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Authors: Michael Ende

Tags: #Cuento, Aventuras, Infantil y juvenil

Jim Botón y Lucas el Maquinista (6 page)

BOOK: Jim Botón y Lucas el Maquinista
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En cada tazón había arroz guisado de una forma distinta y uno era más rico que el otro. Había arroz rojo, arroz verde y arroz negro, arroz dulce, arroz picante y arroz salado, puré de arroz, flan de arroz y pastel de arroz, arroz azul, arroz garrapiñado y arroz dorado.

Comieron y comieron.

— Dime, Ping Pong —preguntó Lucas al cabo de un rato— , ¿por qué no comes con nosotros?

— ¡Oh, no! —contestó Ping Pong con semblante grave— , esta comida no es apropiada para niños de mi edad. Nosotros necesitamos una alimentación líquida.

— ¿Por qué? —preguntó Lucas con la boca llena—, ¿cuántos años tienes?

— Tengo exactamente trescientos sesenta y ocho días — respondió Ping Pong, orgulloso— . Pero me han salido ya cuatro dientes.

Era verdaderamente increíble que Ping Pong tuviera sólo un año y tres días. Para poderlo entender hay que saber lo siguiente:

Los chinos son un pueblo muy, muy inteligente. Son el pueblo más inteligente de la tierra. Son también un pueblo muy antiguo. Existían ya cuando la mayor parte de los demás pueblos no existía todavía. De ahí que los niños, aun los más pequeños, sepan lavarse la ropa. Al año son tan despiertos que corren y se portan como personas mayores. A los dos años saben leer y escribir. A los tres ya resuelven los problemas más difíciles, de esos que, entre nosotros, sólo sabe resolver un profesor. Así se explica que el pequeño Ping Pong se supiera desenvolver tan bien y pudiera cuidarse de sí mismo como lo haría su propia madre. En lo demás era tan criatura como todos los niños del mundo a su edad, y en lugar de pantalones llevaba todavía pañales. Las cintas de los pañales las llevaba atadas detrás, con un gran lazo.

Sólo era su inteligencia la que había crecido mucho.

EN EL QUE LUCAS Y JIM DESCUBREN INSCRIPCIONES MISTERIOSAS

Había salido la luna llena y su luz plateada inundaba las calles y las plazas de la ciudad de Ping. En la torre del palacio sonaban graves y profundos golpes de gong; sonaban y volvían a sonar.

— Es la llamada Jau, la hora de los grillos —dijo Ping Pong—. Es la hora en que a todos los niños de China se les da el biberón de la noche. Permítanme que vaya a buscar el mío.

— ¡Claro! —contestó Lucas.

Ping Pong se fue y volvió a aparecer casi en seguida. Traía bajo el brazo un biberón que parecía de muñeca. Se sentó sobre su almohadón y dijo:

— La leche de lagarto no me gusta mucho, pero para los niños de mi edad es insustituible. No tiene un sabor muy agradable, pero es muy nutritiva.

Y empezó a chupar.

— Dime, Ping Pong —dijo Lucas— , ¿de dónde has podido sacar tan rápidamente esta cena para nosotros?

—De la cocina del palacio imperial —dijo, despacio, Ping Pong—. Mirad, ahí enfrente, junto a la escalera de plata, está la entrada.

— ¿Y tú puedes entrar tranquilamente?

— ¿Por qué no? —contestó Ping Pong encogiéndose de hombros y volviendo a poner una cara muy seria—. Soy nada más y nada menos que el trigésimosegundo niño de los niños del señor Schu Fu Lu Pi Plu, el cocinero mayor.

— ¿Y puedes coger la comida y llevártela? —interrogó Lucas— . Quiero decir que debía de ser para alguien.

— Era la cena de nuestro muy poderoso emperador — contestó Ping Pong con un gesto de desdén.

— ¿Cómo? —exclamaron Lucas y Jim.

— Sí —aclaró Ping Pong—, nuestro muy poderoso emperador hoy tampoco ha querido comer.

— ¿Por qué no? —preguntó Jim — . ¡Si estaba muy bueno!

— ¿No sabéis, honorables extranjeros, lo que le sucede a nuestro emperador?

Y la cara de Ping Pong se puso muy triste.

— Os lo explicaré cuando termine —prometió— . Sólo un momento, por favor.

Volvió a coger su biberón y chupó con fuerza.

Lucas y Jim se dieron una mirada muy significativa. Era posible que Ping Pong les pudiera enseñar la manera de llegar hasta el emperador. Mientras esperaban, Lucas cogió distraídamente uno de los palillos con los que habían comido, lo examinó con atención, luego miró el otro y por fin dijo:

—Aquí hay una inscripción. Parece un verso.

— ¿Qué pone? —preguntó Jim. Él no sabía leer.

Lucas necesitó un buen rato para descifrar el escrito porque estaba en letras chinas, una debajo de la otra en lugar de estar una al lado de la otra. En China se escribe de esta manera.

En uno de los palillos ponía:

Si miro la Luna, mis ojos se ciegan por el llanto.

Y en el otro:

Me parece ver a mi niña, a quien quiero tanto.

—Suena muy triste —dijo Jim cuando Lucas hubo terminado la lectura.

— Sí, parece que es alguien que llora por su hija — contestó Lucas— . Quizás haya muerto o esté enferma. También podría ser que estuviese lejos y este alguien estuviese triste porque no la puede ver. Podría haber sido raptada, por ejemplo.

— ¡Sí, raptada! —asintió Jim, pensativo— . Pudiera ser.

—Tendríamos que saber —dijo Lucas encendiendo su pipa—, quién ha compuesto esta poesía.

Ping Pong, que había terminado su biberón y había escuchado atentamente la conversación de los dos amigos, dijo:

— Esta poesía, honorables extranjeros, la ha compuesto nuestro muy poderoso señor el emperador. Ha ordenado que se grabe en todos los palillos de China para que siempre pensemos en ello.

— ¿En qué? —preguntaron al mismo tiempo Jim y Lucas.

— ¡Esperad un segundo! —contestó Ping Pong. Se volvió a llevar al palacio la vajilla, la mesita y los almohadones. Soltó el farol del palo y lo sostuvo en la mano.

— ¡Venid ahora, honorables extranjeros! —ordenó alegremente a los dos amigos y se adelantó. Dio unos pasos, se detuvo y se volvió.

— Quisiera pediros algo —dijo sonriendo avergonzado—. Me gustaría dar una vuelta en la locomotora. ¿Puedo?

— ¿Por qué no? —contestó Lucas— . Basta con que nos digas adonde quieres que vayamos.

Jim cogió en brazos al pequeño Ping Pong, montaron y se pusieron en marcha.

Ping Pong parecía tener mucho miedo pero sonreía valiente y educado.

— ¡Esto va muy aprisa! —pió— . Por favor, la primera calle a la izquierda, me parece— , y se acarició el vientre repleto— , ahora, por favor a la derecha... creo que he... ahora recto... creo que he bebido demasiado de prisa la leche... ahora por el puente, por favor... no es bueno para los niños de mi edad... siempre recto... para los niños de mi edad..., otra vez a la derecha, por favor... no es bueno..., ¡oh! ¡cómo corre!...

A los pocos minutos llegaron a otra plaza, completamente redonda.

En el centro había un farol gigantesco, tan grande como un poste de anuncios, que daba una luz de color rojo oscuro. Tenía un aspecto extraño en la gran plaza vacía que se abría ante ellos y bajo la luz azul de la luna.

— ¡Alto! —dijo Ping Pong a media voz—, hemos llegado. Este es el centro de China. El lugar donde está el gran farol es el centro del mundo. Así lo han calculado nuestros sabios. Por eso este lugar se llama sencillamente: El Centro.

Detuvieron a Emma y se bajaron.

Cuando llegaron junto al gran farol vieron que en él había una inscripción. También en letras chinas y una debajo de otra. Cuando Lucas hubo descifrado la inscripción, dio un silbido.

— ¿Qué pone? —quiso saber Jim. Lucas se lo leyó.

Entretanto el pequeño Ping Pong se había ido poniendo cada vez más nervioso.

— Me parece que he bebido demasiado de prisa la leche — murmuró un par de veces, preocupado. Y de pronto exclamó— ¡Ay, Dios mío!

— ¿Qué sucede? —preguntó Jim con interés.

— ¡Oh, mis honorables extranjeros! —contestó Ping Pong—. ¡Ya sabéis lo que les sucede a los bebés de mi edad! ¡Ha sido a causa de la excitación! Por desgracia ha ocurrido y tengo que ir corriendo a ponerme unos pañales limpios.

Volvieron, pues, rápidamente a palacio y Ping Pong se despidió con mucha prisa.

— Para un niño como yo es hora de dormir — dijo— , así es que hasta mañana por la mañana. ¡Que durmáis bien, honorables extranjeros! Ha sido para mí un placer haberos conocido.

Se inclinó y desapareció entre las sombras del palacio. Se vio cómo se abría y cerraba la puerta de la cocina imperial. Después todo quedó en silencio.

Los dos amigos sonreían.

Jim dijo:

— Me parece que no ha sido la leche sino el viaje en nuestra vieja Emma lo que le ha sentado mal. ¿Qué opinas tú?

— Es posible —murmuró Lucas— . Era la primera vez y él es muy pequeño todavía. Ven, Jim, acostémonos. Hoy ha sido un día lleno de acontecimientos.

Entraron en la cabina y se acomodaron lo mejor que pudieron. En el viaje por mar se habían acostumbrado a dormir de aquella forma.

— ¿Tú crees —preguntó Jim en voz baja mientras se envolvía en la manta— , que tendríamos que intentar liberar a la princesa?

— Sí lo creo —contestó Lucas y vació su pipa golpeándola—. Si lo consiguiéramos, Jim, el emperador seguramente nos permitiría instalar una línea de tren que atravesara todo el país chino. La buena de Emma volvería a estar sobre los raíles, como es debido, y nos podríamos quedar aquí.

Jim pensó que él no se quedaría allí tan a gusto como su amigo.

China era muy bonita, pero él preferiría ir a un lugar donde hubiera menos gente y donde las personas se pudieran distinguir fácilmente las unas de las otras. Por ejemplo, Lummerland era un país muy hermoso. Reflexionaba en silencio porque no quería que Lucas pudiera pensar que sentía nostalgia. Por esto dijo:

— ¿Tienes experiencia en dragones? No creo que sea muy sencillo tratar con ellos.

Lucas respondió alegremente:

— No he visto nunca un dragón, ni siquiera en el parque zoológico. Pero me parece que Emma podrá competir con esos bichos.

La voz de Jim sonó algo triste cuando añadió:

— Seguramente con uno solo sí, pero aquí se trata de toda una ciudad de dragones.

—Ya veremos, muchacho —contestó Lucas— . Ahora vamos a dormir. ¡Buenas noches, Jim! ¡No te preocupes!

— Sí —murmuró Jim— . Buenas noches, Lucas. Y permaneció un rato pensando en la señora Quée, en lo que estaría haciendo y le pidió al buen Dios que la consolara porque debía de estar muy triste. Que por favor, se lo hiciera comprender todo. Luego estuvo escuchando el resoplar de Emma, que hacía rato que dormía tranquilamente.

Y entonces se durmió él también.

EN EL QUE APARECE UN CIRCO Y ALGUIEN HACE PLANES MALINTENCIONADOS CONTRA JIM Y LUCAS

Cuando a la mañana siguiente los dos amigos se despertaron, el Sol estaba ya muy alto en el cielo.

La multitud del día anterior se había reunido de nuevo y contemplaba a la locomotora desde una distancia prudencial. Lucas y Jim bajaron, dieron los buenos días y se desperezaron a gusto.

— ¡Qué día tan delicioso hace hoy! —dijo Lucas—. Precisamente el más apropiado para visitar a un emperador y decirle que uno va a liberar a su hija.

— ¿No desayunaremos antes? —preguntó Jim.

— Sospecho —contestó Lucas— , que el mismo emperador nos invitará a desayunar con él.

Volvieron a subir los noventa y nueve escalones de plata y pulsaron el timbre de diamante. En la puerta de ébano se abrió la ventanilla y asomó la gran cabeza amarilla.

— ¿Qué desean los honorables señores? —preguntó con voz de falsete y sonrió tan amablemente como el día anterior.

— Queremos ver al emperador de China —dijo Lucas.

— Lo siento, pero el emperador hoy tampoco tiene tiempo — contestó la gran cabeza amarilla disponiéndose a desaparecer.

— ¡Alto, amiguito! —exclamó Lucas— . Dile al emperador que aquí hay dos hombres dispuestos a rescatar a su hija de la Ciudad de los Dragones.

— ¡Oh! — musitó la gran cabeza amarilla—, esto es distinto. Tengan la amabilidad de esperar un momento, por favor.

Y cerró la ventanilla.

Los dos amigos se quedaron ante la puerta y esperaron.

Y esperaron.

Y esperaron.

El momento había pasado hacía rato. Habían pasado ya muchos momentos, pero la gran cabeza amarilla no volvía a aparecer en la ventanilla de la puerta.

Cuando ya habían esperado bastante, Lucas gruñó:

—Tenías razón, Jim, antes hemos de ocuparnos de nuestro desayuno. Es posible que a mediodía comamos con el emperador.

Jim se volvió buscando al pequeño Ping Pong, pero Lucas dijo:

— No, Jim, no podemos permitir que un bebé nos invite. Sería ridículo que no supiéramos cuidar de nosotros mismos.

— ¿Quieres decir —preguntó Jim dudando—, que tenemos que volver a intentar que Emma haga de tiovivo?

—A mí se me ha ocurrido algo mejor —aclaró— . Fíjate, Jim.

Y escupió un
looping
, uno muy pequeño, para que no lo pudiera ver nadie más que Jim.

— ¿Entiendes? —preguntó guiñándole contento el ojo.

— No —contestó Jim.

— ¿Te acuerdas de los acróbatas que vimos ayer? Nosotros también sabemos hacer unas cuantas cosas como ellos. ¡Daremos una función de circo!

— ¡Qué bien! —exclamó Jim, entusiasmado. Entonces pensó que él no sabía hacer nada y preguntó desilusionado:

— ¿Y yo qué haré?

—Tú harás de payaso y me ayudarás —dijo Lucas— . Ahora te darás cuenta, Jim, de lo útil que es dominar algún arte.

Se encaramaron al tejado de Emma y empezaron, como la noche anterior, a gritar por turno:

— ¡Respetables señores! Éste es el circo ambulante de Lummerland y vamos a dar una función de gala como nunca se ha visto. ¡Por aquí, respetables señores, por aquí! Nuestra representación va a empezar en seguida.

La gente se fue acercando curiosa.

Como introducción, Lucas enseñaba que él, «El hombre más fuerte del mundo», podía doblar, sólo con las manos, una barra de hierro. Apareció con una palanca que había sacado de la locomotora.

Los chinos, que eran muy aficionados a todo lo que se refería al circo, se acercaron todavía más.

Ante las miradas asombradas de la muchedumbre, Lucas hizo un nudo con la palanca. Cuando hubo terminado, los espectadores prorrumpieron en un aplauso.

En el segundo acto, Jim sostenía en alto una cerilla encendida y Lucas, como artista escupidor, la apagaba desde una distancia de tres metros y medio. Jim, en su papel de tonto, hacía como si fuera muy torpe y tuviera mucho miedo de que el tiro le alcanzara.

Luego Lucas y Emma la locomotora, silbaron a dos voces una bonita canción. Resonó un aplauso ensordecedor. Jamás se había visto, en aquellas tierras, una cosa semejante.

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