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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (2 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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—Sería un placer, una maravilla, hacer negocios sin los obstáculos del montón de normas, regulaciones y restricciones. Aquellos a quienes represento estarían eternamente agradecidos.

—Sí, por lo menos tendríais la oportunidad de asegurar los monopolios restrictivos que veneráis con tanta devoción —observó Shu Mai con sequedad—. No os preocupéis. A cambio del apoyo político y financiero, vos y aquellos a los que representáis recibiréis lo que os merecéis.

El industrial no se sintió intimidado y añadió con perspicacia:

—Y, por supuesto, este nuevo acuerdo político abrirá toda una serie de posibilidades para el Gremio de Comerciantes.

Shu Mai hizo un gesto de humildad.

—Siempre ha sido nuestro afán el beneficiarnos de los cambios en las realidades políticas.

En medio de tantas felicitaciones y esperanzas, se dio cuenta de que el senador Mousul apenas hablaba.

—Hay algo que se retuerce en vuestra mente como un gusano con indigestión, Mousul. ¿De qué se trata?

El ansioniano devolvió la mirada a su socia, con una expresión de preocupación en el rostro. Sus ojos grandes y algo saltones miraron fijamente a la presidenta del Gremio de Comerciantes.

— ¿Estáis segura de que nadie conocerá la verdadera naturaleza de estos planes para Ansion, Shu Mai?

—Nadie lo ha hecho hasta ahora —respondió ella enseguida. Mousul se enderezó.

—Me precio de ser tan inteligente como para saber que hay otros que lo son aún más que yo. Y ésos son los que me preocupan.

Dando un paso adelante, Shu Mai puso una mano sobre el hombro del senador en un gesto de confianza.

—Os preocupáis sobremanera, Mousul.

Con la mano que le quedaba y sin preocuparse por la delicadeza, Shu Mai hizo un gesto y volvió a aparecer la pequeña luz que representaba a Ansion.

—Ansion. Observadlo. Pequeño, desconocido, insignificante. Estoy segura de que si les preguntáramos, ni siquiera uno de cada cien políticos o comerciantes os podría decir mucho de él. Nadie, excepto los que en esta sala estamos al tanto de su importancia potencial.

Frustrado y furioso por la corrupción y la sofocante burocracia de la República que complicaban sus negocios, el industrial corelliano podía comprar compañías y territorios enteros con una sola firma de su dedo. Pero ni todas sus riquezas bastaban para adquirir una visión del futuro. En aquel momento, habría soltado encantado unos cuantos miles de millones por las respuestas a una o dos preguntas.

—Espero que estéis en lo cierto, Shu Mai. Espero que estéis en lo cierto.

—Por supuesto que lo está. —La twi'lek había accedido reticente a acudir a la reunión, pero tras la detallada descripción del futuro que había realizado su anfitriona, se sentía mucho más confiada—. Estoy impresionada y emocionada por la amplia perspectiva y la sutileza de la estrategia de la Presidenta Shu Mai y el senador Mousul. Y como han destacado ellos, este planeta es demasiado insignificante para atraer algo parecido a una atención externa...

2

¡
A
já, preciosa! ¿Qué escondes bajo esas viejas vestiduras?

Luminara Unduli no levantó la cabeza para mirar al hombre grande, sin afeitar, rudo y de olor desagradable o a sus compañeros igualmente desagradables y malolientes. Podía sentir indiferencia por sus muecas de complicidad, el balanceo ansioso de sus cuerpos y sus miradas lascivas, pero el olor corporal colectivo que emanaban era un poco más difícil de ignorar. Alzó con paciencia la cuchara con el guiso hasta sus labios, de los cuales el inferior estaba teñido permanentemente de un negro púrpura. Una serie de diamantes negros entrelazados le tatuaban la barbilla, y tenía sofisticadas marcas en la unión de los dedos. Su piel olivácea contrastaba chocante con el azul profundo de sus ojos.

Esos ojos se alzaron para observar a una mujer más joven sentada frente a ella. La atención de Barriss Offee iba de su Maestra a los hombres que se arremolinaban alrededor de ambas. Luminara sonrió por dentro. Barriss era buena aprendiz. Observadora y reflexiva, aunque en ocasiones algo impulsiva. Pero ahora la joven se mantenía en calma, seguía comiendo y callaba. La mujer apreció la juiciosa reacción. Está dejando que yo lleve la iniciativa, que es lo que debe hacer.

El hombre que había dicho la impertinencia susurró algo a uno de sus amigos, y todos rieron a carcajadas desagradablemente. Se acercó y puso una mano sobre el cubierto hombro de Luminara.

—Te he hecho una pregunta, guapa. A ver, ¿nos vas a enseñar lo que escondes bajo ese suave vestido tuyo o prefieres que lo miremos nosotros?

Un aire de expectación feromónica atrapó a sus compañeros. Retirando los ojos de sus platos, algunos de los otros comensales del establecimiento se volvieron para mirar, pero ninguno alzó la voz para denunciar lo que pasaba o para interferir.

Con la cuchara ante sus labios, Luminara parecía concentrada en contemplar su contenido, ignorando la insistente pregunta. Con un suspiro, depositó la cuchara y bajó su mano derecha.

—Supongo que si realmente queréis vedlo...

Uno de los hombres sonrió abiertamente y dio codazos a sus compañeros en las costillas. Un par de ellos se acercaron aún más hasta que todos estuvieron inclinados sobre la mesa. Luminara retiró una parte de su manto, y los sofisticados dibujos de las pulseras de metal de color bronce y cobre brillaron sobre sus antebrazos en la luz difusa de la taberna.

Debajo del manto llevaba un cinto de metal y cuero, y atado a éste había pequeños e inesperadamente complejos ejemplos de alta ingeniería. Uno de éstos era cilíndrico, muy pulido y diseñado para ajustarse cómodamente a una mano cerrada. El agresivo portavoz del grupo lo escrutó, con una expresión confundida. Tras él, a un par de sus compañeros se les quitó la expresión de lujuria más rápido que una nave de traficantes haciendo un salto de emergencia al hiperespacio.

— ¡Que Mathos nos guarde! ¡Es un sable Jedi!

Entre un sinfín de expresiones la banda de supuestos agresores comenzó a retroceder, a separarse y a huir rápidamente. Su audaz líder se quedó solo de repente, pero se resistía a admitir la derrota. Observó el cilindro metálico brillante.

—Ni de broma. ¿De verdad es un sable láser? Miró desafiante al enigmático objeto.

—Supongo que eso te convierte en una Maestra Jedi, ¿no, preciosa?

Una encantadora y ágil Jedi —roncó a modo de risa—. Seguro que no es un sable láser Jedi, ¿a que no? ¿No? —gruñó insistentemente al ver la falta de respuesta.

Luminara Unduli tomó otra cucharada y depositó cuidadosamente el cubierto en el plato medio vacío. Se limpió delicadamente con la servilleta de hilo los labios, tanto el decorado como el normal, se la pasó por las manos y le miró. Los ojos azules se alzaron en el rostro de delicadas facciones, y sonrío fríamente.

—Ya sabes cómo averiguarlo —le dijo suavemente.

El hombretón fue a decir algo, dudó y se lo pensó. Las manos de la atractiva mujer estaban en su regazo. El sable láser (que definitivamente parecía un sable láser Jedi, pensó con aprensión) seguía unido al cinturón. Al otro lado de la mesa, la joven seguía comiendo como si nada raro estuviera pasando.

De repente el intruso se dio cuenta de varias cosas a la vez. Lo primero: estaba solo. Sus anteriormente entusiastas compañeros habían desaparecido uno por uno. Segundo: la mujer debería de estar ansiosa y asustada, pero sólo parecía aburrida y resignada. Tercero: de repente, se acordó de que tenía algo que hacer en otra parte.

—Eh, lo siento —dijo en un murmullo—. No quería molestaras, me equivoqué de persona. Yo busco a otra.

Se giró, y se alejó de la mesa hacia la entrada de la taberna, tropezando casi con un tazón de sobras que había en el suelo, junto a un mostrador vacío. Algunos comensales le observaron marcharse, y otros miraron fijamente a las dos mujeres antes de encontrar una razón para volver a centrarse en su comida y su conversación.

Con un suave suspiro, Luminara miró el resto de su comida. Con un gesto apartó el plato. La tosca intromisión le había quitado el hambre.

—Habéis estado bien, Maestra Luminara —Barriss estaba terminando su comida. La percepción de la pádawan podía fallar, pero no su apetito—. Sin escándalos, sin complicaciones.

—Cuando crezcas te darás cuenta de que a veces hay que tratar con excesos de testosterona. Muy frecuente en planetas como Ansion. —Movió la cabeza despacio—. Me disgustan estas distracciones.

Barriss sonrió alegremente.

—No os pongáis así, Maestra. No podéis hacer nada en lo que respecta a vuestro atractivo físico. De cualquier forma, ahora les habéis dado algo que contar, así como una lección.

Luminara se encogió de hombros.

—Espero que los responsables del gobierno local de esta denominada Unidad de Comunidades sean tan fáciles de convencer.

—Lo serán —Barriss se levantó despacio—. He terminado.

Las dos mujeres pagaron la comida y abandonaron el establecimiento. Los susurros, murmullos y algunas palabras de admiración las siguieron mientras se iban.

—La gente ha oído que estamos aquí para cimentar una paz permanente entre los habitantes de la ciudad de la Unidad y los nómadas alwari. No son conscientes de los verdaderos problemas a los que se enfrentan y no podemos revelar la verdadera razón de nuestra presencia aquí sin alertar a aquellos que se opondrían a nosotras porque conocemos sus verdaderas intenciones.

Luminara se envolvió en su manto. Era importante dar una apariencia recatada pero impresionante al mismo tiempo.

—Y dado que no podemos ser completamente sinceras, los habitantes locales no confían en nosotras.

Barriss asintió.

—Los ciudadanos piensan que estamos de parte de los nómadas, y los nómadas temen que estemos del lado de los habitantes de la ciudad. Odio la política, Maestra Luminara —se echó una mano al costado—. Prefiero solucionar las diferencias con un sable láser. Es mucho más directo.

Su bello rostro irradiaba entusiasmo vital. Aún no había vivido lo suficiente como para acostumbrarse a lo nuevo.

—Es difícil convencer a bandos opuestos de lo correcto de tu razonamiento cuando ambos están muertos.

Tomaron una de las calles secundarias de Cuipernam, que bullía en un caos de comerciantes y ciudadanos de muchas especies galácticas distintas. Luminara hablaba mientras escrutaba no sólo la avenida, sino también los muros de edificios comerciales y residenciales que la flanqueaban.

—Cualquiera puede usar un arma, pero la razón es mucho más difícil de utilizar. Recuérdalo la próxima vez que sientas la tentación de solucionar diferencias con el sable láser.

—Apuesto a que toda la culpa es de la Federación de Comercio. Barriss se quedó mirando un puesto atestado de joyas: collares, pendientes, anillos, diademas, pulseras y córneas fosforescentes esculpidas a mano. Ese tipo de adornos personales les estaban prohibidos a los Jedi. Uno de sus Maestros les explicó una vez que el brillo de un Jedi viene de dentro, y no de la acumulación de abalorios y cuentas.

Pero ese collar de pelo de searous y piedras incrustadas de pikach era precioso.

— ¿Qué has dicho, Barriss?

—Nada, Maestra. Sólo expresaba mi insatisfacción ante las constantes intrigas de la Federación de Comercio.

—Sí —asintió Luminara—, y del Gremio de Comerciantes. Cada día son más poderosos, siempre poniendo sus codiciosas manos en lugares en los que no son bienvenidos, aunque sus intereses inmediatos no estén involucrados. Aquí en Ansion apoyan abiertamente a las ciudades y pueblos agrupados como la Unidad de Comunidades, aunque la ley de la República garantiza los derechos de los grupos nómadas como los alwari de permanecer independientes de influencias externas. Sus costumbres no hacen sino complicar más una situación que ya es difícil —doblaron una esquina—. Es como en todas partes.

Barriss asintió.

—Todo el mundo recuerda el incidente de Naboo. ¿Por qué no realiza una votación el Senado para reducir sus concesiones comerciales? Eso sí que les daría una lección.

Luminara trató de no sonreír. Juventud inocente. Barriss tenía buenas intenciones y era una gran pádawan pero no controlaba bien los asuntos de gobierno.

—Está muy bien hablar de moral y de ética, Barriss, pero hoy en día es el comercio lo que realmente regula la República. En ocasiones el Gremio de Comerciantes y la Federación de Comercio actúan como gobiernos distintos. Muy inteligente por su parte, por cierto.

Su expresión se torció.

—Tan aduladores y zalameros ante los emisarios del Senado, emitiendo una sarta de protestas de inocencia: ese Nute Gunray en especial es más repugnante que una lombriz notoniana. El dinero es poder y el poder compra votos. Sí, incluso en el Senado de la República. Y cuentan con poderosos aliados —sus pensamientos se tornaron sombríos—. No se trata sólo de dinero. La República es un mar sembrado de malas corrientes. El Consejo Jedi teme que la insatisfacción generalizada con el estado político actual dé lugar a la secesión categórica de muchos planetas.

Barriss caminaba firme junto a su Maestra.

—Al menos todo el mundo sabe que los Jedi están por encima de esos asuntos, y que no están a la venta.

—No, no están a la venta —Luminara se sumió aún más en sus preocupaciones.

Barriss se dio cuenta del cambio.

— ¿Hay algo más que os preocupe, Maestra Luminara? La otra mujer sonrió débilmente.

—Algunas veces uno oye cosas. Historias raras, rumores infundados.

Hoy en día esas historias parecen campar a sus anchas. Como la filosofía política del tal conde Dooku, por ejemplo.

Barriss siempre buscaba la ocasión para demostrar sus conocimientos, pero esta vez dudó antes de contestar.

—Creo que el nombre me suena, pero no lo asocio a ese título. ¿No es ése el Jedi que...?

Luminara se paró de pronto y con una mano detuvo a su compañera.

Sus ojos iban rápidamente de un lado a otro, y ya no parecía tan pensativa. Todos sus nervios estaban alerta, todos sus sentidos se hallaban en tensión. Antes de que Barriss pudiera preguntar por la razón de esta reacción, la Jedi empuñó su sable láser, activado y completamente extendido ante ella. Sin mover la cabeza, lo elevó a una posición de desafío. Barriss sacó y activó su propia arma ante la actitud de su Maestra, y buscaba ansiosa la causa del problema. Pero no veía nada, así que dirigió una mirada inquisitiva a la mujer.

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