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Authors: Elia Barceló

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Hijos del clan rojo (64 page)

BOOK: Hijos del clan rojo
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En unos segundos, varios murciélagos se habían metido en la estancia donde el clan rojo acababa de poner fin a la ceremonia de presentación de Arek y pronto fueron seguidos por media docena de enormes gaviotas aterrorizadas que, en el reducido espacio de la habitación de la torre, se golpeaban contra las paredes de roca y se quemaban las alas con las docenas de velas encendidas mientras los clánidas se tiraban al suelo, tratando de protegerse bajo las mesas o tras los muebles para librarse de la furia de sus picos y sus garras.

En medio del pandemónium, el Shane se volvió hacia la puerta, con el rostro cerúleo convertido en una máscara de odio, buscando el origen de aquello. No había nadie en el umbral. Sus brazos seguían goteando sangre que, en la progresiva oscuridad, a medida que las velas iban siendo derribadas y apagadas, parecía un fluido espeso que surgía de sus brazos como cintas negras.

A sus espaldas, un pájaro enorme chocó con el trípode, el cuenco cayó al suelo con el bebé ensangrentado y berreante, pero ninguno de los clánidas se dio cuenta en ese instante porque muchas más gaviotas estaban entrando en la estancia y giraban enloquecidas tratando de salir de aquella trampa sin encontrar escapatoria.

Lena gateó hacia el niño, lo abrazó fuerte y retrocedió resbalando por el suelo de piedra pulida hacia la salida que daba a la casa. No les convenía intentar salir todavía. El exterior tenía que ser, al menos por el momento, una pesadilla de alas y picos y garras y disparos. Se oían chillidos de pájaros, explosiones y desgarradores gritos humanos que quedaban truncados de pronto dejando un instante de silencio más ominoso aún que el griterío.

No perdió tiempo. Apenas se vio fuera de la sala de la torre, se puso en pie, envolvió al pequeño con la tira de una sábana que había cortado antes de subir y se dispuso a ganar la salida más cercana antes de que los clánidas rojos se hubieran dado cuenta de lo que estaba sucediendo. Esperaba que Max hubiera conseguido engañar a algunos con su maniobra de huida.

Bajó la escalera iluminada sólo por la luz de la luna que se colaba en los grandes salones llenándolo todo de sombras móviles que cruzaban sobre los bultos de los muebles como nubes de tormenta. Los gritos de las aves seguían siendo ensordecedores pero los disparos parecían haber disminuido. Tenía que darse prisa.

Ya había llegado a la puerta principal cuando, de entre las sombras de un pasillo lateral, oyó con toda claridad un sonido que, aunque nunca había experimentado fuera del cine, reconoció con toda claridad. Alguien, a su derecha, acababa de montar una arma.

—Gracias por traerme al bebé, Lena. —La voz de Lenny, de Nils—. Siento tener que quitártelo, pero órdenes son órdenes. Déjalo en el suelo, a tus pies, donde yo pueda verlo. En cuanto lo dejes ahí puedes marcharte. No voy a hacerte nada.

—¿Ya estás curado? —Tenía que ganar tiempo como fuera, para pensar qué hacer. Se había confiado pensando que ya estaba casi fuera y no había contado con la eventualidad de que Nils la estuviera esperando.

—Ya te lo dije.
Karah
sana rápido. Lo comprobarás por ti misma. Deja el niño ahí y márchate. Te buscaré cuando lo haya entregado.

—No te molestes.

—No me obligues a disparar, Lena. Tú también eres
karah
. ¡Honor a tu clan, conclánida! No quiero hacerte daño, no me obligues.

No podía hacer nada, salvo obedecer. No tenía manera de retroceder. Tenía a Arek, que había dejado de gritar y casi no se movía, fuertemente apretado contra su pecho, y la espalda apoyada contra la puerta principal; podía sentir la solidez de la madera reforzada con bandas de acero. No había adónde ir. No tenía más remedio que rendirse.

«Tú eres todo.» La voz de Sombra parecía hablarle desde el pasado, desde el jardín de la Chellah, en Rabat, donde en muchas, muchas sesiones de entrenamiento, había sido capaz de meter la mano en una columna de mármol, de atravesar la pierna de su maestro, de fundirse con el tronco de un árbol y sentirlo vivir y respirar entrelazado con ella. «Tú eres todo. Todo es tú.»

Vació la mente de pensamientos, de miedos, de planes. Apretó el cuerpecillo del bebé, que, como si hubiera recuperado las fuerzas, empezó a llorar y a retorcerse entre sus brazos y, sencillamente, se fundió con la madera y con el acero, atravesándolos como un fantasma.

Al otro lado, Nils empezó a disparar contra la puerta al darse cuenta de que estaban todos los cerrojos echados y no podía salir tras ella.

Lena corrió hacia la verja; estaba cerrada. No sabía si podría atravesarla como acababa de hacer con la puerta. Tendría que correr hacia el acantilado y ver si podía encontrar un paso, pero era demasiado arriesgado, dentro de unos instantes todos estarían persiguiéndola. No podía seguir allí, indecisa, mientras Nils disparaba para hacer astillas la puerta que los separaba.

Lena saltó.

Sin saber cómo, estaba en el arcén de la carretera, a unos cien metros de la verja, con la negra extensión del mar a su derecha. Sentía una ligera náusea. Los contornos de los objetos parecían vibrar como los espejismos que produce el calor sobre el asfalto. Las luces del restaurante brillaban en la siguiente curva.

Saltó.

Estaba en el aparcamiento de La Paloma de Oro, entre dos coches; podía ver a Joseph y a Chrystelle sentados a una mesa en la terraza, con un cochecito de bebé entre los dos, con el aspecto más inocente del mundo.

—¡Chist!

Se volvió hacia el lugar oscuro, debajo de una pequeña pérgola, de donde procedía el ruido. Dani, con una arma entre los brazos, la miraba obnubilado.

—No te he visto llegar —susurró—. No le he quitado ojo a la carretera y de repente estabas ahí. Es como si hubieras aparecido de golpe.

—¿Tú no tenías que cubrirme a la salida?

—Sí, pero como ya no quedaban guardias he pensado que sería más útil cubrirte desde aquí, por si te seguía alguien.

Lena se soltó al bebé de la tela que lo sujetaba contra su cuerpo y se lo pasó a Daniel que, a cambio, le entregó el fusil.

—Llévaselo a la pareja mayor que está en la terraza. Ellos saben qué tienen que hacer. Diles que trataré de ponerme en contacto.

—Espérame, Lena. Vuelvo en seguida.

Estuvo a punto de desaparecer sin más, pero se dio cuenta de golpe de lo que Dani había hecho y estaba haciendo por ella, de modo que, a pesar de su urgencia por huir, se detuvo un momento y le acarició la mejilla.

—No puedo esperar, Dani. Quieren matarme y hay muchas cosas que todavía tengo que averiguar. Escóndete. Ellos aún no saben que existes. Yo te buscaré. —Le devolvió el arma y le dio la espalda, esperando que se marchara rápido con Arek. No quería desaparecer, ni siquiera intentarlo, delante de él. No quería que la viera hacer una cosa así. No quería que pudiera darse cuenta de que ella ya no era del todo humana.

—¡Espera! —casi gritó Daniel—. Ya sé que no es momento, pero ayer, en la habitación del hotel, cuando Sombra vino a buscarte, no me dio tiempo. —Impedido por el niño, que sujetaba sin ninguna gracia con el brazo izquierdo y seguía llorando, se puso a buscar nerviosamente por los bolsillos con la mano derecha haciéndole gestos con los ojos y la cara para que no se fuera todavía.

—¿Has dicho ayer? ¿Sólo fue ayer?

—Creo que sí, Lena. No sé. ¡Ya lo tengo!

En la penumbra, la pequeña cajita blanca brillaba casi con luz propia.

—Me habría gustado dártelo en otro momento, de otra forma… pero por si acaso… quiero que lo tengas… quiero que lo sepas.

—Que sepa ¿qué? —Con la cajita apretada en el puño, Lena echaba miradas por encima de su hombro, deseando ponerse en marcha.

—Ya lo entenderás. Lleva cuidado, por favor. Te esperaré. No tardes, Lena.

Se besaron durante unos breves segundos, sintiendo el cuerpecillo del bebé entre ellos, el fusil, la tensión del peligro que los amenazaba.

Al separarse, Daniel, con infinita dulzura, le acarició la mejilla, se dio la vuelta y se perdió con Arek entre las sombras.

Lena se metió la cajita en el bolsillo y, sin darse tiempo a dudar de si sería capaz de hacerlo, saltó de nuevo y desapareció.

Elia Barceló nació en en 1957. Estudió Filología Anglogermánica en la Universidad de Valencia (1979) y Filología Hispánica en la Universidad de Alicante (1981). Se doctoró en literatura hispánica por la Universidad de Innsbruck, Austria (1995).

Ha recibido el Premio Ignotus de relato fantástico de la Asociación española de Fantasía y Ciencia Ficción (1991), el Premio Internacional de novela corta de ciencia ficción de la Universidad Politécnica de Catalunya (1994) y el Premio EDEBÉ de literatura juvenil (1997).

Desde 1981 vive en Innsbruck, donde trabaja como profesora de literatura hispánica, estilística y literatura creativa.

Ha publicado novelas, ensayo y más de veinte relatos en revistas españolas y extranjeras. Parte de su obra ha sido traducida al francés, italiano, catalán y esperanto. En 1994 y 1995 colaboró en El País de las Tentaciones con artículos de opinión.

Está casada y tiene dos hijos.

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