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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, Policíaco, Teatro

La ratonera (6 page)

BOOK: La ratonera
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MOLLIE.—
(Cantando.)

«Tres ratones ciegos.
Mirad cómo corren,
corren todos tras la mujer del granjero…»

Oh, es horrible.

GILES.—¿Dice que había tres niños y que uno murió?

TROTTER.—Sí. Murió el más pequeño: un chico de once años.

GILES.—¿Qué fue de los otros dos?

TROTTER.—A la chica la adoptaron. No hemos podido dar con su actual paradero. El chico mayor tendría ahora unos veintidós años. Desertó del ejército y no se ha sabido más de él. Según el psicólogo militar, era un caso claro de esquizofrenia.
(Explicando.)
Es decir, estaba algo mal de la cabeza.

MOLLIE.—¿Creen que fue él quien mató a mistress Lyon… quiero decir a mistress Stanning?
(Se aproxima a la butaca del centro.)

TROTTER.—Sí.

MOLLIE.—¿Y que es un maníaco homicida
(Se sienta.)
y se presentará aquí y tratará de matar a alguien? Pero… ¿por qué?

TROTTER.—Eso es lo que debo averiguar de ustedes. Según el superintendente, tiene que haber alguna relación.
(Se dirige a Giles.)
¿Dice usted, señor, que nunca ha tenido nada que ver con el caso de Longridge Farm?

GILES.—En efecto.

TROTTER.—¿Y lo mismo dice usted, señora?

MOLLIE.—
(Azarándose.)
Yo… no… quiero decir que ninguna relación.

TROTTER.—¿Qué me dicen del servicio?

(Mistress Boyle da muestras de desaprobación.)

MOLLIE.—No tenemos sirvientes.
(Se levanta y da unos pasos.)
Eso me recuerda algo. ¿Le importaría, sargento Trotter, que me fuera a la cocina? Si me necesita, allí me encontrará.

TROTTER.—Me parece muy bien, mistress Ralston.

(Mollie abandona la sala. Giles se dispone a seguirla pero el sargento Trotter se lo impide al hablarle.)

¿Harán el favor de darme todos su nombre?

MRS. BOYLE.—Esto es ridículo. No somos más que huéspedes de esta especie de hotel. Llegamos ayer mismo. No tenemos que ver nada con este lugar.

TROTTER.—Pero tenían pensado venir aquí y reservaron habitación por adelantado, ¿no es así?

MRS. BOYLE.—Pues, sí. Todos salvo mister…
(Vuelve los ojos hacia Paravicini.)

PARAVICINI.—Paravicini.
(Da unos pasos.)
Se me atascó el coche en la nieve.

TROTTER.—Entiendo. Lo que trato de decirles es que tal vez alquien que les vaya siguiendo supiera que vendrían aquí. Bien, sólo hay una cosa que deseo saber y deseo saberla en seguida. ¿Quién de ustedes tiene alguna relacion con el asunto de Longridge Farm?

(Hay un silencio sepulcral.)

¿Saben que no se están comportando sensatamente? Uno de ustedes corre peligro… peligro de muerte. Necesito saber de quién se trata.

(Sigue el silencio.)

Muy bien, se lo preguntaré de uno en uno.
(Se dirige a Paravicini.)
Usted será el primero, ya que, según parece, llegó aquí más o menos por casualidad, míster Pari…

PARAVICINI.—Para… Paravicini. Pero, mi querido inspector, no sé nada, pero nada de todo lo que ha estado hablando. Soy extranjero en este país. No sé nada de los asuntos locales que ocurrieron hace años.

TROTTER.—
(Levantándose y aproximándose a mistress Boyle.)
¿Mistress…?

MRS. BOYLE.—Boyle. No comprendo cómo… La verdad, me parece una impertinencia… ¿Se puede saber qué relación iba a tener yo con tan lamentable asunto?

(El mayor Metcalf la mira atentamente.)

TROTTER.—
(Mirando a miss Casewell.)
¿Miss…?

MISS CASEWELL.—
(Hablando despacio.)
Casewell. Leslie Casewell. Nunca había oído hablar de Longridge Farm y no sé nada del asunto.

TROTTER.—
(Acercándose al mayor Metcalf.)
¿Usted, señor?

MAYOR METCALF.—Metcalf… mayor. Me enteré del caso por los periódicos de la época. A la sazón estaba destinado en Edimburgo. No tengo ninguna relación personal con el mismo.

TROTTER.—
(Dirigiéndose a Christopher.)
¿Y usted?

CHRISTOPHER.—Christopher Wren. En aquel tiempo yo era un niño. No recuerdo nada del caso.

TROTTER.—
(Acercándose a la mesita del sofá.)
¿Eso es todo lo que tienen que decirme?

(Hay un silencio.)

(Dando unos pasos hacia el centro.)
Bien, si alguno de ustedes muere asesinado, será por su propia culpa. Vamos a ver, míster Ralston, ¿puedo echar un vistazo a la casa?

(Trotter y Giles abandonan la sala. Paravicini se sienta delante del ventanal.)

CHRISTOPHER.—
(Levantándose.)
¡Qué melodramático, queridos míos! Es muy atractivo, ¿verdad?
(Se acerca a la mesa grande.)
¡Cómo admiro a la policía! Tan severos e inflexibles… ¡Qué emocionante resulta todo esto! «Tres ratones ciegos». ¿Cómo hace la melodía?
(Se pone a silbar o a tararearla.)

MRS. BOYLE.—¡Basta ya, míster Wren!

CHRISTOPHER.—¿No le agrada?
(Se aproxima a mistress Boyle.)
Pues es una sintonía… la sintonía del asesino. Imagínese cómo debe de gustarle a él.

MRS. BOYLE.—Bobadas melodramáticas. No me creo ni una sola palabra.

CHRISTOPHER.—
(Aproximándosele por detrás.)
Pues espere usted, mistres Boyle. Ya verá cuando me acerque sigilosamente por detrás y sienta mis manos en su garganta.

MRS. BOYLE.—Cállese…
(Se levanta.)

MAYOR METCALF.—Basta ya, Christopher. Es una broma de mal gusto. De hecho, no tiene ni pizca de gracia.

CHRISTOPHER.—¡Pues la tiene!
(Da unos pasos.)
Es sencillamente una broma, la broma de un loco. Por esto resulta tan deliciosamente macabra.
(Se acerca a la salida, vuelve la mirada atrás y se ríe.)
¡Si pudieran verse las caras!

(Christopher abandona la sala.)

MRS. BOYLE.—
(Acercándose a la salida.)
Este joven tiene unos modales singularmente malos. Es un neurótico.

(Mollie entra por la puerta del comedor y se queda en el umbral.)

MOLLIE.—¿Dónde está Giles?

MISS CASEWELL.—Haciendo de guía a nuestro policía.

MRS. BOYLE.—
(Acercándose a la butaca grande.)
Su amigo, el arquitecto, se ha estado comportando de una forma muy anormal.

MAYOR METCALF.—Hoy día los jóvenes parecen siempre muy nerviosos. Me imagino que con los años se le pasará.

MRS. BOYLE.—
(Sentándose.)
¿Nervios? No tengo paciencia para con la gente que se queja de tener nervios. Lo que es yo, no los tengo.

(Miss Casewell se levanta y da unos pasos.)

MAYOR METCALF.—¿No? Pues quizá sea una suerte para usted, mistress Boyle.

MRS. BOYLE.—¿Qué quiere decir?

MAYOR METCALF.—
(Dando unos pasos hacia el centro.)
Me parece que era usted uno de los magistrados que enviaron a los niños a Longridge Farm.

MRS. BOYLE.—Caramba, mayor, pero no se me puede hacer responsable de lo ocurrido. Según los informes de los asistentes sociales, los de la granja eran buena gente y ansiaban hacerse cargo de los pequeños. La solución parecía de lo más satisfactoria. Los pequeños tendrían leche y huevos frescos y podrían jugar al aire libre, que es muy saludable.

MAYOR METCALF.—Patadas, golpes, hambre y una pareja totalmente malvada.

MRS. BOYLE.—¿Pero cómo podía saberlo yo? Parecía un matrimonio tan educado…

MOLLIE.—Si, estaba en lo cierto.
(Se acerca a mistress Boyle y la mira fijamente.)
Era usted…

(El mayor Metcalf mira atentamente a Mollie.)

MRS. BOYLE.—Una trata de cumplir sus deberes públicos y lo único que recibe son insultos.

(Paravicini se ríe de buena gana.)

PARAVICINI.—Les ruego que me perdonen, pero todo esto me parece muy gracioso. Me lo estoy pasando la mar de bien.

(Sin dejar de reír, Paravicini se marcha a la salita de estar. Mollie se acerca al sofá.)

MRS. BOYLE.—¡Ese hombre me cayó mal desde el principio!

MISS CASEWELL.—
(Acercándose a la mesita.)
¿De dónde vino anoche?
(Coge un cigarrillo de la tabaquera.)

MOLLIE.—No lo sé.

MISS CASEWELL.—A mí me parece un chanchullero. Además se maquilla… con colorete y polvos. ¡Qué asco! Debe de ser muy viejo encima.
(Enciende el cigarrillo.)

MOLLIE.—Sin embargo, se mueve como un jovencito.

MAYOR METCALF.—Hará falta más leña. Iré por ella.

(El mayor Metcalf sale de la estancia.)

MOLLIE.—Ya es casi de noche y son sólo las cuatro de la tarde. Encenderé las luces.
(Se acerca al interruptor y enciende los apliques que hay encima de la chimenea.)
Así está mejor.

(Hay una pausa. Mistress Boyle mira nerviosamente a Mollie primero y luego a miss Casewell. Ambas la están mirando.)

MRS. BOYLE.—
(Recogiendo sus utensilios de escribir.)
¿Dónde habré dejado la pluma?
(Se levanta y cruza la sala.)

(Mistress Boyle entra en la biblioteca. Desde la salita de estar llegan las notas de un piano. Alguien está tocando «Tres ratones ciegos» con un solo dedo.)

MOLLIE.—
(Acercándose al ventanal para correr las cortinas.)
¡Qué horrible es esta cancioncilla!

MISS CASEWELL.—¿No le gusta? ¿Le recuerda su infancia quizás… una infancia desgraciada?

MOLLIE.—De niña fui muy feliz.
(Da unos pasos hacia la mesa grande.)

MISS CASEWELL.—Tuvo usted suerte.

MOLLIE.—¿Es que usted no fue feliz?

MISS CASEWELL.—
(Acercándose al fuego.)
No.

MOLLIE.—Lo siento.

MISS CASEWELL.—Pero ya ha pasado mucho tiempo. Una se rehace con el tiempo.

MOLLIE.—Supongo que sí.

MISS CASEWELL.—¿O quizás no? Es difícil saberlo.

MOLLIE.—Dicen que lo que te pasa cuando eres niña importa más que cualquier otra cosa.

MISS CASEWELL.—¡Dicen… dicen! ¿Quién lo dice?

MOLLIE.—Los psicólogos.

MISS CASEWELL.—¡Paparruchas! ¡Una sarta de malditas paparruchas! No puedo ver a los psicólogos y psiquiatras.

MOLLIE.—
(Dando unos pasos.)
En realidad nunca he tenido mucho trato con ellos.

MISS CASEWELL.—Tanto mejor para usted. Dicen tonterías y nada más que tonterías. La vida es lo que una quiere que sea. Hay que seguir adelante… sin mirar atrás.

MOLLIE.—No siempre se puede evitar mirar atrás.

MISS CASEWELL.—Bobadas. Es cuestión de fuerza de voluntad.

MOLLIE.—Tal vez.

MISS CASEWELL.—
(Con vehemencia.)
Yo lo sé.
(Da unos pasos hacia el centro.)

MOLLIE.—Me imagino que tiene usted razón…
(Suspira.)
Pero a veces pasan cosas que te hacen recordar…

MISS CASEWELL.—No ceda. Vuélvales la espalda.

MOLLIE.—¿Es eso lo que hay que hacer? No estoy segura. Tal vez sea una equivocación. Tal vez lo que una debería hacer es… afrontarlas.

MISS CASEWELL.—Depende de qué esté hablando.

MOLLIE.—
(Riendo brevemente.)
A veces no sé apenas de qué estoy hablando.
(Se sienta en el sofá.)

MISS CASEWELL.—
(Acercándose a Mollie.)
Nada del pasado me afectará… salvo de la forma en que yo quiera que me afecte.

(Giles y Trotter regresan a la sala.)

TROTTER.—Bien, todo está en orden arriba.
(Mira hacia la puerta del comedor, que está abierta, cruza la sala y entra en el comedor. Al poco, reaparece por la entrada de la derecha.)

(Miss Casewell entra en el comedor dejando la puerta abierta. Mollie se levanta y empieza a poner orden, arregla los cojines y luego se acerca a las cortinas. Giles se aproxima a ella. Trotter cruza la sala.)

(Abriendo la puerta de la izquierda.)
¿Qué hay aquí: la salita de estar?

(Mientras la puerta permanece abierta el sonido del piano se oye mucho más fuerte. Trotter entra en la salita y cierra la puerta. Al poco reaparece por la puerta de la izquierda.)

MRS. BOYLE.—
(En off.)
¿Le importaría cerrar esa puerta? Este lugar está lleno de corrientes de aire.

TROTTER.—Perdone, señora, pero tengo que hacerme una idea de cómo es la casa.

(Trotter cierra la puerta y se marcha escaleras arriba. Mollie da unos pasos por detrás de la butaca del centro.)

GILES.—
(Aproximándose a Mollie.)
¿A qué viene todo esto, Mollie?

(Trotter vuelve a aparecer al pie de la escalera.)

TROTTER.—Bien, con esto termina la inspección. Nada sospechoso Me parece que ahora mismo informaré al superintendente Hogben.
(Se dirige hacia el teléfono.)

MOLLIE.—
(Dando unos pasos.)
No podrá telefonear. La línea está cortada…

TROTTER.—
(Volviéndose bruscamente.)
¿Qué?
(Descuelga el aparato.)
¿Desde cuándo?

MOLLIE.—El mayor Metcalf intentó llamar poco después de llegar usted.

TROTTER.—Pues antes funcionaba. El superintendente Hogben pudo comunicarse con ustedes sin ninguna dificultad.

MOLLIE.—Sí, es cierto. Pero supongo que después las líneas se vendrían abajo con el peso de la nieve.

TROTTER.—No estoy tan seguro. Puede que alguien las haya cortado adrede.
(Cuelga el aparato y se vuelve hacia los presentes.)

GILES.—¿Cortarlas adrede? ¿Quién podría haberlo hecho?

TROTTER.—Míster Ralston… ¿Qué sabe usted de estas personas que se alojan en su casa de huéspedes?

GILES.—Yo… nosotros… en realidad no sabemos nada sobre ellas.

TROTTER.—Ah.
(Se acerca a la mesita de detrás del sofá.)

GILES.—
(Aproximándose a Trotter.)
Mistress Boyle nos escribió desde un hotel de Bournemouth; el mayor Metcalf desde una dirección de… ¿de dónde era?

MOLLIE.—De Leamington.
(Se acerca a Trotter.)

GILES.—Wren escribió desde Hampstead y miss Casewell desde un hotel de Kensington. En cuanto a Paravicini, como ya le hemos dicho, se presentó de repente anoche. De todos modos, supongo que todos tendrán cartilla de racionamiento o algún otro documento por el estilo.

TROTTER.—Ya me ocuparé de esto, desde luego. Aunque no hay que fiarse demasiado de esta clase de pruebas.

MOLLIE.—Pero aunque este… este maníaco esté tratando de llegar aquí y matarnos a todos… o a uno de nosotros, de momento estamos seguros. Gracias a la nieve. Nadie podrá llegar aquí hasta que se derrita.

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