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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (6 page)

BOOK: La llegada de la tormenta
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— ¿Lo veis? Con práctica y voluntad se puede hacer cualquier cosa que haga un Jedi. No hay razón para sorprenderse.

—Por el contrario —dijo Luminara—, el conocimiento siempre es fuente de sorpresas.

Ella no alzó la mano. No tenía que hacerlo.

La jarra dejó de temblar y se detuvo. Luminara se concentró en el objeto, que subió hasta el techo. Los delegados lo miraban fijamente fascinados. Vivían en un planeta secundario por lo que nunca habían tenido la oportunidad de observar la manipulación Jedi de la Fuerza.

La jarra se movió por el techo como un pájaro de cristal hasta situarse justo sobre el armalat. Con una mueca de disgusto, la criatura comenzó a gesticular frenéticamente en dirección al objeto, que no se movió ni un ápice. No sirvió de nada.

Como si un experto camarero estuviera manipulándola, la jarra se giró de pronto y roció su congelado contenido sobre el frustrado alienígena. Se secó los ojos con las manos y se acercó a la tranquila Jedi. Barriss fue a coger su sable láser, pero su Maestra la tranquilizó, al igual que hizo Obi-Wan con su pádawan.

Una por una, las restantes jarras se elevaron de la mesa y rociaron el agua que contenían en el rostro de Tolut. Los que permanecían sentados y secos, comenzaron a reírse, los humanos con suaves sonidos, y lo ansionianos emitiendo bramidos continuos que desmentían sus nervudas apariencias. La tensión que rodeaba la reunión como una fina tela de araña se desvaneció de pronto.

—Espero —dijo Luminara mientras se giraba y volvía a su sitio que nadie tenga sed ahora.

El alienígena empapado gruñó de forma amenazadora, pero expresión cambió súbitamente. Secándose el agua de la cara, de la boca y de sus ropajes de cuero, volvió a su silla y se sentó haciendo un ruidillo acuoso. Cruzó sus brazos del tamaño de un torso humano sobre el pecho, y asintió lentamente mirando a la mujer responsable de su mojada humillación.

—Tolut es importante entre los suyos. No siempre habla tan bien.

Pero importante no siempre quiere decir estúpido. Tolut sabe reconoce sus errores. Sé reconocer el poder. Me equivoqué con las habilidades Jedi.

Luminara le dedicó una sonrisa de amabilidad.

—No es vergonzoso admitir que no se sabe todo. Es una muestra de sabiduría, que es un talento mucho más preciado que la fuerza física, o la capacidad de influir en la Fuerza. Tu actitud es elogiable, no condenable —inclinó levemente la cabeza—. Te felicito por la agudeza de tu comentario.

Tolut dudó un momento de si la Jedi se estaba riendo de él. Cuando se dio cuenta de que el cumplido era sincero y que provenía del corazón, su actitud se suavizó considerablemente.

—Quizá la Unidad pueda colaborar con vosotros —por un momento, la hostilidad que había mostrado al principio amenazó con volver a pesar de la lección que acababa de aprender—. Pero trabajar con los alwari es otra cosa.

Obi-Wan se volvió para susurrar a Anakin.

—Y eso, mi joven pádawan, es una demostración de lo que se conoce como diplomacia dinámica.

Skywalker asintió. —Tomo nota.

Examinó el tranquilo y bello rostro de Luminara Unduli. Ni siquiera se fijó en la expresión de “te lo dije” de Barriss. Su gesto se parecía a una sonrisa.

Ranjiyn se secaba las últimas lágrimas producidas por la risa mientras intentaba recuperar el tono serio que tenía la reunión antes del incidente acuoso.

—No importa lo que hagan, por muchos truquitos que intenten no conseguirán convencer a los alwari de que compartan con nosotros la explotación de las praderas. Y ésa es la única condición que exige la Unidad para permanecer en la República, que se nos trate a todos por igual en todo el planeta, y no como a un pueblo confinado para siempre en nuestras ciudades. Tal y como está la situación ahora mismo, los nómadas controlan la gran mayoría del territorio, y nosotros las ciudades. Si van a acudir con quejas al Senado cada vez que intentamos ampliar nuestros dominios, entonces será mejor que nos escindamos de la República y de sus interminables y pestilentes normas y reglas.

—En mi opinión, eso daría lugar a una guerra civil interminable —dijo Anakin. Miró a Obi-Wan un instante y añadió:

—O por lo menos una especie de conflicto continuo entre nómadas y ciudadanos.

—Sería perjudicial para ambos bandos —continuó Barriss percibiendo la mirada de aprobación de Luminara.

El humano alto y anciano hizo un gesto de resignación.

—Cualquier cosa es mejor que vemos obligados a arrodillamos bajo el peso de unas normativas que tardan un siglo sólo en ser aprobadas por el comité. Unos amigos nos han asegurado que si anunciáramos nuestra escisión de la República, la ayuda que nosotros requerimos, y no la que ofrece el Senado, llegaría de inmediato.

— ¿Qué amigos? —preguntó Obi-Wan distraídamente. Su tono hacía ver que no mostraba especial interés, pero Anakin sabía la verdad, podía percibir una ligera tensión en la actitud de su Maestro.

Pero nunca supieron si el ansioniano percibió esa tensión, y si lo hizo tampoco dio nombres.

Luminara interrumpió el silencio.

—Cualquier cosa es mejor, menos la paz —miró a cada uno de lo escépticos delegados uno por uno—. Como representantes del Consejo Jedi tenemos una propuesta que hacerles. Si conseguimos que los alwari accedan a compartir el dominio de la mitad o más de los territorios de las praderas que controlan actualmente, y les permitan desarrollar explotaciones de los recursos que encuentren, ¿aceptaría el pueblo de la Unidad permanecer bajo las leyes de la República, con las que siempre ha convivido, y olvidar toda esta peligrosa historia de la secesión?

Ante esta inesperada oferta, los delegados se reunieron a murmurar entre ellos, y por sus tonos y expresiones se adivinaba que no habían considerado la posibilidad de semejante oferta.

Mientras susurraban, Obi-Wan se acercó a su compañera y le susurró. —Prometes demasiado, Luminara.

Ella se ajustó la capucha retirada del manto.

—Pasé cierto tiempo antes de venir a Ansion estudiando la historia de sus pueblos. Hay que hacer algo extremo para quebrar este caos sociopolítico. Es la única forma de que este pueblo piense en otra cosa que en abandonar la República —sonrió—. Pensé que la oferta de una oportunidad comercial enorme y nueva les haría reaccionar.

Obi-Wan examinó a los delegados, que deliberaban en voz baja. La animación de sus expresiones y gestos era auténtica, y no una mera demostración para contentar a sus cuatro visitantes.

—Parece que lo has conseguido —le dedicó un sonrisa cómplice que a ella le comenzaba a resultar más familiar—. Pero claro, si aceptan, no habrás puesto en la difícil situación de tener que cumplir.

—La Maestra Luminara siempre cumple sus promesas —la voz de Barriss tenía cierto tono de molestia.

—No lo dudo en absoluto —Obi-Wan miró tolerante a la pádawan—.

Lo que me preocupa es que estos fraccionados, incontables y beligerantes nómadas que se denominan alwari acepten los términos de la propuesta.

Luminara interrumpió la conversación señalando a los delegados, que habían terminado sus conversaciones y volvían a tomar sus asientos frente a los visitantes.

—Nadie duda de que conseguir que los alwari se sometan a semejante acuerdo cambiaría de raíz el panorama social de Ansion —ahora era la tercera representante la que hablaba, una hembra llamada Induran—. Y si se consigue la firma del tratado, sin duda cambiaría la opinión de aquellos que consideran que permanecer en la República no les beneficia en absoluto —sus grandes y convexos ojos miraban fijamente a los Jedi—. Pero la posibilidad de que los alwari nos tiendan la mano para pactar nos parece extremadamente difícil.

El antes reacio Tolut salió ahora en defensa de los visitantes.

—Si pueden conseguir que llueva en una habitación, no creo que les resulte imposible entablar un diálogo racional con los alwari.

Luminara sonrió ante la reacción del alienígena. Podía ser algo conflictivo, pero era capaz de ser lo suficientemente flexible como para cambiar su opinión en función de hechos probables. Y eso era más que lo que se podía decir de sus compañeros humanos y ansionianos, aunque comenzaban a recapacitar. Se podía percibir un cambio sutil en la atmósfera mental de la sala. Era como si, a pesar de estar hartos de las complejas obras y la burocracia opresiva de la República, quisieran creer en ésta. Dependía de ella y de Obi-Wan, junto con sus respectivos pádawan, terminar de convencer a los miembros de la delegación.

Ahora todo apuntaba a conseguir la total cooperación de los nómadas alwari. Algo le dijo que iba a ser algo más que sentarse en una cómoda habitación y hacer trucos con jarras de agua.

— ¿Cómo encontraremos a los alwari? —preguntó Anakin impaciente. Luminara le observó con los ojos entrecerrados. La Fuerza estaba muy presente en él, y contaba con otros potenciales. Aunque le conocía poco, sabía que Obi-Wan no tomaba por pádawan a alguien que no prometiera despuntar. Él era el único Jedi que podría manejar semejante tozudez y pulir aquel diamante en bruto hasta convertirlo en un auténtico Jedi. Las palabras del pádawan no tenían nada de malo, y su intervención tampoco. Pero había una fina línea entre su confianza y la cabezonería, entre la seguridad y la arrogancia. Desvió un poco la mirada a la derecha y pudo percibir que Barriss desaprobaba visiblemente a su compañero, pero la chica jamás diría nada, a no ser que Skywalker la provocara. Barriss era tímida por naturaleza, pero no era fácil intimidarla. Y menos otro pádawan.

Ranjiyn no dudó.

—Dirigíos al Este. o al Oeste. o a cualquier parte. Alejaos de la civilización, dejad atrás las ciudades —hizo un amago de sonrisa ansioniana—. Encontrareis a los alwari. o ellos os encontrarán a vosotros. Me encantaría estar allí para veros intentando razonar con ellos. Sería algo digno de ver. —Digno de ver —coincidió Tolut con un gruñido.

Luminara y Obi-Wan se levantaron. El diálogo había terminado. —Conocéis nuestra reputación —dijo Obi-Wan—. La hemos demostrado muchas veces. Esto no será diferente. Tratar con vuestros alwari no puede ser más frustrante que intentar negociar los patrones de tráfico de Coruscant —su expresión se torció ante el recuerdo de su última visita. La verdad es que le daba igual la circulación en el interior de la ciudad.

La mención de la confusión urbana solidificó aún más la creciente, aunque algo reacia, relación que se había creado entre delegados y visitantes, y era precisamente la razón por la que hizo ese comentario. Concluida la negociación, los visitantes y los delegados charlaron amigablemente durante una hora, y ambas partes agradecían el poder conocer más del otro bando a un nivel personal y sin formalidades. Especialmente Tolut, que ya estaba seco, dedicaba miradas de admiración a Luminara, y ella toleraba la cercanía del enorme delegado sin preocuparse por nada. En el transcurso de su carrera se había visto obligada a hacer amistad con seres bastante más repugnantes.

Luminara seguía sus propias conversaciones mientras observaba la capacidad de Obi-Wan de hacer sentir bien a los demás. A pesar de su gran experiencia y de sus probadas habilidades, la suya era una personalidad que nadie consideraba amenazante. Su tono de voz era sereno, y sus palabras eran como un masaje terapéutico. Si no hubiera sido Jedi, habría sido una gran baza para el cuerpo diplomático.

Pero eso hubiera significado una carrera al servicio de la burocracia que tanto odiaban y que daba como resultado los tropiezos y meteduras de pata que ambos estaban allí para resolver.

Barriss lo estaba haciendo muy bien para ganar se a Ranjiyn y al viejo humano, y Anakin desplegaba un halo de seguridad ante la otra humana. La mujer escuchaba con atención, con más atención de la que Luminara habría podido esperar. Le hubiera gustado escuchar lo que decía, pero ella tenía que ganarse a Tolut y a la desconfiada Kandah. Y de cualquier manera, si Anakin necesitaba control, ése era el trabajo de Obi-Wan.

Ojala el éxito de la misión consistiera tan sólo en escoger las frase: adecuadas, pensó. Por desgracia, había estado involucrada en demasiados conflictos de numerosos mundos sin ley como para creer que el problema de Ansion se resolvería con meras palabras bien elegidas.

***

La delegada Kandah, de la Unidad de Comunidades que representaba a los ciudadanos de Ansion, esperaba impaciente en un callejón oscuro. A la entrada se veían las luces de la calle Songoquin, con sus vendedores ambulantes y las patrullas de reconocimiento. Los enormes ojos propios de su raza hacían que se sintiera cómoda moviéndose incluso en noches de luna nueva, pero en aquel oscuro callejón, con una única salida, hasta un ansioniano desearía una iluminación un poco más abundante.

— ¿Qué tienes para mí? —ella reconoció la voz inmediatamente, pero no pudo evitar asustarse al oírla de repente viniendo de la oscuridad—. ¿Qué ha ocurrido en la reunión de los visitantes y los de la Unidad?

—Ha ido demasiado bien. —No conocía la identidad de su contacto, y mucho menos su nombre. Ni siquiera estaba segura de que fuera masculino. No es que le importara. Lo que sí era importante es que pagaba bien, sin retrasos y con créditos auténticos—. La delegación se mostró desconfiada y escéptica al principio. Yo hice lo que estuvo en mi mano para sembrar el descontento y la confusión, pero los Jedi saben utilizar tan bien las palabras como la Fuerza. Seguro que han convencido al tonto del armalat para que vote por ellos, aunque los otros aún dudan.

Entonces le describió detalladamente el resto del encuentro.

— ¿Los Jedi van a convencer a los alwari de que permitan la exploración y el desarrollo de la mitad de las tierras tradicionalmente nómadas? —una risa incrédula surgió de la oscuridad—. ¡Ésta sí que es buena! No tienen ni la menor posibilidad, por supuesto.

—Yo también hubiera pensado eso —susurró ella —hasta que les he conocido y he visto cómo operan. Son sutiles y astutos.

La voz dudó antes de responder.

— ¿Me estás diciendo que crees que tienen posibilidades de garantizar ese pacto con los alwari?

—Lo que digo es que son Jedi de verdad, y no estoy cualificada para decir lo que conseguirán o no. Pero yo no apostaría en su contra... en nada. —Los Jedi son famosos por su forma de luchar, no de hablar —dijo la voz incómoda.

— ¿Ah, sí? —Kandah recordó más cosas de la conferencia—. Estos Jedi y sus pádawan son la diplomacia hecha solidez. Por lo que dices, no creo que hayas visto nunca a un Jedi en acción, ¿a que no?

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