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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (5 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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— ¿Tú sabes eso? Si tienes acceso a una información tan restringida supongo que no te será difícil eliminar a un par de Jedi y sus pádawan. —No lo será —coincidió Soergg—si consigo la ayuda adecuada. ¿No podéis enviarme a los individuos adecuados?

Shu Mai negó con la cabeza.

—Tengo instrucciones estrictas de no realizar acciones que pudieran atraer aún más la atención del Consejo Jedi. Y enviar a alguien de fuera sería ese tipo de actuación. Nuestro amigo recibiría una gran presión para justificar ese movimiento. Tendrás que conformarte con lo que puedas encontrar allí. Me aseguraron que eras capaz de hacerla, por eso recibiste el encargo.

—Es que no es nada fácil —se quejó Soergg con amargura.

La presidenta del Gremio de Comerciantes se acercó lo suficiente al holoreceptor como para que su rostro ocupara toda la imagen.

—Si quieres hacemos una cosa, hutt. Nos cambiamos el puesto. Yo me encargo de esos mediocres Jedi y tú te vienes aquí y te las ves con el que yo tengo que tratar.

Soergg se lo pensó, pero tampoco mucho. Los hutt no habían llegado a donde estaban haciendo el tonto precisamente. Por otra parte, siempre quedaba la posibilidad de saltarse a Shu Mai en caso de que se pusiera demasiado pesada. Se podía pasar por encima de ella.

¿Pero era eso lo que Soergg quería? No estaba seguro de querer conocer al que estaba detrás del Gremio de Comerciantes, al menos no en persona.

***

—Percibo agitación, ansiedad y hostilidad —dijo Obi-Wan.

Anakin le seguía diligente mientras el Jedi se abría paso hacia el Consejo de la ciudad de Cuipernam, donde se iban a reunir formalmente por primera vez con diputados de la Unidad de Comunidades, la entidad política un tanto etérea que representaba a las diseminadas ciudades-estado de Ansion, y que era lo más parecido a un gobierno planetario en aquel mundo. El mismo gobierno planetario, recordó Obi-Wan, que amenazaba con separarse de la República, y como consecuencia, arrastrar a docenas de sistemas con él.

Luminara asintió.

—Es decir, una banda de políticos histéricos —miró a Barriss—. Hay ciertas constantes que permanecen invariables en toda la galaxia, querida. La velocidad de la luz, el movimiento de los muones y la incapacidad de los políticos de comprometerse con algo que exija un mínimo de responsabilidad personal.

Como de costumbre, la pádawan escuchó atentamente antes de contestar.

— ¿Y cómo les convenceremos de lo correcto de las acciones del gobierno galáctico y que es mejor para sus intereses permanecer en la República?

—A veces parece que el dinero es lo único que funciona —dijo Obi-Wan en tono sardónico—. Pero independientemente de lo que esté ocurriendo ahora mismo en el Senado, ésa no es la forma de obrar de un Jedi. Al contrario que los políticos, nosotros no podemos comprar la lealtad de esta gente con promesas de ayuda financiera y elaborados proyectos de desarrollo. En lugar de eso, nos limitamos a utilizar la razón y el sentido común. Si todo sale bien responderán con tanto entusiasmo como lo harían ante un fajo de billetes.

No había necesidad de que los guardias o consejeros les anunciaran a los representantes de la asamblea. Les esperaban. El Consejo era bastante impresionante para ser de Cuipernan: elevado y extenso, con las cornisas el segundo piso decoradas con escenas de la historia de Ansion en cuarzo tintado. Sin duda su cometido era impresionar a los ciudadanos que acudían a hacer sus peticiones. En Coruscant no hubiera llamado la atención ni del viajero más curioso, pensó Obi-Wan. La diferencia de escala y apariencia no le hizo sentir más grande ni más importante que los habites locales. Al comienzo de su entrenamiento ya empezó a darse cuenta de que los logros físicos no eran significativos ni importantes. Cualquiera podía comprar ricas vestiduras y preciosas joyas, o vivir en a gran casa y tener sirvientes orgánicos y mecánicos. Pero la sabiduría era mucho más difícil de adquirir.

Sin embargo, los cuatro visitantes miraban con admiración a su alrededor cuando recibieron a la hembra que vino a saludarles formalmente. Siete delegados les aguardaban sentados en una gran mesa de una sola pieza de madera de xell violácea. Había dos humanos, cuatro ansionianos y un armalat.

Luminara estudió a los ansionianos cuidadosamente. La especie dominante en Ansion era de tamaño algo parecido al humano, y mucho más esbelta y ágil. Tenían la piel amarillenta, casi dorada y ambos sexos carecían de pelo, excepto por una sorprendente cresta de unos quince centímetros de ancho que empezaba en la frente y les llegaba hasta el final de la columna y acababa en una cola de unos quince centímetros de largo, cuyo color variaba de un espécimen a otro, y la tenían cuidadosamente peinada bajo sus cálidos ropajes. Sus grandes ojos de pequeñas pupilas negras solían ser rojos, aunque variaban en ocasiones a colores más claros, como el amarillo, y rara vez al malva. Los numerosos dientes eran visiblemente afilados. Aunque los ansionianos eran omnívoros, comían más carne que los humanos. Sobre todo, carne de alwari.

Por supuesto, no había nadie en la cámara que representara los intereses de los nómadas. Evitaban las zonas pobladas y preferían la vida al aire libre, en las inmensas praderas que poblaban la extensa geografía de Ansion. Tras milenios de constantes conflictos entre nómadas y ciudadanos, parecía que las diferencias se habían resuelto y una paz relativa reinaba desde hacía doscientos años locales. Pero las exigencias de la República amenazaban con quebrar el frágil equilibrio y arrastrar por completo a Ansion fuera del gobierno galáctico.

Los nómadas deseaban permanecer bajo el gobierno republicano.

Pero los ciudadanos, aplastados por el peso de la enorme cantidad de normas procedentes de Coruscant, empezaban a ver con buenos ojos el nuevo movimiento secesionista. Esto hacía surgir roces en la relación entre nómadas y urbanistas. Pero si se conseguía reconciliar estos puntos de vista opuestos, Ansion se quedaría en la República, se dijo Luminara. No hay más que retroceder en la historia para ver que los pequeños conflictos suelen expandirse más allá de sus fronteras. Era probable que ninguna de las partes en disputa fuera realmente consciente de las consecuencias que estaban en juego. El creciente enfrentamiento entre ambos bando tenía ramificaciones galácticas.

Los acontecimientos de Ansion no sólo eran seguidos de cerca por aquellos unidos por pactos o tratados formales al planeta. Debido a su ubicación estratégica y a las innumerables alianzas que ostentaba, Ansion era una pieza clave de la República. Sólo hay que extraer una pequeña pieza de una represa a pleno rendimiento para provocar una inundación.

Un ansioniano se levantó e hizo un gesto a modo de saludo local. Luminara observó que los otros delegados no se levantaron.

—Soy Ranjiyn, Al igual que mis colegas, represento a la Unidad de Comunidades de Ansion.

Luminara sabía que la mayoría de los ansionianos sólo utilizaban el nombre. Su cresta lucía unas rayas blancas y negras. Comenzó a presentar a sus colegas. No era necesario ser un Maestro en la Fuerza para percibir su hostilidad. Cuando acabaron las presentaciones añadió: —Nosotros, las ciudades de Ansion, os damos la bienvenida, representantes del Consejo Jedi, y ponemos a vuestra disposición toda la hospitalidad y cooperación que podamos ofreceros.

Bonitas palabras, pensó Anakin. El Maestro Obi-Wan se había pasado gran parte de su tiempo intentando satisfacer la curiosidad de su pádawan en materia de política. Una de las primeras cosas que aprende un estudiante de esta odiosa materia es que las palabras son la moneda de cambio más barata de los políticos y, por tanto, la emplean constantemente.

Pero Luminara ya estaba respondiendo. Era bastante peculiar para ser una Jedi, pensó el joven. A veces podía ser tan amenazante como Obi-Wan, pero por lo menos era mucho más amable y abierta que su repelente pádawan Barriss.

—En nombre del Consejo Jedi, Obi-Wan Kenobi y yo, Luminara Unduli, os damos las gracias en nuestro nombre y en el de nuestros pádawan, Anakin Skywalker y Barriss Offee - tomaron asiento en el lado opuesto de la preciosa mesa frente a sus anfitriones-. Como ya saben, estamos aquí para mediar en el conflicto entre los habitantes de la ciudad de su mundo y los nómadas alwari.

—Por favor —un hombre alto y de aspecto digno hizo un gesto de desprecio—. Nada de subterfugios Jedi. Todos sabemos que están aquí para hacer cualquier cosa en su poder por evitar la secesión de Ansion de la República. Los enfrentamientos locales a los que hacéis alusión no preocupan en absoluto al Consejo Jedi —sonrió confiado—. De ninguna manera habrían enviado cuatro representantes para manejar un asunto menor de carácter interno.

—Ningún asunto es menor para el Consejo —respondió Obi-Wan—.

Queremos que todos los habitantes de la República disfruten de la paz, donde quiera que estén, sea cual sea su especie o sus costumbres y estilo de vida.

— ¡Disfrutar! —una ansioniana con rayas verticales en la cara y un ojo de un marrón nublado sacó una pila de discos de datos del tamaño de un ladrillo de debajo de la mesa y los arrojó a la pulida superficie—. ¡Estilo de vida! ¿Sabes lo que es esto, Jedi? —antes de que Obi-Wan o Luminara pudieran responder, les dijo: —Es la última actualización bimensual política procedente del Senado de la República. Sólo la última —señaló el enorme montón como si fuera una asquerosa criatura marina que hubiera caído muerta ahí mismo y se hubiera empezado a pudrir—. Sólo los datos anuales contienen más información que la biblioteca de la ciudad. Cumplimiento, adhesión y obediencia: eso es lo que le interesa al Senado ahora mismo. Eso, y un trato comercial preferente para ellos mismos y aquellos a quienes representan. La antaño gran República Galáctica ha decaído gracias a los burócratas y funcionarios que sólo buscan engrandecerse y avanzar, no la justicia o el juego limpio.

—La evidente predilección del Senado por los alwari es una clara prueba de ello —declaró otra ansioniana—. El senador Mousul nos mantiene bien informados.

—El Senado no favorece a ningún grupo étnico o social —enunció Luminara—. Ese principio básico está entre los pilares del derecho fundador de la República y permanece invariable.

—Yo estoy de acuerdo con la delegada —dijo Obi-Wan lentamente. Todos dirigieron miradas de sorpresa al Jedi. Hasta la propia Luminara.

—Disculpad a mis oídos —murmuró Ranjiyn—, pero, ¿habéis dicho que estáis de acuerdo con Kandah?

Obi-Wan asintió.

—Negar que hay problemas en el Senado y en la burocracia sería como negar que las estrellas laten. Es cierto que hay confusión y desacuerdo. Y es cierto que hay conflictos burocráticos —alzó la voz levemente, pero no de una forma normal. Estaba llena de energía controlada—, Pero la ley de la República permanece pura e inviolable. Mientras que los seres participantes sean fieles a eso, todo irá bien en la galaxia —su mirada se clavó en Kandah—. Y en Ansion.

Tolut el armalat estaba sentado en un extremo porque sus enormes piernas no cabían bajo la mesa. Se levantó y señaló a Obi-Wan con uno de sus tres rollizos dedos.

— ¡Ofuscación Jedi! —observó con sus pequeños ojos rojos a sus compañeros—. ¿No veis a lo que está llevando esto ni lo que se pretende? Intentan engañamos con palabras inteligentes. Seguro que piensan que todos los ansionianos somos unos catetos rurales.

Se inclinó sobre la mesa, apoyando los nudillos de sus poderosas manos en la suave madera purpúrea, que a pesar de su solidez crujió baje el peso de cientos de kilos.

— ¿Maestros de la Fuerza decís que sois? Maestros de las tretas y las trampas, digo yo. ¡Engaño Jedi!

—Por favor, Tolut —Ranjiyn intentó calmar a su enorme y nervioso colega—. Muestra un poco de respeto por la Fuerza, ya que no lo tienes por nuestros visitantes. Aunque estemos en desacuerdo, aún podemos…

— ¡Agh! La Fuerza. Os alucina y os intimida la tontería ésta de 1a Fuerza —sacudió sus dedos verdes hacia los silenciosos visitantes—. Son humanoides como vosotros. Seres vivos como yo. Sangran y mueren como cualquier criatura de carne y hueso. ¿Por qué seguir sufriendo bajo el peso de sus agobiantes normas? Sus funcionarios o están corruptos, o bien no conocen las necesidades de cada especie, o las dos cosas. Cuando un gobierno se convierte en una vieja criatura marina, se le debe tratar como tal —sus dientes gruesos y afilados brillaron—. La sacamos y la enterramos —se inclinó sobre la mesa y cogió la pila de discos que había traído Kandah, y la tiró a la pared desparramándolos por todas partes.

— ¡Regulaciones y restricciones! Lo que puede o no puede hacer la gente. Meras palabras, que por cierto no hemos escrito nosotros. A este movimiento de abandonar la República deberíamos de unimos, propongo yo y aquellos a los que represento. ¡Libertad para Ansion! Y si los alwari no se unen a nosotros, entonces les trataremos como lo hacíamos en el pasado.

Durante todo el discurso, los visitantes permanecieron callados. La mano de Anakin comenzó a dirigirse al sable láser, pero un amago de sonrisa de su Maestro bastó para detenerle. A Anakin le traía sin cuidado si Ansion permanecía o no en la República. Las intrincadas maquinaciones de la política galáctica seguían siendo un misterio para él. Aunque lo que le ponía furioso era el insulto que le habían dirigido a su Maestro. Pero se obligó a mantener la calma, porque su Maestro así lo deseaba.

Él sabía que Obi-Wan Kenobi era capaz de cuidarse solo.

El Caballero Jedi comenzó a levantarse, pero la atención de Anakin fue atraída hacia la mujer sentada a su lado.

—La Fuerza es algo sobre lo que no se habla a la ligera, mi enorme amigo —dijo Luminara al armalat—. Sobre todo alguien que no sabe de lo que está hablando.

Tolut volvió a ofrecer una amplia sonrisa con sus enormes y lisos dientes blancos y comenzó a rodear la mesa. Barriss y Anakin se empezaron a poner nerviosos, pero Obi-Wan se mantuvo indiferente ante el enorme armalat que se acercaba. Una ligera sonrisa cruzaba su cara. Luminara se levantó y se alejó de la silla.

— ¿Creéis que los Jedi sois los únicos que conocéis la Fuerza? —Tolut se rió mirando a sus colegas—. Cualquiera puede aprender, sólo hay que practicar.

Levantó su manaza y dirigió un gesto hacia la mesa. Una de las jarras de cristal que contenían el agua para aplacar la sed de los participantes comenzó a temblar, y entonces se elevó medio metro por encima de la superficie. Sus mejillas se llenaron de grandes gotas de sudor brillante. Y sonrió triunfante a sus amigos.

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