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Authors: Michael Ende

Tags: #Cuento, Aventuras, Infantil y juvenil

Jim Botón y Lucas el Maquinista (24 page)

BOOK: Jim Botón y Lucas el Maquinista
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— ¿Qué barco es éste? —preguntó la señora Quée — . El correo es mucho más pequeño. Además no tiene bocina en la proa sino un unicornio dorado.

— Siento mucho no poderle dar ninguna información, estimada señora —contestó el señor Manga—. ¡Fíjese, lleva a remolque una isla! ¡Oh, tengo un presentimiento horrible! ¡A lo mejor son ladrones de islas que se han fijado en Lummerland pensando en llevársela!

— ¿Usted cree? —preguntó la señora Quée, que no estaba muy segura—. ¿Qué haremos entonces?

Pero antes de que el señor Manga pudiera contestar, se oyó en el barco un grito de alegría y Jim llegó a tierra dando un salto peligrosísimo por encima de la barandilla.

— ¡Señora Quée! —gritó.

— ¡Jim! —exclamó la señora Quée.

Cayeron uno en brazos del otro y se besaron. Como es natural, las efusiones duraron largo rato.

Entretanto bajaron a tierra Lucas, Li Si y el emperador, trasladaron a Emma con mucho cuidado y la colocaron sobre sus viejos carriles entre los que había crecido hierba y musgo. Emma llevaba todavía su condecoración de oro y su banda azul y dio un silbido de alegría.

Cuando el señor Manga, que estaba completamente perplejo, se dio cuenta de quiénes eran los recién llegados, corrió al castillo entre los dos picos y llamó desesperadamente a la puerta.

— Sí, ya voy. ¿Qué sucede? —se oyó gruñir desde el interior al rey Alfonso Doce-menos-cuarto, medio dormido y atontado.

— ¡Majestad! —exclamó el señor Manga sin aliento—, pido humildemente perdón, pero se trata de un asunto de la mayor importancia. Ha llegado Lucas el maquinista con Jim Botón y una niña y un señor mayor, de aspecto muy distinguido y hay también un barco con una isla en una red...

Pero no pudo continuar porque la puerta del castillo se abrió de pronto y el rey salió disparado. Llevaba únicamente un camisón de terciopelo rojo y corriendo, intentaba ponerse el batín. Se había colocado ya, con toda prisa, la corona en la cabeza.

— ¿Hacia qué lado? —preguntó nervioso, porque se había olvidado las gafas y no veía nada.

— Un momento, Majestad —le dijo el señor Manga—. Así no puede usted recibir a nadie —y le ayudó a ponerse el batín. Luego corrieron en dirección al barco y con las prisas el rey perdió por el camino una de las zapatillas a cuadros escoceses y llegó cojeando.

Parecía que los saludos, los apretones de manos y los abrazos no iban a terminar nunca. Lucas presentó el emperador de China al rey Alfonso Doce-menos-cuarto, Jim presentó a Li Si y cuando por fin todos acabaron de saludarse se dirigieron a casa de la señora Quée para desayunar. Estaban tan encogidos en la pequeña cocina que casi no podían moverse. Pero daba gusto ver una reunión de gente tan feliz como la que se había reunido aquella mañana en Lummerland.

— ¿Dónde habéis estado? —preguntó la señora Quée mientras servía el café—. Ya no me aguanto de curiosidad. ¿Qué aventuras habéis corrido? ¿Quién es la señora Maldiente? ¿Es simpática? ¿Por qué no ha venido con vosotros? ¡Contadme!

— ¡Sí, sí, contad! —exclamaron el señor Manga y el rey Alfonso Doce-menos-cuarto.

— ¡Paciencia! —Lucas se resistió sonriendo—. Necesitamos mucho tiempo para explicarlo todo.

— Sí —dijo Jim—, cuando hayamos terminado de desayunar, lo primero que haremos será enseñaros la isla que hemos traído.

El desayuno duró poco porque todos estaban demasiado nerviosos para tener muchas ganas de comer. Cuando se dirigían al barco, la señora Quée le dijo en voz baja a Lucas:

— Tengo la impresión de que Jim ha cambiado mucho en este tiempo.

— Es posible —dijo Lucas fumando en su pipa—. Ha vivido muchas

aventuras.

Entretanto, los marineros habían atado fuertemente con cadenas y cables de acero la nueva isla tan cerca de Lummerland que de un pequeño salto se podía pasar a ella. Naturalmente, no habían olvidado el encargo de Lucas de poner en el fondo del mar, exactamente debajo del lugar donde estaba la pequeña isla, unas ramas de árbol de coral, tal como había recomendado el dragón. Al cabo de dos años, cuando los árboles hubieran crecido hasta la superficie del mar, la isla sería tan firme como Lummerland. Conducido por Jim, el grupo pisó la nueva tierra y se paseó un rato por ella. No había mucho sitio, pero el que había era muy hermoso.

— ¡Esto es la solución del problema! —exclamó el rey Alfonso Doce-menos-cuarto—. ¿Cómo hubiera podido pensar yo en ello? Ahora ya no tendré que preocuparme más. ¡Por primera vez después de tantos años, dormiré tranquilo!

Y cuando Jim dijo que había bautizado a la isla con el nombre de Nuevo Lummerland, la alegría del rey no tuvo límites. Con la cara sonrojada por el orgullo, añadió:

— ¡De ahora en adelante seré el rey de los Estados Unidos de Lummerland y Nuevo Lummerland!

Cuando volvían hacia la casa de la señora Quée, el rey Alfonso y el emperador de China se apartaron de los demás y el primero le propuso al segundo el tendido de una línea telefónica entre Ping, capital de China, y Lummerland. Al emperador la idea le pareció estupenda, porque así podrían hablar siempre que quisieran. Se dirigió al capitán del barco y le ordenó que volviera a China y que al regresar a Lummerland tendiera un cable telefónico por el mar. El barco zarpó en seguida y el emperador se dirigió a la cocina de la señora Quée donde todos los demás estaban sentados alrededor de Jim y de Lucas escuchando impacientes el relato de sus aventuras. Las explicaron con todo detalle, sin olvidar ningún acontecimiento, desde su salida por la noche en una Emma calafateada, hasta su regreso.

Cuando llegaban a algún episodio peligroso o emocionante, la señora Quée se ponía pálida y decía:

— ¡Ay Dios mío! —o bien—: ¡Virgen santa!

Sentía este miedo por su pequeño Jim. Su único consuelo era tenerlo ahora sano y salvo a su lado y que todo hubiera terminado bien.

Al cabo de una semana el barco volvió y los marineros en el viaje de regreso habían tendido muchas millas de cable en el mar. Un extremo lo habían empalmado al teléfono incrustado de diamantes del salón del trono del palacio imperial y el otro lo empalmaron en seguida al teléfono de oro del rey Alfonso Docemenos- cuarto. Para probarlo, el emperador llamó a Ping Pong y le preguntó si las cosas marchaban bien en China. Todo iba bien. Habían decidido que a las cuatro semanas celebrarían el compromiso matrimonial de la princesa Li Si con Jim Botón. Durante aquel tiempo la señora Quée trabajó y cosió por las noches preparando una sorpresa para los dos niños. Coser era su afición preferida.

Durante las semanas de espera el emperador y Li Si vivieron con el rey en el castillo entre los dos picos. Estaban un poco apretados pero no les importó encogerse porque les gustaba mucho estar en Lummerland. Ni siquiera el pequeño palacio de porcelana azul celeste que la princesita habitaba durante las vacaciones, se podía comparar, según ellos, con la isla.

Por fin pasaron las cuatro semanas y llegó el día del compromiso matrimonial. Los niños recibieron los regalos que la señora Quée les había preparado.

Para Jim había hecho un traje de maquinista color azul cielo, exactamente igual a uno que tenía Lucas, pero más pequeño. Y, naturalmente, una gorra de visera también. Para la pequeña princesa había hecho un pequeño y maravilloso traje de novia, con un lazo y una larga cola de seda. Los dos se pusieron en seguida la ropa nueva.

Li Si le regaló a Jim una pipa igual a la que tenía Lucas, pero más nueva y no tan grande. Y Jim le regaló a Li Si una pequeña y graciosa tabla para lavar la ropa. La princesita se puso muy contenta porque, a causa de su elevada posición, no había podido tener nunca una cosa así, a pesar de que, como a todos los chinos, le entusiasmaba lavar la ropa.

Por último se besaron y el rey Alfonso Doce-me-nos-cuarto, en nombre de los Estados Unidos de Lummerland y Nuevo Lummerland, declaró que estaban prometidos en matrimonio. Los súbditos lanzaron al aire sus sombreros y el mismo emperador de China, con todas sus fuerzas, gritó junto con los otros: «¡Viva, viva! ¡Vivan los novios!»

Los marineros del barco imperial lanzaron un morterazo, dispararon salvas y saludaron gritando: «¡Viva!», mientras Li Si y Jim se cogían las manos y se paseaban solemnemente por las dos islas.

La fiesta duró todo el día. Por la tarde llamó por teléfono Ping Pong para felicitar a la pareja. Todos estaban alegres y contentos. Sólo Lucas parecía estar esperando algo.

Cuando se hizo de noche y todo se volvió oscuro, colgaron cientos de faroles en Lummerland y en Nuevo Lummerland. Luego salió la luna y como el mar aquel día estaba en calma, las luces de colores se reflejaban en el agua. ¡Un espectáculo incomparable, como se puede imaginar!

En esta ocasión la señora Quée trabajó muchísimo; no sólo preparó helados de vainilla y de fresa, sino también de chocolate. Todos tuvieron que reconocer que eran los mejores helados que habían probado en su vida. Hasta el capitán del barco, que había viajado por todo el mundo, lo reconoció así. Esto era mucho.

Jim se había ido a la playa para contemplar con calma el espectáculo de las luces. Estaba completamente sumergido en la maravillosa contemplación, cuando de pronto sintió que alguien le tocaba la espalda. Era Lucas.

— Ven, Jim —dijo, misterioso.

— ¿Qué pasa? —preguntó Jim.

— Siempre has deseado tener una locomotora, ¿verdad muchacho? Ahora ya tienes el traje apropiado —le contestó Lucas sonriendo.

El corazón de Jim empezó a latir muy fuerte.

— ¿Una locomotora? —preguntó, y sus ojos se hicieron más grandes— . ¿Una verdadera locomotora?

Lucas se puso un dedo en los labios y le hizo un guiño lleno de promesas; le cogió de la mano y le llevó a la pequeña estación donde estaba Emma.

— ¿Oyes? —preguntó.

Jim escuchó. Pero... ¿no se equivocaba? Oyó como un silbido débil y suave.

Jim miró a Lucas con los ojos muy abiertos como interrogándole.

Allí había una locomotora muy pequeña que miraba a Jim con sus grandes ojos atontados. Resoplaba con empeño y sacaba minúsculas nubes de humo. Por lo demás, parecía ser una locomotora-bebé de muy buena raza, porque intentaba con valentía sostenerse sobre sus ruedecitas y rodar hacia Jim, pero siempre se caía. Esto, sin embargo, no le hacía perder su buen humor.

— ¿Es para mí? —preguntó Jim sin aliento por la felicidad.

— ¿Para quién si no? —contestó Lucas y fumó lanzando grandes bocanadas de humo—. La tienes que cuidar mucho. Crecerá pronto y dentro de un par de años será tan grande como Emma. ¿Cómo la llamaremos?

Jim la cogió en brazos y la acarició. Pensó un poco y luego dijo:

— ¿Qué te parece Molly?

— Es un buen nombre para una locomotora —contestó Lucas

asintiendo.

Jim se dirigió con Lucas al lugar donde estaban los demás para contarles lo que le habían regalado; como es natural, todos quisieron verla. Jim los llevó y la enseñó; la admiraron pero la pequeña Molly no se dio cuenta de nada porque estaba profundamente dormida.

Unos días más tarde, el emperador y la princesita Li Si volvieron a China porque Li Si tenía que pasar todavía una temporada en su tierra con su padre. Además tenía ganas de ir a la escuela, una verdadera escuela; naturalmente, no a una escuela de dragones y en Lummerland no había nada parecido. Pero los dos niños se podrían ver siempre que quisieran porque el barco imperial haría a menudo viajes entre Lummerland y China. Además podrían usar el teléfono siempre que el rey Alfonso Doce-menos-cuarto no lo necesitara. De todos modos éste lo necesitaba la mayor parte del tiempo porque ahora había establecido relaciones diplomáticas con el emperador de China.

Volvió a Lummerland la tranquila vida de siempre. El señor Manga se paseaba con su sombrero en la cabeza y con su paraguas debajo del brazo. Por encima de todo era un súbdito y le gobernaban. Era ni más ni menos que eso, tal como había sido siempre.

Lucas iba con Emma por las vías llenas de curvas, de un extremo a otro de la isla. Y muchas veces silbaban a dos voces, cosa que resultaba muy agradable, sobre todo en los túneles porque allí resonaba.

Jim estaba muy ocupado cuidando de su pequeña Molly y ya no tenía tiempo para molestar al señor Manga con sus travesuras o para correr por los dos picos. Se estaba volviendo mayor.

En los anocheceres hermosos de la isla podía verse a Jim y a Lucas sentados en la orilla. El sol al ponerse se reflejaba en el océano sin fin y su luz dibujaba un camino dorado y brillante desde el horizonte hasta los pies de los dos maquinistas. Y ellos contemplaban ese camino que llevaba muy lejos, a países y a lugares desconocidos de la tierra; nadie sabía adonde. Entonces, alguna vez uno de ellos decía:

— ¿Recuerdas al señor Tur Tur? Me gustaría saber lo que ha sido de él.

Y el otro contestaba:

— ¿Te acuerdas de cuando pasamos por el país de las «Rocas Negras» y cuando llegamos a «La Puerta de la Muerte» y todo parecía perdido?

Y decidieron emprender pronto otro viaje hacia lo desconocido.

Quedaban todavía muchos enigmas por desentrañar... Querían descubrir el lugar dónde los piratas habían raptado a Jim Botón cuando éste era todavía muy pequeño. Pero para ello era necesario buscar y derrotar a los Trece Salvajes, que seguían en el mar cometiendo fechorías y raptos. Esto no sería muy sencillo.

Y mientras hacían planes para el futuro, seguían contemplando el mar y las olas, grandes y pequeñas que, murmurando, se acercaban a la orilla.

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