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Authors: John Scalzi

La vieja guardia (5 page)

BOOK: La vieja guardia
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* * *

La prisa y la espera nos recibieron al llegar. Primero, en cuanto salimos del transbordador, dos funcionarios de la Unión Colonial nos informaron de que éramos los últimos reclutas y que nos esperaba una nave que partiría en seguida, así que por favor teníamos que seguirlos de prisa para que todo fuera según lo previsto. Entonces uno se puso a la cabeza y otro a la cola y, de manera bastante insultante, nos llevaron como si fuéramos ganado. Varias docenas de viejos ciudadanos recorriendo la estación hasta llegar a nuestra nave, la FDCS
Henry
Hudson.

Jesse y Harry se sentían claramente disgustados por semejante prisa; igual que yo. La Estación Colonial era enorme: casi dos kilómetros de diámetro (1.800 metros, en realidad), y era el único puerto de transporte, tanto para reclutas como para colonos. Ser conducido por ella sin poder detenerte y mirarla era como tener cinco años y que un padre con prisa te paseara por una tienda de juguetes en Navidad. Me apeteció tirarme al suelo y montar un numerito hasta salirme con la mía. Por desgracia era demasiado viejo (o alternativamente, no lo bastante viejo) como para conseguir nada con ese tipo de conducta.

Lo que vimos en nuestro recorrido a toda velocidad fue un aperitivo atrayente. Mientras nuestros funcionarios nos empujaban y tiraban de nosotros, pasamos una enorme zona de carga llena hasta los topes de lo que supuse eran paquistaníes o indios musulmanes. La mayoría esperaba pacientemente para entrar en las lanzaderas que los llevarían a las inmensas naves coloniales de transporte, una de las cuales era visible en la distancia, flotando ante el ventanal. Otros discutían con oficiales de la UC sobre una cosa u otra en un inglés con fuerte acento, consolaban a niños que estaban claramente aburridos, o rebuscaban en sus pertenencias algo de comer. En un rincón, un grupo de hombres estaba arrodillado sobre una zona alfombrada y oraba. Me pregunté brevemente cómo habían decidido dónde estaba La Meca a treinta y cinco mil kilómetros de altura, pero luego me empujaron para que avanzara y los perdí de vista.

Jesse me tiró de la manga y señaló a nuestra derecha. En una pequeña zona de descanso logré ver algo azul y con tentáculos que sujetaba un Martini. Alerté a Harry; se sintió tan intrigado que volvió atrás y miró, para gran disgusto del funcionario de cola, que empujó a Harry hacia el resto del rebaño con una expresión agria en la cara. Harry, en cambio, sonreía como un tonto.

—Un gehaar —dijo—. Se estaba comiendo unas alitas de pollo picantes cuando me asomé.
Repugnante.

Se echó a reír. Los gehaar eran una de las primeras razas alienígenas inteligentes que habían encontrado los humanos, en los días anteriores al monopolio sobre el viaje espacial de la Unión Colonial. Gente bastante simpática, pero comían inyectando ácido a su comida a través de docenas de finas cabezas tentaculares y luego sorbían ruidosamente la masa resultante por un orificio. Asqueroso.

Pero a Harry no le importaba. Había visto a su primer alienígena vivo.

Nuestra excursión terminó cuando nos acercamos a una bodega con las palabras
«Henry Hudson/Reclutas FDC»
brillando en una pantalla. Nuestro grupo, agradecido, tomó asiento mientras los funcionarios iban a hablar con un colonial que esperaba junto a la puerta de la lanzadera. Harry, que se veía a las claras que era muy curioso, se acercó al ventanal para mirar nuestra nave. Jesse y yo nos levantamos con esfuerzo y lo seguimos. Un pequeño monitor de información en el ventanal nos ayudó a encontrarlo entre el resto del tráfico.

La
Henry Hudson
no estaba en realidad atracada ante la puerta, claro; es difícil hacer que una nave interestelar de cien mil toneladas se mueva al compás de una estación espacial que gira. Como sucede con los transportes coloniales, mantenía una distancia razonable mientras los suministros, los pasajeros y la tripulación eran transportados por medio de lanzaderas y barcazas, mucho más manejables. La
Hudson
estaba estacionada a varios kilómetros de distancia sobre la estación, y no tenía el feo y funcional diseño de los transportes coloniales, sino que se trataba de una nave estilizada y plana, y, cosa importante, no era cilíndrica ni tenía forma de rueda. Se lo mencioné a Harry, quien asintió.

—Gravedad artificial completa —dijo—. Y estable en un campo grande. Muy impresionante.

—Creí que habíamos usado gravedad artificial al subir —dijo Jesse.

—Y lo hicimos —contestó Harry—. Los generadores de gravedad del transbordador aumentaban su potencia a medida que íbamos ascendiendo.

—Entonces ¿qué tiene de distinto usar gravedad artificial en una nave espacial? —insistió ella.

—Pues que es extremadamente difícil —explicó Harry—. Hace falta una enorme cantidad de energía para crear un campo gravitatorio, y esa cantidad de energía aumenta exponencialmente con el radio del campo. Lo más probable es que recurran a algún truco para originar campos múltiples más pequeños en vez de un solo campo grande. Pero incluso así, producir por ejemplo los campos de las plataformas de nuestro transbordador debió de necesitar mas energía que la que hace falta para iluminar tu ciudad natal durante un mes.

—No sé —dudó Jesse—. Soy de San Antonio.

—Bien. Pues entonces de su ciudad natal —dijo Harry, señalándome con el pulgar—. La cuestión es que es un gasto de energía increíble, y en la mayoría de situaciones en las que se requiere gravedad artificial, es más sencillo y mucho menos caro crear una rueda, hacerla girar y dejar que la gente y las cosas se peguen al borde interior. Cuando empieza a dar vueltas, sólo hace falta añadir una energía adicional mínima al sistema para compensar la fricción, mientras que crear un campo gravitatorio artificial necesita un flujo constante y significativo de energía.

Señaló a la
Henry Hudson.

—Mirad, hay una lanzadera junto a la
Hudson.
Usándola como escala, yo diría que la
Hudson
tiene doscientos cuarenta metros de largo, sesenta de manga y cuarenta y cinco de eslora. Crear un campo gravitatorio artificial alrededor de esa nave, sin duda dejaría sin luz a San Antonio. Incluso con campos múltiples, sería una merma descomunal de energía. Así que o bien tienen una fuente que puede mantener la gravedad en marcha además de todos los demás sistemas de la nave, como la propulsión o el soporte vital, o han encontrado un nuevo modo de bajo consumo energético para crear gravedad.

—Probablemente no sea barato —dije yo, señalando un transporte colonial a la derecha de la
Henry Hudson
—. Mirad la nave colonial. Es una rueda. Y la Estación Colonial también gira.

—Las colonias reservan para los militares la mejor tecnología —dijo Jesse—. Y esta nave se utiliza para recoger a los nuevos reclutas. Creo que tienes razón, Harry. No tenemos ni idea de dónde nos hemos metido.

Harry sonrió, y se volvió para mirar la
Henry Hudson
,
que giraba perezosamente mientras la Estación Colonial se movía.

—Me encanta que la gente acabe pensando como yo.

* * *

Nuestros funcionarios nos reagruparon de nuevo y nos pusieron en fila para subir a la lanzadera. Presentamos nuestras tarjetas de identidad al oficial de la UC de la puerta de la lanzadera, y él nos fue introduciendo en una lista mientras un compañero nos ofrecía un procesador de datos personal.

—Gracias por venir de la Tierra, aquí tienen un bonito regalo de despedida —dije. No pareció pillarlo.

Las lanzaderas no disponían de gravedad artificial. Nuestros funcionarios nos ataron y nos advirtieron que, bajo ninguna circunstancia, teníamos que intentar soltarnos; para asegurarse de que los más claustrofóbicos de nosotros no lo hacían, los cierres de los arneses no estarían bajo nuestro control durante el vuelo. Así que problema resuelto. Los funcionarios repartieron también redecillas de plástico para los que tenían el pelo largo: en caída libre, el pelo largo al parecer se dirige a todos lados.

Si alguien se mareaba, nos dijeron, tenía que usar las bolsas para vomitar que había en el bolsillo lateral de nuestros asientos. Nuestros funcionarios recalcaron la importancia de no esperar al último segundo para usar las bolsas. En ingravidez, el vómito flotaría e irritaría a los otros pasajeros, haciendo que el vomitador fuera muy impopular durante el resto del vuelo y, posiblemente, durante el resto de su carrera militar. Estas palabras fueron seguidas de un sonido crujiente cuando varias personas prepararon la suya. La mujer que tenía al lado agarró con fuerza la bolsa. Me preparé mentalmente para lo peor.

Pero afortunadamente no hubo vómitos, y el trayecto hasta la
Henry Hudson
fue tranquilo. Después de la señal inicial «mierda, me estoy cayendo» que envió mi cerebro cuando la gravedad desapareció, fue más bien como un suave y prolongado viaje en montaña rusa. Llegamos a la nave en unos cinco minutos; hubo un minuto o dos de negociaciones para el atraque mientras una compuerta se abría, engullía a la lanzadera, y volvía a cerrarse. Siguieron otros pocos minutos de espera mientras el aire entraba de nuevo. Luego un repentino cosquilleo, y la súbita reaparición del peso: la gravedad artificial había regresado.

La puerta de la lanzadera se abrió y entró una funcionaría nueva.

—Bienvenidos a la FDCS
Henry
Hudson
—dijo—. Por favor, desabrochen sus cinturones, recojan sus pertenencias, y sigan el camino iluminado para salir de la bodega de atraque. El aire será extraído de esta zona dentro de exactamente siete minutos, para que esta lanzadera despegue y otra pueda atracar, así que por favor sean rápidos.

Todos fuimos sorprendentemente rápidos.

A continuación nos condujeron al enorme comedor de la
Henry Hudson
,
donde nos invitaron a tomar café y donuts y relajarnos. Un oficial vendría a informarnos. Mientras esperábamos, el comedor había empezado a llenarse de otros reclutas que al parecer habían llegado antes que nosotros; después de una hora, había cientos de personas. Yo nunca había visto a tantos viejos en un sitio al mismo tiempo. Harry tampoco.

—Es como si fuera miércoles por la mañana en el mayor Denny's del mundo
[1]
—dijo, y se sirvió más café.

Justo cuando mi vejiga me estaba informando de que me había pasado con el café, un caballero de aspecto distinguido, vestido con el color azul de los diplomáticos coloniales, entró en el comedor y se dirigió a la parte delantera de la sala. El nivel de ruido empezó a remitir; se notaba que la gente se sentía aliviada de que por fin vinieran a decirles qué demonios pasaba.

El hombre se quedó allí de pie unos cuantos minutos hasta que la sala permaneció en silencio.

—Saludos —dijo finalmente, y todos dimos un brinco. Debía de tener un micrófono corporal: su voz llegaba a través de altavoces instalados en la pared—. Soy Sam Campbell, adjunto de la Unión Colonial a las Fuerzas de Defensa Coloniales. Aunque técnicamente hablando no soy miembro de las Fuerzas de Defensa Coloniales, la FDC me ha dado poderes para encargarme de su orientación, así que durante los próximos días pueden considerarme su oficial superior. Sé que muchos de ustedes acaban de llegar en la última lanzadera y están ansiosos por descansar un poco; otros llevan en esta nave un día entero y están igualmente ansiosos por saber qué viene a continuación. Por bien de ambos grupos, seré breve.

»Dentro de una hora, la FDCS
Henry
Hudson
saldrá de la órbita y estará lista para su salto inicial al sistema de Fénix, donde nos detendremos brevemente para recoger suministros adicionales antes de encaminarnos hacia Beta Pyxis III, donde comenzarán su entrenamiento. No se preocupen, no espero que nada de todo esto signifique algo para ustedes. Lo que tienen que saber es que tardaremos más de dos días en llegar a nuestro punto de salto inicial, y durante ese tiempo serán sometidos a una serie de evaluaciones mentales y físicas por parte de mi personal. Sus horarios están siendo descargados en sus PDA. Por favor, revísenlo. Su PDA también puede dirigirlos a cualquier lugar donde necesiten ir, así que no deben preocuparse si se pierden. Los que acaban de llegar a la
Henry Hudson
también encontrarán en sus PDA la asignación de sus camarotes.

»Exceptuando que encuentren el camino hasta ellos, no se espera nada
más
de ustedes esta tarde. Muchos llevan bastante tiempo viajando, y queremos que estén descansados para las evaluaciones de mañana. A propósito de eso, ahora es un buen momento para que se coordinen con la hora de la nave, que sigue el Tiempo Estándar Colonial Universal. Ahora son —comprobó su reloj—, las 2138 coloniales. Su PDA marca el horario de la nave. Su día comienza mañana con el desayuno de 0600 a 0730, seguido de una evaluación y avance físicos. El desayuno no es obligatorio (todavía no siguen el horario militar), pero tendrán por delante un día largo, así que les recomiendo encarecidamente que lo tomen.

»Si tienen alguna pregunta, su PDA podrá conectarlos con el sistema de información de la
Henry Hudson
y usar la interfaz IA para ayudarlos; usen el punzón para escribir la pregunta o hablen por el micro de la PDA. También encontrarán personal de la Unión Colonial en cada cubierta; por favor, no vacilen en pedirles ayuda. Basándose en su información personal, nuestro personal médico es ya consciente de cualquier tema, o cualquier necesidad, que puedan tener, y puede que hayan decidido visitarles esta noche en sus camarotes. Comprueben sus PDA. También pueden acudir a la enfermería. Este comedor estará abierto toda esta noche, pero empezará a funcionar con normalidad mañana. Una vez más, comprueben en sus PDA horarios y menús. Finalmente, mañana todos deberán llevar el uniforme de recluta de las FDC; ahora se dirigirán a sus camarotes.

Campbell se detuvo un segundo y nos dedicó a todos lo que creo que consideraba una mirada significativa.

—En nombre de la Unión Colonial y las Fuerzas de Defensa Coloniales, les doy la bienvenida como nuevos ciudadanos y nuestros nuevos defensores. Dios los bendiga a todos y los mantenga a salvo en lo que haya de venir.

»Si quieren ver cómo salimos de la órbita, retransmitiremos el vídeo a nuestra cubierta-teatro de observación. El teatro es bastante grande y puede albergar a todos los reclutas, así que no se preocupen por las plazas. La
Henry Hudson
tiene una velocidad óptima, de modo que mañana, a la hora de desayunar, la Tierra será un disco muy pequeño, y a la hora de la cena, nada más que un puntito brillante en el cielo. Ésta será probablemente su última oportunidad de ver lo que fue su mundo natal. Si eso significa algo para ustedes, les sugiero que se pasen a verlo.

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