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Authors: Michael Ende

Tags: #Cuento, Aventuras, Infantil y juvenil

Jim Botón y Lucas el Maquinista (3 page)

BOOK: Jim Botón y Lucas el Maquinista
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— Emma —dijo Lucas despacio y con voz desconocida—, no me puedo separar de ti. Donde sea, en la tierra o en el cielo, si llegamos a él.

Emma no comprendió nada de lo que Lucas le decía, pero le quería mucho y no podía soportar verle tan triste. Empezó a sollozar de forma desgarradora.

Lucas sólo consiguió consolarla después de muchísimos esfuerzos.

— Es a causa de Jim Botón, ¿comprendes? —dijo con acento conciliador—. Pronto será un súbdito entero y entonces aquí faltará sitio para uno de nosotros. Y como para un país un súbdito es más importante que una locomotora, gorda y vieja, el rey ha decidido que tienes que marcharte. Pero si tú te vas, yo me voy contigo, esto está claro. ¿Qué haría yo sin ti?

Emma respiró hondo e iba a seguir sollozando cuando de repente una voz aguda preguntó:

— ¿Qué sucede?

Era Jim Botón que había estado esperando a Lucas y que, esperándole, se había dormido en el ténder. Se despertó cuando Lucas empezó a hablar con Emma y sin querer lo había oído todo.

— ¡Hola, Jim! —exclamó Lucas, sorprendido— . Lo que hablábamos no era para que tú lo oyeras. Pero de todos modos, ¿por qué no lo has de saber? Sí, Emma y yo, los dos, nos vamos. Para siempre.

Tiene que ser así.

— ¿Por mi culpa? —preguntó Jim, asustado.

— Considerando las cosas a la luz del día —dijo Lucas— , se ve que el rey no está equivocado. Lo que sucede es sencillamente que Lummerland es demasiado pequeño para todos nosotros.

— ¿Cuándo pensáis marcharos? —balbuceó Jim.

— Lo mejor es no alargar las despedidas cuando son inevitables —contestó Lucas gravemente— . Me parece que nos iremos esta noche.

Jim meditó un rato.

De pronto dijo, resuelto:

— Me voy con vosotros.

— Pero, Jim —exclamó Lucas— , no puede ser de ninguna manera.

¿Qué diría la señora Quée? No lo permitiría jamás.

— Lo mejor es no decirle nada —respondió Jim con decisión— . Le dejaré una carta sobre la mesa de la cocina y en ella se lo explicaré todo. Cuando sepa que me he ido contigo no se preocupará demasiado.

—Tal vez —dijo Lucas y puso una cara muy pensativa— . Pero tú no sabes escribir.

—Ahora mismo le dibujaré una carta —aclaró Jim.

Pero Lucas sacudió la cabeza.

—No, muchacho, no te puedo llevar conmigo. Verdaderamente es muy amable de tu parte y yo te llevaría muy a gusto. Pero no es posible, eres todavía casi un niño y sólo nos...

Se detuvo porque Jim volvió de repente la cara hacia él y en ella vio reflejada una pena muy grande.

— Lucas —dijo Jim lentamente— , ¿por qué dices esas cosas? Os ayudaría mucho.

— ¡Hombre, sí! —contestó Lucas algo confuso—, naturalmente; eres un chico útil y en algunos sitios puede ser una ventaja el ser pequeño. Está bien...

Encendió la pipa y permaneció un rato en silencio. Estaba a punto de acceder, pero quería probar al muchacho. Por esto empezó de nuevo:

— ¡Piensa en ello, Jim! Emma tiene que marcharse, precisamente para que tú, más adelante, tengas bastante sitio. Si tú te vas ahora, Emma se podría quedar tranquilamente y yo también.

— No —dijo Jim, terco— , yo no abandonaré a mi mejor amigo. O nos quedamos los tres o nos vamos los tres. Como no nos podemos quedar, nos iremos los tres.

Lucas sonrió.

— Es muy amable por tu parte, Jim —dijo poniendo una mano sobre el hombro de su amigo— . Pero temo que al rey no le parezca bien. Seguro que esto no se le ha ocurrido.

—Me da lo mismo —aclaró Jim— . Me iré contigo de todas maneras.

Lucas volvió a meditar un buen rato y se envolvió en el humo de su pipa. Lo hacía siempre cuando estaba emocionado. No quería que nadie le viera; pero Jim le conocía muy bien.

— ¡Bueno! —la voz de Lucas salió por fin de la nube de humo— . Te esperaré aquí a medianoche.

— De acuerdo —contestó Jim.

Se dieron la mano y Jim se marchaba ya cuando Lucas le volvió allamar.

—Jim Botón —dijo Lucas y su voz sonó alegre— , eres el tipo más simpático que he encontrado en mi vida.

Dicho esto se volvió y se alejó rápidamente. Jim le miró pensativo y luego se fue también hacia su casa. Las palabras de Lucas resonaban todavía en sus oídos. Pero al mismo tiempo pensaba en la señora Quée, que había sido siempre tan buena y tan cariñosa con él.

Se sentía feliz y desgraciado al mismo tiempo.

EN EL QUE EL MÁS EXTRAÑO BARCO SE ADENTRA EN EL MAR Y LUCAS RECONOCE QUE PUEDE CONFIAR EN JIM BOTÓN

La cena había terminado. Jim bostezaba como si estuviera muy cansado y decía que quería acostarse en seguida. La señora Quée estaba algo sorprendida. Normalmente le costaba mucho convencer a Jim para que se acostara, pero pensó que se iba volviendo obediente. Cuando Jim ya estaba en la cama entró como cada noche, le tapó, le dio un beso y salió de la habitación después de haber apagado la luz. Volvió a la cocina para trabajar un rato más en una chaqueta que le estaba haciendo al muchacho.

Jim, en la cama, esperaba. La luna brillaba en la ventana. Todo permanecía en silencio. Sólo se oía el murmullo tranquilo del mar y de vez en cuando, desde la cocina, el ruido de las agujas de hacer media.

De pronto se le ocurrió que él no llevaría jamás aquella chaqueta que le estaba tejiendo la señora Quée y pensó en lo que ésta haría cuando lo supiera...

Todo le pareció tremendamente triste y recordó las veces que había llorado y había corrido a la cocina a contarle sus penas a la señora Quée. Volvió a pensar entonces en las palabras que Lucas le había dirigido al despedirse de él y comprendió que se tenía que callar, que no podía decir nada. Pero era muy difícil, casi demasiado difícil para él que no era más que un medio súbdito.

Y entonces sucedió algo con lo que Jim no había contado: le venció el cansancio. Nunca había estado despierto hasta tan tarde y casi no podía tener los ojos abiertos. ¡Si por lo menos hubiera podido moverse o tuviera algo con que jugar! Pero estaba allí, en la cama caliente y acogedora, y se le cerraban los ojos.

Pensaba en lo maravilloso que habría sido si se hubiera podido dormir tranquilamente. Se frotaba los ojos y se pellizcaba los brazos para seguir despierto. Luchaba contra el sueño pero de repente se durmió. Le parecía que hacía horas que estaba en la playa y que lejos, sobre el mar azul, avanzaba la locomotora Emma. Rodaba sobre las olas como si el agua fuese algo sólido. En la cabina iluminada por el resplandor del fuego, Jim veía a su amigo Lucas el maquinista que agitaba un gran pañuelo rojo y exclamaba:

— ¿Por qué no has venido? ¡Adiós, Jim!... ¡Adiós, Jim!... ¡Adiós, Jim!

Su voz era extraña y resonaba en la noche. De pronto comenzó a tronar y relampaguear y a soplar un viento helado desde el mar.

Con el silbido del viento se volvía a oír la voz de Lucas:

— ¿Por qué no has venido?... ¡Adiós!... ¡Adiós, Jim!

La locomotora se volvía cada vez más pequeña. La vio por última vez a la luz de un relámpago y luego desapareció en el oscuro horizonte.

Jim, desesperado, quiso correr detrás de ella por encima del agua, pero sus piernas parecían estar clavadas en el suelo. El esfuerzo que hizo por desplegarlas le despertó y se levantó asustado.

La luz de la luna iluminaba la habitación. ¿Qué hora sería? ¿Se habría acostado ya la señora Quée? ¿Habría pasado ya la medianoche y el sueño sería una realidad?

En aquel momento el reloj de la torre del palacio real dio las doce.

Jim saltó de la cama, se vistió e iba a saltar por la ventana cuando se acordó de la carta. Tenía que dibujar sin falta una carta para la señora Quée, porque si no ella se preocuparía terriblemente y él no quería que eso ocurriera. Con mano temblorosa Jim arrancó una hoja de su cuaderno y pintó en ella esto:

Significaba:
Me he marchado en Emma con Lucas el maquinista.

Debajo dibujó rápidamente:

Significaba:
No sufras, puedes estar tranquila.
Por último muy de prisa dibujó esto:

Quería decir:
Te besa tu Jim.
Colocó la hoja encima de su almohada y salió rápida pero silenciosamente por la ventana.

Cuando llegó al lugar en que se habían citado, Emma la locomotora ya no estaba. Tampoco a Lucas se le veía por ninguna parte. Jim bajó corriendo hacia la orilla. Allí vio a Emma que casi nadaba en el agua. A horcajadas sobre ella estaba Lucas el maquinista izando una vela, cuyo mástil había atado fuertemente a la cabina.

— ¡Lucas! —llamó Jim sin aliento— , ¡espérame, Lucas, estoy aquí!

Lucas se volvió sorprendido y en su cara apareció una alegre sonrisa.

— ¡Vaya! —dijo— , si es Jim Botón. Creía que habías preferido quedarte. Hace ya mucho rato que han dado las doce.

— Ya lo sé —contestó Jim. Se acercó a Lucas, le cogió la mano y saltó sobre Emma—. Había olvidado la carta, ¿comprendes?, y tuve que volver atrás.

— Yo temía que te hubieras dormido —dijo Lucas y echó unos grandes anillos de humo por su pipa.

— No he dormido nada —aseguró Jim. Mentía porque no quería que su amigo pensara que era poco formal.

— ¿Te hubieras ido sin mí?

— Pues sí —dijo Lucas— , naturalmente, hubiera esperado un rato todavía, pero luego... Yo no podía saber si habías cambiado de idea. Era posible, ¿verdad?

— ¡Pero si habíamos quedado de acuerdo! —dijo Jim con un tono cargado de reproches.

— Sí —admitió Lucas— . Me alegro de que hayas mantenido tu palabra. Ahora sé que puedo confiar en ti. Pero, ¿qué te parece nuestro barco?

— Estupendo —dijo Jim—. Pero yo siempre había creído que las locomotoras en el agua se hundían.

Lucas sonrió satisfecho.

— Pero no, si antes se saca toda el agua de la caldera, si se vacía el ténder y se calafatean las puertas —aclaró y sacó pequeñas nubéculas de humo— . Es un truco que no todos conocen.

— ¿Qué es lo que hay que hacer con las puertas? — quiso saber Jim, que no había oído nunca esa palabra.

— Calafatear —repitió Lucas— . Significa que hay que tapar todas las rendijas con estopa y alquitrán para que no se pueda filtrar ni una sola gota de agua. Esto es muy importante porque con la cabina impermeable, la caldera vacía y el ténder sin carga,

Emma no se puede hundir. Además, si se le ocurre llover tendremos un magnífico camarote.

—Pero, ¿cómo entraremos? —quiso saber Jim —, si las puertas han de estar tan bien cerradas?

— Podremos deslizamos hacia abajo por el ténder — dijo Lucas—.

Ya ves, cuando se sabe hacer, una locomotora puede nadar como un pato.

— ¡Ah! —dijo Jim, admirado— . Pero , ¿no es de hierro?

— No importa —contestó Lucas, divertido, y escupió un looping en el agua— . También hay barcos que son de hierro. Por ejemplo, un tanque de gasolina vacío también lo es y a pesar de ello no se hunde, si no le entra agua.

— ¡Ah! —exclamó Jim como si le hubiera comprendido. Pensó que Lucas era un hombre muy listo y que con un amigo como aquél nada podría salir mal.

Se alegraba por haber mantenido su palabra.

— Si no opinas lo contrario —dijo Lucas— , nos pondremos en marcha.

— De acuerdo —contestó Jim.

Soltaron el cable que sujetaba a Emma a la orilla. El viento hinchó la vela, el mástil crujió y el extraño barco se puso en movimiento.

No se oía más ruido que el zumbido del viento y el murmullo de las pequeñas olas que chocaban con la proa de Emma.

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