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Authors: Gabriel Rolón

Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis

Encuentros (El lado B del amor) (9 page)

BOOK: Encuentros (El lado B del amor)
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Esto, como imaginarán, hizo que los médicos ya no se ocuparan más de las histéricas y se las tomara por simples simuladoras y mentirosas. Pero, por suerte para las histéricas, llegarían Charcot, Breuer y Freud a darle un estatuto diferente. Sobre todo Freud, por supuesto, que postuló que la histeria no era una enfermedad neurológica, sino psíquica, que introdujo la noción de que las histéricas sufrían de reminiscencias, que la enfermedad tenía un mecanismo psíquico que la justificaba y estableció como condición de su aparición la existencia de un trauma de origen infantil primero y de una fantasía de contenido sexual, después. Pero ¿cómo funciona esto?

Angustia y sexualidad

Aprovechemos los conceptos de inconsciente y represión que hemos apenas bosquejado en capítulos anteriores y, para responder a esa pregunta voy a apoyarme en una escena de una película que seguramente la mayoría recordará y, a los que no la hayan visto, se las recomiendo calurosamente:
El príncipe de las mareas
, protagonizada por Nick Nolte (Tom Wingo) y Barbra Streisand (Susan Loweinstein) quien además la dirigió.

En esta película ella encarna el papel de una terapeuta que tiene una paciente que está internada y muy grave por un intento de suicidio. Y, con el afán de ayudarla llenando los huecos en su memoria, decide tener algunas charlas con su hermano para que le hable de la infancia de su paciente y, por ende de la de él mismo.

Como vemos, no estamos hablando de una psicoanalista, ya que dijimos que la realidad que le interesa al analista, es la realidad psíquica de su paciente y no tiene interés en los recuerdos o asociaciones que pudieran aportar otros desde afuera. Pero, independientemente de que Susan Lowenstein trabaje de un modo técnicamente diferente, lo complicado es que hará todo mal ya que, a partir de sus charlas con Tom irá de a poco habilitando un lugar terapéutico también para él en el que era el marco de su hermana y terminarán teniendo una relación amorosa.

Esto que digo apenas si es un señalamiento, dado que estamos hablando solamente de una ficción que puede, por ende, permitirse ciertas licencias artísticas. De hecho, el film es digno de ser visto por sus actuaciones y por la potencia de su historia.

Pero la escena que nos interesa es la siguiente:

Lowenstein le había preguntado a Tom acerca de una palabra que su hermana pronunciaba en su delirio y que para ella no tiene ningún sentido: Callenwolde. El le responde que no sabe de qué le está hablando. Pero unas sesiones después le dice que quiere contarle algo. Hace un momento de silencio mientras recuerda. Su gesto va cambiando del humor casi maníaco que lo caracteriza a una profunda tristeza y le cuenta a la terapeuta un suceso que les ocurrió cuando eran niños.

Una noche en la que estaba junto a su hermana y su madre llegaron a la casa tres desconocidos. Irrumpieron de un modo violento y uno de ellos llevó a su hermana a un cuarto en tanto que otro hacía lo propio con su madre. Él escuchó y supo que las estaban violando.

La terapeuta le pregunta si él no hizo nada, si no corrió a buscar ayuda, si no intervino de alguna forma, y él le responde que no. ¿Por qué?, le pregunta. Él responde que no lo sabe.

Ella se da cuenta de que la tristeza ha mutado en angustia y le pregunta dónde estaba él en el momento en el que violaban a su hermana y a su madre, y Tom responde que no puede recordarlo. Entonces Lowenstein le recuerda que el dijo que los hombres que habían irrumpido en su casa eran tres; uno estaba con su hermana, otro con su madre, ¿dónde estaba el tercero?

Se hace un profundo silencio. El recuerdo pelea por abrirse paso y la represión por mantenerlo inconsciente. En ese instante una intervención de la terapeuta gira la llave: «Puedes decirlo… no hiciste nada malo».

Después de unos instantes, Tom confiesa que en ese momento el tercer hombre lo estaba violando a él. Que aún recuerda sus palabras: «me gusta la carne fresca», después de lo cual la mira y le dice asombrado: «yo no pensé que algo así le podría ocurrir a un niño».

En ese momento se escucharon unos disparos. Era el hermano mayor de Tom que había regresado y mató con su rifle a dos de los intrusos. El tercero fue apuñalado por la espalda por su madre con un cuchillo. Después de esto, entre todos limpiaron la sangre del piso y las paredes y, mientras lo hacían, la madre decía todo el tiempo: «esto no ocurrió… esto no ocurrió». Después les hizo prometer que jamás iban a hablar de lo sucedido, con nadie, ni siquiera con su padre, porque si no, ella no volvería a ser su mamá nunca más.

De modo que, cuando el padre volvió del trabajo, la cena estaba preparada y todos comieron como si no hubiera pasado nada. Esos hombres habían escapado de una prisión llamada «Callenwolde».

Después de narrar esa tremenda escena, Tom hace un prolongado silencio y le dice: «creo que el silencio dolió más que la violación».

Hasta aquí la escena que me interesa rescatar. Primero para mostrar cómo juega su papel la represión, cómo ese mecanismo de defensa produce que un hecho traumático, tremendo, difícil de soportar para la psiquis, quede olvidado, aunque sería más preciso decir, pase a formar parte de los contenidos inconscientes.

El director pone en la voz de la madre, lo que suele provenir de una voz interior e inconsciente: «esto no pasó».

Segundo, para ejemplificar cómo eso que ha sido reprimido insiste por ganarse un acceso a la consciencia de alguna forma. Aunque sea, como en este caso, una forma tan dramática que lleva a la persona a un intento de suicidio.

Tercero, para retomar aquello que decíamos acerca de que los recuerdos reprimidos vuelven disfrazados. En el film, el disfraz es «Callenwolde», esa palabra que la hermana de Tom repite sin saber qué significa y que luego él recordará que era el nombre de la prisión de la que habían escapado aquellos hombres.

Cuarto y principal, para señalar como
eso
, desde lo inconsciente tiene consecuencias y produce síntomas y dolor en el sujeto; y por último, rescatar la frase final de Tom: . «el silencio dolió más que la violación», es decir que la falta de palabras es lo que produce el daño mayor. Porque la imposibilidad de simbolizar, de ponerles palabras a lo sucedido, es lo que enferma al sujeto.

¿Pero qué tiene que ver esto con la Histeria y las Obsesiones?

Podríamos intentar una explicación que tiene que ver con las primeras formulaciones del psicoanálisis, pero que servirá para aclarar un poco este tema y será más que suficiente para los límites que se fija este libro.

Para eso tenemos que saber que todo lo que nos pasa en la vida genera en la psiquis una representación y que la misma tiene una cantidad de energía que es la que le permite avanzar a la conciencia. Esa energía es como la nafta de un automóvil. Y, así como un auto sin nafta no puede moverse, de la misma manera un recuerdo sin energía queda olvidado.

Eso es lo que hace la represión, separa del recuerdo esa energía para impedir que recordemos los sucesos dolorosos y así, esas representaciones van a parar a lo inconsciente. Ahora bien ¿qué pasa con esa energía que ha quedado libre?

Hay diferentes posibilidades, cada una de las cuales determina una estructura distinta.

Volvamos a la película y supongamos que en ese momento en el que ese chico está siendo abusado y en el que su mente le dice que eso no puede estar pasando («nunca pensé que algo así le podía ocurrir a un niño», «esto nunca pasó») la energía, bajo la forma de la angustia generada por la situación, fuera proyectada y puesta, por ejemplo, en el hecho de que la habitación está a oscuras y las puertas y ventanas están cerradas. Esa proyección de la angustia hacia algo externo es lo que daría lugar a una fobia. Ese sujeto tendrá luego un inexplicable miedo a los espacios cerrados y deberá dormir con la puerta abierta o con alguna luz encendida.

Si, en cambio, la angustia se dirigiera a algún dolor corporal, o a un desmayo, estaríamos en el territorio de la histeria, la cual por eso mismo se caracteriza por la fuerte pregnancia del síntoma en el cuerpo (dolores de cabeza, contracturas, etc.).

Si lo que se hiciera cargo de recibir esa energía ya no fuera algo externo ni el propio cuerpo, sino una idea sustituta («esto sucede porque no cerramos la puerta con llave», por ejemplo) estaríamos ante una estructura obsesiva y ese sujeto tal vez deba comprobar diez veces por día si la puerta está bien cerrada, y volver a su casa luego de haber caminado dos cuadras para corroborar lo que ya sabe: que efectivamente la puerta estaba con llave.

Es decir que de acuerdo al modo en que es reutilizada esa energía, esa angustia —dirá Freud en un comienzo—, se diferenciarán la histeria, las fobias y las obsesiones. Y digo en un comienzo porque después la teoría se irá modificando con el paso del tiempo.

Pero no podemos dejar de lado los aportes de Lacan, quien las relacionará fuertemente con el tema de la identificación y el deseo. Cómo cada una de ellas se posiciona frente a su propio deseo.

Pero, como dice el refrán, mejor no seguir aclarando porque podría oscurecer. Sólo quise dejar en claro que, para el psicoanálisis, histérica no es esa mujer que nos lleva hasta su habitación y cuando está allí dice: «esperá, no sé qué estoy haciendo acá», sino que es algo mucho más difícil y doloroso.

Cuarto encuentro
LOS CELOS

«Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta.»

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

¿A favor del amor?

En los capítulos anteriores hemos venido hablando sobre esa suerte de «prensa» extraordinaria a favor del amor. Y decíamos que no necesariamente el amor es algo bueno, dijimos que es una emoción, un afecto y que, como tal es algo que lo sienten las personas; que las personas sanas aman de un modo sano y las personas enfermas, de un modo enfermo. De manera que, cuando alguien es amado por una persona sana, el amor puede ser algo maravilloso, pero cuando es amado por un enfermo, el amor puede llegar a límites realmente peligrosos.

Todos hemos oído acerca de gente que mata a su novia o su marido porque éstos los han dejado de querer, o porque comprobaron o fantasearon alguna traición y después dicen: «Sí, es cierto, la maté, pero yo la amaba».

Entonces, me pregunto, metiéndonos ya en la temática del amor y de los celos: ¿Cuál es la relación que existe entre ambos? ¿Ustedes creen que son dos cosas indisociables y que necesariamente el que ama es celoso?

No hace mucho, en una charla una mujer me preguntó: «¿Se ama porque se cela o se cela porque se ama?» Y fíjense cómo la pregunta que ella hace supone ya que hay algo indisociable entre el amor y los Celos. Ya sea que se ame porque se cela o se cele porque se ama, no importa cuál es el huevo y cuál la gallina, pero aparecen como afectos inseparables. Pero la pregunta que se impone es: ¿Los celos son inevitables cuando alguien está enamorado?

Celos, envidia y posesión

Pareciera que la opinión general se vuelca en sentido afirmativo ante esta pregunta y sostiene que siempre algo de celos hay en una relación de pareja, que es una muestra de que el otro les importa y que no es posible no desear poseer a quien amamos. Pero, para pensar con claridad sobre esta problemática, sería indispensable empezar discriminando algunas cosas que suelen confundirse y colocando cada una de ellas en su lugar.

Es un hecho que los celos suelen confundirse con la posesión, y también con la envidia. Alguien nos habla de una persona y nos dice que es muy celosa, muy posesiva, porque tiene mucha envidia y en ese enunciado ya cruzó tres conceptos diferentes y los expresó como si todos fueran el mismo, y no es así. Entonces, me parece interesante diferenciar cada uno de ellos, porque si empezamos a pensar apoyados en conceptos erróneos, necesariamente llegaremos a conclusiones poco confiables.

Empecemos por diferenciar la envidia de los celos y digamos que la envidia es una relación que hace referencia al vínculo que se establece entre dos personas, en el cual una de ellas desea tener lo que la otra tiene. Pero ¿cuál es la característica primordial de este modo vincular? Que eso que el otro tiene, para el envidioso no tiene ningún valor. No se trata de que lo quiera por el atractivo del objeto. No, eso es lo de menos. Lo quiere solamente porque le molesta que lo tenga el otro, y el mejor ejemplo de esto lo podemos observar en el comportamiento de los niños.

Lleven dos golosinas exactamente iguales a dos chicos; denle una a cada uno y van a ver cómo es casi seguro que alguno de los dos va a protestar y a decir que quiere la que tiene el otro. «Pero ¿si son iguales?», tratarán de explicarle en vano. A lo que el chico responderá que no le importa, que igual quiere la que tiene el otro.

Esta es, entonces, una relación entre dos personas, en la cual una de ellas no quiere que la otra tenga algo y envidia al otro por poseerlo. Pero el detalle diferencial, repito, es que ese algo puede no valer nada para él, como ocurre en el ejemplo de las golosinas; es decir que el envidioso quiere apoderarse de ese objeto y quitárselo al otro, no porque lo considere algo importante, sino solamente porque no quiere que lo tenga él.

Como ven, se trata de una relación altamente destructiva y enfermiza porque el único placer que brinda es el dolor del otro, la molestia del otro.

Ustedes saben que la envidia es considerada uno de los pecados capitales y yo agregaría que es el más enfermo de todos: no brinda otro placer más que ser testigos de la frustración del otro.

Piensen en los demás pecados. La gula, por ejemplo, tiene su costado disfrutable, la pereza, también, y ni hablar de otros, como la lujuria, que pide a gritos ser quitada de esa lista y ganar un lugar entre los placeres capitales.

Y es que hay una relación entre esos pecados y el deseo. Piensen qué cosas se prohíben en los mandamientos, por ejemplo, y si lo analizan a la luz de los deseos inconscientes más fuertes que tenemos, van a encontrar una importante relación entre unos y otros.

Pero la envidia… ¿Qué placer aporta? Ninguno, excepto la malsana satisfacción de destruir al otro, de que el otro lo pase mal. ¿Quién de nosotros no ha escuchado decir: «No quiero que tenga eso…, porque no» o «mirá, antes de dárselo prefiero tirarlo»?

Y en ese «prefiero tirarlo» aparece la demostración más clara de que en la envidia el objeto no tiene ninguna importancia, no vale nada, es capaz de tirarlo a la basura; pero que el otro lo tenga, eso sí que no.

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