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Authors: Leopoldo Abadía

La hora de los sensatos (5 page)

BOOK: La hora de los sensatos
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13

H
AY QUE HACER ALGO

 

E
s la primera vez que me da pereza ir a desayunar con mi amigo, pero mi mujer me dice al día siguiente: «¿Cuándo vais a ir?». O sea, parece que es urgente.

Vamos a los dos días. Mi amigo, con su libreta, empieza preguntando: «Y ahora, ¿qué hacemos?». Y luego, añade: «Imagínate que tú y yo fuéramos copresidentes de esta nación. Que aquello que un día pusieron en un mensaje en un programa de televisión, “Leopoldo for President”, fuera “Leopoldo and his friend for Presidents”».

No puedo evitarlo, pero este hombre me sigue admirando, porque, de vez en cuando, se pasa al inglés. Yo creo que no ha salido de su pueblo en la vida. Sé que va los veranos a Salou, pero me parece que a Salou va mucha gente de Zaragoza y con ellos no podrá hablar inglés.

Me acuerdo de otro día en
Espejo público,
en el que Susanna Griso llevó a una señora superdotada, a un señor que tenía muchos empleos y a mí, y nos hizo la pregunta: «Si mañana le hicieran presidente, ¿qué haría usted?». —Pregunta que demuestra un cierto grado de imprudencia cariñosa por parte de Susanna, no comparable, por supuesto, con el de alguien que me preguntó qué haría si mañana me hicieran presidente del mundo.

Y me acuerdo —no sé si viene a cuento— de un periodista que me pidió consejo para unos políticos, y le contesté: «Que recen». Y el periodista afirma: «¡Pero si son ateos!».

Mi amigo pone cara solemne y me dice: «¿Te acuerdas cuando te pregunté si te gustaba la Fórmula 1?».

 

E
L
SAFETY CAR

 

Me acuerdo, sí, pero no sé a qué viene la pregunta. Mi amigo, que lo tiene muy pensado, abre la libreta y lee.

Dice que, en las carreras de Fórmula 1, cuando pasa algo —un accidente o lo que sea— sale el
safety car
—mi amigo lo pronuncia correctamente:
seifty caar—,
se pone delante de los coches y no les deja correr. Esos coches no pueden pasarse mientras el
safety car
está en la pista. Van detrás de él en el orden en que iban. El
safety car
da una serie de vueltas y, cuando las cosas se han normalizado, se va de la pista y todos los demás coches se ponen a correr como antes.

«Pues, Leopoldo, tú y yo deberíamos ser el
safety car
de España durante unas cuantas vueltas».

Yo, en la vida, he hecho muchos planes de futuro. Unos han salido, otros no, unos han aparecido sin esperarlos, etc. Lo que le pasa normalmente a la gente.

Pero
OS PUEDO ASEGURAR
con el corazón en la mano que, entre esos planes,
NUNCA
estuvo el de ser
safety car,
ni solo ni acompañado
.

Y, además, como no sé qué se le ha ocurrido a mi amigo, espero a que siga leyendo, porque este tío ha trabajado, y mucho.

Empieza diciendo que en España ha habido un accidente, y que el accidente ha sido gordo. Dice que él ya se lo sospechaba, pero que, al oír lo que me ha dicho la gente, está seguro. Y empieza a describir lo que él llama «el accidente».

 

E
L ACCIDENTE

 

Dice que el accidente ha ocurrido estos últimos años. Y que en él ha habido muchos coches involucrados. Y, sobre todo, muchos conductores, que han demostrado —que están demostrando— que de conducir, nada.

Y que esto va para los conductores que corren, para los que quieren correr, para los suplentes y para todos los del equipo, hasta el que aprieta el último tornillo de las ruedas. A mí me parece mucha gente, pero mi amigo es así. Es de los de «todo o nada».

Dice que estos conductores —o lo que sea— se caracterizan, en primer lugar, por tener unas ideologías de aquellas del siglo
XIX
, en las que tú eras de derechas, o sea, eras rico e ibas a misa, y yo era de izquierdas, o sea, era pobre y odiaba a los curas.

Dice que cree que esas ideologías no fueron buenas nunca, pero que ahora seguro que son malas, requetemalas, trasnochadas, pobres y absolutamente inútiles. Y añade: «Y no digo que están obsoletas, porque es un término que no acabo de entender y prefiero que lo utilices tú».

Afirma que, por eso, cuando va a misa uno de izquierdas, los de derechas se escandalizan y cuando uno de derechas toma copas con uno de izquierdas, los de izquierdas y los de derechas también se escandalizan y, además, piensan que se han comprado mutuamente.

Como parece, además, que las compras suelen ser baratas, pues peor. Y dice lo de la baratez porque cuando oye las acusaciones que se echan unos y otros por latas de anchoas, trajes de Milano y bolsos, seguramente falsos, de Vuitton, le entra la risa. Pero como eso sucede en su patria, y recalca lo de
SU PATRIA
, le da coraje y coge unos calentones de órdago.

Dice que está hasta las narices de que haya que ser progresista, y que no sabe dónde está escrito eso.

Dice que está hasta el gorro de que los empresarios y los trabajadores tengan que odiarse y que no sabe de dónde ha salido eso, porque si unos y otros trabajan en la misma empresa, lo normal sería que unos y otros quisiesen que la empresa funcionase bien y ganase muchas
perras,
honradamente, por supuesto, y luego se las repartieran de una forma decente.

Dice que le molesta lo de que «trabajadores» solo sean unos, como si los otros no trabajasen.

Dice que está hasta las narices de que se insulten unos a otros.

Dice que está hasta las narices de las estupideces que dicen unos y otros.

Dice que cuando oye que uno, al que él consideraba normal, ha dicho que «la única moral es la que establece la Constitución» se le caen
los palos del sombrajo,
expresión que no sé de dónde la ha sacado, pero que me hace mucha gracia, porque es muy descriptiva.

Dice que cuando oye a una política decir que hay seres vivos y seres humanos, y que en un momento determinado el ser vivo pasa a ser humano, piensa —es muy mal pensado— que igual no es tan tonta como parece y que es peor. Que cuando él ve la hierba de mi jardín en San Quirico y piensa que hace falta que alguien pase el cortador de césped porque aquello, una vez más, está intransitable, se da cuenta de que esa hierba que crece es un ser vivo y que, cuando alguien pasa el cortador, a ese alguien no le remuerde la conciencia. Y que no vaya a ser que esta nena —los catalanes hablan mucho de la «nena», aunque tenga ochenta años— quiera decir que cuando un niño tiene unas cuantas semanas, las que ella diga, se le puede pasar tranquilamente el cortador de césped y pasarlo a la categoría de
ex césped.
Todo basado en los derechos fundamentales de la mujer.

Dice que esto es un batiburrillo que no lo entiende nadie. Al llegar aquí, se para y añade: «Pero por lo que me has dicho, la gente de la calle

que lo entiende».

Dice que estos chicos —los que mandan— y los chicos que quieren mandar representan a muy poca gente. Que les votamos porque hay que ir a votar y somos un pueblo amante de la democracia. Esto último me parece una cursilada, pero es que a mi amigo, de vez en cuando, le salen estas frases, que no sé dónde las lee.

Que las patronales de empresarios van por un lado, y los sindicatos, por otro. Y que le gustaría saber a cuánta gente representan unos y otros.

Dice que no puede ser que estemos en el siglo
XV
en las campañas electorales. Que molesten a todo el personal poniendo unos carteles idiotas en un 99,99 por 100 de su contenido, hechos por unas agencias de comunicación a las que se le secó el intelecto en un 99,99 por 100 hace bastantes años. Que hagan el tonto pegando cartelitos la noche antes de la campaña y que luego se gasten millones y millones —de euros, claro— en dar vueltas por España, reuniéndose con los que ya les iban a votar y les ríen las gracias y sin lograr convencer a nadie de los que no les pensaban votar.

Dice que, en la era de Internet, lo de los cartelitos debería haber pasado ya a mejor vida. Y que, además, a menos papel, menos árboles talados y menos CO
2
y menos cambio climático. En este momento se para y añade: «Por cierto, ¿te has dado cuenta del calor que está haciendo este mes de agosto?».

Dice y dice y dice. Y me da la mañana. Y me va a seguir diciendo, porque tiene muchas más páginas escritas en la libreta. Este hombre ha escrito un libro. Menos mal que la editorial Espasa no se ha enterado, porque me quitaba el encargo del libro a mí y se lo daba a mi amigo, que lo tiene prácticamente acabado.

Me quedo muy intranquilo. Porque mi amigo es un señor normal, que alguien de esos que brilla podría considerar gris, amorfo, al que se le pueden contar cuatro cuentos y se los cree.

Pero es que también son normales todos los que me he encontrado en las conferencias que he dado este año.

Y los que están en la política deben pensar que todos estos seres, además, de grises y amorfos, son imbéciles. Y no lo son. Algún tonto habrá, pero todos todos, os aseguro que no.

Y que se intenten ganar unas elecciones comprando al personal y gastándose cinco mil millones de euros, o sea, ochocientos treinta y un mil novecientos treinta millones de pesetas, en darnos cuatrocientos euros a cada ciudadano, me parece otra tontada irresponsable más. Porque resulta que no tenemos esas pesetas.

Y, por si faltase algo, mi amigo manifiesta que a un tal Montesquieu —lo pronuncia mal, pero le entiendo— se le ocurrió decir que era conveniente que unos legislasen —y les llamó poder legislativo—, otros gobernasen dentro de lo legislado por los primeros —y les llamó poder ejecutivo— y otros se ocupasen de que nadie se saltase las leyes a la torera —y les llamó poder judicial—. Y que, además, el citado señor, con nombre de bar de la calle Mandri de Barcelona, afirmó que esos tres poderes deberían ser independientes, y mi amigo dice que le da en la nariz que no lo son y que aquí hay mucho chanchullo.

Y cuando lee que si el Tribunal Constitucional dice que no le gusta el Estatuto de una Comunidad Autónoma saldrán a la calle en manifestación unos cuantos ex presidentes de esa Comunidad y otros políticos de alcurnia, no se le caen los palos del sombrajo porque ya se le habían caído, pero que no piensa reconstruir el sombrajo durante una temporada, porque para qué.

Y además —sigue hablando mi amigo— ahora hay que pedir perdón por todo. A él le gusta la historia y acaba de leer la vida del marqués de Santillana, que, además de hacer versos a la primera serrana que se cruzaba en su camino, luego se iba con ella de copas.

Todo ello, por supuesto, con una gran fidelidad a su mujer, que debía pensar que el marqués era un pájaro de cuidado. Como esto lo cuenta Almudena de Arteaga, que es la hija del vigésimo marqués de Santillana, debe de ser verdad.

Bueno, pues mi amigo dice que si ahora Almudena de Arteaga tuviera que ir pidiendo perdón a los descendientes de cada una de las serranas amigas de su antepasado, sería un lío, por la dificultad de encontrar a los descendientes, porque nadie sabe de verdad quién tuvo la culpa y porque solo serviría para que los descendientes de las serranas en cuestión empezaran a odiar a Almudena, y, de paso, a pedirle una indemnización por las locuras del marqués.

Ya he entendido lo del «accidente». Lo que no acabo de ver es lo del
safety car.
Está escrito en la libreta, porque mi amigo ha trabajado mucho.

Acabamos el desayuno. Vuelvo a casa. Estoy un poco mareado, aunque hoy no hemos tomado Cardhu. Pero es que veo venir a mi amigo y lo que me temo que se le ha ocurrido sobre el
safety car
me sobrepasa.

Además me ha dicho que vaya pensando sobre la contestación a la pregunta: «Y usted, si fuera presidente, ¿qué haría?».

 

14

F
IESTA MAYOR

 

M
i amigo me cae muy bien, pero necesitaba —yo— unas vacaciones —las suyas—. Porque tiene demasiado sentido común. Ya sé que de las cosas buenas nunca se puede tener demasiado, pero es que, a este hombre, el sentido común le sale por las orejas.

Y además no hago más que pensar que la gente —el conjunto de personas— es así, como mi amigo. Porque la gente que me he encontrado era así, como mi amigo.

Por suerte, estamos de fiesta mayor en el pueblo de al lado —la de San Quirico se celebró antes—. Todos aprovechan para desconectar. En el pueblo de al lado la fiesta es más ruidosa. La gente de San Quirico va allá, a los autos de choque, al salón de tiro Rosendo y a bailar en el
envelat
—el entoldado—. En el
envelat
hace bastante calor, porque poner aire acondicionado sería un despilfarro. Nadie lo echa en falta, todos sudan y todos bailan, «a lo antiguo», o sea,
agarraos,
con la música de la orquesta Cimarrón
.

Las fiestas del pueblo de al lado acaban con el baile del confeti, que pone el pueblo lleno de papelitos y que acaba a las tantas de la mañana siguiente.

Mi amigo aprovecha la fiesta mayor para irse de vacaciones una semana cerca de Tarragona.

Y como ni el baile
agarrao
ni el confeti son lo mío, yo me quedo en San Quirico, pasando mis servilletas a limpio e intentando encontrar una respuesta a la pregunta que ha dejado sobre la mesa mi amigo, cuestión que se las trae, porque criticar es muy fácil, y a todos nos sale muy bien. Lo difícil es que se nos ocurra algo, que ese algo sea factible y que seamos capaces de conseguirlo. Si además ese algo es ambicioso, exigente y motivante, la locura.

U
NA BUENA NOTICIA
: ¡Apareció el petirrojo! Simpático como siempre y sin dar excusas por su tardanza. Revolotea por toda la casa, saluda a
Helmut,
saluda a cada uno de los nietos y a cada uno de los mayores, picotea en la comida de
Helmut
y descansa en la lavadora, como siempre, después de pasar por la imagen de la Virgen y soltarle un piropo.

¡Ya estamos todos! Ahora sí puedo trabajar. Me faltaba algo.

 

15

L
A GENTE NORMAL

 

L
o bueno dura poco. Mi amigo ha vuelto de vacaciones con la frescura que da el descanso. No ha sido muy largo, pero sí lo suficiente para oxigenarnos un poco, él y yo.

Dice que hay que seguir, que el verano es corto y que a partir de septiembre yo siempre digo que estoy muy ocupado. Y que estos días ha discurrido y ha escrito más. Y que tiene más elaborada la teoría del
safety car
. Y que quiere que lleve una libreta al próximo desayuno y que me deje de servilletitas, que luego se ensucian y se me pierden.

Añade que ahora que tenemos encarrilado el trabajo, no podemos descuidarnos. En confianza, no acabo de ver el
encarrile,
pero si él lo dice, así será.

Compro una libreta y voy a desayunar con él. Mi amigo toma la palabra y empieza atacando: «Bueno, ¿qué se te ha ocurrido?».

Y yo, como no quiero quedar mal, empiezo a decirle lo que se me ha ocurrido.

Empiezo haciendo un resumen muy breve de lo que ya hemos hablado. Le digo que creo que no es una pérdida de tiempo aunque repita alguna cosa, porque así nos centramos y yo discurro con más facilidad.

El resumen es muy breve. Se trata de recordar a mi amigo que la gente que me he encontrado es gente normal, gente como él y como yo, gente de la calle, de esa que trabaja, que saca adelante una familia, que se divierte cuando puede, y que muy de vez en cuando hace una pequeña locura, como irse el matrimonio dos días al pantano de Sau.

Y he encontrado a esa gente
MOSCA
.
Mosca
quiere decir preocupada, hastiada, cínica, escéptica y no sé cuántas cosas más.

De esas cosas, la que más me preocupa es el cinismo. O sea, el «total, ¿para qué vamos a preocuparnos, si los de siempre seguirán como siempre?».

En el cinismo está incluida una sensación de ser manipulados, utilizados por unos cuantos, que han hecho de esa manipulación y de esa utilización su manera de vivir. Esos que, en vez de hacerse una tarjeta que ponga «Utilizador y manipulador» se ponen otros títulos más presentables.

Y esto me parece que trae consigo la primera exigencia: Q
UIERO HABLAR A LA GENTE NORMAL
. Y
ADEMÁS QUIERO EXIGIRLE
. A los otros ya les hablaré y les exigiré cuando llegue el momento.

 

Q
UÉ QUIERO EXIGIR A LA GENTE NORMAL

 

A esas personas normales les quiero exigir que maduren y que se den cuenta de que son mayores de edad, con el futuro en
SUS
manos y no en las del gobernante o aspirante a gobernante de turno.

Porque si en la democracia el pueblo es lo fundamental, quiero tener un pueblo serio, comprometido, trabajador, responsable, etc., etc., etc. —un hijo mío dice que «etc.» quiere decir «y las demás cosas», por lo que, si se repite quiere decir «y las demás cosas, y las demás cosas, y las demás cosas»—. Pues lo digo, porque quiero que no se me olvide ninguna de las demás cosas que hacen que las personas y, como consecuencia, las naciones, sean
FUERTES
.

También tengo un amigo que dice que «no se puede hacer palanca con un churro». Y ya me he cansado de ver
churritos
que exigen que los demás les saquen las castañas del fuego.

 

L
O DE
C
HURCHILL

 

Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, prometió al pueblo inglés «sangre, sudor y lágrimas»
.
Bueno, no fue exactamente así. Lo que realmente les ofreció fue «sangre,
ESFUERZO
, sudor y lágrimas», y no sé por qué han quitado la palabra esfuerzo.

Debe de ser porque si hay sangre le podemos echar la culpa a alguien, si hay sudor le echamos la culpa al calor y si hay lágrimas le echamos la culpa a la cebolla que estamos pelando. Y el
ESFUERZO
lo tenemos que hacer
NOSOTROS
. Y ahí no le podemos echar la culpa a nadie.

Bueno, pues yo
PROMETO/EXIJO
a las personas de esta nación, por este orden:

 

1. Esfuerzo,
MUCHO ESFUERZO
.

2. Como consecuencia, sudor,
MUCHO SUDOR
.

3. Como consecuencia,
ALGO DE SANGRE
.

4. Como consecuencia,
ALGUNA LÁGRIMA QUE OTRA
.

 

O
TRA DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

 

Suponiendo que quede gente entre el público, o sea, que ningún lector haya tirado violentamente el libro a la basura, quiero hacer otra declaración de principios:

Q
UE DE ESTA CRISIS
,
GORDA
,
GORDA
,
LA PEOR DE HACE NO SÉ CUÁNTOS AÑOS
,
Y DE LAS QUE VENGAN EN EL FUTURO
,
QUE VENDRÁN
,
SOLO NOS SACARÁN LAS EMPRESAS
.

Cuando hablo de empresas, digo las grandes, que, al fin y al cabo, no son muchas, aunque dan trabajo a muchas otras, y las pequeñas que, al fin y al cabo, son muchísimas.

A estas empresas hay que animarlas para que hagan negocio, para que ganen dinero y para que ese dinero se reparta bien. —Luego hablaremos del reparto.

Y como las empresas son las personas, hay que animar a esas personas a que se jueguen su dinero para montar empresas, para mantener las que haya y para hacerlas crecer, porque, cuantas más empresas funcionen bien, más personas trabajarán y menos parados sufrirán.

Hay que animar a que los que trabajan en esas empresas, a cualquier nivel, desde el de más arriba hasta el de más abajo, que se maten a trabajar y se dejen de tonterías, como son, por ejemplo, la de rebajarse el sueldo de unos cuantos millones de euros en un 0,003 por 100 para dar ejemplo en época de crisis, o la de esos que procuran hacer huelga en el momento en que saben que pueden hacer más daño a las empresas y, por tanto, a España, que quiero recordar que es
MI PATRIA
—llevaba unas páginas sin decirlo.

 

Y
OTRA MÁS

 

Ya lanzado, hago la tercera declaración de principios:

Que de esta crisis, que es crisis de Decencia, solo nos sacarán personas que sean decentes —decentes y más cosas, pero decentes.

Esta vez mi discurso ha sido largo. Mi amigo no ha tomado ni una nota. Y me ha mirado con una cara sonriente como diciendo: «¡Ole, mi niño! ¡Ya iba siendo hora de que hablara!».

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