Read La hora de los sensatos Online

Authors: Leopoldo Abadía

La hora de los sensatos (4 page)

BOOK: La hora de los sensatos
6.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

 

9

L
A DEMOCRACIA

 

S
egún el
Diccionario de la Real Academia Española,
al que acudo con frecuencia porque me parece que es la máxima autoridad en estas cosas y porque, además, lo publica mi editorial, la democracia es «una doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el Gobierno». También dice que es «el predominio del pueblo en el gobierno político del Estado».

Y yo pienso que si el pueblo está compuesto por «los de siempre» y por «los de temporada» y «los de siempre» somos más que «los de temporada», no acabo de entender lo del predominio del pueblo, a no ser que todos «los de temporada» sean del mismo pueblo y la definición de democracia se refiera a ese pueblo.

Mi amigo está muy interesado. Dice que todo esto ya lo había pensado él. Y supongo que no somos los únicos que hemos pensado cosas parecidas.

Como le veo pensativo, remato, porque sé que con este hombre hay que aprovechar las —supuestas— posiciones de superioridad, que no son muy frecuentes. Y le digo que ya sé que «el pueblo»
está representado
por los partidos políticos, pero que mi experiencia es que, hasta ahora, yo he votado por un partido que
NO
me representa. Y cuando hablo con gente que vota a ese partido y con gente que vota a otros partidos y con gente que no vota y con gente que vota en blanco, pienso que estos señores que gritan
NO
representan a nadie. Bueno, esto es una exageración. Se representan a ellos y a algunos más. Pero no a muchos.

Como siempre, en el momento en que estoy más exaltado, mi amigo me hace una pregunta, que me deja absolutamente descolocado. Me dice: «¿Te gusta la Fórmula 1?».

Le respondo que no mucho, que a la que le gusta de verdad es a mi mujer, que se sabe de memoria los nombres, las marcas, los tiempos y los puntos de cada uno de los corredores. No le digo que le pasa lo mismo con el tenis, para no dar pie a que mi amigo me haga un
passing shot
que me ponga definitivamente en fuera de juego.

Tímidamente le pregunto: «Y eso, ¿a qué viene?». Y él, con esa medio sonrisa de superioridad que tanto me molesta, responde: «Lo sabrás a su debido tiempo».

Pues nada, a esperar.

 

10

L
OS DESAYUNOS SIGUEN.

H
OY TOCA HABLAR DE LA EMPRESA

 

A
mi amigo no hay quien lo pare. Dice que ya que nos hemos metido por este camino —camino que, por cierto, no sé dónde conduce—, hay que seguir hasta el final —final, que, por cierto, tampoco sé cuál será.

Y que ahora toca hablar de la empresa y que, de eso, él sabe más que yo. Le digo que he sido profesor de eso durante muchos años y, cambiando la mirada, que pasa de superioridad a desprecio displicente, me asegura: «Bah, teorías. Ya me gustaría ver a los listos del IESE en mi empresa». No le contesto nada, porque, en el fondo, pienso que a mí también me gustaría. Lo que pasa es que, como les quiero tanto a los del IESE, no lo digo.

Mi amigo abre la libreta, que, ¡horror!, está llena de apuntes, páginas y páginas. Como ve mi cara, mi amigo dice: «No te preocupes. Te haré un breve resumen». Y empieza.

Me dice que, «como tú muy bien dices», la empresa es un conjunto de personas. —Lo del «como tú muy bien dices» me da miedo, porque, normalmente, estas alabanzas encierran una trampa. Un abogado amigo mío me contó hace poco lo que se divirtió cuando descubrió que en la sentencia que presentaba el abogado rival y que desmontaba toda la tesis de mi amigo, solo faltaba un párrafo, que era el que hundía totalmente al abogado rival. Mi amigo abogado se dirigió al tribunal diciendo que ya que el abogado rival había hecho referencia a una determinada sentencia, habría sido una descortesía por su parte no habérsela leído. Y que, curiosamente, al leerla, había descubierto que, sin duda, por un error de transcripción, nunca por mala intención, Dios no lo quiera, los otros se habían comido el párrafo que no les favorecía. Mi amigo abogado me dijo que miró de reojo al abogado contrario, que pasó en un instante de una actitud de rozagante pavo real a una de pollo famélico sin plumas.

Mi vecino sigue hablando y me explica que ha dado un paso más. Está convencido de que la empresa es una cosa —nunca ha sido muy preciso:

 

1. creada por una persona que tuvo la idea de fabricar un chisme o dar un servicio que le pareció que podía interesar a la gente;

2. que convenció a otras personas para que pusieran dinero, porque él no tenía el que hacía falta;

3. que luego contrataron a otras personas para que trabajaran a diario en esa empresa, porque los que habían puesto el dinero no sabían nada de aquello y, por tanto, eran incompetentes y el que había tenido la idea era incapaz de llevarla a la práctica solo;

4. que, cuando empezaron, se dieron cuenta de que necesitaban comprar materias primas y se las compraron a varias empresas creadas por personas, en las que otras personas habían puesto dinero, otras personas trabajaban dirigiendo y otras trabajaban haciendo aquello;

5. que una de las materias primas era el dinero. Por eso fueron a una empresa a la que le llamaban banco o caja de ahorros, creada por una persona, en la que pusieron dinero otras personas, etc. Y ese banco o esa caja les dejó dinero. Lo de «dejar» quiere decir que tenían que devolverlo al cabo de un tiempo. Por eso a mi amigo le gusta más decir que el banco o la caja les
alquiló
el dinero durante una temporada, cobrándoles el alquiler en forma de intereses, comisiones y otras gabelas;

6. que, cuando fabricaron los chismes, se los vendieron a unas tiendas que, en realidad, no eran más que otras empresas en las que se había producido el mismo ciclo —el que tuvo la idea, el que puso las
perras,
etc.;

7. que esas tiendas vendieron esos chismes a personas que pasaban por la calle. Y esas personas las compraron porque pensaron que esos chismes les irían bien.

 

Entonces, mi amigo dice: «Personas, personas, personas —y continúa—: Si todo son personas, ¿por qué se organizan los ciscos que se organizan? ¿Se les ha olvidado que son personas? ¿Por qué unos piensan que el que ha tenido la idea y el que se está jugando su dinero es “un depredador carroñero que suele unirse al gran depredador que es la Banca”?». Mi amigo se para y dice: «sic». Y entiendo yo que el «sic» quiere decir que lo ha copiado de algún sitio donde alguien —una persona, por cierto— lo ha escrito.

Animado por el «sic», asevera: «¿Por qué los que trabajan se consideran a sí mismos como “mamíferos muy numerosos, los más pacíficos, que suelen estar encerrados durante muchas horas al día trabajando para los depredadores, los cuales les dan de comer una mínima parte de lo que producen”?».

Se pone de pie, y dice: «¡
SIC
!».

Y, como decía mi amigo Federico, cuando tenía ganas de liarla, me comenta: «Ahí lo dejo, para el debate».

Y se va y me quedo solo en el bar. Pido un café solo, corto, amargo, que es como me gusta de verdad. Hoy no hace mucho calor. Por la ventana abierta entra un airecillo muy agradable. Me quedo trabajando un rato. El camarero, que, quieras que no, ha oído bastante de la conversación, me trae un paquete de servilletas y un boli. Y me dice en voz baja: «Por si lo necesita». Y se va. Pero no se va, porque vuelve. Y en voz más baja, me dice: «Perdone, pero su amigo tiene algo de razón. Debería usted pensar en lo que le ha dicho».

Ahora me siento cargado con la responsabilidad social. Mientras discuto con mi amigo, no pasa nada. No hacemos daño a nadie, como dicen muchos para justificar comportamientos incorrectos. Pero cuando el camarero está esperando que yo diga algo y, peor todavía, cuando esta noche se lo diga a su mujer y, peor todavía, cuando su mujer, que es muy maja, lo comente mañana en el súper, la cosa se me complica. Y me da miedo ir por el pueblo y que la gente me mire con cara de decir: «Sí, sí, muy famosillo, pero no se le ocurre nada».

 

11

P
ERO YO
, ¿
DE QUÉ SOY
?

 

C
on tanto lío y tanto desayuno, casi se me ha olvidado que todo empezó cuando mi amigo me preguntó: «Pero tú, ¿de qué eres?».

Y creo que si yo, que no soy
NADIE
en política, para contestar
qué soy
necesito páginas y páginas, es difícil pensar que los que son
ALGUIEN
lo resuelvan todo con una palabra: progresista, conservador, retrógrado, avanzado. O con dos palabras: de derechas, de izquierdas, de centro. O con tres: de centro derecha, de centro izquierda, etc.

Sigo pensando que todas estas palabras están más anticuadas que
La rosa del azafrán,
que es una zarzuela de hace cien años. Pienso, además, que los que dicen estas palabras ponen cara de modernos. Pienso que de modernos, nada, y que están más anticuados que la citada rosa. Y para acabar, pienso que si yo no soy
NADIE
en política, igual es que ellos/as tampoco son
NADIE
. Y, por un lado, me entra un cierto complejo de superioridad y, por otro, me echo a temblar al ver qué tipo de gente está o quiere estar por ahí arriba.

Aquí quiero hacer notar que no he dicho algo que he oído frecuentemente durante estos últimos meses: «¡En qué manos estamos!». No lo he dicho porque
SIEMPRE
he creído que estamos en
NUESTRAS
manos, no en las de esos/as señores/as.

Todo esto lo he pensado en el bar. He acabado el café solo, corto y amargo tranquilamente. Digo «tranquilamente», porque estos días de agosto nuestra casa de San Quirico está menos tranquila. La casa grande que hicimos para que la familia cupiera, se nos ha quedado pequeña. Hoy tenemos en casa cuatro hijos con sus cónyuges más once niños; el mayor, de nueve años. Para evitar la soledad, un hijo mío, que veranea en Menorca, nos ha pedido que le cuidemos una perrita muy maja. Esto hace que ahora, el número de seres vivos, como diría alguna política de pro, es de veintitrés. ¡Y no sabéis lo que comen!

Por todo ello, en el bar discurro mejor.

Llego a casa. El petirrojo sigue sin aparecer. Hay unas cuantas palomas torcaces en nuestro jardín. Me parece que las palomas no comen petirrojos, pero estas están muy gordas.

 

12

C
ENA DE MATRIMONIOS

 

E
l sábado, a la salida de misa de ocho de la tarde, veo que mi mujer está hablando con la mujer de mi amigo. Me quedo con un grupo, donde está mi amigo.

Las dos mujeres hablan y hablan. Yo diría que están como un poco acaloradas.

En un momento determinado, vienen las dos juntas, y nosotros dejamos el corro de amigos porque se ve que estas chicas tienen algo importante que decirnos.

Quieren que las invitemos a cenar.

En principio, la cosa parece inofensiva, pero nunca hay que fiarse. Llamamos a Jaume, al restaurante de siempre. Me guarda una mesa para cuatro, aunque hoy andan apurados de sitio. Hoy y siempre, porque no sé por qué razón, siempre están llenos. Bueno, sí que sé por qué razón: porque lo hacen muy bien y con mucho cariño.

Y allá vamos. No nos sentamos como mandan los cánones de educación —chico-chica-chico-chica—. Hoy es chica-chica y chico-chico, lo cual me hace pensar que estas vienen con malas intenciones y quieren actuar en equipo.

Pedimos tres gin-tonic, con ginebra Hendrick’s, pepino y tónica Fever-Tree. Es uno de los descubrimientos que mi hijo Gonzalo y yo hemos hecho en esta temporada de andanzas por España y por fuera de España.

Mi mujer pide un Bloody Mary, porque es lo que le gusta. Cuando nos conocimos, pedía Gin Fizz. Esta chica siempre ha sido muy progre.

Mi amigo y yo estamos callados, porque pensamos —sabemos— que nuestras mujeres quieren decirnos algo.

¡Y tanto! Toma la palabra la mujer de mi amigo y dice que las dos quieren que les hagamos un resumen de lo que hemos hablado durante los desayunos de este verano.

Mi amigo se levanta, dice que vuelve en un momento y se va. Menos mal que ya han servido los gin-tonic, porque así me animo y no pienso: «Este tío me ha dejado solo».

No me había dejado solo. Había ido al coche a traer la libreta. Por lo que se ve, no va a ningún sitio sin ella.

Pedimos la cena. Para beber, por ahora agua, porque con el gin-tonic ya tenemos bastante y hay que conducir.

Mi amigo abre la libreta y empieza a leer. Pero no hace resumen. No. Lo lee
TODO
.

Nuestras mujeres están calladas y yo también. Ellas, con cara de «veamos en qué pierden el tiempo estos» y yo, con cara de «veamos cómo reaccionan estas».

Mi amigo sigue leyendo durante todo el primer plato —los cuatro hemos pedido tomàquets de Montserrat amb pernil d’aglà, o sea, tomates riquísimos con jamón de bellota—. Lee con cierta entonación, como si todo se le hubiera ocurrido a él.

En el segundo plato hay variedad de gustos. Yo he pedido una esparrecada —alubias, butifarra y boletus, o sea, setas, en trocitos pequeños— y los demás, cosas muy buenas también. Mi amigo pide algo muy ligero. No sé si es porque no puede leer y comer a un tiempo o porque nuestras mujeres le dan miedo y el miedo le ha hecho un nudo en el estómago.

Ha llegado el postre. Zumo de naranja para mi mujer y para la de mi amigo, un carajillo para él y un cortado descafeinado para mí.

Mi amigo está acabando de leer. Yo no he abierto la boca en toda la cena. Las mujeres, tampoco. Alguien puede pensar que menudo rollo de cena. Pues es verdad. Además, como en este restaurante nos conocemos todos, la gente nos va saludando. Unos se acercan, otros sonríen al pasar. Pero nosotros cuatro procuramos no perder la concentración.

Al acabar el informe de mi amigo, las mujeres se miran. La de mi amigo le comenta a la mía: «¿Ves? Lo que nos temíamos. Todo teoría. Estos son capaces de pasarse el año hablando, sin hacer nada. Luego tu marido se dedicará a dar conferencias y a escribir otro libro, y nada más. Y eso que dicen que les preocupa —la patria, el bien común y esas cosas—,
NADA DE NADA
. Porque si les preocupase,
HARÍAN ALGO
».

Acabamos la cena como podemos. Pago yo. Al salir, mi amigo me dice: «Ya te pagaré lo nuestro, porque, con el chorreo que nos hemos llevado, lo correcto es que paguemos mitad y mitad. —Y añade—: Tendremos que desayunar pronto».

BOOK: La hora de los sensatos
6.61Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

John Ermine of the Yellowstone by Frederic Remington
Tall, Dark & Hungry by Lynsay Sands
Twiceborn by Marina Finlayson
Black Knight by Christopher Pike
Need by Todd Gregory
Facing the World by Grace Thompson