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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Humano demasiado humano (8 page)

BOOK: Humano demasiado humano
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Quien ante el soplo de este género de consideraciones sienta que se le hiela el corazón, es probable que tenga muy poco fuego en su interior; pero sólo tiene que mirar a su alrededor para ver que en ciertas enfermedades hay que aplicar hielo y que existen hombres «hechos» de fuego ardiente que, difícilmente encuentran un lugar en el que el aire les parezca lo bastante frío y cortante. Por otra parte, lo mismo que hay individuos y pueblos excesivamente serios que necesitan cosa frívolas, mientras que otros demasiado cambiantes y excitables, cuya salud requiere de vez en cuando cargas pesadas que les asienten, ¿no se precisará también que los hombres
más inteligentes de
esta época, que visiblemente entramos cada vez más en combustión, no dejemos de buscar todos los medios de extinción y de refrigeración que existan, para conservar al menos el asiento, la paz, la mesura que todavía tenemos, y que seamos, en fin, buenos para servir a esta época, suministrándole un espejo que le permita adquirir conciencia de sí misma?

39. La fábula de la libertad inteligible.

La historia de los sentimientos por los que responsabilizamos a alguien y, en consecuencia, de los llamados sentimientos morales, atraviesa estas fases principales: primero se da a actos aislados el calificativo de buenos o malos, sin atender a sus motivos, sino exclusivamente a las consecuencias útiles o perjudiciales que reporten a la comunidad. Sin embargo, pronto se olvida el origen de esos calificativos e imaginamos que los actos en sí, independientemente de sus consecuencias, implican la cualidad de «buenos» o «malos», cometiendo el mismo error que cuando llamamos dura a la piedra y verde al árbol; es decir, tomando la consecuencia por causa. Después referimos a los motivos el hecho de ser buenos o malos, y consideramos que los actos son en sí mismos indiferentes.

Dando un paso más, calificamos de bueno o de malo no ya a un motivo aislado, sino a todo el ser de un hombre, que genera el motivo como el terreno que produce una planta. De este modo, responsabilizamos sucesivamente al hombre primero de las consecuencias de sus actos, luego de sus actos, después de sus motivos y, por último, de su propio ser. Finalmente descubrimos que dicho ser no puede ser responsable, dado que es una consecuencia absolutamente necesaria y configurada por elementos e influencias de cosas presentes y pasadas. Por consiguiente, el hombre no es responsable de nada: ni de su ser, ni de sus motivos, ni de sus actos, ni de las consecuencias de éstos. Así llegamos a admitir que la historia de las valoraciones morales es también la historia de un error: el error de la responsabilidad, basándose en el error de la voluntad libre.

Schopenhauer oponía a esto el siguiente razonamiento: Como ciertos actos producen «conciencia de culpa» ha de haber responsabilidad, ya que dicho pesar no tendría
ningún
motivo, a no ser que todos los actos del hombre se produjesen necesariamente, como efectivamente sucede, según opina este filósofo, aunque Schopenhauer niega que el hombre sea también por necesidad el hombre que precisamente es. Basándose en ese pesar, Schopenhauer cree poder probar la existencia de una libertad que el hombre debe haber tenido de algún modo, no con respecto a los actos, sino con respecto al ser: libertad, de
ser
de esta o de aquella manera, no de
obrar de
este o de aquel modo. Según él, el campo de la libertad y de la responsabilidad, sigue al campo de la causalidad, de la necesidad y de la irresponsabilidad. Este pesar se podría referir, en apariencia al
operari
, y en este sentido sería erróneo, pero en realidad, al
esse
que sería el acto de una voluntad libre, la causa fundamental de la existencia de un individuo. El hombre sería lo que
quisiera ser
, su voluntad sería anterior a su existencia. Al margen del absurdo de esta última afirmación, hay aquí un error lógico consistente en deducir de la experiencia del pesar la justificación y la aceptabilidad racionales del mismo; sólo en virtud de este error lógico, llega Schopenhauer a la fantástica conclusión de que existe la llamada voluntad inteligible. Platón y Kant son igualmente cómplices de que haya aparecido esta fábula.

Pero el pesar que sigue al acto no necesita basarse en razones y hasta cabe decir que no puede hacerlo, dado que se funda en el supuesto erróneo de que el acto no habría podido producirse de un modo necesario. Por consiguiente, el hombre experimenta arrepentimiento y remordimiento, no porque sea libre, sino porque se considera tal. Por otra parte, podemos perder el hábito de experimentar ese pesar; muchos hombres no lo experimentan en modo alguno tras la realización de actos que a otros sí los apenan. Se trata, entonces, de algo muy variable, vinculado a la evolución de la moral y de la civilización y que posiblemente no se dé más que en un período relativamente corto de la historia universal. Nadie es responsable de sus actos, como tampoco lo es de su ser: juzgar equivale a ser injusto y esto vale también para el individuo que se juzga a sí mismo. Aunque esta proposición es tan clara como la luz del sol, todo hombre prefiere regresar a las tinieblas y al error, por miedo a las consecuencias.

40. El superanimal.

El animal que hay en nosotros quiere ser engañado; la moral es una mentira necesaria, para no sentirnos desgarrados interiormente. Sin los errores que residen en los supuestos de la moral, el hombre habría seguido siendo animal, pero de este modo se considera algo superior y se impone las leyes más estrictas. De ahí que le horroricen los niveles más cercanos a la animalidad; de ahí que quepa explicar el antiguo desprecio hacia el esclavo, como el ser que no es aún hombre, sino cosa.

41. El carácter inmutable.

No es una verdad en sentido estricto que el carácter sea inmutable; en realidad esta proposición tan bien acogida significa sólo que, durante la corta vida de un hombre, los nuevos motivos que actúan sobre él no suelen hacerlo con la suficiente intensidad como para borrar los rasgos impresos a lo largo de millares de años. Pero si imaginásemos a un hombre de ochenta mil años, observaríamos que tiene un carácter totalmente variable, hasta el punto de que a partir de él podría desarrollarse una multitud de individuos diversos. La brevedad de la vida humana lleva a muchas afirmaciones equivocadas sobre las cualidades del hombre.

42. El orden de los bienes y la moral.

Aceptada de una vez para siempre la jerarquía de los bienes, según que el egoísmo que desea uno u otro bien sea bajo, superior o muy elevado, dicha jerarquía establece el carácter de moral o de inmoral. Escoger un bien inferior (como el goce de los sentidos) antes que un bien más elevado (como la salud) se considera algo inmoral, al igual que preferir el bienestar a la libertad. Sin embargo, la jerarquía de los bienes no es estable ni idéntica en todo momento. El que un hombre prefiera la venganza a la justicia se consideraba moral según la escala de valores de una civilización anterior, y se considera inmoral según la escala actual. «Inmoral» significa, entonces, que un individuo no siente, o no siente todavía lo bastante, los motivos intelectuales superiores y sutiles que la nueva civilización ha introducido: designa a un individuo atrasado, pero siempre según una diferencia exclusivamente relativa. La propia jerarquía de los bienes no se elabora ni se modifica según puntos de vista morales; por el contrario, sólo después de fijada se determina si un acto es moral o inmoral.

43. Hombres crueles, hombres atrasados.

Los hombres crueles de hoy deben producirnos el efecto de estadios de
civilizaciones anteriores
, que hubiesen sobrevivido; con ellos la montaña de la humanidad pone al descubierto las formaciones profundas que, de otro modo, quedarían ocultas. Son hombres atrasados, cuyo cerebro, a causa de todos los accidentes posibles en el curso de la herencia, no ha sufrido una serie de transformaciones bastante delicadas y múltiples. Nos revelan lo que
fuimos
todos y eso nos produce miedo. Pero son tan irresponsables como pueda serlo un trozo de granito de ser granito. En nuestro cerebro cabe encontrar también ranuras y repliegues que corresponden a esa manera de pensar, como en la forma de ciertos órganos humanos cabe hallar reminiscencias del estado pisciforme. Pero esos repliegues y esas ranuras no son ya el cauce por donde fluye la corriente de nuestros sentimientos.

44. Gratitud y venganza.

La razón de que un poderoso muestre gratitud es la siguiente: su bienhechor ha violado con su buena acción, por así decirlo, el terreno del poderoso, introduciéndose en él; a su vez, él viola en compensación el terreno del bienhechor con su acto de gratitud, lo cual es una forma dulcificada de venganza. Si no tuviera la satisfacción de la gratitud, el poderoso se hubiera mostrado impotente y en adelante se lo tendría por tal. He aquí por qué toda sociedad de hombres buenos, es decir, de poderosos originariamente, considera que la gratitud es uno de sus primeros deberes. Swift aventuró la proposición de que los hombres son agradecidos en la medida que cultivan la venganza.

45. La doble prehistoria del bien y del mal.

El concepto del bien y del mal tiene la doble prehistoria siguiente:
primera
, en el alma de las tribus y de las castas señoriales, se llama bueno a quien puede pagar con la misma moneda, bien por bien, mal por mal. Y así lo hace en efecto, a quien muestra gratitud y venganza; se considera malo al impotente que no puede pagar con la misma moneda. En calidad de bueno, se pertenece a la categoría de los «buenos», a una comunidad con espíritu de cuerpo, en la que todos los individuos se sienten vinculados entre sí por un espíritu de represalia. En calidad de malo, se pertenece a la categoría de los «malos», a un gentío de hombres esclavizados e impotentes, que no tiene espíritu de cuerpo. Los buenos son una casta; los malos una masa semejante al polvo. Durante cierto tiempo, bueno y malo equivalen a noble y villano, a amo y esclavo. Al enemigo, por el contrario, no se le considera malo, porque puede pagar con la misma moneda. En las obras de Homero, buenos son tanto los troyanos como los griegos. Se considera malo, no a quien nos causa un daño, sino al que es despreciable. En la comunidad de los buenos, el bien es hereditario; es imposible que un terreno tan bueno produzca un individuo malo. Si, pese a todo, uno de los buenos hace algo indigno, se recurre a una excusa: por ejemplo, se culpa a un dios de cegar o de inducir a error al bueno.

Segunda
, en el alma de los oprimidos e impotentes. En ella se considera que
todo
hombre es hostil, falto de escrúpulos, explotador, cruel, pérfido, ya sea noble o villano. Malo es el calificativo característico del hombre y hasta de todo ser vivo cuya existencia se presupone, incluyendo a un dios. Humano y divino equivalen a diabólico y malo. Se reciben con angustia las manifestaciones de bondad, la caridad y la compasión, por ser consideradas maldades, preludios de un terrible desenlace, formas de confundir y de engañar, en pocas labras, maldades refinadas.

De individuos con esta disposición de ánimo apenas si puede surgir una comunidad y en todo caso lo hará en su forma más rudimentaria. De esta forma, donde impera esta concepción del bien y del mal, los individuos, sus tribus y sus razas caminan hacia su perdición. Nuestra moral actual se ha desarrollado en el terreno de las tribus y de las castas
señoriales
.

46. La compasión es más fuerte que el sufrimiento.

Hay casos en que la compasión es más fuerte que el sufrimiento personal. Por ejemplo, nos sentimos más apenados cuando un amigo nuestro se hace reo de una ignominia que cuando nos hacemos nosotros mismos. Ello se debe, primero, a que confiamos más que él, en la pureza de su corazón. Segundo, a que nuestro cariño hacia él, que responde precisamente a esa fe, es más fuerte que el amor que se tiene a sí mismo. Aunque a causa de su acción su egoísmo sufra más que el nuestro, dado que ha de sufrir más intensamente las consecuencias dolorosas de su crimen, lo que hay en nosotros de no egoísmo, no se ha de entender nunca esta expresión en un sentido estricto, sino sólo como una forma cómoda de decirlo, se ve más fuertemente afectado por su falta que lo que hay de no egoísmo en él.

47. Hipocondría.

Hay hombres que se vuelven hipocondríacos por compenetración y preocupación respecto a otra persona; la clase de compasión que se da entonces es sólo una enfermedad. Hay también una hipocondría cristiana que afecta a todos esos solitarios que, presos de emoción religiosa, están constantemente representándose la pasión y la muerte de Cristo.

48. Economía de la bondad.

La bondad y el amor, que son las hierbas y las fuerzas más saludables de las sociedades humanas, representan hallazgos tan preciosos que deberíamos desear, sin duda, que estos medios balsámicos se aplicasen del modo más económico posible. La economía de la bondad es el sueño de los utopistas más audaces.

49. La benevolencia.

Entre las cosas pequeñas pero infinitamente frecuentes y por ello muy eficaces, a las que la ciencia debiera prestar más atención que a las cosas grandes e inusuales, hay que incluir la benevolencia; me refiero a esas expresiones de amistad en las relaciones, a esa mirada sonriente, a esos apretones de manos, a ese buen humor que por lo general rodea a todas las acciones humanas. Todo profesor y todo funcionario añade la benevolencia a su repertorio de deberes; es la forma constante de actuar de la humanidad, como las ondas luminosas en las que se desarrolla todo; particularmente en el círculo más estrecho, en el interior de la familia, la vida sólo reverdece y echa flores gracias a la benevolencia. La cordialidad, la afabilidad, la cortesía sincera derivan siempre del instinto altruista y han contribuido más poderosamente a la civilización que esas otras expresiones mucho más famosas del mismo instinto, que llevan los nombres de compasión, misericordia y sacrificio. Pero se suelen valorar poco y la verdad es que no tienen mucho de altruismo. La
suma
de esas dosis mínimas no es por ello menos considerable, representando su fuerza total una de las fuerzas más poderosas. Así descubriremos en el mundo mucha más felicidad de la que ven unos ojos sombríos; quiero decir, si echamos bien las cuentas y no olvidamos esos momentos de buen humor que llenan a diario toda vida humana, incluyendo la más atormentada.

50. Querer inspirar compasión.

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