Especies en peligro de extinción (2 page)

BOOK: Especies en peligro de extinción
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El avión se había estrellado. No había sido un aterrizaje forzoso como suponía, sino que se había hecho pedazos contra esa playa. Faith miró la escena fijamente durante un largo momento, intentando asimilarla.

En la playa también había personas, muchas personas, alejándose vacilantes de los vapores, ayudándose unas a otras a ponerse a salvo, corriendo y mirando a su alrededor presas del pánico, sentadas y llorando, gritando frenéticamente nombres.

Y había algunos que no se movían.

Faith tragó saliva, abrumada por la emoción. Era como una versión exagerada y siniestra de la forma en que se sintió durante las manifestaciones ante el Centro de Convenciones de Sydney...

—2—

—¡EO, EO, EO, decidle al traidor que no, no y no!

Faith dobló la esquina y entró en la avenida de la universidad y se paró en seco sorprendida al ver a los manifestantes. Eran unas dos docenas de personas y se amontonaban ante el edificio principal de ciencias agitando pancartas y alzando puños mientras gritaban eslóganes. Era una hermosa tarde soleada y había mucha gente en la calle, pero pocos dedicaron a la pequeña manifestación algo más que una mirada de curiosidad en su apresurado camino hacia el trabajo o la clase. Un par de policías del campus se apoyaban en la barandilla para bicicletas que había ante el edificio, agitando indolentes las porras mientas miraban a los manifestantes con evidente diversión.

Faith titubeó antes de seguir adelante, preguntándose qué podía habérsele pasado. Las pasadas semanas había estado tan ocupada con la última tanda de experimentos para su disertación que no había tenido tiempo ni de leer el periódico del campus.

Sintió una punzada de curiosidad al ver que varios de los manifestantes llevaban camisetas o insignias con el logo de un grupo ecológico del campus. Faith era una apasionada de las causas ecológicas desde la niñez, pero era demasiado tímida y ahora estaba demasiado ocupada con sus estudios, como para salir a manifestarse a las calles como hacía esa gente.

En todo caso, fuera lo que fuera lo que hicieran allí, no tenía tiempo para intentar averiguarlo. Aquel día la tutoría le había llevado más tiempo de lo que esperaba, y llegaba tarde a su cita con el director de su tesis, el Dr. Luis Arreglo. Sabía que a él no le importaría, pero odiaba tener que molestarlo.

Se dirigió a los escalones del edificio de ciencias, intentando ignorar a los manifestantes lo mejor posible. Varios de ellos llevaban pancartas con un mismo mensaje: "¡ARREGLO FUERA!". En una de ellas alguien había añadido un tosco dibujo de una calavera con las tibias cruzadas.

Faith pestañeó. Sus ojos debían de jugarle una mala pasada. Debía de ser el cansancio de pasar tantas horas mirando por el microscopio, ya que, ¿quién podía manifestarse contra el Dr. Arreglo? Era uno de los profesores más populares del departamento de biología y el principal motivo por el que Faith había decidido hacer el doctorado en esa universidad concreta. El brillante biólogo y aclamado ecologista era uno de sus héroes de infancia y, pese a conocerlo desde hacía más de un año, seguía pare- ciéndole una persona excepcional.

Apretó contra su pecho con más fuerza los libros que llevaba, agachó la cabeza y se dispuso a atravesar la manifestación. Pasara lo que pasara, el Dr. Arreglo le informaría en cuanto lo viera.

Ya casi había alcanzado los escalones de la entrada cuando un joven espigado se puso delante de ella. Alzó la mirada, justo a tiempo de evitar el choque.

El la miró fijamente a la cara. Era unos centímetros más alto que ella y uno o dos años más joven. Tenía el pelo negro revuelto, ojos azules y un rostro dominado por una gran nariz aguileña. Apoyaba en su hombro una pancarta escrita a mano donde podía leerse: "ARREGLO = MUERTE".

—Disculpe —murmuró con timidez, disponiéndose a rodearlo y continuar su camino.

El le bloqueó el paso con su cuerpo desgarbado.

—Oye —dijo él—, ¿a dónde te crees que vas, preciosa?

Respondió con toda la educación de la que fue capaz, dividida entre la confusión por el inesperado cumplido y la irritación por la intrusión en sus asuntos.

—Dentro —dijo—. Al menos eso intento. Tengo una reunión.

—Por casualidad, ¿no será para reunirte con el diablo? —el joven inclinó la cabeza a un lado e hizo unos cuernos con los dedos, mientras acunaba la pancarta en el hueco del brazo— Pareces demasiado lista para eso, corazón.

—Voy a ver al Dr. Arreglo. Pero no es asunto tuyo.

—Arreglo —escupió el nombre como si le quemara la lengua—. Así que eres una de
ellos.
Una contaminadora. Una violadora del planeta. Una puta antiecologista amante de las corporaciones.

Aunque estuvo tentada de dejarlo correr y seguir adelante, Faith no pudo resistirse a defenderse.

—Te equivocas. No soy nada de eso. Soy tan ecologista como el que más. Igual que el Dr. Arreglo. ¿Es que no sabes nada de él? Hace treinta años que es un respetado defensor del medio ambiente.

El joven meneó la cabeza con tristeza.

—Ay, corazón. Todo eso ha cambiado. ¿O es que no te has enterado?

Faith sabía que debía apartarlo y pasar. ¿Por qué iba a creer en lo que le dijera un desconocido con una pancarta? Aun así, no podía evitar la curiosidad y era obvio que él quería contárselo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con cautela.

El joven se encogió de hombros.

—Todo el mundo sabía que Arreglo no era trigo limpio. Siempre estuvo demasiado dispuesto a vender sus convicciones al mejor postor, ¿sabes? A comprometer sus principios. Pero esta vez... ha hecho un trato con Q Corp. ¿Has oído hablar de la última salvajada contra la naturaleza que piensa hacer en Sudamérica? —continuó hablando sin esperar una respuesta— Pues, Arreglo ha decidido que no es tan mala idea construir una nueva planta química en medio de la selva húmeda. No sólo ha retirado sus anteriores objeciones al gobierno local, sino que hasta apoya el proyecto; ha prometido ayudar a que esa planta fabricante de veneno se inaugure cuanto antes.

—No lo creo —dijo Faith. Sí que había oído hablar de Q Corp, claro. Como todos. El conglomerado internacional encabezaba la lista de principales empresas contaminadoras—. El Dr. Arreglo nunca haría nada así. Una planta como esa es justo el tipo de cosas contra las que siempre habla. De hecho, recuerdo haberle oído decir algo sobre esa planta que mencionas... Y lo consideraba una mala idea.

—¿Una mala idea? —repitió él—. Así le llama Arreglo a desplazar a miles de criaturas inocentes? ¿A despojar una selva virgen?
¿Una mala idea?
—ladró las últimas palabras con una breve carcajada sin humor.

Faith negó con la cabeza.

—Lo conozco; no es esa clase de persona. Le importa demasiado el medio ambiente como para hacer tratos que acabarían dañándolo.

—Quizá fuera cierto en el pasado, o puede que no, pero ahora no hay dudas. Esta vez lo ha hecho.

El joven parecía tan seguro que Faith no se atrevió a discutir con él. Además, tenía que asistir a una reunión.

—Pues si lo ha hecho, tendrá un buen motivo —dijo en vez de eso, intentando ser diplomática.

—Ah, ya veo —el joven puso los ojos en blanco—. Así que eres una de
esos.
Salvar el planeta está bien, siempre y cuando no molestemos a las grandes empresas, ¿no? Pues, si quieres mi opinión, no hay motivos buenos para hacer un trato con el diablo. Cuando se hace eso, una acaba convertido en el diablo.

—Muy bien —dijo Faith, volviéndose para alejarse.

Era evidente que la conversación no conducía a ninguna parte, y no tenía tiempo para ella.

El la detuvo cogiéndola del brazo y acercándose más a ella. Hundió los dedos en su carne, haciéndole daño.

—Piensa en ello, corazón. En todo lo relacionado con el medio ambiente, cualquier compromiso implica una catástrofe. Esto es un enorme paso atrás para el movimiento ecológico. Gracias a la debilidad de ese hombre, en la Cuenca Víbora morirán miles de criaturas inocentes. Pájaros, peces, serpientes...

Las palabras
Cuenca Víbora
llegaron con fuerza a los oídos de Faith cuando se disponía a apartar el brazo de un tirón. Ahora se acordaba de la conversación que mantuvo con Arreglo.

Había tenido lugar un mes antes, cuando las noticias de la nueva planta química aparecieron en la prensa. Arreglo se lo había mencionado en una de sus reuniones porque sabía que las serpientes le apasionaban y eran su vocación. Había muchas especies vulnerables viviendo en la Cuenca Víbora, una de las principales reservas que quedaban de su decreciente hábitat. Si lo que decía este manifestante anónimo era cierto, ese hábitat estaba a punto de ser destruido, condenando a las serpientes a una probable extinción en la selva.

—Espera —dijo—. ¿Estás seguro de eso? Porque...

—¡Eh! —gritó una joven regordeta con el pelo verde cortado a lo iroqués que se dirigía hacia ellos. La seguía un puñado de manifestantes—. ¿Es otra defensora de Arreglo?

Su voz sonaba hostil y extrañamente ansiosa, como si esperase que Faith contraatacara. Esta paseó la mirada entre la chica y sus acompañantes, con el corazón acelerándose. Odiaba la confrontación, y más cuando era en grupo.

—Atrás, chicos —dijo el joven de pelo negro, frunciendo el ceño ante los recién llegados—. Dejadla en paz, ¿vale? Venga. Largo. Lo digo en serio.

Cuando se dispersaron, Faith le sonrió insegura. Le estaba agradecida por defenderla, pero no podía dejar de pensar en lo que acababa de contarle sobre Arreglo.

—Ve a tu reunión, preciosa —dijo él, apartándose a un lado para que pudiera subir los escalones—. Pregúntaselo a Arreglo. Ya lo verás.

Faith no estaba muy segura de qué responder, así que se apresuró a subir sin decirle nada. Cuando entró en el amplio vestíbulo del edificio de ciencias, se dirigió al ascensor sintiendo que le temblaba el cuerpo. Para empezar, no estaba acostumbrada a que los desconocidos la llamaran "preciosa". La gente siempre se lo llamaba a Gayle, claro, pero aunque todos le decían lo mucho que se parecía a su hermana mayor, rara vez le hacían cumplidos por su aspecto. Era algo a lo que se había acostumbrado; ya ni pensaba en ello.

Se sonrojó al recordar los profundos ojos azules del manifestante de cabellos negros. Esos ojos la habían mirado fijamente, sin parpadear, como una víbora enfocando hasta la última onza de su ser en su presa. Por apasionada que fuera ella con las cuestiones ecológicas, no podía ni imaginar lo que era ser como ese hombre de fuera, manifestándose y gritando y agitando pancartas, discutiendo con completos desconocidos... No podía dejar de sentir cierta envidia ante su seguridad y su fuego.

—Buenas tardes, querida —la recibió con calidez la secretaria del Dr. Arreglo, una mujer de cuarenta años y cabellos castaños llamada Candace—. Estás pálida, Faithita querida. ¿Te han dado problemas esos mamones de fuera?

—¿Llevan mucho tiempo ahí?

Candace soltó una risita.

—Todo el condenado día. Me los encontré al volver de almorzar. Moira, la del despacho del Dr. Zale, tuvo que pegar a uno con el bolso para que la dejase pasar.

Faith sonrió débilmente, deseando no por primera vez ser un poco más como Candace o como Moira o como .ilguna de las mujeres de más edad que conocía. Nunca parecían tener miedo de hacerse valer o de decir lo que pensaban, sin importarles quién las oyera.

—Pasa, el jefe te espera —continuó diciendo Candace, volviendo a concentrarse en los papeles que tenía en la mesa—. Me dijo que te hiciera pasar en cuanto llegases.

—Gracias.

Faith se dirigió a la puerta de cristal esmerilado que daba al estudio de Arreglo.

Al entrar, el profesor alzó la mirada. Sus mejillas se arrugaron tras la barba entrecana cuando le sonrió desde el otro lado del abarrotado escritorio metálico.

—Ah, Faith —dijo con un inglés que aún conservaba un leve acento pese a llevar treinta años en los Estados Unidos—. Por fin llegas, querida. Empezaba a estar preocupado.

—Siento llegar tarde —Faith se deslizó en la silla situada ante el escritorio—. Yo, er, los manifestantes me han retrasado un poco.

—Ah —suspiró Arreglo. Cruzó las manos con cuidado sobre el escritorio, haciendo crujir las mangas de
tweed
del traje—. Sí, me temo que están muy enfadados conmigo. No les gusta mi cambio de opinión respecto al proyecto de la Cuenca Víbora.

Los ojos de Faith se abrieron como platos.

—Entonces, ¿es cierto? —farfulló incrédula. Se dio cuenta de que había esperado que él se riera, que le dijera que los manifestantes estaban locos...— ¿Es cierto que ha hecho un trato con la Q Corp?

—Supongo que podría decirse así, sí —Arreglo se recostó en su asiento y se frotó la barba, mirándola pensativo—. Tras meditarlo con cuidado he llegado a la conclusión de que es la única forma de hacer algún progreso con esa compañía.

—Pero... ¡pero las serpientes! ¿Qué pasa con los animales? Todo el mundo dice que es un ecosistema muy delicado...

Faith sabía que estaba balbuceando, pero no podía evitarlo.

Arreglo volvió a suspirar.

—Comprendo tu sorpresa, querida. Yo también estoy algo sorprendido. Pero, en el mundo real, a veces resulta necesario asumir compromisos para poder conseguir algo. A veces nos vemos obligados a hacer lo que nunca creímos que llegaríamos a hacer, si así se alcanza algún objetivo. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Faith se le quedó mirando, destrozada.

—No —dijo por fin con voz estrangulada—. No... no lo entiendo.

—Me temo que es bastante complicado —dijo Arreglo cansinamente—. Desgraciadamente, no podemos hacer retroceder el tiempo. No podemos hacer que este mundo sea diferente, por mucho que lo deseemos, liso no nos deja más opción que la de seguir adelante y liuscar formas más pragmáticas que nos permitan progresar en lo que creemos.

—¿Que no hay opción? Siempre hay otra opción. Podría haber elegido seguir luchando, ¿no?

—Así es, podría —Arreglo se frotó la barba—. Pero, como dijo una vez Einstein, la definición de locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente. Si los métodos habituales no funcionan, es hora de buscar otros nuevos que sí funcionen.

—¿Y destruir un ecosistema entero?

Faith se sujetaba las manos con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en la piel.

—El planeta entero es un ecosistema, ¿no crees? Yo estoy pensando a nivel mundial, intentando maximizar cualquier efecto positivo que yo pueda provocar.

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