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Authors: Gabriel Rolón

Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis

Encuentros (El lado B del amor) (8 page)

BOOK: Encuentros (El lado B del amor)
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La mayoría de las personas suelen ver en eso algo maravilloso. Y lo dicen así: «yo te quiero incondicionalmente» o «necesito que seas incondicional conmigo». Y lo cierto es que la incondicionalidad es una de las cosas que solemos encontrar en el núcleo de una relación enferma.

Porque la palabra incondicional quiere decir, ni más ni menos que «sin condiciones». Entonces, amar a alguien incondicionalmente implica amarlo sin ponerle ninguna condición. Es decir: amarlo aunque nos pegue, aunque nos engañe, aunque por estar con esa persona no podamos ver a nuestros hijos. Y yo me pregunto a qué persona medianamente sana esto le parece algo maravilloso.

Entonces, es cierto que la posibilidad de estar con alguien depende de aceptar algunas de esas cosas que el otro tiene y que no nos gustan, pero la condición para aceptarlas debería ser que al menos no nos lastimaran.

Pongo un ejemplo extremo. Si resultara que lo que a una mujer no le gusta de su pareja es que de vez en cuando bebe de más y cuando llega a su casa le hace una escena de celos y después la golpea, ¿creen que debería esforzarse por aceptar eso que le molesta? ¿Que debería quedarse a su lado incondicionalmente?

Seguramente compartirán conmigo que no. Lo que implica que no todas las relaciones superan la etapa de la desilusión. Esto es una obviedad, claro, de lo contrario todo el mundo se casaría con su primer amor. Y no suele ocurrir de esa manera.

Pero me anticipo a una objeción que podría aparecer a modo de disenso y es que más de uno podría decir que si alguien trata así de mal a una persona y la engaña, le pega o le falta el respeto es porque en realidad no la ama, con lo cual ya no estaríamos hablando de amor.

Ese argumento se basa en una idealización desmesurada del amor; en la creencia de que el amor es siempre algo bueno y maravilloso. Pero el amor, dijimos en el capítulo anterior, no es más que una emoción y, como tal, la experimenta y la vive una persona que puede ser más o menos sana psíquicamente. Y eso es fundamental, porque las personas sanas amarán de un modo sano y las personas enfermas, amarán de un modo enfermo.

En mi libro
Palabras cruzadas
, relato el caso de Luciana, una paciente joven que llegó a análisis con un gran padecimiento. Su novio le pegaba y ella decía que se lo merecía porque era mala.

Trabajamos mucho sobre este tema, cuestionamos de dónde venía esta creencia acerca de su maldad, de los maltratos que había sufrido a lo largo de su historia y, en un momento del análisis, llegó a la conclusión de que lo mejor para ella era dejarlo. Pero se angustiaba ante esa sola idea y me decía llorando: «Pero yo lo amo». A lo que yo acotaba: «¿Y eso qué tiene que ver?»

A veces, para poder alcanzar una relación sana en la cual se sienta bien, una persona debe dejar en el camino la tentación de quedarse en otras que lastiman. Lo cual no siempre es fácil. Porque no existen las elecciones casuales y, entonces, esa persona que me agrede y me humilla por algo está en mi vida. Hay un porqué en esa elección, y ese motivo oculto que lleva a alguien a elegir lo que le lastima, es el que intentamos develar en el análisis. Y aquí cobra un real sentido la frase de Nasio que citamos al final del primer capítulo: «En los asuntos del corazón (…) no elegimos sino lo impuesto y no queremos sino lo inevitable».

Cuando hablamos del Inconsciente Estructural adelantamos algo sobre esto, pero para profundizar más tendríamos que introducir el concepto de Pulsión de Muerte, cosa que haremos más adelante. Les pido que conserven esta idea hasta entonces.

Además, es la manera en que conviene leer este libro que, al tener su origen en las ideas del psicoanálisis, no escapa sino más bien que gusta, de ir cerrando las ideas con lecturas sucesivas aportadas por los elementos que nos dan nuevos conceptos, sabiendo que todo lo que ya creímos comprender, puede cambiar a la luz de lo que veremos más adelante.

Resignificar. No olviden esta palabra, porque alude a una de las herramientas más importantes del análisis.

Resignificar.

Interludio I
LA HISTERIA

«¿A quién amo, a él o a ella? ¿Qué quiere decir que sea yo mujer? Tal las preguntas básicas de la Histeria.»

OSCAR MASOTTA

En uno de aquellos encuentros, antes de comenzar con el tema propuesto, una mujer que había asistido todos los sábados, me comentó que había caído en la cuenta de que siempre eran mucho más las mujeres presentes que los hombres y me preguntó si eso tenía que ver con que a los hombres no les importaba tratar la problemática emocional, en general, y de la pareja, en particular.

Si bien su comentario era veraz, yo ya había reparado en eso de la mayor concurrencia femenina; acordé con ella en que la posibilidad de preguntarse acerca de los vínculos emocionales y mostrarse sensible ante los temas afectivos requería de un cierto grado de feminización. Pero le aclaré que, por suerte, los hombres la habían ido adquiriendo en este último tiempo.

Y esto es así.

Cuando empecé con mi práctica clínica, de la gente que venía a consultarme, un ochenta por ciento eran mujeres. Hoy en cambio, diría que el porcentaje de hombres que se analizan no es menor al de mujeres.

El tiempo hace su trabajo en la cultura y hoy eso de que los hombres no lloran, ha quedado como un mito del pasado. Es más, no sólo lloran, sino cómo lo hacen. Y está muy bien. ¿Por qué no habrían de llorar, si también sufren, si también se enamoran, si también son abandonados? Y, por suerte, esta mayor sensibilización del hombre lo ha acercado a estos temas.

Es probable que a aquellos encuentros fuera un mayor porcentaje de mujeres, de hecho eso pasa cuando doy charlas en cualquier parte del país, pero no creo que sea porque a los hombres no les importen los temas afectivos en general y mucho menos los temas de pareja. En tren de ser sincero, casi no hablan de otra cosa. Es más, la mayoría de las veces que he visto llorar a un hombre, tanto en el consultorio como fuera de él, ha sido por cuestiones del amor.

Es posible, eso sí, que a muchos les dé pudor mostrarse vulnerable, pero les aseguro que a los hombres el tema les interesa y mucho; aunque a veces tengan una actitud más callada, menos beligerante o incluso más resignada con los problemas de pareja. Las mujeres, en cambio, suelen hacer escuchar más su voz, protestan cuando no tienen lo que quieren e insisten con lo que creen que desean, porque como ya dijimos, el deseo es siempre deseo de otra cosa. Pero en rigor de verdad, para ser precisos, más que de hombres y mujeres, deberíamos hablar de estructuras psíquicas, de la diferencia que hay entre la histeria y la neurosis obsesiva.

¿Todas las mujeres son histéricas y los hombres obsesivos?

No. Hay hombres histéricos y mujeres obsesivas, aunque clínicamente solemos hablar de «la histérica» y «el obsesivo».

Aclaro desde ya que no fue la intención de aquellos encuentros, ni es la de este libro, transmitir conceptos de psicopatología, pero como fueron muchas las consultas acerca de este tema, deduzco que éste genera algún interés, y a pesar de la aclaración hecha, algo podemos decir sobre esto. Y lo primero que diría es que ambas estructuras se posicionan de modo diferente ante el deseo.

La histeria lo busca, casi diría que lo persigue. Por eso, y porque el deseo aparece allí donde algo falta, la histérica hace foco en eso que falta y mira siempre lo que queda sin satisfacer.

¿Cómo funciona esto?

Me contaba un paciente que el día que llegó contento a su casa y le dijo a su esposa que ya había comprado los pasajes para el viaje a Europa que ella tanto deseaba, la mujer le respondió: «Bueno, sí… pero no tengo tapado para llevarme».

Entonces él, enojado y un poco angustiado, se preguntaba si es que ella siempre iba a querer algo más.

Y la respuesta es que sí, que siempre querrá algo más. Pero ¿por qué? Ya lo dijimos. Porque el deseo se desplaza todo el tiempo de un objeto a otro, de una situación a otra, y por ende nunca se va a satisfacer. Y eso es lo que la histeria denuncia: la imposibilidad de anular el deseo.

El obsesivo, en cambio, intenta tapar la falta para que no aparezca el deseo. ¿No tiene algo? Y bueno ¿qué se le va a ser? A lo mejor es porque no se lo merece, es su destino.

Pero esto no implica que no le importe el deseo. Claro que le importa. Por eso el tema de la pareja es conflictivo para todos, sin diferencia de géneros o de elecciones. Hombres, mujeres, heterosexuales, homosexuales, histéricas u obsesivos, todos tenemos que lidiar con lo que nos pasa con la pareja y el deseo.

Pero el obsesivo se posiciona frente a él de una manera diferente de como lo hace la histérica. Lo tira para adelante, lo posterga. Eso que tanto le molesta a las mujeres ¿no? Que el hombre le diga: «bueno, pero mejor esperemos hasta terminar de pagar la casa». Y, cuando la hipoteca está cancelada, habrá que esperar a que el hijo termine la facultad, aunque en la actualidad el chico tenga sólo tres años.

Repito que no es mi intención en este libro realizar un abordaje de la enfermedad psíquica, sino y únicamente, transitar el placer de pensar sobre algunas cuestiones que hacen al amor y al deseo. Pero, como ese camino nos lleva inevitablemente a la aparición de la Histeria y, aunque no sea éste el foro más indicado para plantear cuestiones clínicas, digamos algo al menos, con la salvedad de que apenas si nos arrimaremos a los bordes de esas problemáticas. Y para acercarnos, hagámonos una pregunta que parece obvia, pero no lo es: ¿Qué es la Histeria?

Porque la popularización de los términos técnicos y clínicos del psicoanálisis ha dado origen a muchas equivocaciones.

Digamos, pues, que se trata de una enfermedad muy antigua. Ya se la puede reconocer en el contenido de papiros de hace miles de años. Y agregaría, para los colegas que tienen la generosidad de leer este libro, que se trata también del intento de responder a una pregunta.

La Histeria ha sido una enfermedad muy maltratada y su estudio ha estado plagado de errores.

Tomando como punto de partida la noción griega (que permaneció inalterada hasta el siglo XVII) la histeria era considerada una enfermedad caracterizada por la presencia de fuertes ataques acompañados de algunos síntomas físicos.

¿Cuál era el origen de esta enfermedad?

En aquel momento se pensaba en un desorden uterino, de allí su nombre, ya que
hystera
, en griego, significa matriz, útero. Por ende, si es una enfermedad causada por el útero, se trataba de una enfermedad exclusivamente femenina. Mujeres en las cuales su útero influía de un modo pernicioso sobre su sistema nervioso. Un útero hiperexcitado que transmitía una condición morbosa a la enferma. De allí que se considerara muchas veces al embarazo como un tratamiento posible de la histeria. El embarazo le acomodaría el útero y podría curarla.

Un médico francés llamado Charles Lepois, fue el primero que la consideró como una enfermedad directa del sistema nervioso. Algo muy parecido a la epilepsia, y con esta concepción amplió mucho la manera de considerarla, porque si la separamos del útero, la enfermedad ya puede ser también masculina.

Sin duda, la histeria les presentaba muchos problemas a los médicos de la época, de allí que surgieran tantos intentos por explicarla.

Thomas Willis, un importante médico inglés que fue profesor en la universidad de Oxford, la compara y la relaciona con la hipocondría y dice que se trata de un desorden cerebral, una enfermedad mental con síntomas corporales. Thomas Sydenham, quien fuera llamado el Hipócrates inglés, avala esta postura y dice que se trata de la misma enfermedad, que cuando se da en mujeres se llama histeria y cuando, en cambio, se da en los hombres la llaman hipocondría.

Esta comparación la puede hacer porque el foco está puesto ya no en las crisis (desmayos o convulsiones) sino en los síntomas corporales (dolores de cabeza, taquicardia, perturbaciones digestivas, sensaciones de frío o calor). Es decir que el acento se pone en síntomas más pequeños que la Gran Crisis, pero más permanentes.

Pero esta nueva manera de pensar la histeria, a la vez que da un paso hacia adelante, produce un retroceso a la vieja noción de considerarla como una enfermedad femenina caracterizada entonces por tres cosas:

a) crisis,

b) síntomas corporales y

c) perturbaciones del carácter.

Además, este médico da una definición que será siniestra para las enfermas porque dice que la histeria
imita a cualquier enfermedad y que la histeria engaña
. De esto se toma un importante médico de apellido Morel para decir que la histérica es una mentirosa que engaña intencionalmente al médico y dice algo así como que no había que hacerles caso.

Pero decir que la histeria engaña, no es lo mismo que decir que la histérica engaña. Es la enfermedad la que engaña, no el enfermo. ¿Y a quién engaña? Al médico. Lo que Sydenham quiso decir es que es un cuadro que por su complejidad confunde al profesional, no que la histérica sea una mentirosa.

Sin embargo, esa idea ha hecho escuela y aún hoy en día muchos, ante un cuadro de sintomatología histérica, dicen: «dejala que no tiene nada… se hace, nomás».

Al principio fuimos los analistas los primeros en resistir esta conducta y luego se sumaron los psicólogos en general. Y hoy, por suerte, también lo hacen los médicos, ya que hemos comprendido la necesidad de trabajar juntos en pos del bienestar de los pacientes. Pero hace no tanto tiempo, esto no era así.

Recuerdo que estaba haciendo una pasantía para una materia de la facultad en un servicio de psicopatología de un hospital muy importante y una mañana viene un neurólogo con la ficha de una paciente, me la entrega y me dice: «se las derivo a ustedes porque no tiene nada».

Es decir que, para ese médico, si lo que afectaba a la paciente no salía en una tomografía, eso implicaba que la paciente no tenía nada. Que mentía, podríamos decir siguiendo el razonamiento de Morel. Sin embargo, esa mujer que para ese médico no tenía nada, sufría un cuadro de angustia extremo y no podía ni trabajar ni hacerse cargo de sus hijos.

Sé que todo esto que estamos hablando va más allá de la propuesta de este libro, pero quisiera agregar algo más, haciéndome cargo de que es una temática que me resulta apasionante. De hecho, el psicoanálisis nace a partir del estudio de la histeria. Por eso, permítanme que siga apenas algunos pasos más.

Jean-Pierre Falret, otro importante psiquiatra marsellés, sostuvo que las mujeres histéricas son fantásticas y caprichosas: que «pasan fácilmente del entusiasmo a la depresión, tienen una gran disposición a la contradicción, a la resistencia, un espíritu de duplicidad y de mentira que las lleva a exagerar todo teatralmente».

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