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Authors: Barbara J. Zitwer

Tags: #Drama

Las sirenas del invierno (31 page)

BOOK: Las sirenas del invierno
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Y se preguntó si también ella terminaría llevando una vida como la de él. Se preguntó si encontraría a alguien con quien compartirla. No le importaba si se casaba o no, nunca había sido de las que soñaban con su vestido blanco y abrir el baile. Pero de ahí a estar sola toda la vida… ¡tampoco quería eso! Sin embargo, le ocurría a mucha gente. La mera idea le daba pavor. Bebió un sorbo y tomó una profunda bocanada de aire. No tenía intención de ir por esos derroteros. Estar sola no era lo peor del mundo. Era mejor que pasar toda la vida al lado de un narcisista ególatra como Alex.

Se sentó en su mecedora nueva. Le encantaba la sensación, el balanceo. Volvió a acordarse del tiempo que estuvo en Inglaterra, como solía hacer cuando quería saborear la sensación de pertenencia a un sitio, de alegría. Ya no le venían a la mente imágenes de los momentos malos, como le ocurría nada más llegar a Nueva York: el accidente de Lily, el hospital, el ataque de nervios de Lilia al pie de la escalera de Ian. Ahora pensaba en los verdes pastos, en el chocolate de Gala, en la noche en que Ian les preparó
haggis
y la tarde en que la llevó a montar a caballo. Pensaba en Lily probándose sus botas de Fendi, en la biblioteca de Aggie…, se recordaba paseando por la cocina de Stanway House, sin creer de verdad que el futuro de la casa estuviera en sus manos, aunque fuera parcialmente.

Ahora pensaba en el cielo inglés tachonado de estrellas que habían hecho de la campiña silenciosa su País de Nunca Jamás particular, lleno de misterios y secretos, invisible y sagrado, pero vibrante de energía y muy prometedor. Podría regresar, claro, pero no podría volver a vivir aquellas preciosas semanas en pleno invierno que lo cambiaron todo. De pronto,
Tink
levantó la cabeza y la miró.

—¿Qué? —preguntó Joey.

La perra se había puesto en pie y estaba alerta, expectante.

—¿Qué? ¿Quieres salir?

Tink
comenzó a ladrar cuando llamaron a la puerta y salió disparada como una flecha, ladrando con desesperación. Joey se levantó y miró por la mirilla. Y ahogó un grito de sorpresa. Deslizó la cadena de la puerta y descorrió los dos cerrojos con mano temblorosa. Abrió muy despacio.

Llevaba puesto su jersey favorito, el gris de ochos con los puños deshilachados, y sostenía una botella de vino o de champán. Su expresión era de esperanza y miedo al mismo tiempo.

Los ojos de Joey se llenaron de lágrimas mientras trataba de encontrar las palabras.

—¿Qué haces aquí? —preguntó finalmente en un susurro.

Ian sonrió con la calidez y la ternura en la mirada que Joey siempre veía en sus sueños, con las mejillas sonrosadas de emoción.

—¿Tú qué crees? —dijo él.

Agradecimientos

James M. Barrie entregó el trofeo conocido como Copa Peter Pan al ganador de la primera edición de la carrera de natación al aire libre que se celebra todos los años en Navidad en el lago Serpentine, en Hyde Park. Hace seis años, Stella Kane, una amiga mía de Londres, me llevó a visitar el lago de las mujeres en Hampstead Heath, y me contó la historia de aquel lugar. En Nueva York se estaba celebrando el funeral de mi madre, y yo, al otro lado del océano. Estaba llorando porque me sentía triste, y de repente me pusieron un traje de baño en las manos y me invitaron a nadar con una de las ancianas que estaba allí. Así conocí a Mary Allen y a sus amigas, quienes cada día, y desde hacía cincuenta años, nadan juntas en aquel lago. El baño que me di aquella triste, aunque también preciosa, tarde de octubre resultó espiritualmente estimulante e inolvidable. Me decidí a escribir sobre los Cotswolds, porque me acordé de cuando visité aquel sitio en compañía de Linda y Michelle Grant hace muchos años. Fuimos en coche una fría mañana de niebla. Yo iba sentada delante, escuchando cantos gregorianos en el reproductor de CD. De cuando en cuando veía alguna oveja por la carretera o algún jinete solitario cabalgando por los campos. Regresé a los Cotswolds veinte años más tarde y descubrí por qué seguía pensando en aquel viaje después de tanto tiempo. Chris Peake, un guía local, me enseñó la zona y me llevó a Stanway House, la mansión en la que J. M. Barrie se había inspirado para escribir
Peter Pan
. Me contó numerosas historias, anécdotas y bromas, y también me llevó a Snowshill, Moreton–in Marsh, Chipping Campden, Stanton, Winchcombe, Naunton, Temple Guiting, Guiting Power, Broadway, Buckland, Laverton, Upper Slaughter y Lower Slaughter. Tras recorrer los Cotswolds de cabo a rabo durante dos días, redescubrí la magia y la belleza del lugar, de cada pueblito, cada edificio y cada monumento que aún sigue en pie.

Me llevó algo más que un largo quinquenio escribir esta novela y hubo mucha gente que me apoyó, me animó y me instó a no dejarlo a pesar de los malos ratos que pasé, cuando ya pensaba que lo que tenía que hacer era quemar las páginas escritas y olvidarme del dichoso libro. Estoy en deuda para siempre con mis agentes internacionales, que no me permitieron rendirme: Anoukh Foerg en Alemania, Maru de Montserrat en España, Gabriella Ambrosioni en Italia, Donatella D’Ormesson en Francia, Marianne Schonbach en Holanda, Ana Milenkovic y Tamara Vukicevic en Serbia, Flavia Sala y Cristina Purchio en Brasil y Georgina Capel en el Reino Unido. Un sueño puede cobrar vida sobre el papel, pero hasta que el libro no ve la luz, el autor no cobra vida realmente. David Isaacs me descubrió, Aurea Carpenter me editó y Short Books me convirtió en la escritora que soy ahora. Ellos me dieron, literalmente, voz y nombre. Esther Escoriza, de Planeta, le ha dado público español a mi libro, por lo que le estoy muy agradecida a ella y a todos mis editores extranjeros: Stefanie Heinen de Bastei Lubbe (Alemania), Frederic Thibaud de City Editions (Francia), Elena Vinogradova de Azbooka Atticus Publishers Group (Rusia) y Miranda Van Asch de Allen & Unwin (Australia).

Soy una persona afortunada y le estoy agradecida a «mis propias damas del lago», a mis amigas de Nueva York por haber escuchado incansablemente mi historia con interés y generosidad durante años y años, y por haber leído cada borrador y haberme ofrecido valoraciones críticas siempre acertadas. Gracias eternas a Doris McGonigle, Bonnie Ruben, Toni Rigopolous, Ana–Lisa Gertner, Toby Sternlieb, Lisa Sternlieb, Anita Mandl, Cathy Grey, Marietta Bottero, Anastasia Portnoy y Eileen Johnson. Gracias a mi amiga Marie Theresse Wenger, que buscó un momento para hacerme la fotografía oficial, aunque estábamos de vacaciones en Barcelona, y a Linda Henrich por ocuparse de mi negocio para que yo pudiera dedicarme a escribir. Y por último, pero no por eso menos importante, mi más profunda gratitud a mi marido y compañero en la vida, Gil Alicea, por saber escuchar maravillosamente y poseer la brújula más fiable para la literatura y la vida. Su amor y el hogar que ha construido para mí me permiten vagar por destinos cada vez más lejanos a lo largo y ancho del globo, y por algunos que sólo están en mi mente, experimentar, crear, ser libre y a veces desaparecer, porque él siempre está ahí cuando regreso.

BARBARA J. ZITWER, es agente literaria. Se licenció en Columbia Film School y, antes de entrar en la industria editorial, produjo varias películas, entre las que se encuentra
El beso del vampiro
, con Nicolas Cage. Fue coguionista de la obra
Paper Doll
, que trata sobre la vida de Jacqueline Susann, una conocida actriz estadounidense. Vive en Nueva York con su marido y sus dos perros.

Las sirenas del invierno
es su primera novela. Barbara J. Zitwer es propietaria de la agencia literaria y productora de cine que lleva su nombre. Entre sus representados hay múltiples bestsellers como
El club de los viernes
, cuya película producirá junto con Julia Roberts. La autora tiene previsto adaptar también
Las sirenas del invierno
a la gran pantalla.

Notas

[1]
En inglés, la pronunciación de ambos nombres es muy similar.
(N. de la T.)
<<

[2]
El «marmite» es uno de los productos ingleses más populares. Es una pasta marrón, de sabor fuerte, hecha a base de levadura de cerveza, que se suele tomar untada en tostadas con mantequilla o queso.
(N. de la T.)
<<

[3]
Imposible trasladar el juego fonético. Dice que la niña llamaba a Barrie «my friendy», pero no pronunciaba bien y decía «my fwendy». De ahí, Wendy.
(N. de la T.)
<<

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