrieron lo que parecía una cámara sellada. Rápidamente se me informó del hallazgo y me personé en el lugar para dar permiso para la apertura. Al abrirla, descubrimos con asombro que dicha cámara contenía varios cuadros y antigüedades. En una esquina de aquella cámara, olvidado por el paso de tiempo, encontré este tubo y un viejo diario. Tras leerlo atentamente, descubrí que perteneció a mi tatarabuelo, el cual explicaba toda su vida y el motivo por el que había escondido todas aquellas cosas en la cámara. También explicaba el origen del misterioso tubo. Fascinado, y viendo la importancia que había tenido aquella pieza en mi familia, decidí, aunque no le hacía falta, mandarlo a restaurar; y cuál fue mi sorpresa cuando una noche me llamaron pidiéndome que me acercara al laboratorio lo antes posible, pues habían descubierto algo sorprendente. —Se detuvo delante de la chimenea, señaló con el bastón el cuadro que antes había llamado la atención a Thomas y dijo—: Esto es lo que encontraron en su interior.

—¿El papiro? —le preguntó mientras se levantaba y se acercaba hasta donde se encontraba el Sr. Arthur.

—Sí, el papiro. Ha estado oculto en el interior de ese tubo durante miles de años, hasta ahora.

—Son simples rayas sin ningún sentido aparente. Quizás no sea tan antiguo, a lo mejor lo introdujo algún antepasado suyo en el interior.

—No, pues las pruebas que le hicieron en el laboratorio determinaron que tenía miles de años de antigüedad y que la tapa no había sido abierta en todo ese tiempo.

Thomas se acercó al cuadro y mirándolo le preguntó:

—¿Sabe lo que está diciendo? Si eso es cierto, este papiro es un descubrimiento sin precedentes y, como tal, debería ser estudiado por científicos de todo el mundo, para poder determinar con exactitud su antigüedad y su procedencia.

—Eso es imposible, ha pertenecido siempre a mi familia y seguirá perteneciendo a ella. Por ese motivo le hice venir. Sé que es una eminencia en estos temas y confío en que usted podrá averiguar su procedencia y si este papiro tiene algún significado.

—Pero entiéndalo, es un descubrimiento increíble. He estudiado todas las antiguas civilizaciones que poblaron la Tierra y nunca antes he visto algo parecido, ni siquiera esta forma tan extraña de guardar documentos.

—Hágame caso, déjeme que lo lleve a la universidad y se lo enseñe a unos colegas míos.

—Le he dicho que no, éste es su hogar y de aquí no se va a mover.

Thomas, que no entendía la tozudez de aquel hombre, no quiso insistirle más y decidió examinar el tubo, para ver si se le había escapado algún detalle.

Tras acercarse a la mesa, lo cogió y comenzó a mirarlo más concienzudamente que antes.

De repente, preguntó:

—¿Tiene una hoja de papel y un lápiz?

—¿Para qué los quiere? —preguntó el Sr. Arthur extrañado.

—Si lo tiene, démelo por favor, sólo será un momento.

El Sr. Arthur se acercó a una pequeña mesita, abrió uno de los cajones, sacó un lápiz y un papel y se los entregó, mientras le preguntaba extrañado y a la vez intrigado:

—¿Para qué los quiere?

—Espérese un momento, ahora mismo lo verá.

Thomas tiró el lápiz al suelo y comenzó a pisarlo con fuerza hasta que consiguió romperlo.

—¿Qué hace? ¿Se ha vuelto loco?

—Ahora le pido yo que tenga paciencia, confíe en mí.

Seguidamente se agachó y cogió la mina de carbón del interior del lápiz. Tras volver a incorporarse, colocó la hoja de papel que le había entregado sobre la tapa y empezó a frotar el carboncillo con fuerza sobre él.

—¿Ve ahora lo que quería hacer?

—Sí, pero no entiendo con qué fin.

—Mire y vea lo que aparece en el papel. El Sr. Arthur veía con asombro cómo comenzaba a aparecer algo.

—¿Qué es eso? —preguntó intrigado.

—Todavía no lo sé, este relieve es muy pequeño. Necesitaría alguna cosa que me aumentara la imagen para poder verla mejor. ¿No tendría por casualidad un proyector?

—Claro que sí, ahora mismo se lo traigo.

Mientras el Sr. Arthur buscaba el aparato, Thomas miraba el dibujo que había plasmado en el papel y se preguntaba: «¿Por qué se guardaba en su interior aquel extraño papiro?, ¿qué significado tiene?, ¿por qué lo encontraron en un templo maya?, ¿pertenecería a ellos? Y si no, ¿a quién?».

Absorto en sus pensamientos, trataba de dar una respuesta a sus preguntas, cuando de repente una voz lo trajo de nuevo a la realidad:

—Aquí tiene lo que me ha pedido, espero que le sirva.

—Ahora mismo saldremos de dudas.

Sin perder tiempo, Thomas seccionó la parte del papel dibujada y la introdujo en el proyector.

—Apague la luz mientras lo pongo en marcha —le dijo Thomas ansioso.

El Sr. Arthur se acercó a la entrada, donde estaba situado el interruptor de la luz. Al apagarlo escuchó:

—¡Dios mío, no me lo puedo creer!

—¿Qué pasa? —preguntó el Sr. Arthur asustado.

—Venga rápido, mire lo que había dibujado.

—Pero si no le he puesto aún la pantalla para el proyector.

—Déjese de pantallas y venga.

Viendo la insistencia que demostraba Thomas, se acercó y al ver con sus propios ojos lo que le decía, exclamó:

—¡Es inaudito! ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

Lo que había pasado era que cuando Thomas puso el papel y conectó el proyector, el dibujo salió proyectado sobre un mueble y pudo ver que había dibujadas unas líneas como las del papiro, pero al no lograr verlas con nitidez buscó en la biblioteca alguna pared donde pudiera distinguir mejor el dibujo, mientras el Sr. Arthur apagaba la luz y preparaba la pantalla. Tras probar en varios lugares, decidió que el más adecuado sería el papiro, ya que era de grandes dimensiones y su color era el apropiado. Lo que Thomas no se imaginaba era lo que descubriría al hacerlo.

—¿Cómo lo ha sabido? —le preguntó impresionado el Sr. Arthur.

—Si le digo la verdad, ha sido pura casualidad —le confesó Thomas.

—Eso ahora da igual, lo importante es que sin su ayuda no lo hubiera descubierto nunca. ¿Sabe qué es?

Thomas se levantó y se acercó hasta la chimenea sobre la que estaba colgado el cuadro. Durante unos minutos, y con la mirada fija en el papiro, permaneció callado, pensativo, completamente inmóvil.

—¿Qué es? Dígame algo —le preguntaba el Sr. Arthur muy excitado.

Thomas se giró hacia él y mirándolo serio le contestó:

—Es un mapa.

—¿Un mapa? —preguntó sorprendido.

—Sí, un mapa —le respondió nuevamente.

Lo que había conseguido Thomas era unir las piezas de un puzle, quizás el más antiguo de la historia. La primera pieza era el papiro, repleto de rayas sin sentido, y la segunda pieza era la tapa, igualmente repleta de rayas. Sorprendentemente, al unir dichas piezas surgía lo que parecía ser un mapa.

—¡Es increíble! En todos mis años de carrera jamás antes había visto algo parecido. Quien lo ideó se aseguró de que nadie lo encontrara jamás.

—Pero lo que no sabía esa persona era que usted lo lograría —le dijo el Sr. Arthur.

—Eso es cierto, pero ha sido por pura casualidad como le dije anteriormente. Si no hubiera movido el proyector, seguiría oculto.

—¿Sabe de dónde es o qué lugar indica? —le preguntó ansioso por saber.

—A primera vista no sabría decírselo. Pero si ese lugar existe, no debería ser muy difícil localizarlo, pues el mapa tiene muchos detalles. Si deja que me lo lleve, posiblemente podría averiguarlo.

—Rotundamente no, le he dicho que de aquí no se mueve —le dijo muy serio mientras se levantaba del sillón.

—Compréndalo, aquí no tengo los medios necesarios para identificar el lugar.

—¡Cómo que no! La planta de arriba de la biblioteca está repleta de libros y si necesitara alguna otra cosa, yo se la podría conseguir, por eso no debe preocuparse.

—No sabe lo que está diciendo… Podría tardar días, incluso meses. Debería estar viniendo cada día y, como entenderá, yo no tengo ese tiempo, pues doy clases.

—No se preocupe por eso. Todo el tiempo que permanezca aquí se lo pagaré muy bien, y por las clases tampoco se preocupe, mi mayordomo se encargará de llamar al director de su universidad.

—Pero…

—No tiene excusa —le dijo con tono autoritario.

El Sr. Arthur se acercó a la puerta de salida, la abrió y dijo:

—Le dejaré unos instantes solo para que se decida. Piense que esta oportunidad es única y que quizás se arrepentiría toda la vida si la dejara escapar.

Tras decir esto, cerró la puerta.

Thomas se sentó en una silla y comenzó a pensar en las palabras que le había dicho. Sabía que lo que estaba frente a él era un descubrimiento único y que, posiblemente, jamás tendría la oportunidad de ver y estudiar algo igual.

Pensativo ante el ofrecimiento que le había propuesto el Sr. Arthur, no dejaba de mirar el mapa y de darle vueltas a la forma tan increíblemente extraña con la que había sido ocultado.

De repente la puerta de la biblioteca se abrió y apareció nuevamente el Sr. Arthur con un papel en la mano. Muy tranquilo encendió la luz, se acercó a la mesa, apagó el proyector y dijo:

—Sólo se lo voy a pedir una vez: si quiere aceptar mi propuesta, dígamelo ahora, y si no, fírmeme este papel y después levántese de la silla y márchese.

Thomas, muy sorprendido ante su actitud, cogió el papel y comenzó a leerlo.

Lo que había escrito en aquel papel decía que tras salir de aquella mansión debería olvidar todo lo visto y ocurrido en ella, puesto que si contaba o escribía lo allí ocurrido sería denunciado y obligado a pagar una suma de dinero incalculable.

—Pero… ¡esto es un chantaje! —exclamó Thomas mientras dejaba el papel sobre la mesa muy enfadado.

—Llámelo como usted quiera, pero debe entender que no puedo correr el riesgo de que me lo quiten. Decídase ya, no tengo todo el día —le insistió mientras sacaba de su chaqueta un bolígrafo.

—Guárdese ese bolígrafo, no me hace falta. Me ha convencido.

—Me alegro de que haya entrado en razón. No dudé que aceptaría, ni siquiera por un instante.

Thomas se levantó de la silla, se acercó a la escalera de caracol que daba paso a la planta de arriba y dijo:

—Bueno, pues si es así empecemos cuanto antes a buscar, no hay tiempo que perder.

—Tiene razón, no perdamos más el tiempo hablando.

Mientras los minutos pasaban y se convertían en horas, aquellos dos hombres buscaban entre los cientos de libros que se hallaban en las estanterías. Decenas de libros abiertos se veían esparcidos por el suelo de toda la biblioteca.

La noche dio paso al día y todavía seguían buscando, sin fortuna, cuando de repente exclamó Thomas:

—¡Ya está! ¡Lo encontré!

Rápidamente el Sr. Arthur se acercó hasta Thomas, sorteando los numerosos libros que se hallaban desparramados por el suelo.

—¿Qué ha encontrado?

—Bajemos, necesito ver el mapa nuevamente.

Los dos hombres bajaron por la escalera sin perder tiempo. Al llegar abajo, el Sr. Arthur se dirigió apagar la luz, mientras que Thomas, muy impaciente, ya había encendido el proyector y se había acercado al cuadro.

Al apagar la luz, Thomas dijo:

—¡Venga!, ¡mire!

—¿Lo ha encontrado? —preguntaba sin cesar un intrigado Sr. Arthur.

—Sí, por fin sabemos de dónde es —contestó mientras le echaba su brazo por encima del hombro.

Tras toda la noche de búsqueda, por fin habían encontrado lo que tanto ansiaban, la localización del lugar que se hallaba en el cuadro y su procedencia.

El Sr. Arthur, que miraba el cuadro perplejo sin entender nada, preguntó:

—¿A quién pertenece y cuál es su localización?

—No hubiera imaginado nunca que lo encontraría en este libro —le contestó enseñándole la página de un libro que contenía una foto de satélite, y prosiguió—: Este libro habla de las civilizaciones que poblaron Honduras.

—¿Honduras? —preguntó ingenuamente.

—Eso es lo más raro. Usted me ha dicho que lo encontraron en un templo maya, ¿no?

—Sí, eso es lo que decía el diario de mi tatarabuelo.

—Pues entonces no lo entiendo —le dijo Thomas tocándose con la mano la barbilla.

—Acláreme de una vez este misterio. ¿Qué es lo que le parece tan extraño? No entiendo nada.

—Se lo voy a explicar. En Honduras nació una civilización llamada Olmeca, que permaneció en aquel lugar desde el 1200 a. C. hasta el 400 a. C. y este mapa señala la capital de aquella civilización. Fíjese bien en estas líneas gruesas de aquí. ¡Es increíble! —exclamó—, representan los ríos Grijalva y el Papaloapa, y entre ellos había dicha capital, llamada La Venta —le explicaba mientras comparaba el cuadro con la foto del libro.

—¡Es verdad!, ¡ahora lo consigo ver! —exclamó sorprendido.

Durante varios minutos observaron el libro y el cuadro con suma atención y, mientras lo hacían, Thomas apuntaba en una libreta, que previamente le había traído el Sr. Arthur, todo aquello que le parecía importante. Al acabar, Thomas se levantó de la mesa, encendió nuevamente la luz y volvió junto al Sr. Arthur, que estaba sentado, sin dejar de mirar boquiabierto el fascinante descubrimiento que habían hecho.

—¡Esto es increíble! Parece mentira que una cultura tan antigua hiciera algo así. Entre esas líneas sin sentido, ocultaron a la vista de extraños la localización exacta de su capital —le decía muy ilusionado.

—Es cierto. Además, su creador lo hizo sin escatimar detalles. Mire, están los ríos, templos, cultivos, incluso las estatuas.

Thomas lo escuchaba mientras miraba el libro y los apuntes. De repente, su rostro cambió y se volvió serio y preocupado. Pensativo, le hizo un gesto al Sr. Arthur para que cesase de hablar, pues parecía que alguna cosa le rondaba por la cabeza.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó extrañado ante tan repentino cambio de humor de Thomas.


Shhh
…, espérese un momento. He visto algo que no me cuadra —le contestó sin levantar la mirada de los apuntes.

El Sr. Arthur, perplejo ante el comportamiento de Thomas, volvió a preguntar:

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