Read Kitchen Online

Authors: Banana Yoshimoto

Tags: #Drama, Relato

Kitchen (2 page)

BOOK: Kitchen
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Veía mi imagen reflejada en el gran cristal en el que la noche iba difuminando cada vez más el paisaje nocturno mojado por la lluvia.

No había nadie en el mundo de mi misma sangre, y, así, me era posible ir a cualquier lugar y hacer cualquier cosa. Era magnífico.

Hace poco palpé, por primera vez, con mis manos y con mis ojos, un mundo amplio, una oscuridad profunda y un goce y una soledad sin fin. Me parece que, hasta ahora, he estado mirando el mundo con un ojo cerrado.

—¿Por qué me has dicho que viniera? —pregunté.

—He pensado que estarías pasando un mal momento —dijo amablemente, entrecerrando los ojos—. Tu abuela siempre había sido muy cariñosa conmigo, y en casa, como ves, nos sobra sitio, así que no hay problema. Además, ¿no tienes que marcharte de allí, ya?

—Sí, el dueño ha sido muy amable y me ha dado más tiempo para mudarme.

—Entonces, ¿por qué no vienes? —dijo, como si eso fuera lo más natural.

Su actitud, nunca muy fría, nunca muy cálida, me confortaba. No sé por qué, pero había algo en él que me punzaba el corazón y me hacía llorar. Entonces, la puerta se abrió y entró, corriendo y casi sin aliento, una mujer muy hermosa.

Me sorprendió y abrí los ojos. Ya no era joven, pero era realmente hermosa. Por el espeso maquillaje y el vestido tan poco apropiado para llevar un día corriente, comprendí que trabajaba en un local nocturno.

—Es Mikage Sakurai —le dijo Yûichi al presentarme.

Ella, jadeando, con una voz un poco ronca, dijo:

—Encantada —sonrió—. Soy la madre de Yûichi. Me llamo Eriko.

¿Su madre? Estaba tan sorprendida que no podía apartar los ojos de ella. Llevaba el pelo suelto hasta los hombros, los ojos eran rasgados, profundos y brillantes, los labios bonitos, la nariz recta… y, además, todo su cuerpo emanaba una luz muy viva, como un latido de vida. No parecía un ser humano. Nunca había visto a nadie como ella.

Mirándola con una fijeza casi impertinente, dije:

—Mucho gusto —y le devolví la sonrisa.

—¿Te quedarás, verdad? —dijo cariñosamente y, luego, volviéndose hacia Yûichi—: No podía escaparme. He dicho que iba al lavabo y he venido corriendo. Convence a Mikage para que se quede, por la mañana tendré más tiempo —dijo inquieta y, haciendo ondear su vestido rojo, corrió hacia el recibidor.

—¿Te llevo en coche? —le preguntó Yûichi.

—Siento haberle causado tantas molestias —dije yo.

—En absoluto. No esperaba que, precisamente hoy, se llenara el bar. Así que eres tú quien debe perdonarme. Entonces, mañana, ¿verdad?

Iba corriendo de un sitio a otro con sus tacones altos. Yûichi dijo:

—Espérame viendo la tele, haz lo que quieras.

Salió corriendo tras ella y yo me quedé allí, asombrada.

«Mirándola bien bien, tiene las arrugas propias de su edad y los dientes no son perfectos». Y sentí que ésta era la parte de ella que me parecía más humana. Sin embargo, era una mujer magnífica. Hacía que quisiera verla de nuevo. En mi corazón, una luz tibia brillaba suavemente con los restos de su imagen, y comprendí que eso era la fascinación. Como Helen cuando descubrió el agua
[2]
, las palabras explotaron, frescas, ante mis ojos. No estaba exagerando, tanta había sido la sorpresa que me había producido el encuentro.

Yûichi volvió al poco jugueteando con las llaves.

—Si no tenía más de diez minutos, hubiera bastado una llamada, ¿no crees? —dijo, quitándose los zapatos.

Yo, sin moverme del sofá, dije:

—Sí.

—Mi madre te ha dejado boquiabierta, ¿eh? —dijo.

—Sí. Es que es tan guapa… —respondí con franqueza.

—Sí, mucho. —Yûichi se acercó sonriendo y se sentó en el suelo frente a mí—. Se ha hecho la cirugía estética —dijo.

—¿Ah, sí? —dije, fingiendo naturalidad—. He pensado que no os parecíais.

—¿Te has dado cuenta? —continuó de una forma increíblemente extraña—. Es un hombre.

Esta vez no siguió hablando.

Yo, con los ojos muy abiertos, lo miraba en silencio.

Aún, sí, aún pensaba que no tardaría en decirme que era una broma. Aquellos dedos delgados, aquellos gestos, la manera de andar…

Contuve el aliento recordando aquella cara tan hermosa y esperé, pero Yûichi parecía estar simplemente contento.

—Pero —abrí la boca—, entonces, no es tu madre como dices.

—Tú, en mi lugar, ¿la llamarías padre? —dijo tranquilamente.

En realidad no podía pensar eso. Su respuesta era lógica.

—¿Eriko es su verdadero nombre?

—No. Es falso. El verdadero es Yûji, me parece.

Sentí como si todo, ante mí, fuera blanquísimo. Después logré serenarme y entrar en la conversación. Pregunté:

—Entonces, ¿quién es tu verdadera madre?

—Hace tiempo ella era un hombre —dijo—, cuando era joven. Entonces estaba casado y su mujer era mi verdadera madre.

—¿Qué clase de persona debía de ser? —dije sin poder adivinarlo.

—Ni yo mismo lo recuerdo. Era muy pequeño cuando murió. Pero tengo una foto. ¿Quieres verla?

—Sí.

Moví la cabeza afirmativamente y él, sin levantarse, deslizó fuera de su cartera de mano un billetero, sacó una fotografía antigua y me la dio.

Era una cara difícil de describir. Pelo corto, ojos y nariz pequeños. Producía una sensación extraña. Era una mujer de edad indefinida… y, como yo continuaba callada, Yûichi dijo:

—Debía de ser una persona muy extraña.

Y yo sonreí incómoda.

—Los padres de mi madre, la de la foto, acogieron a Eriko cuando era pequeño bajo no sé qué circunstancias. Ellos crecieron juntos. Incluso cuando Eriko era un hombre, era muy guapo y tenía mucho éxito —Yûichi sonrió y miró la fotografía—. No sé por qué, pero tiene una cara muy rara. Él estaba obsesivamente enamorado de mi madre, así que huyeron juntos, abandonando la casa de los padres.

Yo asentí con la cabeza.

—Cuando murió mi madre, Eriko dejó el trabajo. Me tenía a mí y yo aún era pequeño. Se estuvo preguntando qué debía hacer en su situación. Fue entonces cuando decidió convertirse en mujer. Además, se dijo que ya nunca amaría a nadie. Al parecer, antes de ser mujer, era taciturno. Odia las cosas incompletas, así que se operó la cara, el cuerpo, y con el dinero que le quedó abrió un bar «de ésos». Y me crió. Ella sola, una mujer sola, si puede llamarse así.

Sonrió.

—¡Qué vida tan increíble!, ¿no crees? —dije.

—Y aún sigue viviendo —dijo Yûichi.

No sabía si podía confiar en ellos o si aún me ocultaban algo. Cuanto más escuchaba, menos comprendía.

Pero yo creía en la cocina. Además, ellos, pese a ser tan distintos entre sí, tenían puntos en común. Aquellas caras sonrientes brillaban como si fuesen Buda. Yo pensé que aquello me gustaba.

—Mañana por la mañana no voy a estar en casa, pero coge lo que quieras —dijo Yûichi con cara de sueño mientras me enseñaba cómo funcionaba la ducha y dónde estaban las toallas, llevando una manta y un pijama entre los brazos.

Después de oír su historia (extraordinaria), y sin pensar todavía con demasiada claridad, mirando un vídeo con Yûichi y hablando de la floristería y de mi abuela, el tiempo pasó con rapidez. Era ya la una de la madrugada. El sofá era muy cómodo. Era tan amplio y mullido que una vez te sentabas en él ya no podías levantarte.

—Tu madre —empecé a decir—, ¿no será que vio el sofá en la sección de muebles, se sentó, se encaprichó de él y acabó comprándolo?

—¡Premio! —dijo—. Ella vive sólo para sus caprichos. Sin embargo, creo que es fabuloso tener la capacidad de satisfacerlos.

—Tienes razón —dije.

—Bien, de momento el sofá es tuyo. Será tu cama. Realmente, no está mal que sirva para algo.

—Yo —dije tímidamente—… ¿puedo dormir aquí, de verdad?

—Sí —dijo resuelto.

—… Es un honor —dije.

Después de explicármelo todo por encima, me dio las buenas noches y volvió a su habitación.

También yo tenía sueño.

Mientras me bañaba en una casa que no era la mía, con el agua caliente desapareció el cansancio que arrastraba desde hacía semanas, y me pregunté qué estaba haciendo.

Me puse el pijama que me había dejado y salí al salón silencioso. Descalza, fui a ver la cocina de nuevo. Efectivamente, era una buena cocina.

Y luego, al llegar junto al sofá, mi cama aquella noche, apagué la luz.

Junto a la ventana, las plantas resaltaban en la luz tenue y respiraban en silencio enmarcadas por la magnífica vista nocturna del décimo piso. El paisaje en la noche… tras la lluvia, relucía en el aire transparente lleno de humedad y brillaba de una manera magnífica.

Arropada entre las mantas, pensé que era divertido dormir, también aquella noche, al lado de la cocina, y sonreí. Pero no había soledad. Quizá porque esperaba algo. Quizá porque estaba esperando tan sólo una cama donde poder olvidar, por un instante, las cosas que habían sucedido hasta entonces, las que vendrían después. Al tener a alguien cerca, la soledad es más cruel. Pero había una cocina, plantas, había otras personas bajo el mismo techo, paz y… es
better.
Sí, esto es
better.

Me sosegué y me dormí.

Desperté con el ruido del agua.

Era una mañana resplandeciente. Cuando me levanté medio dormida, la «señora Eriko» estaba allí, en la cocina, de espaldas. Su vestido, comparado con el del día anterior, era discreto, y dijo:

—Hola.

Al volverse, su rostro era todavía más deslumbrante y me desperté de golpe.

—Buenos días.

Se incorporó, abrió la nevera y puso cara de apuro. Me miró, y dijo:

—A estas horas siempre estoy durmiendo aún, pero hoy tengo hambre, no sé por qué… Pero en esta casa no hay nada. Podríamos pedir que nos trajeran algo, ¿qué te apetece? —dijo.

Me levanté.

—¿Hago algo? —dije.

—¿En serio? —dijo, y añadió con aire dubitativo—: Tan dormida, ¿vas a poder sostener el cuchillo?

—No hay problema.

La habitación estaba tan llena de luz como un solárium. El cielo azul pastel, inmenso, resplandecía y lo llenaba todo.

Se me iba aclarando la vista con la alegría de moverme por aquella cocina que tanto me gustaba y, de repente, me acordé de que ella era un hombre.

La miré de manera inconsciente. Un
déjà vu
como una tempestad me azotó.

En la luz, dentro del chorro de luz de la mañana brillante, ella, que había atraído hacia sí un cojín y estaba mirando la tele tendida en el suelo de aquella habitación polvorienta con olor a madera, ella era magnífica, inolvidable.

Eriko comía contenta los huevos y el arroz que yo había preparado, junto con la ensalada de pepino.

A mediodía, llegan desde fuera, con una jovialidad casi primaveral, las voces de unos niños que están jugando en el jardín del bloque.

Junto a la ventana, las plantas brillan de verde frescor enmarcadas por la dulce luz del sol y, a lo lejos, unas nubecillas se deslizan lentamente por el cielo claro.

Era un mediodía tibio y apacible.

Me parecía extraño estar desayunando tan tarde con un desconocido, y ésa era una escena que hasta ayer no hubiera podido ni imaginar.

Como no había mesa, pusimos las cosas directamente en el suelo y comimos. El sol atravesaba el vaso, y el color verde del té japonés frío temblaba reflejándose en el suelo.

—Yûichi ya me había dicho —dijo Eriko tras mirarme con fijeza—, que te parecías a Non-chan, pero es que, realmente… te pareces.

—¿Quién es Non-chan?…

—Un perrito.

—¡Ah!… Un perrito.

—Los ojos, el pelo… Ayer cuando te vi por primera vez casi suelto una carcajada. De verdad.

—¿Ah, sí?

—Y pensé: «No creo que sea el caso, pero espero que no se trate de un San Bernardo, o de algo parecido».

—Cuando murió Non-chan, Yûichi no podía tragar ni un bocado. Por eso no puede ser indiferente a lo que te sucede. Pero lo que no sé decirte es qué clase de simpatía siente por ti.

Se rió con una risilla sofocada.

—Creo que es de agradecer —dije yo.

—Parece que tu abuela le tenía mucho cariño, ¿verdad?

—Sí. Mi abuela quería mucho a Yûichi.

—Este chico… Yo estaba ocupada y no estuve muy pendiente de su educación, así que he fallado.

—¿Fallado? —me reí.

—Eso es —dijo con una sonrisa muy propia de una madre—. Tiene emociones disparatadas y en su relación con la gente es un poco frío. Muchas veces no actúa como es debido, pero yo quería que fuese cariñoso, ¿sabes? Me fijé sólo en eso. Y es un chico realmente cariñoso.

—Sí, entiendo.

—Tú también lo eres.

Ella, que en realidad era él, estaba sonriendo. Su cara se parecía al rostro sonriente y apocado de los homosexuales de Nueva York que había visto a menudo en la tele. Pero ella era demasiado fuerte para eso. Su gran encanto brillaba y la había conducido hasta donde estaba ahora. Me doy cuenta de que no han podido detenerla, ni su esposa muerta, ni su hijo, ni siquiera ella misma. Llevaba todo esto consigo y una soledad silenciosa la impregnaba.

Mientras comía pepino, dijo:

—Ya sé que mucha gente lo dice sólo por decir, pero puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Estoy convencida de que eres una buena chica y me alegro sinceramente. No tener adónde ir cuando te sientes desgraciado es duro. Te lo ruego, aprovéchalo sin ningún reparo, ¿de acuerdo? —insistió, mirándome a los ojos.

—… Naturalmente, pagaré el alquiler —algo me oprimía el pecho y hablé con desesperación—, Déjame dormir aquí hasta que encuentre un lugar para vivir.

Eriko sonrió.

—Claro, no debes preocuparte en absoluto. Y puedes hacer arroz hervido de vez en cuando. Es mucho más sabroso que el de Yûichi —dijo.

Vivir con un anciano es terriblemente inseguro. Cuanto mejor se encontraba mi abuela, más incierto era. En realidad, cuando estaba con ella, nunca lo había pensado e intentaba vivir feliz, pero ahora, al mirar atrás, tenía que pensarlo.

Yo siempre, en cualquier momento, cuando pensaba: «Mi abuela puede morir», tenía miedo.

Cuando llegaba a casa, mi abuela salía de la habitación de estilo japonés donde estaba el televisor y decía: «¡Ya has llegado!». Cuando era tarde, antes de volver, siempre compraba un pastel. Ella nunca se enfadaba si le decía que dormiría fuera ni por ninguna otra razón. Era una abuela maravillosa. Mientras veíamos la tele comíamos pastel, a veces con café, a veces con té japonés, y pasábamos el rato antes de acostarnos.

BOOK: Kitchen
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