La diadema de las ocho estrellas / El secreto de la diligencia (22 page)

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En esto coincidió con
El Coyote
; pero su disparo fue hecho una fracción de segundo antes que el de su adversario.

Durante esta fracción de segundo que precedió a su muerte, Keno Kinkaid recordó su trágico error al no acabar de recargar su revólver. El depósito del cilindro sobre el cual cayó el percusor estaba vacío. Y su bala, que debía haberse anticipado a la del
Coyote
, dándole la victoria sobre su enemigo, no pudo ser disparada.

Luego, todas sus visiones de gloria y de riqueza se esfumaron ante sus ojos. Su cuerpo chocó contra el suelo y hasta sus labios subió el sabor de la sangre. De su sangre.

El Coyote
avanzó lentamente. Se detuvo un momento junto a Kinkaid y le golpeó con el pie para convencerse de que estaba muerto. Luego fue hacia el mostrador. El reloj de la oficina empezó a dar los cuartos de la doce.

—¡Ya puede levantarse, amigo! —dijo
El Coyote
al encargado del registro, cuyo pálido rostro asomó un momento después al nivel del tablero de madera.

—¿Qué desea? —tartamudeó el hombre.

—Quiero que registre estos títulos de propiedad de las tierras de San Antonio Abad.

El Coyote
había dejado sobre el mostrador un paquete de documentos, que el encargado tomó, temblorosamente, haciendo notar, con voz casi imperceptible, que ya eran las doce.

—Están siendo las doce —replicó
El Coyote
.

El reloj había empezado a dar las doce campanadas.

—Está bien —tartamudeó el encargado—. Está bien.

—Luego vendrán otros a buscar los títulos de propiedad debidamente registrados.

—Está bien, señor…
Coyote
.

Éste sacó otro papel del bolsillo y lo acercó al tubo del quinqué colocado sobre el mostrador. La llama prendió en él y, mientras se quemaba,
El Coyote
explicó:

—Esto no hace falta registrarlo.

—¿Qué era?

—Una mina de oro que estará mejor tal como está ahora. Por ella han muerto hoy muchos hombres. Buenas noches. Y no olvide que le he entregado estos documentos antes de que terminase el plazo de admisión.

El Coyote
volvió la espalda al encargado del registro y dirigióse hacia el pasillo. Se detuvo un momento a recoger su sombrero y luego siguió adelante, perdiéndose en la oscuridad de la plaza, en la cual ya no sonaba ningún disparo.

Roy y Burwell salieron a su encuentro, preguntando ansiosamente:

…¿Llegó a tiempo?

—Sí.

—¿Y Kinkaid? —preguntó Roy.

—Está dentro. Pero ya es inofensivo.

—¿Cómo le agradeceremos…? —Empezó Burwell.

—Olvidándose de que en algún sitio de sus tierras hay oro. Pero no se olviden de que está maldito. Adiós.

Perdióse entre las sombras de la calle, que lo absorbieron como si formase parte de ellas, y un momento después hasta cesó el sonido de sus pasos. Luego,
El Coyote
se encaminó hacia la calle de Kearny, dirigiéndose hacia el portal donde debía esperarle Irina.

Lo halló vacío. En la puerta de la casa encontró un papel clavado. En él estaba escrito:

No me atrevo a esperarte. No estoy segura de poder hacerte feliz. Ni de que tú desees que sea yo la mujer que te haga olvidar tu pasado.

Si alguna vez me necesitas, tú sabrás encontrarme. Adiós. O hasta la vista.

IRINA.

Lentamente guardó
El Coyote
el mensaje. ¿Era una solución? Tal vez. Mejor solución que otras más sencillas. Llevaba mucho tiempo lejos de Los Ángeles. Y lejos de la otra mujer que era la que más derecho tenía a su amor. Sería un amor más tranquilo y quizá menos bello que el de Irina.

Pasándose una mano por la frente,
El Coyote
murmuró:

—Si hago eso, fray Jacinto se sentirá feliz. Y Lupe seguro que también. En cuanto a mí…

Encogiéndose de hombros,
El Coyote
fue hacia su caballo y montó en él. La vida ofrece a veces problemas que a unos les parecen fáciles, pero que son de muy difícil solución. Más difíciles que los otros problemas que se pueden resolver con un revólver de seis tiros, audacia y desprecio a la vida.

JOSÉ MALLORQUÍ FIGUEROLA, Barcelona, 12 de febrero de 1913 – 7 de noviembre de 1972, escritor español de literatura popular y guionista, padre del también escritor César Mallorquí. El padre del futuro novelista abandonó a su madre, Eulalia Mallorquí Figuerola, poco antes de nacer. El niño fue criado por su abuela Ramona, después pasó a un internado de los Salesianos. Esta niñez le produjo su carácter tímido y soñador. Fue mal estudiante y a los 14 años abandonó el colegio y comenzó a buscarse la vida trabajando. Fue un gran lector de todo cuanto caía en sus manos. A los 18 años una herencia cuantiosa de su madre fallecida le proporcionó un periodo de bienestar y lujo y una vida diletante, practicando toda clase de deportes. En 1933, comienza a trabajar para la Editorial Molino. Aparte de dominar el francés, aprendió con un amigo inglés, lo que le permitió traducir y leer en ambas lenguas en idioma original. Mallorquí se anima a escribir aventuras como las que traduce y publica en «La Novela Deportiva», de Molino (que se publicó en Argentina a partir de 1937), larguísima colección íntegramente escrita por Mallorquí y que constó de 44 novelas, más otras doce en su segunda época, ya en España.

Notas

[1]
Edmonds Greene es una de las figuras principales de
El Coyote
.
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[2]
Véase el número de esta colección titulado
El Coyote
.
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[3]
Léase El Coyote extermina la Calavera.
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[4]
Véanse los títulos
Otra lucha
y
El final de la lucha
, de esta colección.
<<

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