Read Hacia rutas salvajes Online

Authors: Jon Krakauer

Tags: #Relato

Hacia rutas salvajes (6 page)

BOOK: Hacia rutas salvajes
5.02Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El 10 de agosto, poco tiempo después de haber conocido a Jan Burres y Bob, lo multaron por hacer autostop en las cercanías de Willow Creek, en la región de las minas de oro situada al este de Eureka. En un extraño descuido, cuando el agente de policía le pidió su domicilio habitual, McCandless le dio la dirección de sus padres en Annandale. La multa apareció en el buzón de Walt y Billie a finales de agosto.

Walt y Billie, muy intranquilos por la desaparición de Chris, ya habían hablado con la policía de Annandale, pero la gestión no había servido de nada. Cuando recibieron la multa, se desesperaron. Uno de sus vecinos era un general que ocupaba el cargo de director de la DIA, la agencia de inteligencia del Pentágono, y Walt fue a verlo para pedirle consejo. El general le recomendó que se pusiera en contacto con un detective privado llamado Peter Kalitka, que había trabajado para la DIA y la CIA. Era uno de los mejores investigadores del país, le aseguró el general; si Chris corría por ahí, Kalitka lo encontraría.

Sirviéndose de la multa de Willow Creek como punto de partida, Kalitka se lanzó a una búsqueda sistemática y meticulosa. Siguió pistas que lo llevaron hasta lugares tan lejanos como Europa y Suráfrica. Sin embargo, sus esfuerzos fueron infructuosos hasta diciembre, cuando, al revisar los archivos de Hacienda, descubrió que Chris había donado el fondo para sus estudios a OXFAM.

«El descubrimiento nos asustó de verdad —explica Walt—. A aquellas alturas no teníamos ni idea de qué podía haberle pasado a Chris. La multa por hacer autostop parecía ilógica. Chris quería tanto a ese Datsun que no me cabía en la cabeza que lo hubiese abandonado y estuviera viajando a pie. Visto en retrospectiva, supongo que la multa no tendría que haberme sorprendido. Chris afirmaba que uno no debe poseer más que aquello que pueda llevar cargado a la espalda.»

Mientras Kalitka intentaba dar con el rastro de Chris en California, este último se alejaba cada vez más hacia el este: cruzó la cordillera de la Cascada, las tierras altas alfombradas de artemisas y los lechos de lava de la cuenca del río Columbia, y la estrecha franja del estado de Idaho que penetra en el territorio del estado de Montana. Allí, en las afueras de Cut Bank, fue donde su camino se cruzó con el de Wayne Westerberg. A finales de septiembre, ya estaba trabajando para él en Carthage. Con el encarcelamiento de Westerberg, la paralización temporal del elevador de grano y la llegada del invierno, decidió ir en busca de un clima más cálido.

El 28 de octubre, un camionero lo recogió y lo llevó hasta Needles, California. «Alex experimenta una gran alegría al alcanzar el río Colorado», escribió en el diario. Luego dejó la carretera y empezó a caminar hacia el sur a través del desierto. Hizo 19 kilómetros a pie bordeando el río y llegó a Topock, Arizona, un polvoriento lugar de paso situado cerca de la intersección entre la interestatal 40 y la frontera californiana. Mientras atravesaba el pueblecito, vio una canoa de aluminio de segunda mano que estaba en venta y, en un impulso irresistible, decidió comprarla y bajar remando por el río Colorado hasta el golfo de California, situado 650 kilómetros más al sur, al otro lado de la frontera de México.

El tramo del Colorado que va desde la presa Hoover hasta el golfo de California tiene muy poco que ver con el impetuoso caudal de aguas embravecidas que descarga en el Gran Cañón. El final del Gran Cañón queda a unos 400 kilómetros de Topock río arriba. Domeñado por las presas y los canales de desviación, el tramo inferior del Colorado borbotea con indolencia de embalse en embalse cruzando algunas de las regiones más tórridas e inhóspitas de América del Norte. La austeridad del paisaje y su salina belleza conmovieron a McCandless. El desierto agudizó su vehemente deseo de una vida más auténtica, lo hizo crecer, le dio forma en medio de la geología consumida y la nítida oblicuidad de la luz.

Remó desde Topock hasta el lago Havasu bajo la decolorada bóveda del cielo, enorme y despejada. Hizo una breve excursión por un afluente del Colorado, el río Bill Williams, y luego continuó aguas abajo a través de la Reserva Indígena del río Colorado, la Reserva Natural de Cibola y la Reserva Natural Imperial. Se deslizó empujado por la corriente entre saguaros y llanos de sal, y acampó bajo escarpaduras de desnuda roca precámbrica. A lo lejos, la dentada silueta de unas montañas de color chocolate flotaba sobre las fantasmagóricas charcas de un espejismo. Un día en que dejó la canoa para seguir el rastro de una manada de caballos salvajes, se tropezó con una señal de prohibido el paso que le advertía que estaba entrando en zona militar restringida. Se encontraba ante el vasto campo de pruebas de alto secreto que el ejército de Estados Unidos tiene en el desierto de Yuma. La señal no produjo ningún efecto disuasorio.

A finales de noviembre, llegó a la ciudad de Yuma y se detuvo en ella el tiempo suficiente para abastecerse de provisiones y enviar una postal a Westerberg, quien se encontraba en la Glory House, el centro penitenciario de Sioux Falls, donde cumplía condena. La postal rezaba:

¡Hola, Wayne! ¿Cómo va todo? Espero que tu situación haya mejorado desde la última vez que hablamos. Llevo más de un mes recorriendo Arizona a pie. ¡Un estado magnífico! Los paisajes son fabulosos y el clima es una maravilla. Además de mandarte saludos, quiero volver a agradecerte tu hospitalidad. Encontrar a personas con tu generosidad y buen carácter es algo excepcional. Sin embargo, a veces desearía no haberte conocido. Con tanto dinero en el bolsillo, ¡vagabundear es demasiado fácil! Era más emocionante cuando no llevaba ni un centavo encima y tenía que buscarme la vida si quería comer. Ahora no puedo prescindir del dinero. En cualquier caso, por aquí no hay demasiados frutos silvestres en esta época del año.

Da las gracias a Kevin de mi parte por la ropa que me regaló. Si no llega a ser por él, me habría muerto de frío. Supongo que te entregó el libro. Deberías leer
Guerra y paz
, Wayne, de veras. Cuando te dije que tenías una personalidad superior a la de cualquier hombre que haya conocido, no era un cumplido. El libro posee una fuerza y un simbolismo tremendos. Habla de cosas que pienso que tú entenderás, cosas que a la mayoría de la gente se le escapa. En cuanto a mí, he decidido que me dejaré arrastrar por la corriente de la vida durante un tiempo. La libertad y la simple belleza de la vida son algo demasiado valioso como para desperdiciarlas. Algún día volveré a Carthage para verte y recompensarte por alguno de los favores que me has hecho. ¿Con una caja de Jack Daniel’s, quizás? Hasta pronto. Siempre pensaré en ti como un amigo. Que Dios te bendiga.

ALEXANDER

El 2 de diciembre llegó a la presa de Morelos y la frontera mexicana. Al no llevar ningún documento de identidad, tuvo miedo de que no le dejaran franquear el control fronterizo y entró clandestinamente en México remando a través de las compuertas abiertas de la presa y salvando los rápidos del canal de desagüe. «Alex echa una rápida mirada alrededor por si hay alguna señal de peligro —explica en el diario—, pero las autoridades no advierten o fingen ignorar su entrada en México. ¡Alexander está radiante de alegría!»

Sin embargo, su alegría no duró demasiado. Más allá de la presa de Morelos, el Colorado se convierte en un laberinto de canales de riego, con incontables marjales y acequias sin salida. McCandless se perdió repetidas veces.

Los canales se dispersan en infinitas direcciones y se interrumpen de repente. Alex está completamente desorientado. Encuentra a unos guardas que hablan un poco de inglés. Le dicen que no ha viajado hacia el sur, sino hacia el oeste, y que va camino de la península de Baja California. Alex se queda estupefacto. Defiende que no puede ser cierto y se empeña en que debe existir alguna vía navegable que desemboque en el golfo. Lo miran como si estuviera loco. Por suerte, se entabla una apasionada discusión, acompañada de mapas y ademanes con los lápices. Al cabo de diez minutos le muestran una ruta que, según parece, puede conducirlo hasta el mar. La noticia llena de júbilo a Alex. En su corazón renace nuevamente la esperanza. Siguiendo el mapa, vuelve sobre sus pasos para llegar al canal de la Independencia y luego gira hacia el oeste. De acuerdo con la ruta marcada en el mapa, este canal debería formar una bisectriz con el canal de Wellteco. En este punto, virará hacia el sur y saldrá directo al mar. Pero sus esperanzas se desvanecen rápidamente cuando ve que el canal muere en medio del desierto. Sin embargo, una salida de reconocimiento le revela que todo lo que ha logrado es regresar al cauce del río Colorado, que ahora está dormido y seco. Descubre otro canal al otro lado del río, casi a un kilómetro de distancia. Decide llevar la canoa a hombros hasta el nuevo canal.

Necesitó más de tres días para transportar la embarcación, el equipo y las provisiones hasta el canal siguiente. En la entrada del diario correspondiente al 5 de diciembre, Chris escribió:

¡Al fin! Alex ha encontrado lo que parece ser el canal de Wellteco y se dirige hacia el sur. Las inquietudes y temores lo asaltan de nuevo al ver que el canal va estrechándose cada vez más […]. Los lugareños lo ayudan a cargar con la canoa para superar una esclusa […]. Alex descubre que los mexicanos son afectuosos y simpáticos; mucho más hospitalarios que los americanos […].

6 de diciembre. El canal está lleno de saltos de agua. Son pequeños pero peligrosos.

9 de diciembre. ¡Las esperanzas de Alex se derrumban! El canal no desemboca en el mar, sino que se pierde en medio de una extensa laguna pantanosa. Alex está totalmente confundido. Decide que debe de estar cerca del mar y opta por intentar abrirse camino hasta él a través de la laguna. Alex se extravía cada vez más hasta el punto que tiene que empujar la canoa a través de cañaverales y arrastrarla por el barro. Está desesperado. Al atardecer encuentra un minúsculo trozo de tierra seco en el que acampar. Al día siguiente, 10 de diciembre, Alex continúa su búsqueda de una salida al mar, pero sólo consigue viajar en círculos, con lo cual se desorienta cada vez más. Completamente desmoralizado y frustrado, al final del día se tumba en la canoa y se pone a llorar. Entonces, ocurre una de esas casualidades increíbles. Tropieza con unos cazadores mexicanos de patos, que hablan inglés. Alex les cuenta su agotador itinerario en busca del mar. Le dicen que no hay ninguna vía navegable. Pero uno de ellos acepta remolcarlo hasta su campamento [por medio un bote equipado con un pequeño motor fueraborda] y desde allí lo conduce junto con la canoa [cargada en la caja de una camioneta] hasta el golfo de California. Es un milagro.

Los cazadores de patos lo dejaron en El Golfo de Santa Clara, un pueblo pesquero situado en la costa oriental del golfo de California, no muy lejos de la desembocadura del Colorado. Desde allí, McCandless navegó hacia el sur siguiendo la línea de la costa. Sin embargo, al considerar que ya había llegado a su punto de destino, continuó con un ritmo más pausado y su estado de ánimo se volvió más contemplativo. Tomó fotografías de tarántulas, de puestas de sol elegiacas, de dunas barridas por el viento, y del largo y solitario litoral. Las entradas del diario se hacen más concisas y superficiales. Durante el mes siguiente, apenas escribió un total de 100 palabras.

El 14 de diciembre, cansado de tanto remar, desembarcó en una playa, dejó la canoa fuera del límite de la pleamar, trepó por un acantilado de arenisca y levantó su tienda de campaña en el extremo de una árida altiplanicie. Permaneció allí durante unos diez días, hasta que los fuertes vientos lo obligaron a buscar refugio en una cueva que se encontraba a medio camino de la escarpada pared del acantilado, donde se instaló otros diez días. Recibió el año nuevo contemplando la luna llena que se alzaba por encima del Gran Desierto, una inmensa extensión de 4.400 kilómetros cuadrados de dunas movedizas, el mayor desierto de arena de América del Norte. El 2 de enero se hizo de nuevo a la mar y siguió navegando a lo largo de la costa yerma y desierta.

La entrada de su diario fechada el 11 de enero de 1991 comienza diciendo: «Un día aciago.» Después de costear durante unas horas hacia el sur, varó la canoa en una lengua de arena lejos de la orilla para observar las fuertes mareas. Al cabo de un rato, empezaron a soplar violentas rachas de viento desde el desierto. El viento y el oleaje se aliaron para llevarlo mar adentro. A partir de ese momento, se desató un vendaval y las primeras cabrillas crecieron hasta convertirse en una marejada. El mar se encrespó formando un caos de olas espumosas que amenazaba con volcar y tragarse la diminuta embarcación.

Impotente, Alex grita y golpea con furia la canoa con el remo. El remo se rompe. Ahora Alex sólo tiene el otro remo. Entonces se tranquiliza. Si pierde el segundo remo, morirá. Al final, después de un esfuerzo titánico e infinitas maldiciones, logra embarrancar y se derrumba exhausto sobre la arena. Este incidente hizo que Alexander se decidiera a abandonar la canoa y regresara al norte.

El 16 de enero, McCandless dejó la achaparrada embarcación metálica en un morón cubierto de hierba al sudoeste de El Golfo de Santa Clara y se encaminó hacia el norte por las playas desérticas. Durante 36 días no vio ni un alma, y subsistió con dos kilos de arroz y lo que conseguía sacar del mar, una experiencia que explica su posterior convencimiento de que podía sobrevivir en los bosques de Alaska con una ración diaria de comida igualmente exigua.

El 18 de enero llegó de nuevo a la frontera entre Estados Unidos y México. Los agentes de inmigración lo atraparon cuando intentaba cruzarla sin ningún documento de identidad. Se pasó una noche detenido antes de inventarse una historia convincente que le permitiera salir del calabozo, aunque tuvo que dejar su revólver del calibre 38, «un Colt Python precioso, por el que sentía una gran estima».

Durante las seis semanas siguientes McCandless estuvo vagando por el suroeste de un lado a otro, llegando hasta Houston en dirección este y a la costa del Pacífico en dirección oeste. Aprendió a enterrar el dinero que llevaba consigo antes de entrar en una gran ciudad y desenterrarlo al salir. Así evitaba que lo atracase alguno de los desagradables personajes que rondaban por las calles y pasos elevados donde dormía. Según el diario, el 3 de febrero fue a Los Ángeles «para conseguir un documento de identidad y un trabajo»; pero «se siente muy incómodo viviendo en sociedad y experimenta la necesidad de volver de inmediato a la carretera».

BOOK: Hacia rutas salvajes
5.02Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Pleasure to Burn by Ray Bradbury
The Governess by Evelyn Hervey
Clothing Optional by Alan Zweibel
Angels Flight by Michael Connelly
The Chronicles of Corum by Michael Moorcock