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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (4 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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“La prensa” trataba de explicar el asunto diciendo que “El 95 por ciento de las víctimas no son argentinas. Ello induce a pensar en el carácter de la reunión obrera que se realizaba y también a explicarse la violencia con que los oradores anarquistas se refirieron en sus discursos a los símbolos nacionales. Intervinieron solamente 20 ó 30 miembros de la Liga Patriótica en el suceso. La policía manifestó en el primer instante —seguramente por precipitación— que a los obreros no se les había encontrado armas”.

Un día después, el local de la Sociedad de Resistencia Unión Chaufeurs de la Capital, es atacado por dos automóviles en el que viajan jóvenes de la Liga Patriótica. Caen muertos dos obreros anarquistas: Los hermanos Canovi. Y no pasan tres o cuatro días que en el puerto —donde los carreros y estibadores han declarado la huelga— ocurre un tiroteo en que caen un obrero anarquista y un miembro de la liga patriótica.

La violencia crece y desde las publicaciones anarquistas se exhorta a repeler por las armas todo ataque de la Liga y, si es necesario, “atacarla en su misma guarida”.

En esa década del 20 se hará cada vez más difícil arrear simplemente al obrero. Por los menos, aquellos anarquistas conscientes se precian de llevar un arma y la verdad que no son mancos en hace uso de ellas. Baste citar los hechos de Jacinto Aráuz, donde ocurrió tal vez por única vez en la historia un tiroteo entre policías y anarquistas dentro de una comisaría. En esa localidad había intranquilidad entre los trabajadores agrícolas porque se les desconocían los derechos y se suplantaba a los que osaban protestar por peones traídos de otros lugares. El comisario de la localidad, no halló nada mejor para terminar el problema que invitar a todos los disconformes a la comisaría “a fin de conversar y llegar a un buen acuerdo”. Allá fueron trabajadores —entre los que se encontraban varios delegados inspirados en las teorías de Bakunin— y fueron invitados a pasar al patio del local policial pero notaron con sorpresa que estaba todo rodeado de “milicos” con armas largas. El comisario no aparecía pero si lo hicieron dos sargentos que comenzaron a llamar uno por uno a los obreros, los hacían pasar a un pasillo donde los desarmaban y a continuación eran entregados a otras agentes que los dejaban tendidos a garrotazos. Es decir, una manera expedita de solucionar un problema gremial.

Pero los anarquistas que estaban allí, en el patio, no eran por cierto niños de pecho. Pelaron sus armas y, a pesar de estar rodeados, la emprendieron a tiros. Se origino así una verdadera tragedia con víctimas de ambos lados. Desde ese momento, Jacinto Aráuz fue como un símbolo para los trabajadores de otras latitudes de la república. Era una especie de concretización del “donde las dan, las toman”.

Claro, que a veces los anarquistas exageraban la nota en eso de ir armados. A veces, sus propias publicaciones tenían que darles consejos públicos. Como este anuncio de un pic-nic en Rosario publicado en “La Antorcha”: “Rosario, gran picnic familiar a beneficio de los presos sociales, en la isla Castellanos sobre el Río Paraná. Hombres $ 1,20; mujeres y menores, 0,5; niños gratis. Nota: advertimos que la subprefectura hará revisación en el embarque por lo que se recomienda no llevar armas”.

O este suelto publicado en la primera página de “La Protesta”: “El pic nic del domingo: la mala costumbres de hacer disparos de armas de fuego en el bosque de la isla Maciel durante el día y sobre todo al oscurecer, mientras se realizan los pic nics de la Protesta acarrea serios peligros y siembra la alarma entre las familias que concurren al que para los anarquistas debe ser un lugar de sana reunión y franca camaradería. Hemos recibido varias quejas de concurrentes al último pic-nic e incluso de un pescador que tiene su domicilio en aquel lugar, que estuvieron expuestos a recibir una bala perdida durante uno de los tanto tiroteos. Es necesario que los compañeros eviten que se hagan disparos de revólver en el bosque que llamen la atención a los aficionados a darle al gatillo, pues se siembra la alarma entre las familias que concurren a nuestros pic-nics y el día menos pensado puede ocurrir una desgracia. Se demuestra una absoluta falta de cultura con esos juegos peligrosos y corresponde a los anarquistas velar por el normal desarrollo de nuestros actos y sobre todo por la seguridad de todos los que nos dan pruebas de confianza concurriendo a los mismos. Recomendamos pues a los camaradas que no hagan disparos de armas de fuego en nuestros pic-nics y traten de evitar que lo hagan aquellos concurrentes que no estén en condiciones de leer estas recomendaciones”

Parece ser que estos tiroteos amistosos eran una costumbre bastante arraigada porque el diario ácrata seguirá publicando la recomendación varios días seguidos.

Serán incontables los casos de refriegas de obreros de distintas tendencias en lugares de trabajo, de gestos de rebeldía de trabajadores contra capataces y patrones que derivaban por las vías del hecho (uno de ellos, el caso de Pedro Espelocín —quién más tarde será un miembro activo dentro del anarquismo expropiador— que mata a un capataz que maltrataba a un niño), y de asalariados que enfrentaban a policías y a miembros de la Liga Patriótica. Largas son las listas de los presos sociales condenados por la justicia desde huelguistas hasta homicidas por cuestiones laborales o políticas. El Comité pro Presos Sociales y Deportados sostenido por el aporte humilde de los trabajadores anarquistas no da abasto con sus funciones: no sólo tiene que pagar el gasto de abogado0s y trámites para los procesados sino que también toma a su cargo el mantenimiento de las familias de éstos. Pero no únicamente pasiva es esta comisión. No se reduce a conseguir esos medios como si fuera un ejército de salvación o una sociedad de damas de beneficencia. Su misión oculta es la de conseguir la evasión de los presos. Y para eso es necesario contar con muchos recursos: hacer viajar a “compañeros de confianza”, merodear las cárceles a veces meses enteros hasta compenetrarse de los detalles, alquilar casas, contar con automóviles para la huida y, por sobre todo, sobornar a los carceleros, empleados judiciales y hasta secretarios de juzgados para que influyan en las sentencias.

Quien maneja todo eso es el secretario del Comité Pro-Presos y Deportados: Miguel Arcángel Roscigna, dirigente metalúrgico anarquista. Mientras los ideólogos de “La Protesta” y de “La Antorcha” señalan desde sus páginas que la libertad de los presos debe conseguirse solamente con movimientos huelguísticos o con movilizaciones de grandes masas del pueblo. Roscigna es hombre de acción y ducho en todas las artimañas para tener en jaque a la policía y a la justicia. Es un hombre cerebral, frío, planificador. Pero cuando hay que actuar, él es quien realiza las cosas, no sólo dirige sino que también ejecuta. Ya lo ha demostrado en el caso Radowitzky: con paciencia y astucia hizo todos los tramites para ser nombrado guardiacárcel en Ushuaia”. Allá preparará todos los detalles para que esta vez la fuga no fracase. Cuando todo estaba preparado, en el congreso de la Unión Sindical Argentina (USA) integrado por dirigentes socialistas y sindicalistas, un irresponsable denuncia —para atacar a los anarquistas— que “Roscigna está de perro en Ushuaia”. (Perro era el cariñoso calificativo que los anarquistas dispendiaban a carceleros y policías). La policía averigua y comprueba que Roscigna se halla en territorio fueguino. Es inmediatamente cesanteado y expulsado del penal. Antes de desaparecer y que todo no haya sido en vano, Roscigna le prende fuego a la casa del director del presidio.

Después será quien organice la primera fuga del panadero Ramón Silveyra condenado a 20 años de prisión, de la penitenciaría, quien prepare los medios de la segunda fuga del mismo. Dos sucesos verdaderamente espectaculares y que decían a las claras que detrás de todo eso había un verdadero talento organizativo. Talento que luego demostró en la preparación de célebres asaltitos y actos de acción directa (o terrorista, como quiera llamársele).

La guerra sin cuartel entablada entre las dos fracciones anarquistas, los “protestistas” y los “antorchistas” (que vendrían a representar la derecha y la izquierda dentro del movimiento) llega a tal extremo que la Comisión Pro Preso Sociales y Deportados se divide, tomando ahora cada uno de esos organismos sus propios detenidos. La comisión orientada por “La Protesta” y la “FORA” del V congreso defenderá exclusivamente a los anarquistas presos por su ideología, mientras que la comisión antorchista lo hará con todos aquellos acusados de delitos comunes (es decir, los anarquistas expropiadores). Tal es el caso tan debatido de los presos de Viedma.

En 1923, en el territorio nacional de Río Negro es asaltada la diligencia del Correo, en un episodio realmente del Far West. La policía territorial detiene no lejos del lugar a cinco trabajadores rurales de ideología anarquista, que estaban juntando leña para hacerse un asado. Se loa tortura bárbaramente, estanqueándolos, y los cinco reconocen ser los autores del asaltito. Uno de ellos Casiano Ruggerone, enloquece por efectos de las torturas y fallece meses después en el hospicio de Vieytes. Los otros cuatro son condenados en conjunto a 83 años de prisión. Andrés Gómez, Manuel Viegas y Manuel Álvarez a 25 años cada uno y Esteban Hernando a 8 años.

La comisión orientada por la “Antorcha” iniciaría una gran campaña para lograr la revisión del proceso. “La Protesta” luego de una pálida defensa dirá en sus columnas de los presos de Viedma que “son delincuentes vulgares que nada tienen que ver con la propaganda y las ideas anarquistas”. Esto provocó un exacerbamiento de la polémica dentro del movimiento que iría a durar mientras el anarquismo tuvo vigencia en la vida obrera argentina. Una polémica que siempre fue constante en el anarquismo, desde Proudhon pasando por Bakunin, Reclus, Malatesta, Armand, Gori, Fabbri, Trni, Abad de Santillán: ¿Llegar a la revolución por todos los medios imaginables, o mantener de los anarquistas el concepto de hombres puros, intachables, que llegan a la revolución a través del convencimiento de los demás de que es la idea más humanística por excelencia?

Pero claro, las dos tendencias, a medida que se produjeran los hechos iban a caer en graves contradicciones. Por ejemplo el caso Sacco y Vanzetti. El caso más famoso de una injusticia judicial que tuvo aún más trascendencia —por la movilización obrera mundial— que en su tiempo el mismo “Affaire” Dreyfuss.

¿Qué ocurrió con Sacco y Vanzetti? Algo muy parecido que con los presos de Viedma, salvo que en este último caso no entraron a jugar eso que hoy se llaman “relaciones públicas” que Vanzetti y sus compañeros anarquistas italianos de Estados Unidos supieron emplear magistralmente logrando durante más de siete años una agitación popular en el mundo entero que tal vez no logre superarse. En el propio Estados Unidos es agitación fue diez veces más grande que la que hasta hace poco se realizó por la finalización de la guerra en Vietnam.

Todos se unieron; aquí no hubo banderías: anarquistas, individualistas, anarco-comunistas, anarquistas expropiadores y partidarios de la violencia, socialistas democráticos, comunistas, liberales, el Papa y hasta los fascistas que recibieron que beneplácito la resolución del juez de suspender la ejecución de los acusados”

Cuando Sacco y Vanzetti los detiene —después de 15 días en que ha ocurrido el asaltito de Braintree donde son muertos dos pagadores de una empresa— hacen declaraciones que los comprometen tangencialmente con el atraco. Hacen esas declaraciones aconsejados por un abogado que cree que así se salvarán de la deportación a Italia que se les aplicaría de inmediato de reconocer que son anarquistas. Es decir, aquí no hay tortura física como en el caso de los de Viedma, aunque si un apremio, una tortura moral; o entran en una larga discusión leguleyo o los deportan. Y esa larga discusión leguleyo la pierden luego de largos siete años, a pesar del apoyo moral de todo el mundo.

Con la muerte en la silla eléctrica de Sacco y Vanzetti, la justicia perdió una gran batalla. En ningún momento los jueces norteamericanos pudieron demostrar palmariamente la culpabilidad de los dos italianos. Sólo tuvo indicios, testimonios, Legalmente, sin valor ni resonancia. Es evidente que en la sentencia valió ante todo el carácter de anarquistas de los acusados. Como en el caso de los de Viedma. Sobre la culpabilidad o no de Sacco y Vanzetti nunca podrá ser definitivo. Lo que sí es indiscutible que pertenecían a un grupo partidarios de la acción directa. “La aduana de Refrattari”, de Nueva York, órgano de los anarquistas italianos y que fue la publicación a la que gran parte se debe la iniciación de la gigantesca campaña de agitación mundial, la que dio el grito de alarma; era un periódico manifiestamente partidario de la acción directa. Tanto es así que años después defendería las actitudes de Severino Di Giovanni y su gente en Buenos Aires cuando aquí los propios órganos anarquistas lo atacaban o callaban. Tal vez la palabra definitiva sobre el caso Sacco y Vanzetti la haya dado la minuciosa investigación que hizo el escritor y periodistas Francis Russell, “Tragedy at Dedham”, publicada en 1962 y elogiada como un trabajo serio por toda la prensa europea. Francis Russell opina que —juicio que también es citado por James Joll— Sacco era un “expropiador” convencido y actuaba de esa manera para allegar fondos para la causa, y es casi seguro que tanto él como vanzetti —quien siempre daba refugio sin preguntar al perseguido si era o no expropiador— fueron eliminados porque eran peligrosos agitadores.

Pero aquí, en la defensa que hicieron los anarquistas de Sacco y Vanzetti hubo indudablemente una dualidad. ¿Se los defendió porque eran inocentes o porque eran anarquistas? ¿Y si hubieran sido culpables de asaltar paran allegar fondos para la propaganda, para sus presos y para sus huelgas, se los hubiera defendido igual desde las columnas de la “prensa oficial” del anarquismo argentino?

La misma dualidad se iba a presentar con la epopeya delictiva de Buenaventura Durruti.

18 de octubre de 1925, tres individuos “a la manera del cinematógrafo”, como dirá “La Prensa” se introducen en la estación de tranvías Las Heras, del Anglo, en pleno barrio de Palermo. Uno de ellos va enmascarado. Los tres sacan a relucir pistolas negras y amenazan a los recaudadores que, en esa madrugada, acababan de hacer recuento general de la venta de boletos. Dicen “arriba las manos” en arcado acento español. Exigen el dinero. Los empleados balbucean que ya está en la caja de hierro. Exigen las llaves. No, las tiene el jefe, que ya se retiro. Los asaltantes hablan entre ellos. Se retiran. Al pasar se llevan del mostrador una bolsita que acababa de dejar un guarda: contiene 38 pesos en monedas de diez centavos. Afuera hay una campana y más allá un auto que los espera. Desaparecen sin poder ser perseguidos.

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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